225
Mientras así conversábamos, vinieron —enviadas por la ilustre Persefonea— cuantas mujeres fueron esposas o hijas de eximios varones. Reuniéronse en tropel alrededor de la negra sangre, y yo pensaba de qué modo podría interrogarlas por separado. Al fin parecióme que la mejor resolución sería la siguiente: desenvainé la espada de larga punta que traía al lado del muslo y no permití que bebieran a un tiempo la denegrida sangre. Entonces se fueron acercando sucesivamente, me declararon su respectivo linaje, y a todas les hice preguntas.
235
La primera que vi fue Tiro, de ilustre nacimiento, la cual manifestó que era hija del insigne Salmoneo y esposa de Creteo Eólida. Habíase enamorado de un río que es el más bello de los que discurren por el orbe, el divinal Enipeo, y frecuentaba los sitios próximos a su hermosa corriente; pero el que ciñe y bate la tierra, tomando la figura de Enipeo, se acostó con ella en la desembocadura del vorticoso río. La ola purpúrea, grande como una montaña, se encorvó alrededor de entrambos, y ocultó al dios y a la mujer mortal. Poseidón desatóle a la doncella el virgineo cinto y le infundió sueño. Mas, tan pronto como hubo logrado sus amorosos deseos, le tomó la mano y le dijo estas palabras:
248
Huélgate, mujer, con este amor. En el transcurso del año parirás hijos ilustres, que nunca son estériles las uniones de los inmortales. Cuídalos y críalos. Ahora vuelve a tu casa y abstente de nombrarme, pues sólo soy para ti Poseidón que sacude la tierra.
253
Cuando esto hubo dicho, sumergióse en el agitado ponto. Tiro quedó encinta y parió a Pelias y a Neleo, que habían de ser esforzados servidores del gran Zeus; y vivieron Pelias, rico en ganado, en la extensa Yaolco, y Neleo, en la arenosa Pilos. Además, la reina de las mujeres tuvo de Creteo otros hijos: Esón, Feres y Amitaón, que combatía en carro.
260
Después vi a Antíope, hija de Asopo, que se gloriaba de haber dormido en brazos de Zeus. Parió dos hijos —Anfión y Zeto—, los primeros que fundaron y torrearon a Tebas, la de las siete puertas; pues no hubieran podido habitar aquella vasta ciudad desguarnecida de torres, no obstante ser ellos muy esforzados.
266
Después vi a Alcmena, esposa de Anfitrión, la cual del abrazo del gran Zeus tuvo al fornido Heracles, de corazón de león; y luego parió a Megara, hija del animoso Creonte, a la cual tuvo por mujer el Anfitriónida, de valor siempre indómito.
271
Vi también a la madre de Edipo, la bella Epicasta, que cometió sin querer una gran falta, casándose con su hijo; pues éste, luego de matar a su propio padre la tomó por esposa. No tardaron los dioses en revelar a los hombres lo que había ocurrido; y, con todo, Edipo, si bien tuvo sus contratiempos, siguió reinando sobre los cadmeos en la agradable Tebas, por los perniciosos designios de las deidades; mas ella, abrumada por el dolor, fuese a la morada de Hades, de sólidas puertas, atando un lazo al elevado techo, y dejóle tantos dolores como causan las Erinies de una madre.
281
Vi igualmente a la bellísima Cloris —a quien por su hermosura tomó Neleo por esposa, consignándole una dote inmensa—, hija menor de Anfión Yásida, el que imperaba poderosamente en Orcómeno Minieo; ésta reinó en Pilos y tuvo de Neleo hijos ilustres: Néstor, Cromio y el arrogante Periclímeno. Parió después a la ilustre Pero, encanto de los mortales, que fue pretendida por todos sus vecinos; mas Neleo se empeñó en no darla sino al que le trajese de Fílace las vacas de retorcidos cuernos y espaciosa frente del robusto Ificlo; empresa difícil de llevar al cabo. Tan sólo un eximio vate prometió presentárselas; pero el hado funesto de un dios, juntamente con unas fuertes cadenas y los boyeros del campo, se lo impidieron. Mas, después que pasaron días y meses y transcurrido el año, volvieron a sucederse las estaciones, el robusto Ificlo soltó al adivino, que le había revelado todos los oráculos, y cumplióse entonces la voluntad de Zeus.
