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Authors: Andrés Ibáñez

Tags: #Fantasía, Relato

La música del mundo (35 page)

qué hermosa realidad nos aguarda —en el universo oído: había una milenaria batalla entre los dos hemisferios, pensó Block inexplicablemente, había vencido el hemisferio visual y los colores reunidos en concilio se habían repartido el mundo, pero el hemisferio del oído enviaba suaves mensajes sin imagen, sin colores, y «por todas partes, en el mundo, en aquella época, era posible, si uno se paraba a escuchar con atención, oír música lejana… había música en las mesas de madera, en las cuartillas, en los bolsos de cuero, en los azucarillos, sólo era cuestión de tener el oído lo suficientemente fino…»

—¡Estrella!

alguien les llamaba desde lejos —elfos o espíritus del campo, sirenas en el aire…

les llamaban desde lo alto de una ladera: «¡Estrella!» gritaban agitando los brazos, y ellos subieron y se encontraron con un alegre círculo por el que corría una vespertina botella de vino rosado, «nuncio de la noche», casi todos amigos o conocidos de Jaime y Estrella… estaban sentados en una zona de sombra salpicada de «charcos de sol»; las mujeres se habían puesto margaritas en el pelo y unas cuantas se habían quitado las faldas y las camisas y tomaban el sol en bikini o medio en bikini… todos estaban descalzos, algunos leían revistas triviales o libros de moda como
Bella del señor
,
El perfume
o
El nombre de la rosa
, con gafas de sol o sombreros de paja; en el centro del círculo, dos mariposas azul-anaranjado se hacían el amor en el aire… Estrella y Jaime presentaron a Block a todo el mundo, pero Block no consiguió recordar ni un solo nombre —excepto el de Mara («Maravillas»), que él relacionó con el malvado enemigo del
Bodhisattva
—con lo cual, mientras saludaba a la muchacha, viajaba mentalmente desde el diablo hasta una poliantea… los recién llegados se sentaron y entonces Block sintió que el atractivo del lugar se debía no sólo a la razonable sombra y a los excesivos colores de las flores, que crecían aquí y allá por entre los pies desnudos, sino también a que era la mejor gente que había en el mundo, y la más agradable… le gustaban sus sencillas ropas de terrosos colores claros, sus detalles insólitos: un sombrero jerezano, un chaleco de cuero marroquí, su alegre indolencia para vivir, su sencilla forma de ser amigos y reunirse para charlar y tomar el sol sobre la hierba… habían llevado fruta, que finalmente a nadie le apetecía comer y a Block le gustó esta imprevisión, este arcádico deseo de «habitar» el lugar, blancos platos de papel donde las ciruelas y las uvas empezaban a estropearse y a atraer la atención de sorprendentes insectos —el gesto fracasado de un imperfecto soñador…

el círculo era lo suficientemente amplio como para que, sin contar con los que ya habían llegado a las escenas eróticas entre Arianne y Solal de esa novela indostaní que tan furiosamente leían los paiseños, se desarrollaran varias conversaciones al mismo tiempo: en una de ellas se hablaba de viajes, en otra de espectáculos y en otra de lo que podríamos denominar «asuntos locales»…

varios de ellos, Roper, Marisol, el especialista, Mabu, acababan de llegar de Almería, y contaban su viaje a los demás —morenos como los nativos de una isla tropical, y con ese brillo en los ojos, con esa placidez

—volvimos ayer por la noche, dijo Marisol

—y ¿qué tal?

—genial, dijo Marisol; un soplo de oxígeno puro recorría el arco de la i, la a, la l… genial, bueno, como siempre, jajá, qué os vamos a contar

—pero ¿habéis estado ya allí? preguntó Agustina, ¿habéis bajado ya…?

