La noche de Tlatelolco (38 page)

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Authors: Elena Poniatowska

Tags: #Historico, Testimonio

—Vaya usted a Traumatología, de Balbuena.

Durante el trayecto Chelo y yo no hablamos una sola palabra. En Traumatología no había sino heridos y no me dejaron verlos. Además ninguno correspondía a la descripción que yo daba. Desesperada, volví a preguntar dónde podría haber más cadáveres y me dijeron que en el Rubén Leñero, pero que allí no me iban a dar ninguna información porque todos estaban en calidad de detenidos. Después supe que había cincuenta y ocho estudiantes heridos. No había muertos. A un muchacho agente del Ministerio Público le di los retratos de mis hijos y regresó a decirme:

—No, no están allí. Ninguno se parece a las fotos.

En todas partes era una romería de gente buscando a sus muertos o a sus heridos. Me trasladé a la Tercera Delegación, cerca de la Lagunilla. Al llegar estaban las calles llenas de humo, como si hubiera mucha neblina y era porque se estaba quemando un camión y despedía una gran cantidad de humo. Pregunte a los policías si se podía entrar a la Tercera Delegación y uno de ellos me contestó que sí:

—Entre, para que le sirva de escarmiento.

Entonces me formé porque teníamos que hacer cola. Pasábamos de cinco en cinco. Le dije a mi hija:

—Chelo, espérame, tú no entres.

Caminé por un pasillo y llegué a un cuarto muy frío; lo sentí más frío que el de la Cruz Roja. Allí lo primero que vi fueron siete cadáveres como de doce a quince años, pero estos niños ya estaban identificados. Por eso estaban separados del grupo. Como era la primera impresión así que recibía, creí que nada más ésos eran los cadáveres, pero mis ojos empezaron a recorrer el cuarto y vi tres planchas de piedra y arriba estaban tres cadáveres de tres ferrocarrileros con la cabeza deshecha por bala expansiva. Los reconocí por el paliacate amarrado al cuello y por la camisa de mezclilla azul. Abajo de ellos estaban los demás cadáveres. Lo primero que vi fue a una mujer que iba a dar a luz y el feto se le estaba saliendo porque las balas expansivas le habían deshecho el vientre. Más tarde pregunté a Cosme mi marido: «¿Cómo pueden quedar así?» «Porque es bala expansiva», contestó. Un poco más lejos descubrí a la edecán morena, de pelo largo, muy bonita, con su cara muy serena, el pecho deshecho, como floreado, todo lo rojo lo tenía abierto y sentí que ella seguramente tenía más frío que yo porque me quité el suéter y se lo aventé. Estaba desnuda del vientre para abajo y me dio mucho dolor que estuvieran sus partes así, a la vista de todos. Había otros cadáveres —doce más—, todos amontonados, puros ferrocarrileros y le pregunté al policía:

—Bueno, ¿y por qué puros ferrocarrileros? ¿Y los estudiantes?

—Ésos no llegaron aquí.

—Entonces, ¿dónde están?

—Pos vaya al Campo Militar número 1.

Allá mismo, en la delegación, un teniente coronel a quien le pregunté cómo podría entrar al Campo Militar número 1 me dijo:

—Es inútil, señora, no vaya, allí no le darán razón de nada. Es inútil acercarse.

Salí trastornada de la delegación, porque fue muy duro; camine, caminé, creía que estaba soñando un sueño que me producía frío, y seguí caminando por la lateral de todo el Paseo de la Reforma recargándome en las paredes. Ni siquiera veía a Chelo, no la sentía siquiera caminar junto a mí. No hablamos. Ella no me preguntó nada. De la Reforma anduvimos hasta la casa. Fueron llegando, Cosme:

—Nada.

Mi hijo Pepe:

—Nada.

