Marcus Jacobsen alzó su taza mellada de Sherlock Holmes y tomó un sorbo largo de café frío mientras volvía a pensar, por enésima vez aquella mañana, en el medio paquete de cigarrillos del bolsillo de su chaqueta. Joder, uno ya no podía permitirse ni un descanso para fumar en el patio. Directivas de los huevos.
—Escúchame bien —dijo, mirando al subinspector Lars Bjørn, a quien había pedido que se quedara en la oficina después de la reunión informativa—. El caso del ciclista asesinado en el parque de Valby puede absorber toda nuestra energía si no andamos con cuidado.
Lars Bjørn asintió en silencio.
—Es una putada que Carl Mørck haya vuelto a su grupo en este momento y se lleve a cuatro de nuestros mejores hombres. La gente se queja de él, y ¿a quién acuden? —se lamentó el subinspector apuntando a su pecho, como si fuera el único que tuviera que oír quejas de la gente. Después continuó—. Siempre llega tarde. Vuelve locos a sus chicos, revuelve en los casos, no responde las llamadas, su oficina es un caos y para colmo han llamado del Instituto Forense para quejarse por una conversación telefónica que han mantenido con él. Los muchachos del Instituto Forense, ¿lo captas? Esos no se cabrean por cualquier cosa. Independientemente de lo que ha tenido que aguantar Carl, tenemos que hacer algo al respecto, Marcus. De lo contrario, no sé cómo va a funcionar la brigada.
Marcus arqueó las cejas. Vio ante sí a Carl. La verdad es que le caía bien, pero aquella mirada siempre escéptica y sus mordaces observaciones eran capaces de mosquear a cualquiera, lo sabía perfectamente.
—Sí, tienes razón. Sólo Hardy y Anker soportaban trabajar con él. Claro que también ellos eran un tanto raros.
—Marcus: la gente no lo dice directamente, pero ese tipo es una auténtica plaga, y siempre lo ha sido. No sirve para trabajar aquí, dependemos demasiado unos de otros. Carl ha sido un desastre de compañero desde el primer día. ¿Por qué lo trajiste de la comisaría de Bellahøj?
El jefe de Homicidios clavó su mirada en los ojos de Bjørn.
—Porque era y es un policía fantástico, Lars. Por eso.
—Sí, claro. Ya sé que no podemos darle puerta así, sin más, y desde luego no en esta situación, pero entonces tendremos que encontrar alguna otra manera, Marcus.
—No lleva más de una semana desde que cogió el alta, hay que darle una oportunidad. Tal vez deberíamos mimarlo un poco.
—¿Estás seguro? Durante las últimas semanas nos han llegado bastantes más casos de los que podemos atender. Y además algunos de ellos son importantes, ya lo sabes. El incendio de Amerikavej ¿fue provocado o no? El robo de Tomsgárdsvej, donde murió un cliente del banco. La violación de Tárnby, en la que la chica falleció; la muerte a navajazos de un chaval de la banda del sur del puerto; el asesinato del ciclista en el parque de Valby. ¿Quieres más? Añade a eso todos los casos sin resolver. Algunos de ellos ni siquiera los hemos empezado a investigar. Y por otro lado tenemos a un jefe de grupo como Mørck. Perezoso, terco, malhumorado, cantamañanas, maleducado con sus compañeros, hasta el extremo de que el grupo está a punto de disolverse. No queremos verlo ni en pintura, Marcus. Manda a Carl a freír espárragos y que entre sangre joven. Ya sé que suena cruel, pero es lo que pienso.
El jefe de Homicidios asintió con la cabeza. Se había fijado en sus hombres durante la reunión informativa previa. Estaban callados, enfadados y cansados. Por supuesto que no querían que nadie les meara encima.
El subinspector se colocó junto a la ventana y miró hacia los edificios de enfrente.
—Creo que tengo una propuesta para solucionarlo. Puede que tengamos problemas con el sindicato, pero no creo.
—Lars, no me jodas. No quiero tener una enganchada con el sindicato. Si has pensado en empeorar su situación, van a saltar enseguida.
—¡Le daremos una patada hacia arriba!
—Ya.
Marcus tenía que andar con cuidado. El subinspector era un policía magnífico, con muchísima experiencia y montones de casos resueltos en su haber, pero como responsable del personal todavía le quedaba mucho por aprender. En aquella casa no se daban patadas a nadie sin más, ni hacia arriba ni hacia abajo.
—¿Propones que le demos una patada hacia arriba, dices? ¿Cómo? ¿Y quién has pensado que va a cederle el puesto?
—Ya sé que llevas casi toda la noche sin pegar ojo y que has estado toda la mañana atareado con el asesinato de Valby, o sea, que probablemente no te has enterado de las noticias. Pero ¿no has oído lo que ha pasado en Christiansborg esta mañana?
