La música del mundo (30 page)

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Authors: Andrés Ibáñez

Tags: #Fantasía, Relato

volvieron al camino; las palomas, a las que su presencia había espantado momentáneamente, descendieron de las copas de los árboles cercanos en las que se habían refugiado, contemplándoles temerosamente, como espíritus asustadizos y demasiado delicados como para tolerar la proximidad del hombre, y volvieron a posarse por allí, y a pasear entre las hierbas y las amapolas de los alrededores del
tamelet
… una brisa espiritual movía las arboledas del parque Servadac; las grandes copas se balanceaban en la altura…

oculta entre las sombras entrelazadas de una glorieta, vieron la pequeña estatua de piedra de Raymond Roussel, rodeada de crisantemos… en sus ojos había un brillo mesiánico, desmedido; algunas de sus criaturas se movían alrededor de sus pies…


Raymond Roussel en la gloria
, dijo Jaime… creo que ésta es la única estatua que existe de ese gran genio

—está mirando hacia el
tamelet
, dijo Block… ¿hay alguna relación?

—¿mirando hacia el
tamelet
? nunca me había fijado

—mira, dijo Block, señalando al
tamelet
, que surgía entre la masa de verde dulce de los castaños

—no lo sé, dijo Jaime

—y ¿a quién se le ha ocurrido elevar aquí una estatua a Raymond Roussel?

—no lo sé… estamos en las proximidades de la Fuente Clara, donde hay muchas estatuas dedicadas a personajes poco conocidos, en algunos casos no identificados… mira: aquélla es la estatua de Witkievicz

—ah, pero ¿llamas a Witkievicz un desconocido?

—mirad, dijo Estrella, señalando un espectro blanco que corría entre los árboles con los brazos abiertos, la estatua de Isadora

largas avenidas curvadas (trazando, aparentemente, la curva de pétalos de flores gigantes —la corola sólo visible a vuelo de pájaro, suspendidos en un globo aerostático por encima de los árboles del parque) recorridas longitudinalmente a ambos lados por bancos de piedra corridos, eran las proximidades de la Fuente Clara… largos estanques entre unos caminos y otros —pero no estaba claro si los estanques corrían entre los caminos, o si los caminos atravesaban los estanques —y los estanques ¿qué serían, los pétalos, los estambres, los pistilos de la flor…?

había más estatuas: la estatua de Hans Christian Andersen, sentado en un banco, con su sombrero de copa; la estatua de Reynaldo Hahn, la estatua de Hergé, la de Harold Foster… la estatua de Richmal Crompton y la de Enyd Blyton, dos pequeñas damas de bronce medio escondidas entre unas desmedidas glicinas, la de Julio Verne, la de Curwood, la estatua de H. G. Wells… en una de las ondulaciones de los caminos que conducían a la Fuente Clara, comenzaron a aparecer estatuas de mármol blanco, que interrumpían la continuidad de los bancos de piedra, y que representaban a muchachas de aspecto corriente (aunque algunas de ellas muy hermosas), la mayor parte de las cuales contemplaban las aguas o parecían haber sido sorprendidas en un momento de abstracción, apoyadas sobre una pierna o con los brazos cruzados, sentadas en un banco, arrodilladas y con la vista baja, en esa actitud que bien podríamos definir como de estar «perdido en los pensamientos»… fueron leyendo los nombres de las estatuas: Mari Carmen, Luisa, Ángeles, Sonia, Francisca, Elena, María Elena, María, Soledad… un universo sentimental, un mundo de tardes, de tristeza doméstica… en total eran doce —Ana, Gloria y Conchita eran las tres últimas…