Espere quince días para tener noticias. Recuerdo que me pasaba largas horas en la ventana esperando. Yo sentía náuseas. Estaba débil y desesperada. Y yo soy una mujer fuerte. Durante quince días no comí formalmente por el estado de ánimo en que me encontraba. En realidad, casi nadie comía; sólo líquidos. Jamás nos volvimos a sentar a la mesa. A los quince días encontré a
Pichi
en la cruja H de Lecumberri y lo soltaron por falta de méritos. A Eduardo lo localizamos cuando le informaron a mi hijo Rogelio en su trabajo que estaba en el Campo Militar número 1. ¡Estaba vivo! A lo mejor quedé traumada, pero es bien difícil no estarlo. Cuando trasladaron a Eduardo a Lecumberri, fui con su novia a verlo. Sólo nos dejaban pasar unos minutos a una de las dos a la H, y ella me dijo:

—Vaya usted, señora.

Todo lo que nos había pasado me dio mucho valor porque ver a Eduardo en Lecumberri bajar por la escalera de la crujía como un topo, cogiéndose de los barandales y reconociéndome sólo por la voz, pues le grité: «¡Eduardo, aquí estoy!», es algo que jamás olvidaré. Bajaba así cogido del barandal, porque lo habían golpeado tremendamente y porque no tenía lentes. Sólo la voz lo guiaba. Desde los cuatro años ha tenido que usar lentes, ve muy poco, son lentes de mucho aumento, cristales muy gruesos, por eso todos le dicen: el
Búho
.

Rejas

Junta más las rejas carcelero,

no las dejes de juntar,

que por más que las juntares

nunca podrás atrapar

las ansias de libertad.

Te sugiero que también

pongas rejas hacia el cielo,

no sea que el pensamiento vuele

y te cause sinsabores.

Una mañana cuando leí que llevaban a operar a GDO de su Ojo, le hice un epigrama:

Los doctores se preocupan

de dar luz al que la quita.

¿No sería más conveniente

darle tantita cicuta?

Le voy a traer mis versos, no para que los publique ni nada, sino para que me diga si están bien. Ponga mi nombre, póngalo, después de lo que vi, ¿qué más me podría pasar? ¿Qué más me podrían hacer a mí si ya tienen a mi hijo preso?

• Celia Espinoza de Valle, maestra de primaria y madre de familia.

Llevaron cadáveres al Campo Militar número 1. Un amigo contador fue por el cadáver de su mamá y le dijeron que se lo daban a condición de que firmara que su mamá era una peligrosa agitadora. Firmó todo. Todo. Su mamá era una ancianita que estuvo en Tlatelolco, por pura casualidad.

• María de la Paz Figueroa, contadora pública.

La Delegación de Tacuba —Novena— reportó haber recibido el cadáver de un estudiante, Guillermo Rivera Torres, de 15 años, de la Vocacional 1. Afirmó el agente investigador en turno que el joven fue trasladado aún con vida al Hospital Central Militar, donde murió, y posteriormente el cadáver fue llevado al anfiteatro de esa agencia investigadora.

Por su parte, la Tercera Delegación informó a las 2.10 horas, que el número de cadáveres que había recibido hasta esa hora ascendió a 18.

También se informó allí que habían sido ya identificados los cuerpos de Leonardo Pérez González, empleado de Educación Pública; Cordelio Garduño Caballero, alumno de la Preparatoria 9; Gilberto R. Ortiz Reinoso, del cuarto año de la Escuela Superior de Ingeniería Química; Luis Contreras T., José Ignacio Caballero González, empleado de 36 años y Ana María Touchet.

La Cruz Roja reportó tener 4 muertos: dos muchachos, el ambulante Antonio Solórzano García y una señora.

El puesto de socorro de Balbuena reportó muerto a Cecilio León Torres, recogido en las cercanías de Tlatelolco.