—yo estoy deseando bajar a la zona de Gata, dijo Ponce

—¿no has estado nunca por allí? ¿de verdad? vas a alucinar, le decía Roper… vas a a-lu-ci-nar como un loco

—pesca submarina cantidad, decía Mabu, pero cantidad… bajábamos sin arpones, sólo con gafas y aletas… para mirar; a mí me encanta mirar a los peces…

—pero Níjar está en el interior… uno de los sitios más alucinantes son las minas abandonadas de Rodalquilar —el especialista siempre ponía la guinda… no, este año no fuimos; había más gente que nunca, por todas partes…

—las minas abandonadas de Rodalquilar, repetía Ponce fascinado…

¿qué significa «Almería» para ellos? pensó Block… la palabra se abría como las hojas de una pita, de cuyo corazón surge un árbol fino y delicado como una gacela (cf. Las
eras imaginarias
, era filogeneratriz), y estos árboles simplificados crecían por doquier, por los campos rojizos, vagamente volcánicos, nutriéndose de las rocas y de la tierra roja y de la tierra salada… había en aquellas latitudes una intensa vida secreta, ya que lo que a vuelo de pájaro parecía un feroz desierto, un roquedal baldío, estaba en realidad cubierto de una vegetación mágica y diminuta, espolvoreado de flores… ¿qué significaba Almería para ellos? dentro de su gramática preestablecida (la que existe en todos los grupos de antiguos amigos), el venero de frases sorprendentes, de frases con asterisco, en su amistoso y cerrado sistema de
topoi
, el viento de África y la luz de las cosas; eran Almería en el sentido en que un santuario o la explanada que hay frente a un templo, donde suceden los éxtasis o los milagros —y que cualquiera termine la frase…

Jazmín y Roper habían estado tocando dos semanas en el club Georgia, en Almería ciudad, con «Mardigras», dos semanas con poca luz del día y demasiada cocaína, y luego Roper se había ido con ellos y había oficiado de guía-hierofante (traducción de una traducción de Jaime a Block)… tenían un viejísimo Dauphine blanco, y con él rodaban en dirección al cabo de Gata, una de esas mañanas limpias y casi excesivamente llenas de oxígeno (¿sabéis cómo huele el ozono? decía Marisol, es alucinante oler el ozono, allí en las rocas al lado del mar, en la playa del cabo de Gata, es que te… te flipas…) por las marismas, una enorme extensión llena de pitas y chumberas y lagunas, donde la carretera de pronto se vuelve loca, pierde la dirección y zigzaguea de un pueblacho a otro, acercándose y alejándose de la masa color siena de la sierra de Gata, levantada con todas sus crestas y barrancos como un dibujo escolar… allí, cerca del faro del cabo de Gata, en medio de calas azules y terroríficos roquedales negros, unos amigos de Jazmín tenían un bar (sin agua durante la mayor parte de los días que pasaron allí) construido encima de una gran plataforma de hormigón —era casi igual que tener un bar en la luna, todo era allí muy barato y ellos se pasaban la mañana entrando y saliendo por las puertas con espantamoscas de abalorios azules y rojos, bebiéndose su propio jerez y poniéndose morenos… desde allí hacia el norte, todo eran rocas y sol; las carreteras se bifurcaban sin explicaciones, el asfalto desaparecía, de pronto el coche rodaba por caminos de macadam o de grava, caminos de tierra roja que daban vueltas una y otra vez a las lomas, de tierra siena o sepia, de tierra casi color burdeos, en medio de los macizos de chumberas —a lo lejos, al pie de las montañas color burdeos crecían bosques de palmeras… en los valles, en dirección a San José, encontraban oasis de palmeras a orillas de ramblas secas, cañaverales agostados… había pescadores en San José, supermercados baratos para veraneantes con poco dinero y también barcas de pescadores descansando en lo que parecía un intermedio entre boca de la rambla y calle principal, y los pescadores, sentados en pequeñas sillas de enea pintadas de azul, cosían las redes, extendidas despreocupadamente y sin miedo a los automóviles… los automóviles morían muchas veces al día en los arenales, allí donde había coches el ambiente era polvoriento, y las figuras de los que bajaban a la playa con caballitos rojos y enormes transistores plateados, aparecían envueltos en una neblina blanca, indiferentes, alimentados tan sólo del sol y de algún pescado frito encargado a los lánguidos habitantes después de largos y perezosos minutos de regateo…

