• Carlos Galván, de Biblioteconomía de la
UNAM
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¡Fíjate nomás qué onda la de estos cuates! ¡Les hicieron la prueba de parafina hasta a los muertos!
• Ramón Ceniceros Campos, estudiante.
En realidad hubo pocas protestas públicas después del 2 de octubre. Posiblemente las silenciaron. O la gente estaba aterrada. El 3 de octubre los maestros y alumnos asistentes al mitin en Tlatelolco pusieron un desplegado en
Excélsio
r en el que decían que solamente podían hacer patente su más profunda indignación como seres humanos, que los únicos responsables de los hechos eran las fuerzas públicas tanto uniformadas como disfrazadas y que no había habido provocación alguna por parte de los ciudadanos asistentes: estudiantes, obreros, campesinos, familias y pueblo en general. También en el
Excélsio
r, el 4 de octubre, el Bloque de Pasantes en Paro de los Hospitales declararon que se sumaban a la indignación popular por este injustificable atentado en contra del pueblo reunido pacíficamente en Tlatelolco, y reafirmaron su decisión de continuar en paro total e indefinido como apoyo al Consejo Nacional de Huelga hasta la completa resolución del conflicto… El 5 de octubre, también en
Excélsior
, la Asamblea de Intelectuales, Artistas y Escritores protestó… Pero el Consejo Nacional de Huelga había quedado debilitado en su estructura orgánica y manifestaba ya claros síntomas de descomposición política. La policía perseguía y agredía a los que «estaban libres». Por estas razones, la indignación y el descontento popular no pudieron ser canalizados en acciones políticas de respuesta. Después de que el Consejo decretó unilalateralmente «la tregua olímpica» numerosos sectores combatientes quedaron aislados y fueron atacados duramente por las autoridades, prácticamente sin posibilidades de defensa. Total: ¡un desmadre!
• Félix Lucio Hernández Gamundi, del
CNH
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La masacre del 2 de octubre fue «justificada» por todos los sectores gubernamentales, los más impúdicos con ruidosas declaraciones públicas y los otros con un profundo silencio cómplice. No se oyó ni, una voz oficial de protesta por el asesinato de estudiantes salvo, fuera del país, la renuncia de Octavio Paz a la Embajada de México en la India.
• Raúl Álvarez Garín, del
CNH
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No creo que las imágenes puedan mentir… He visto noticieros, fotografías…
• Octavio Paz.
Tengo la impresión de que la gente fue tomada totalmente por sorpresa y que quedó como petrificada, La gente aún no comprende de qué se trataba. ¿Por qué? ¿Qué es lo que había debajo? ¿Quién es el responsable?
Lo que más me llamó la atención es que ocho días después los Juegos Olímpicos se inauguraran como si nada en medio de una calma al menos aparente… Lo que en cualquier otro país bastaría para desencadenar una guerra civil, aquí no ha trascendido más allá de los días de tensión que siguieron a Tlatelolco.
Estoy tan aterrada ante Tlatelolco que a veces me pregunto si es verdad. No hago un juicio moral sobre Tlatelolco, lo único que puedo decir es que no entiendo. ¿Por qué? No entiendo tampoco por qué se guarda silencio. Personalmente, por lo que he podido ver, creo que el sistema tiene grandes fallas. Un día, un profesor de la Universidad me dijo: «No olvide jamás que aquí, todos somos funcionarios». Por lo visto todos están metidos en el sistema y creo que éste es uno de los problemas de México.
• Claude Kiejman, corresponsal de
Le Monde
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¡Ay, pues ni modo!
• José Vázquez, expendedor de la miscelánea La Norteñita.
¡Ah, y otra cosa! Al último, a la hora en que estábamos todos formados para que nos sacaran, nos dijo un sermón el jefe del lugar; nos dijo que le diéramos las gracias al general Marcelino García Barragán que porque no quería él que sufrieran tantos, que esto que había pasado nos sirviera de escarmiento para que no nos volviéramos a meter en estos líos y que ahí era nuestra casa: «Cuando gusten pueden venir a jugar futbol, pueden venir aquí a hacer ejercicio, ésta es su casa», y quién sabe qué tanto. Pero pues ¿quién va a querer ir a jugar allá después de lo que ha pasado? Luego luego todos aplaudieron —la mayoría, seguro, para salir del Campo Militar—, pero yo no aplaudí y detrás de mí estaba un muchacho que me dio la mano y me dijo: «Muy bien hecho, así se hace, me gusta que no seas como los borregos».
—No tengo por qué aplaudir porque lo que dice él, allá él; yo no estoy de acuerdo.
Y no estoy de acuerdo porque no voy con sus ideas: a mí me gusta mucho la libertad. En las canciones que hago hablo de la libertad. Estoy resignado, sí, pero siempre tengo esperanza de hacer algo, aunque en la mayoría hable del puro fracaso, del sufrimiento que hay en la vida. También de lo que me acuerdo, ya cuando veníamos en el carro; unos venían todavía vacilando y un muchacho se enojó: «No vengan echando relajo porque nos van a regresar». Estos cuates venían muy contentos, pero la mayoría estábamos espantados; salimos muy desmoralizados de ahí.