A las 23 horas había en el anfiteatro de la Tercera Delegación 14 cadáveres, llevados allí por ambulancias de las Cruces Roja y Verde. Entre ellos se encuentran tres mujeres: una joven de unos 23 años; una señora de unos 35 que estaba encinta y otra mujer, de unos 40 años. Hay dos hombres que sobrepasaban los 30 años y nueve cadáveres parecen pertenecer a estudiantes. Sólo se podía identificar a tres o cuatro de esos muertos, pero hasta no realizar los trámites legales no se dará a conocer ningún nombre, indicó el agente investigador (después fueron llevados cuatro más).

Por su parte, la Secretaría de la Defensa Nacional reportó muerto al cabo Pablo Pinzón Martínez, del 44 Batallón de Infantería.

Hasta las 0.45 horas de hoy, los informes recabados por nuestros reporteros indicaban un total de 25 personas muertas y más de 70 heridas durante los trágicos sucesos de Tlatelolco.

• «Lista Parcial de Muertos y Heridos en la Refriega», Novedades, 3 de octubre de 1968.

MUERTOS:

Cruz Roja
: Manuel Telésforo López Carballo, Antonio Solórzano Gaona y tres desconocidos, una señora de aproximadamente 55 años y dos jóvenes de 18 y 25 años, aproximados.

Hospital Central Militar
: Cabo Pedro Gustavo López Hernández.

Rubén Leñero
: Carlos Beltrán Maciel o desconocido. Éste fue arrojado desde un coche a las puertas del Hospital.

Balbuena
: Cecilio de León Torres.

Tercera Delegación
: 18 cadáveres de personas que no fueron identificadas.

• «sangriento Encuentro en Tlatelolco», El Heraldo de México, 3 de octubre de 1968.

Las ambulancias de la Cruz Roja números 3, 4, 6 y 9, así como la 71 de la Cruz Verde y otra del Instituto Mexicano del Seguro Social, recogieron ayer por la noche de la Plaza de las Tres Culturas a 14 personas muertas, quienes presentaban heridas causadas por armas de fuego.

Las mismas quedaron en el anfiteatro de la Tercera Delegación, a reserva de que sus parientes las identifiquen.

Al parecer, fueron víctimas inocentes de los disparos, que hicieron grupos de francotiradores profesionales, que desde el edificio Chihuahua de la Unidad Nonoalco-Tlatelolco dispararon contra cualquier persona.

Solamente 5 de ellos fueron identificados. Los nombres de los muertos identificados son: Ana María Regina Teucher, como de veinte años de edad, estudiante del primer año de Medicina, no se sabe si del Politécnico o de la
UNAM
; otro es Gilberto Reinoso Ortiz, como de 24 años, estudiante del Politécnico, quien cursaba el cuarto año de Ingeniería Química Industrial; Cornelio Caballero Garduño, de la Preparatoria 9; Luis Contreras López y José Ignacio Caballero González, de 36 años.

Los otros cuerpos no llevaban ninguna identificación.

Hospital Militar

El Hospital Central Militar reportó a las 24 horas un muerto, el soldado Pablo Pinzón Martínez, quien recibió un proyectil en la región occipital izquierda que salió por la región temporal derecha. Se trata al parecer de una bala expansiva calibre 38. Pertenecía al 44 Batallón de Infantería.

• «29 Muertos y más de 80 Heridos en Ambos Bandos; 1,000 Detenidos»,
El Universal
, 3 de octubre de 1968.

La edecán se llamaba Regina; era muy guapa, muy joven y llevaba ese uniforme a rayas que les pusieron a todas.

• Socorro Lazcano Caldera, maestra de primaria.

Había belleza y luz en las almas de esos muchachos muertos. Querían hacer de México la morada de la justicia y la verdad. Soñaron una hermosa república libre de la miseria y el engaño. Pretendieron la libertad, el pan y el alfabeto para los seres oprimidos y olvidados y fueron enemigos de los ojos tristes en los niños, la frustración en los adolescentes y el desencanto de los viejos. Acaso en algunos de ellos había la semilla de un sabio, de un maestro, de un artista, un ingeniero, un médico. Ahora sólo son fisiologías interrumpidas dentro de pieles ultrajadas. Su caída nos hiere a todos y deja una horrible cicatriz en la vida mexicana. .