al fondo estaba la Fuente Clara —parecía la portada de una basílica romana de proporciones formidables… la «entrada» o «portada», que alcanzaba unos sesenta metros de altura, estaba coronada por un arco de medio punto, que formaba algo así como el inicio del cañón de una bóveda… una pared de piedra alcanzaba hasta el nacimiento del semicírculo del arco, y formaba en la semicircunferencia definida por éste, algo así como la boca de una caverna, toda florecida de líquenes y flores de humedad, en cuyo centro, y como colgando de una pequeña acanaladura, pendía el rizo-cascada de la Fuente, que caía sonoramente (desde una altura de más de cincuenta metros) hasta un estanque semicircular, en cuyas orillas, un burro enjaezado de flores bebía (ya que era éste un ser vivo, es decir, no un elemento permanente de la construcción arquitectónica) con sonoros lengüetazos… el portalón estaba como labrado en la ladera de una colina o farallón natural, y construido con esa piedra entre ocre y dorada que Block había encontrado tantas veces en los edificios de Países (por ejemplo, en los hoteles del paseo de los Tilos, a lo largo del Obrantes)… la fachada de basílica de la Fuente Clara tenía una profundidad de dos o tres metros —es decir, ésta era la distancia que había entre el dintel y el muro de piedra interior, a cuyo pie justamente nacía el estanque semicircular que recibía el chorro de las alturas… el arco, por tanto, flotaba exactamente sobre las aguas; cuando levantaron los ojos, Block vio que de allá arriba colgaba lo que parecía ser un huevo de avestruz —algo así como si la sugerencia de esfericidad perfecta que evocaba el arco de medio punto, se viera coronado por un ejemplo de esfericidad imperfecta, venido del mundo natural… tanto las piedras del marco o del arco, como las de la pared que servía de fondo, estaban recorridas por vetas de humedad y largas y verdosas babas de liquen… allá arriba, no muy lejos del fino chorro de agua, había un gitano sentado, con una vara de mimbre entre las manos (era difícil imaginar cómo había podido llegar hasta allí) —y entonces toda la Fuente Clara parecía de pronto el marco vagamente sobrenatural, casi mitológico, de esta escena costumbrista y romántica formada por el asno que bebía de las inquietas aguas y el gitano, su dueño, que le contemplaba desde lo alto…

la belleza, la tranquilidad de la escena hablaban por sí solas… no había nada que observar ni que comentar allí, y por eso, después de sentarse un rato en uno de los bancos de piedra que rodeaban la plaza semicircular de losas rosadas en torno a la Fuente Clara, y de disfrutar de la paz del lugar y de la misteriosa fuerza que transmitía el sonido del agua cayendo desde las alturas, se levantaron, y, volviendo sobre sus pasos, continuaron su camino…

llevaban unos minutos caminando en silencio cuando apareció ante sus ojos la verja circular de la jaula del elefante de Lamberto, situada en un amplio claro entre los árboles

—¿qué es eso? preguntó Block, viendo al extraño animal que había al otro lado de los barrotes

—es el elefante de Lamberto

—¿
eso
es un elefante?

—no es «un elefante», explicó Jaime con paciencia, es un elefante de Lamberto

el elefante de la isla de Lamberto, uno de los últimos representantes de esa extraña especie animal, era un ejemplar de más de cuatro metros de altura, un macho gigantesco de piel color azul muy intenso, casi añil, que debía rondar los doscientos años… los elefantes de Lamberto no tienen colmillos como los elefantes africanos o asiáticos, y su trompa, mucho más gruesa que la de éstos, termina en una especie de almohadilla carnosa que se balancea a ras de suelo… las orejas son también características: son muy grandes y finas, y están troqueladas en forma de ala de mariposa; los elefantes de Lamberto las mueven con suavidad, las hacen aletear, las pliegan, y son capaces de expresar con ellas una extensa gama de emociones… en las épocas de celo, furiosos y tiernos meses pre y postmonzónicos durante los cuales van entre los helechos gigantes de su isla natal barritando dulcemente y olfateando sutiles y turbadores rastros de almizcle en el vasto aire lleno de lluvia, su piel se torna de un color más claro, casi azul celeste, y sus orejas de mariposa se abren como alas…

los niños se acercaban a la jaula y le ofrecían al elefante sus pagodas de azúcar hilado a través de los barrotes; los pisaverdes golpeaban en los barrotes y le llamaban «Dumbo»

—es una vida triste, dijo Estrella… ni siquiera pueden traerle una elefanta para que se divierta con ella, porque seguramente ya no quedará ninguna… a no ser alguna pesada abuela de cuatrocientos años, escondida en alguna cueva inaccesible

—entonces, ¿es el último ejemplar?