• Ignacio Galván, de la Academia de San Carlos.
La única respuesta organizada provino del combativo Bloque de Pasantes en Paro de los hospitales más importantes de la ciudad. Naturalmente, la represión se concentró sobre los sectores que continuaban luchando. El día 12 de octubre el Bloque de Pasantes de Medicina anunció que la Secretaría de Salubridad había decretado suspenderles el pago de las becas a los médicos que se encontraban en huelga; paralelamente la policía perseguía a los dirigentes del Bloque y se hallaban desaparecidos varios de ellos, entre otros Mario Campuzano.
• Félix Lucio Hernández Gamundi, del
CNH
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Entre algunos profesores y estudiantes se produjo una reacción de azoramiento total.
• Doctora Paula Gómez Alonso.
Desde el cuartelazo de Victoriano Huerta en contra de Madero, en 1913, no había sucedido nada que nos desfigurara tanto como Tlatelolco/2 de octubre, nada que nos manchara a ese grado, que nos revolcara, que nos llenara la boca de sangre, la sangre de nuestros muertos.
• Isabel Sperry de Barraza, madre de familia.
Yo no estoy de acuerdo con los estudiantes, pero francamente, al gobierno se le fue la mano.
• Jorge Olguín Andrade, empleado de banco.
El 2 de octubre volvimos a nacer. Ese día también, decidimos cómo vamos a morir: luchando por la justicia y la democracia verdaderas.
• Raúl Álvarez Garín, del
CNH
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Después de Tlatelolco soy otro, no sé si mejor o peor. Bueno o malo, así como me dejó Tlatelolco, así voy a morir.
• Manuel Cervantes Palma, estudiante de la
ESIQIE
, del
IPN
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No importa el tiempo que yo viva, a mí no se me van a olvidar jamás las horas de Tlatelolco.
• Luis Gutiérrez Lazo, estudiante de la
ESIQIE
del
IPN
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A mí no me interesaba la política; ahora sí, porque tengo coraje.
• Enrique Zúñiga Flores, estudiante de la Vocacional 9.
Y además, ya que tantas veces pedimos serenidad a los estudiantes, pedirla ahora, insistentemente a las autoridades. Un país entero fue herido en Tlatelolco.
• Francisco Martínez de la Vega. «¿Hacia dónde va nuestro país?»,
El Día
, 8 de octubre de 1968.
Para eso, al día siguiente volver al Chihuahua fue así como… como… no sé, una cosa así… nebulosa que yo todavía no puedo precisar; volver a mi departamento ametrallado, revuelto, todavía con el olor a pólvora, con soldados en la puerta, con policías que te están cuidando, que te revisan todo lo que llevas y por otro lado con el suelo manchado de sangre por todas partes…
Pues… estoy viviendo otra vez en Tlatelolco porque ya se taparon los agujeros, porque ya se pintó, ya está todo otra vez muy bonito y ahora nadie se acuerda de nada… Al contrario, todos los días recibimos unos mensajes preciosos diciendo que tenemos que ir a manifestar en contra de los estudiantes a la Secretaría de Educación y a pedir concretamente que cierren las escuelas que hay en Tlatelolco que son una amenaza para la sociedad.
• Mercedes Olivera de Vázquez, antropóloga.
Los empleados
Municipales lavan la sangre
en la Plaza de los Sacrificios.
• Octavio Paz.
Nunca hemos llorado tanto como en esos días, sí, nosotras las mujeres. Como si quisiéramos lavar a fuerza de lágrimas todas las imágenes, todos los muros, todas las aristas, todas las bancas de piedra manchadas de sangre de Tlatelolco, todas las huellas de los cuerpos desangrándose en los rincones… Pero es mentira que las imágenes se lavan a fuerza de lágrimas. Allí siguen en la memoria.
• Perla Vélez de Aguilera, madre de familia.
En los días siguientes se convirtió en una obsesión para nosotras ir al departamento de Mercedes para fregarles la paciencia a los soldados. Íbamos con cada embajada que… que… bueno; que ahora venimos a esto, que ahora a lo otro. Les teníamos verdadero rencor. Los veíamos leyendo y les preguntábamos muy amablemente: «¡Ah! ¿Pero qué ustedes saben leer?».
Una de las veces en que bajamos a hablar por teléfono los vimos haciendo cola en la caseta de teléfonos que está en la esquina del edificio y les dijimos en esa misma forma muy amable pero también muy majadera:
—¿Qué los civiles podemos usar esto o está reservado únicamente para las fuerzas del orden público?