298
Vi también a Leda, la esposa de Tindáreo, que le parió dos hijos de ánimo esforzado: Cástor, domador de caballos, y Polideuces, excelente púgil. A éstos los mantiene vivo la alma tierra y son honrados por Zeus debajo de ella; de suerte que viven y mueren alternativamente, pues el día que vive el uno muere el otro y viceversa. Ambos disfrutan de los mismos honores que los númenes.
305
Después vi a Ifimedia, esposa de Aloeo, la cual se preciaba de haber tenido acceso con Poseidón. Había dado a luz dos hijos de corta vida: Oto, igual a un dios, y el celebérrimo Efialtes; que fueron los mayores hombres que criara la fértil tierra y los más gallardos, si se exceptúa al ínclito Orión, pues a los nueve años tenían nueve codos de ancho y nueve brazas de estatura. Oto y Efialtes amenazaron a los inmortales del Olimpo con llevarles el tumulto de la impetuosa guerra. Quisieron poner el Osa sobre el Olimpo, y encima del Osa el frondoso Pelión, para que el cielo les fuese accesible. Y dieran fin a su traza, si hubiesen llegado a la flor de la juventud, pero el hijo de Zeus, a quien parió Leto, la de hermosa cabellera, exterminólos a entrambos antes que el vello floreciese debajo de sus sienes y su barba se cubriera de suaves pelos.
321
Vi a Fedra, a Procris y a la hermosa Ariadna, hija del artero Minos, que Teseo se llevó de Creta al feraz territorio de la sagrada Atenas; mas no pudo lograrla, porque Artemis la mató en Día, situada en medio de las olas, por la acusación de Dióniso.
326
Vi a Mera, a Clímene y a la odiosa Erifile, que aceptó el preciado oro por traicionar a su marido.
328
Y no pudiera decir ni nombrar todas las mujeres e hijas de héroes que vi después, porque antes llegará a su término la divinal noche. Mas ya es hora de dormir, sea yendo a la velera nave donde están los compañeros, sea permaneciendo aquí. Y cuidarán de acompañarme a mi patria los dioses, y también vosotros.
333
Así se expresó. Enmudecieron los oyentes en el obscuro palacio, y quedaron silenciosos, arrobados por el placer de oírle. Pero Arete, la de los níveos brazos, empezó a hablarles diciendo:
336
—¡Feacios! ¿Qué os parece este hombre por su aspecto, estatura y sereno juicio? Es mi huésped, pero de semejante honra participáis todos. Por tanto, no apresuréis su partida; ni le escatiméis las dádivas, ya que se halla en la necesidad y abundan en vuestros palacios las riquezas, por la voluntad de los dioses.
342
Entonces el anciano héroe Equeo, que era el de más edad de los feacios, hablóles de esta suerte:
344
—¡Amigos! Nada nos ha dicho la sensata reina que no sea a propósito y conveniente. Obedecedla, pues, aunque Alcínoo es quien puede, con sus palabras y obras, dar el ejemplo.
347
Alcínoo le contestó de esta manera: —Se cumplirá lo que decís en cuanto yo viva y reine sobre los feacios, amantes de manejar los remos. El huésped, siquiera esté deseoso de volver a su patria, resígnese a quedarse aquí hasta mañana a fin de que le prepare todos los regalos.
Y de su partida se cuidarán todos los varones y principalmente yo, cuyo es el mando en este pueblo.