—uno de los últimos… esta clase de elefantes sólo pueden sobrevivir en la isla de Lamberto, y allí cada vez hay menos selva, sobre todo desde que se ha puesto de moda como sitio de veraneo de la
jet-set
… han intentado aclimatarlos en África, pero los leones los devoran nada más bajarlos del barco

—pero los leones no devoran a los otros elefantes

—no, dijo Estrella, pero los elefantes africanos son bestias feroces al lado de los de Lamberto

Block imaginó una isla verde en los océanos del sur, donde los elefantes azules combatían a los rascacielos en medio de las mariposas y las orquídeas salvajes… casinos e hipódromos se levantaban en el fondo de lagos desecados, huían las bandadas de flamencos rosa buscando mejores tierras, las tortugas marinas se convertían en sopa en los restaurantes de los hoteles de lujo, transparentes piscinas con olas artificiales, elegantes campos de golf, se construían sobre el asesinato de los animales y de los árboles

—los elefantes de Lamberto, explicó Jaime, son animales acuáticos y estrictamente vegetarianos… viven en la orilla de ríos y lagunas, donde su color les sirve de camuflaje, ya que a pesar de su tamaño gigantesco están entre los animales más débiles e indefensos que existen en la naturaleza… generalmente viven solos, sin formar manadas, y sólo en las épocas de celo, durante los monzones, se les ve andar en parejas… con hierba, juncos y ramas secas construyen una pequeña cabaña en las orillas de la laguna donde viven, y cuando nace su cría la esconden allí (ya que en los primeros meses una culebra, una oruga, un simple mosquito venenoso pueden acabar con su vida) y allí la alimentan secretamente y le enseñan las primeras palabras… los elefantes jóvenes muestran a menudo deseos de atacar a los pequeños mamíferos (ratones, conejos) o de pescar lucios, ranas o salmones en los ríos, pero sus progenitores les disuaden suavemente y les hacen vegetarianos ofreciéndoles mangos deliciosos, hojas de
ndolé
, moras blancas y flores de trébol… ¿qué sucedería si uno de estos pequeños animales de instintos carnívoros fuera apartado de sus padres? ¿se volvería vegetariano naturalmente o seguiría alimentándose de animales hasta convertirse en un depredador sanguinario?

en uno de sus paseos circulares por el interior de la jaula, el elefante se acercó a ellos y les contempló a través de los barrotes con una especie de humana interrogación en sus grandes y lánguidos ojos…

continuaron caminando, hablando de animales, de zoológicos, de los grandes ríos del mundo (el Zambeze, el Amazonas) y Estrella dijo que le gustaría entrar una noche en el parque Servadac y dejar en libertad al elefante de Lamberto; luego especularon sobre cómo sería posible sacar al elefante del parque, aunque el plan de Estrella era más sutil: no se trata de sacarlo, dijo, sino de llevarlo hacia la parte interior del parque para que viva allí en libertad, en los lagos que hay al otro lado de la escalera de Cartago, duchándose en las cascadas y alimentándose de flores y de hojas; podrían estar años sin encontrarle…

hablaron de los grandes animales que debían morir para dejar lugar a animales más pequeños y crueles, hablaron de las artimañas y de los trucos y de la increíble rapacidad de los animales pequeños, y del aroma de tiempos antiguos que dejaban los animales grandes, de la generosidad y la olvidada cortesía de los dinosaurios, de las poéticas ballenas, de los melancólicos elefantes de Lamberto…

estaban en lo alto de una colina de césped desde la que se dominaba una buena porción de aquella parte del parque Servadac… un canal por el que se deslizaban las góndolas, unos campos de badminton, una rosaleda… a sus pies, una de las vistas más arcádicas que ofrecía el parque: el Palacio de Cristal y la isla de los náufragos del
Titania
… el Palacio estaba rodeado de sauces, los cisnes se deslizaban por entre los troncos de los abetos hidrópicos del estanque… un camino descendente les llevó, pues, hasta el Palacio de Cristal, cuyas colecciones de tapices visitaron, disfrutando de las eruditas y al mismo tiempo apasionadas explicaciones de Estrella, y tirando de ella de tapiz en tapiz para sacarla de frecuentes éxtasis… Jaime les mostró la «marca de Amberes» que había en varios tapices, particularmente en el famoso
Recibimiento de los embajadores polacos
, y que representaba o bien un escudo con dos manos abiertas, o bien una puerta o arco del triunfo coronada por esas mismas manos