Y nos contestaron, quizá sin pescar la ironía, que nosotros también podíamos usar el teléfono. Hicimos nuestra cola y frente a nosotras habló uno de ellos y de pronto nos hizo sentir que los soldados también eran hombres, porque decía algo así como: «Mira, mi vidita, no puedo ir, no sé cuándo saldré de aquí… Anda, pónmelo al teléfono; anda, que me diga algo». Se conoce que le pusieron al teléfono a un niño porque le preguntó: «¿Cómo has estado? ¿Te has portado bien? Habla tu papi…» y las tonterías que decimos todos. Entonces nos volteamos a ver Meche y yo y como que descubrimos que eran gente igual a nosotros, porque en Tlatelolco el 2 de octubre dieron la impresión de no serlo.
• Margarita Nolasco, antropóloga.
Yo ya no quiero vivir en Tlatelolco, aunque lo remocen, aunque lo limpien, háganle lo que le hagan. Regrese y haga de cuenta que el paladar se me llenó de sangre; caminé por la explanada con el sabor caliente y salado de la sangre de los muertos atorado en la garganta… Ya sé que la sangre se seca, se ennegrece, pero para mí se ha colado en los intersticios de la piedra de la Plaza de las Tres Culturas, está ya irremediablemente incrustada en la piedra, en el tezontle. Fíjese, hasta el tezontle me parece sangre magullada… Por eso no puedo vivir aquí… Dimos una vuelta mi hija y yo y me iba diciendo: «Mira mamá, aquí estaban los tanques», «mira, aquí cayeron», «ya resanaron los muros», «el elevador sirve…». Le contesté: «Hija, yo no puedo con Tlatelolco, vámonos y vámonos lejos».
• Catalina Ibarrola de Cabrera, habitante de la Unidad Nonoalco-Tlatelolco.
El paisaje mexicano huele a sangre.
• Eulalio Gutiérrez, Presidente Provisional de México, designado por la Convención de Aguascalientes del 1o. de noviembre de 1914 al 20 de enero de 1915.
¡Bendito sea Dios que compré mi departamento aquí en este Nonoalco-Tlatelolco! No lo voy a dejar nunca aunque me venga a sacar el general Marcelino García Barragán lleno de entorchados y de bazukas. Este es mi pedazo de aire y es mi trinchera… Oye no, no, mi trinchera no, mejor no digas mi trinchera porque van a creer que tengo aquí un arsenal de bombas y de granadas y fíjate nomás, ¡en mi cocina ni siquiera los cuchillos cortan!
• María Luisa Mendoza, periodista.
LOS POBRES DE LA PARROQUIA
Fui con los curas franciscanos de la parroquia de Tlatelolco y les dije que venía en nombre de un grupo de madres de los muchachos muertos y heridos del 2 de octubre y queríamos una misa de difuntos precisamente ahí y me dicen:
—Lo siento mucho pero no tenemos quien oficie misa ese día. Estamos completos.
—Mire usted nosotros ponemos nuestro padre, pero quisiéramos hacer la misa aquí el 2 de noviembre porque, pues, aquí murieron nuestros muchachos.
Entonces me contestan:
—Es que tampoco tenemos tiempo.
—Pues será la única iglesia en México que tiene todo el tiempo cubierto, porque usualmente lo que les falta son curas para llenar el…
—No, es que aquí tenemos todo el tiempo cubierto.
—Bueno, no necesita ser misa, pueden ser maitines o lo que ustedes quieran, pero algo en honor de nuestros muertos.
—Pues lo siento, no podemos hacer nada.
—Entonces permítannos hacer un altar de muertos en una esquina de la iglesia.
—Lo sentimos… Tampoco.
—Bueno es que este grupo de madres quiere venir a poner un altar aquí. Nosotras hemos intentado disuadirlas, pero quieren hacerlo a toda costa. Si algo pasa el 2 de noviembre, ustedes van a tener la culpa.
—Lo sentimos. No podemos.
—Bueno, pues si no pueden yo les voy a traer a las madres, que son todas cristianas, porque yo no soy católica, y ustedes se lo explican a ellas, porque si no van a decir que esto es cosa mía porque yo no soy católica. Luego dicen que uno habla mal de los curas, así es de que es mejor que ustedes, les expliquen sus razones.
—Bueno, tráigamelas y nosotros vamos a convencerlas.
Al día siguiente vamos como treinta personas en total; dos madres de dos muertos, los hermanos de los muertos, otros familiares, varios estudiantes. Los llevamos con el prior franciscano y les empieza a contar que no tenía tiempo y que era imposible que en un templo como Santiago Tlatelolco se permitiera levantar un altar; que las veladoras ensuciaban la pared, que la pared tenía cuatro siglos, en fin, el cuento de siempre. Los que íbamos preparados para discutir nos quedamos callados porque una de las madres empezó con una especie de queja, como un grito quedo y luego fuerte que nos enchinó el cuero a todos. Dijo que hasta la Iglesia les volteaba la espalda, que era el colmo que ni siquiera un pobre rezo quisieran darle a su hijo y como que el franciscano se condolió un poco:
—No puedo decirles una misa especial, pero solemos decir cuatro misas a lo largo del día por los pobres de la parroquia, y estos muchachos, si ustedes quieren, pueden ser considerados como los pobres de la parroquia.