El jefe de Homicidios sacudió la cabeza. Era verdad, había estado demasiado ocupado desde que el caso del ciclista asesinado en el parque de Valby tomara un nuevo giro. Hasta la noche anterior habían tenido una buena testigo, una testigo fiable, y tenía sin duda más cosas que contar. Estaban seguros de estar muy cerca de resolver el caso. Pero de repente la testigo se cerró en banda. Saltaba a la vista que habían amenazado a alguien cercano a ella. Ellos la habían interrogado a fondo, estaba a punto de caramelo, habían hablado con sus hijas y con su madre, pero de pronto nadie tenía nada que decir. Sencillamente, tenían miedo. No, Marcus no había dormido gran cosa. O sea que, aparte de los titulares de los periódicos de la mañana, no sabía nada de nada.
—¿El Partido Danés otra vez?
—Exacto. Su portavoz de Justicia ha vuelto a presentar la proposición en relación con el convenio policial, y esta vez va a haber mayoría a favor. Van a aprobarla, Marcus. Piv Vestergård va a conseguir lo que quiere.
—¡No puede ser!
—Echó un sermón de veinte minutos desde la tribuna de oradores, y los partidos del Gobierno la apoyaron, por supuesto, aunque los de la Derecha probablemente lo hicieron a regañadientes.
—¿Y…?
—¿Tú qué crees? Puso cuatro ejemplos de casos feos archivados que en su opinión es una vergüenza para la opinión pública que estén sin resolver. Y tenía muchos más casos en la cartera, te lo aseguro.
—¡Cojones! ¿Qué se piensa ésa? ¿Que la policía archiva los casos por diversión?
—Dejó entrever que podría ser lo que ocurre con cierto tipo de casos.
—¡Qué disparate! ¿Por ejemplo…?
—Destacó, entre otros, casos en los que miembros del Partido Danés y los Liberales han sido víctimas de un crimen. Hablamos de casos de proyección nacional.
—¡Esa tía está mal del coco!
El subinspector sacudió la cabeza.
—Eso crees, ¿eh? Pero eso era sólo una parte. Después, claro, mencionó casos de desapariciones de niños, casos en los que organizaciones políticas habían sido víctimas de ataques casi terroristas, casos de naturaleza particularmente bestial.
—Está claro que va a la caza de votos.
—Ya lo creo, si no lo habría arreglado fuera del Parlamento. Pero todos van a la caza de votos, porque todos los partidos están negociando en el Ministerio de Justicia. Los documentos van a llegar volando a la Comisión de Finanzas. Antes de dos semanas se habrá tomado una decisión, estoy seguro.
—¿Y en qué va a consistir exactamente?
—En que hay que crear un nuevo departamento dentro de la Policía Criminal. Incluso propuso que se llamara Departamento Q, en referencia a la lista electoral del Partido Danés
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. No sé si era broma, pero así va a ser —dijo, con una risa avinagrada.
—¿Y el objetivo? ¿Sigue siendo el mismo?
—Sí, el único objetivo es, resumiendo, ocuparse de lo que llaman «casos que requieren especial atención».
—Ocuparse de casos que requieren especial atención —repitió el jefe, moviendo la cabeza afirmativamente—. Sí, es una expresión muy bonita y clásica de Piv Vestergård que suena bien. Y ¿quién va a decidir qué casos merecen ese calificativo? ¿Lo dijo también?
El subinspector se alzó de hombros.
—Vale, o sea, que nos pide que hagamos lo que de todas formas ya estamos haciendo. ¿Y qué? ¿En qué nos concierne?
—El departamento corresponde al Cuerpo Nacional de Policía, pero al parecer dependerá administrativamente de la Brigada de Homicidios de la policía de Copenhague.
El jefe de Homicidios se quedó boquiabierto.
—¡No puede ser! ¿A qué te refieres con administrativamente?
—Nosotros haremos el presupuesto y rendiremos cuentas. Aportaremos el personal de oficina. Y los locales.
—No entiendo. ¿Ahora un departamento de Copenhague va a resolver casos enterrados del distrito policial de Hjørring? Los distritos policiales no lo aceptarán. Exigirán representantes en el departamento.
—No está previsto. Va a presentarse como una descarga de trabajo para los distritos policiales, no como una labor añadida.
—¿Quieres decir que bajo este techo va a haber también una Brigada Móvil para casos imposibles? ¿Con respaldo de mis hombres? No, ni por el forro, no puede ser.
—Marcus, escucha. Sólo va a tratarse de un par de horas sueltas para unos pocos compañeros. No es nada.
—Pues a mí no me parece que no sea nada.
—Vale, entonces voy a decirte cómo lo veo yo, ¿de acuerdo?
El jefe de Homicidios se frotó la frente. No le quedaba otra opción.
—Marcus, va a haber una partida de dinero.
Calló un momento y miró intensamente a su jefe.
—No es mucho, pero sí lo suficiente para tener a un hombre ocupado y al mismo tiempo arramblar con un par de millones para el departamento. Es una partida especial creada para la ocasión.
—¡Vale! ¿Un par de millones? —asintió con la cabeza, concentrado—. ¡Vale! ¡De acuerdo!