354
El ingenioso Odiseo respondióle diciendo: —¡Rey Alcínoo, el más esclarecido de todos los ciudadanos! Si me mandarais quedarme aquí un año entero y durante el mismo dispusierais mi vuelta y me hicierais espléndidos presentes, me quedaría de muy buena gana; pues fuera mejor llegar a la patria con las manos llenas y verme así más honrado y querido de cuantos hombres presenciasen mi regreso a Ítaca.
362
Entonces Alcínoo le contesta, hablándole de esta guisa: —¡Oh, Odiseo! Al verte no sospechamos que seas un impostor ni un embustero, como otros muchos que cría la obscura tierra; los cuales, dispersos por doquier forjan mentiras que nadie logra descubrir: tú das belleza a las palabras, tienes excelente ingenio e hiciste la narración con tanta habilidad como un aedo, contándonos los deplorables trabajos de todos los argivos y de ti mismo.
370
Mas, ea, habla y dime sinceramente si viste a algunos de los deiformes amigos que te acompañaron a Ilión y allí recibieron la fatal muerte. La noche es muy larga, inmensa, y aún no llegó la hora de recogerse en el palacio. Cuéntame, pues, esas hazañas admirables; que yo me quedaría hasta la divinal aurora, si te decidieras a referirme en esta sala tus desventuras.
377
Respondióle el ingenioso Odiseo: —¡Rey Alcínoo, el más esclarecido de todos los ciudadanos! Hay horas oportunas para largos relatos y horas destinadas al sueño; mas si tienes todavía voluntad de escucharme no me niego a referirte otros hechos aun más miserandos: los infortunios de mis compañeros que, después de haber escapado de la luctuosa guerra de los teucros, murieron al volver a su patria porque así lo quiso una mujer perversa.
385
Después que la casta Persefonea hubo dispersado acá y acullá las almas de las mujeres, presentóse muy angustiada la de Agamenón Atrida; a cuyo alrededor se congregaban las de cuantos en la mansión de Egisto perecieron con el héroe cumpliendo su destino. Reconocióme así que bebió la negra sangre y al punto comenzó a llorar ruidosamente: derramaba copiosas lágrimas y me tendía las manos con el deseo de abrazarme; mas yo no disfrutaba del firme vigor, ni de la fortaleza que antes tenía en los flexibles miembros.
395
Al verlo lloré, y, compadeciéndole en mi corazón, le dije estas aladas palabras:
397
—¡Atrida gloriosísimo, rey de hombres Agamenón! ¿Cuál hado de la aterradora muerte te quitó la vida? ¿Acaso Poseidón te mató en tus naves, desencadenando el fuerte soplo de terribles vientos o unos hombres enemigos acabaron contigo en la tierra firme, porque te llevabas sus bueyes y sus hermosos rebaños de ovejas o porque combatías por apoderarte de su ciudad y de sus mujeres?
404
Así le dije; y me respondió en seguida: —¡Laertíada, del linaje de Zeus! ¡Odiseo, fecundo en ardides! Ni Poseidón me mató en las naves, desencadenando el fuerte soplo de terribles vientos, ni hombres enemigos acabaron conmigo en la tierra firme; Egisto fue quien me preparó la muerte y el hado, pues, de acuerdo con mi funesta esposa, me llamó a su casa, me dio de comer y me quitó la vida como se mata a un buey junto a un pesebre. Morí de este modo, padeciendo deplorable muerte; y a mi alrededor fueron asesinados mis compañeros, unos en pos de otros, como en la casa de un hombre rico y poderosísimo son degollados los puercos de albos dientes para una comida de bodas, un festín a escote, o un banquete espléndido. Ya has presenciado la matanza de un tropel de hombres que son muertos aisladamente en el duro combate; pero hubieras sentido grandísima compasión al contemplar aquel espectáculo, al ver cómo yacíamos en la sala alrededor de la cratera y de las mesas llenas, y cómo el suelo manaba sangre por todos lados. Oí la misérrima voz de Casandra, hija de Príamo, a la cual estaba matando, junto a mi, la dolosa Clitemnestra; y yo, en tierra y moribundo, alzaba los brazos para asirle la espada. Mas la descarada fuese luego, sin que se dignara bajarme los párpados ni cerrarme la boca, aunque me veía descender a la morada de Hades.