sí, aquél era un buen lugar para empezar a conocer el ritmo absorto de los habitantes de esta región, que también parecían ciudadanos de la luna: pescadores de la luna, que se molestaban quién sabe por qué (aunque más por cortesía que por negocio) en alquilar habitaciones y hacer comidas para los visitantes terrestres, siempre demasiado insolentes, y a los que contemplaban con un cierto desprecio y al mismo tiempo con asombro —ya que siempre salir un poco de la pobreza representa una molestia… eran bares deliciosos, donde los servicios eran cómodos y espaciosos como el cuarto de baño de una casa, y donde el jerez estaba caliente y los calamares eran de lata: cada vez que había que hacer una cuenta tardaban media hora para encontrar un bolígrafo (verde o rojo) y un trozo de cartón, ya que los auténticos habitantes de esta zona eran taciturnos y silenciosos y parecían todos sentir el suave mal humor de una roca o una chumbera obligados a ponerse unos pantalones azules y unas sandalias y a comportarse como seres humanos (abrir botellas de cerveza, encontrar un cuchillo para el pan, realizar operaciones aritméticas) —a Block todo aquello le parecía infernal y muy poco divertido… ¿tú no venías buscando el sur, viejo? le dijo Jaime: pues eso es el sur… yo no busco el desierto, dijo Block… ah, pero el desierto no existe, dijo Efaín; en el desierto hay animales, plantas, lluvia, ríos, pueblos y anuncios de coca-cola… el desierto está lleno, y esto es lo que hay que entender del desierto… ¿qué desierto conoces? preguntó Block con interés… el Sahara, claro, dijo Efaín, sobre todo al sur de Argelia, desde Gardáïa a Tamanrasset, y algunas zonas del Tassili…

pero sigamos, con nuestro Dauphine blanco… Freixas era el nombre de alguien que, después de aburrirse de lo lindo varios años trabajando en Iberia, había decidido vivir desnudo en una cueva de Almería, alimentarse de plantas y de sol y no hablar casi con nadie; Roper solía visitar al anacoreta un par de veces al año, meditaban, hacían ejercicio, bebían infusiones de hierbas arrancadas por allí cerca, se bañaban desnudos y cuando se hacía de noche fumaban hachís en silencio… el Dauphine blanco se portó muy bien, les llevó a los rincones más perdidos, por la Loma Pelada, caminos silvestres en medio de construcciones cúbicas coronadas con grandes cúpulas blancas, parecidas a mastabas africanas, rodeadas de palmeras… Rodalquilar era un pueblo achicharrado por el sol al lado de un río lleno de cañaverales, con construcciones de adobe y elegantes casas pintadas de blanco y amarillo que nunca se habían acabado de construir, después, la carretera cruzaba paisajes cada vez más rocosos y montañosos, y las playas eran más inaccesibles —aunque nunca estaban desiertas del todo… el mar era verde, transparente, por allí nadaban medusas rosadas y el fondo estaba lleno de erizos y de actinias; allí, tendidos en grandes rocas planas de color dorado, completamente desnudos leían
El País
o comían albaricoques y se encontraban a famosas del cine o de la canción con las tetas al aire y con gafas negras, acompañadas de sus famosos compañeros, porque aquellos rincones perdidos del mundo estaban más transitados que los bares de moda de Países… ponían sus tiendas de campaña en estas playas y se pasaban días y días dorándose bajo el sol y bañándose, subiendo a comer a Las Negras (operación en la que invertían de cuatro a cinco horas cada día) y jugando al mus y fumando hachís en la tarde-noche… también los dueños del restaurante de Las Negras eran amigos; el restaurante estaba en una terracita cerca de la playa, con enormes mesas de mármol demasiado altas y demasiado grandes, y aunque nunca había demasiados clientes siempre había que esperar durante horas… bebían cerveza tras cerveza, leían o jugaban al ajedrez, y cuando la comida llegaba ellos ya estaban suavemente borrachos y embriagados de sol —la comida era deliciosa, solían pedir paella de pescado, o pescado frito, y Mabu se quejaba de que la paella tenía demasiado tomate, o alguien esbozaba alguna extraña teoría sobre alimentación y apartaba un determinado ingrediente con la punta del cuchillo, dejándolo en el borde del plato, o aseguraba que tal comida hecha de tal manera era especialmente peligrosa, o que las zanahorias eran dañinas en agosto, o que tal o cual inocente fruto del campo era perversamente rociado de veneno durante su cultivo y todos comían bastante asustados…