No son, ciertamente, páginas de gloria las escritas esa noche, pero no podrán ser olvidadas nunca por quienes, jóvenes hoy, harán mañana la crónica de estos días nefastos. Entonces, tal vez, será realidad el sueño de los muchachos muertos, de esa bella muchacha, estudiante de primer año de medicina y edecán de la Olimpiada, caída ante las balas, con los ojos inmóviles y el silencio en sus labios que hablaban cuatro idiomas, Algún día una lámpara votiva se levantará en la Plaza de las Tres Culturas en memoria de todos ellos. Otros jóvenes la conservarán encendida.

• José Alvarado, «Luto por los muchachos muertos»,
Siempre
!, no. 799, 16 de octubre de 1968.

Se presento muerto el joven Antonio Solórzano, de quien se dijo era socorrista de la Cruz Roja, aunque en los momentos de recibir las lesiones que le costaron la vida no se encontraba en labores de socorro; igualmente fueron presentados muertos una mujer desconocida de unos 55 años, un joven de entre 17 y 22 años al parecer estudiante, y otro desconocido.

• «La Situación Estudiantil. Los Balazos Partieron del Edificio Chihuahua, dice Cueto. Informó que Tres Agentes del Servicio Secreto Resultaron También Heridos, dos de Ellos Graves»,
El Día
, 3 de octubre de 1968.

Por otra parte, las informaciones suministradas por la Cruz Roja indican que allí fueron atendidos 54 lesionados; de éstos cuatro fallecieron y sólo se identificó al ambulante de 36 años de edad, Antonio Solórzano Gaona, quien cayó en cumplimiento de su deber. Se disponía a recoger a uno de los heridos cuando fue tocado por una ráfaga de ametralladora.

• «Francotiradores Abrieron Fuego Contra la Tropa en Tlatelolco. Heridos un General y 11 Militares; 2 Soldados y más de 20 Civiles Muertos en la Peor Refriega»,
El Sol de México
(matutino), 3 de octubre de 1968.

Regina, la edecán, tenía novio. ¿Sabes?, su papá es un médico creo que de origen alemán. Por eso Regina aprendió tantos idiomas, por su papá. Y por eso la escogieron como edecán. ¡Ese día andaba feliz!

• María Inés Moreno Enríquez, estudiante de la Universidad Iberoamericana.

La Cruz Roja reportó tener 46 heridos, casi todos de balas y algunos de ellos muy graves. Informó además, que cuatro personas que fueron llevadas lesionadas murieron en el hospital. No han sido identificados.

• «Se Luchó a Balazos en Ciudad Tlatelolco. Hay un Número aún no Precisado de Muertos y Veintenas de Heridas»,
Excélsior
, 3 de octubre de 1968.

Al día siguiente y en los días sucesivos la inseguridad creció notablemente. Había miles de personas desaparecidas y no se tenía ningún tipo de noticias acerca de ellas. Los rumores alarmantes y contradictorios enardecían los ánimos y provocaban estados de tensión extrema. En los hospitales se producían aglomeraciones durante todo el día, la gente revisaba una y otra vez las listas de heridos, recorría los anfiteatros a fin de reconocer los cadáveres y pasaban horas enteras en las puertas de las cárceles y las oficinas judiciales esperando la lista de los detenidos. Al ambiente de angustia se agregaba la indignación producida por la represión y agravada por la insolencia con que los funcionarios policíacos trataban a los que se les acercaban a preguntar por sus allegados. Ya desesperados, después de once días de no saber absolutamente nada de, Raúl, mi marido y yo pusimos un desplegado en el periódico, dirigido al Procurador General de Justicia de la República Mexicana.

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