427
Así es que nada hay tan horrible e impudente como la mujer que concibe en su espíritu intentos como el de aquélla, que cometió la inicua acción de tramar la muerte contra su esposo legítimo. Figurábame que, al tornar a mi casa, se alegrarían mis hijos y mis esclavos; pero aquella ladina más que otra alguna en cometer maldades, cubrióse de infamia a sí misma y hasta a las mujeres que han de nacer, por virtuosas que fueren.
435
Así se expresó; y le contesté diciendo: —¡Oh, dioses! En verdad que el largovidente Zeus aborreció de extraordinaria manera la estirpe de Atreo, ya desde su origen, a causa de la perfidia de las mujeres: por Helena nos perdimos muchos y Clitemnestra te preparó una celada mientras te hallabas ausente.
440
Así le hablé; y en seguida me respondió: —Por tanto jamás seas benévolo con tu mujer ni le descubras todo lo que pienses; antes bien, particípale unas cosas y ocúltale otras. Mas a ti, ¡oh Odiseo!, no te vendrá la muerte por culpa de tu mujer, porque la prudente Penelopea, hija de Icario, es muy sensata y sus intentos son razonables. La dejamos recién casada al partir para la guerra y daba el pecho a su hijo, infante todavía; el cual debe de contarse ahora, feliz y dichoso, en el número de los hombres. Y su padre, volviendo a la patria, le verá, y él abrazará a su padre, como es justo. Pero mi esposa no dejó que me saciara contemplando con estos ojos al mío, ya que me mató antes. Otra cosa voy a decir que pondrás en tu corazón: al tomar puerto en la patria tierra, hazlo ocultamente y no a la descubierta, pues ya no hay que fiar en las mujeres.
457
Mas ea, habla y dime sinceramente si oíste que mi hijo vive en Orcómeno, o en la arenosa Pilos o quizás con Menelao en la extensa Esparta, pues el divinal Orestes aun no ha desaparecido de la tierra.
462
De esta suerte habló; y le respondí diciendo: —¡Oh, Atrida! ¿Por qué me haces esa pregunta? Ignoro si aquél vive o ha muerto, y es malo hablar inútilmente.
465
Mientras nosotros estábamos afligidos, diciéndonos tan tristes razones y derramando copiosas lágrimas, vinieron las almas de Aquileo Pelida, de Patroclo, del intachable Antíloco y de Ayante, que fue el más excelente de todos los dánaos en cuerpo y hermosura, después del eximio Pelión. Reconocióme el alma del Eácida, el de los pies ligeros, y lamentándose me dijo estas aladas palabras:
473
—¡Laertíada, del linaje de Zeus! ¡Odiseo fecundo en virtudes! ¡Desdichado! ¿Qué otra empresa mayor que las pasadas revuelves en tu pecho? ¿Cómo te atreves a bajar a la mansión de Hades, donde residen los muertos, que están privados de sentido y son imágenes de los hombres que ya fallecieron?
477
Así se expresó; y le respondí diciendo: —¡Oh Aquileo, hijo de Peleo, el más valiente de los aquivos! Vine por el oráculo de Tiresias, a ver si me daba algún consejo para llegar a la escabrosa Ítaca; que aún no me acerqué a la Acaya, ni entré en mi tierra, sino que padezco infortunios continuamente. Pero tú, oh Aquileo, eres el más dichoso de todos los hombres que nacieron y han de nacer, puesto que antes, cuando vivías, los argivos te honrábamos como a una deidad, y ahora, estando aquí, imperas poderosamente sobre los difuntos. Por lo cual, oh Aquileo, no has de entristecerte porque estés muerto.