—Genial, ¿verdad? Vamos a montar el departamento en menos que canta un gallo, Marcus. Creen que vamos a resistirnos, pero no lo haremos. Les haremos una propuesta constructiva y un presupuesto en el que evitaremos asignar un destino concreto para las partidas. Después ponemos a Carl Mørck como jefe del nuevo departamento, aunque no va a ser jefe de nadie porque va a estar solo. Y va a estar a una distancia de seguridad de todos los demás, puedes estar seguro.
¡Carl Mørck de jefe del Departamento Q! El jefe de Homicidios se lo estaba imaginando. Una unidad así podía gestionarse fácilmente con un presupuesto de menos de un millón al año. Incluidos viajes, análisis de laboratorio y toda la pesca. Si el departamento pedía cinco millones al año por el servicio, a él le quedaría lo suficiente para un par de grupos de investigación más en la sección de Homicidios. Entonces podrían ir investigando poco a poco viejos casos. Puede que no casos del Departamento Q, pero algo parecido. Los contornos borrosos eran la clave de todo. Genial, sí señor. Ni más ni menos.
2007
Hardy Henningsen era el policía más alto que había trabajado en Jefatura. En sus papeles del servicio militar ponía que medía dos metros siete, pero se quedaron cortos. Cuando hacían alguna detención era siempre Hardy el que llevaba la voz cantante, y los detenidos tenían que alzar la cabeza mientras les leía sus derechos. Aquello solía causar una impresión duradera en la mayoría.
En aquel momento la altura no era ninguna ventaja para Hardy. Por lo que veía Carl, aquellas largas piernas paralizadas no podían estirarse. Carl propuso a la enfermera que desmontara el pie de la cama, pero por lo visto sus competencias no daban para tanto.
Hardy no decía nada. Su televisor estaba encendido a todas horas del día y de la noche, y la gente entraba y salía de la habitación, pero él no reaccionaba. Simplemente estaba allí, en Hornbæk, en la Clínica para Lesiones de Médula, tratando de sobrevivir. De masticar la comida, mover un poco el hombro, que era lo único que podía controlar de cuello para abajo, y por lo demás, dejar que las auxiliares manipularan su torpe cuerpo paralizado. Se limitaba a mirar al techo mientras le lavaban la entrepierna, le metían agujas hipodérmicas o vaciaban su bolsa de heces. Hardy ya no hablaba tanto, no.
—Ya he vuelto a Jefatura, Hardy —le contó Carl mientras le ajustaba el edredón—. Están trabajando a tope en el caso. Aunque todavía no han encontrado nada, seguro que echan mano a los que nos dispararon.
Los pesados párpados de Hardy no se movieron. No se dignó dirigir la mirada a Carl ni al exagerado y repetitivo reportaje sobre el desalojo de la Casa de la Juventud que estaban dando en las noticias de la segunda cadena de televisión. Era evidente que todo le daba igual. Hasta su rabia había desaparecido. Carl lo entendía mejor que nadie. Aunque no se lo mostraba a Hardy, también a él le importaba todo un huevo. Era absolutamente irrelevante saber quién les disparó. ¿De qué iba a valer saberlo? Si no habían sido unos, habrían sido otros. En el mundo había basura así de sobra.
Saludó ligeramente con la cabeza a la enfermera que entró con una bolsa de suero llena. La última vez que Carl había estado de visita, ella le pidió que esperase fuera mientras arreglaba al paciente. No le sirvió de nada, y saltaba a la vista que no lo había olvidado.
—Vaya, ¿todavía aquí? —le espetó a Carl con tono cortante, mirando al reloj.
—Me viene mejor antes de ir a trabajar. ¿Algún problema?
La enfermera volvió a mirar el reloj. Sí, entraba a trabajar más tarde que la mayoría.
La enfermera tomó el brazo de Hardy y observó la aguja del suero en el dorso de la mano. Después se abrió la puerta y entró la primera fisioterapeuta. Le esperaba un trabajo duro.
Carl dio una palmada sobre la sábana, donde se dibujaba el contorno del brazo derecho de Hardy.
—Estas tías te quieren en exclusiva, o sea que me largo, Hardy. Mañana volveré algo más temprano y ya hablaremos. Animo, hombre.
Arrastraba el tufo de medicinas cuando salió al pasillo y apoyó la espalda en la pared. Tenía la camisa pegada a la espalda, y las manchas bajo las axilas se extendían por el tejido. Desde el tiroteo le ocurría a la mínima.
Hardy, Carl y Anker, como de costumbre, habían llegado al lugar del crimen, en Amager, antes que nadie, y llevaban puestos ya los buzos blancos desechables, la mascarilla, los guantes y la redecilla para el pelo que prescribían las normas. Hacía sólo media hora que habían encontrado al anciano con el clavo en la cabeza. El trayecto desde Jefatura era cortísimo.
Aquel día disponían de mucho tiempo antes del levantamiento del cadáver. Al parecer, el jefe de Homicidios estaba reunido con el Director de la Policía por un asunto de reforma de estructuras, pero seguro que aparecería en cuanto pudiera, acompañado del forense. No había trámite burocrático que pudiera apartar a Marcus Jacobsen del lugar del crimen.