por la noche ponían música cósmica (Miles Davis, Coltrane —o el Art Ensemble si no había quien lo impidiera), bebían algo, fumaban, o simplemente charlaban sobre temas de filosofía; no solían acostarse tarde, porque el sol salía muy pronto y sus feroces reverberaciones convertían a las pequeñas tiendas de campaña en hornos en los que no era posible respirar ya a las nueve de la mañana; a menudo se daban baños nocturnos, todos desnudos, baños de luna y luego baños de olas, jugando con el agua negra bajo el claro de luna, y luego subían a dormir o a amarse en las tiendas, y algunos subían con una manta a las dunas cubiertas de uña de gato, caminaban por entre las dunas hasta sentir el pasto seco en las plantas de los pies desnudos, y allí, sobre la hierba suave y seca tendían la manta, contemplaban las constelaciones celestes, unían sus susurradas palabras de amor a la anónima noche, imaginaban estar fundidos con el viento, las olas y la arena, y un pájaro del desierto que cantaba en medio de las rocas de la noche les atravesaba con su grito de fiera soledad…

cuando se levantaron y dejaron el grupo, envueltos en las calinas ardientes de Almería y en el distante sonido del mar, extendido ante el pabellón de sus oídos como una gran tela azul llena de flores y arena, Jaime, Estrella y Block, era inevitable, empezaron a hablar de viajes… el relato de Roper había excitado su imaginación de viajeros imperfectos y ahora Jaime y Estrella se sentían de nuevo devorados por el suave buitre de su viaje no realizado, y hablaron sobre las islas del archipiélago, extendidas bajo el vuelo de las grullas, sobre los bellos países lejanos, sobre las inmensidades de Asia, las montañas de algodón, las mezquitas, las piedras calcinadas, y finalmente se quedaron sumidos en esa peculiar sensación de ansiedad y melancolía que producen los viajes… en realidad, dijo Block después de un silencio, yo no he viajado nunca… me siento como una especie de provinciano, después de oíros… como una especie de ignorante… ¿cómo que no? dijo Jaime… yo creo que te has pasado la vida viajando… no, no, no es lo mismo… mi primer viaje de verdad ha sido venir a Países… porque para mí también es muy importante la sensación de estar lejos, y lo que yo buscaba viniendo a Países era eso, precisamente… Estrella le miraba con curiosidad, ahora que Block se había asomado a esa especie de exterior donde las palabras aparecen como desnudas y débiles, en el límite de la dotación del diccionario… si yo hiciese un viaje, continuó Block, me gustaría hacerlo con vosotros… ya habían pasado las primeras horas de calor, y ahora la temperatura era muy agradable; corría el viento por las extensiones del parque Servadac, arrancando pétalos lacios de los moribundos tulipanes de la avenida de los Reyes de Verdulia, moviendo las copas de los pinos en el jardín de los camaleones voladores y enturbiando los brillos de las turquesas que dormían en el fondo del peligroso lago de las sirenas; éste, pensó Block, era el viento del Tiempo, soplando desde las edades inmemoriales y arrastrando unas sobre otras imágenes de tierras doradas, de mares lejanos… Ruth, llorando en medio de los campos de maíz, y las velas de los sampanes cruzando el mar de China…

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