en los labios de Estrella apareció un gesto de buen humor y de incredulidad cuando Jaime empezó a exponer su propia interpretación de la marca: no se trataba, en realidad, de dos manos, decía, sino de la representación esquemática de dos hogueras, de las lenguas de las llamas; el segundo de los dibujos era, por eso, una indudable representación de la Puerta de Fuego (decía Jaime, mostrando su habitual sonrisa desdeñosa, como si ni siquiera él mismo creyera en lo que decía), una de las cuatro puertas de la Región Confabulada… un enorme tapiz en la sala central del Palacio, representaba, por el método de escenas diacrónicas que se incluyen en un único y casi ilimitado paisaje sincrónico (o, mejor, pancrónico) el Viaje a la Isla de Grecia, con una representación al fondo de la Construcción del Arco Invisible… Estrella les mostró cómo los ciervos buscaban la sombra del arco invisible, cómo las flores orientaban sus corolas hacia la luz y cómo algunos líquenes trepaban ya por las hendiduras de la imperceptible piedra, ya que el arco «existía» realmente y sólo permanecía invisible a los ojos humanos… bajando las escaleras del Palacio, que se hundía directamente en las aguas, subieron a una de las barcas que esperaban en el embarcadero, y el fornido marino de agua dulce que dormitaba allí, después de ayudarles a subir, se instaló en la popa y hundió la pértiga en las aguas verdosas, impulsando el
punt
en dirección a la isla de los náufragos del
Titania
, situada en el centro del estanque… la representación de las escenas de la vida de los náufragos, uno de los orgullos de Países, se llevaba a cabo mediante una cuidadosa reconstrucción de los hechos basada en datos de los periódicos de la época y también en el testimonio de los náufragos sobrevivientes; algunos de los náufragos participaban en las representaciones, aunque debido a la enorme diferencia de edad nunca se representaban a sí mismos… era el barquero el encargado, entre bostezo y bostezo, de recordar los hechos históricos (que Jaime y Estrella conocían de memoria) mientras la barca avanzaba lentamente hacia la falsa isla tropical… el
Titania
, uno de esos enormes transatlánticos de moda en los años veinte, había naufragado la noche del 12 de noviembre de 1927 al chocar contra unos arrecifes de coral, cerca de una de las islas más orientales de un archipiélago desconocido del sur del Pacífico —en un mar en perfecta calma, con la cubierta llena de alegres pasajeros que contemplaban los peces voladores y fumaban los habanos que había repartido el capitán durante la cena con motivo de su cumpleaños… no hubo ninguna víctima, y los 2.000 náufragos pudieron salvarse y llegar a tierra firme sin demasiadas dificultades; el barco tardó casi una semana en ser arrancado de las rocas por las olas y las corrientes para ingresar en los salados archivos del océano, y durante esos días los náufragos tuvieron tiempo de vaciar las despensas y de llevar a tierra infinidad de objetos que podrían serles útiles en su vida en la isla… cuando el
Titania
se hundió para siempre en el océano era prácticamente un cascarón vacío: los náufragos llevaron a tierra hasta mesitas de tocador, espejos de tres cuerpos, visillos bordados, armarios, copas de cristal, cuberterías de plata… un piano de cola, una colección de mariposas digna de un museo, miles de vestidos de noche, una red de tenis, las peceras del Salón Marino, con todos sus peces siameses entrando y saliendo por las ventanas de los castillos sumergidos… la isla resultó un lugar agradabilísimo, llena de frutas, agua dulce y amables mamíferos que se dejaban cazar y asar con facilidad desconcertante… no había alimañas, ni mosquitos, ni caníbales, no hacía demasiado frío ni demasiado calor; los limones, patatas, tomates, arroz y judías que plantaron crecieron sin problemas; había abundante madera, con la que construyeron amplios y confortables bungalows que luego amueblaron al estilo europeo con las cortinas, alfombras y muebles sacados del barco —y entonces, comenzaron sus vacaciones… a finales de la II Guerra Mundial, un piloto americano, extraviado en un vuelo de reconocimiento, «descubrió» al oriente de las Tiwu-Rai un grupo de islas desconocidas, en una de las cuales pudo fotografiar lo que parecían edificaciones militares y aeropuertos camuflados entre los árboles; los barcos de guerra enviados a inspeccionar la zona, se encontraron con una isla llena de sonrientes y excitados europeos, vestidos con ropas viejísimas o apenas vestidos, que resultaron ser los náufragos del transatlántico
Titania
, desaparecido 20 años atrás… hicieron falta varios barcos para repatriar a todos los náufragos, ya que la población había aumentado considerablemente en todos aquellos años y había incluso una segunda generación de niños ya nacidos en la isla —y aquí el barquero dejó su narración, levantando al mismo tiempo la pértiga para dejar que la embarcación continuara deslizándose por su propio impulso…

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