La Odisea (25 page)

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Authors: Homero

Tags: #Poema épico

352
Así habló Euríloco y aplaudiéronle los demás compañeros. Seguidamente, habiendo echado mano a las más excelentes vacas de Helios, que estaban allí cerca —pues las hermosas vacas de retorcidos cuernos y ancha frente pacían a poca distancia de la nave de azulada proa—, se pusieron a su alrededor y oraron a los dioses, después de arrancar tiernas hojas de una alta encina, porque ya no tenían blanca cebada en la nave de muchos bancos.

359
Terminada la plegaria, degollaron y desollaron las reses; luego cortaron los muslos, los pringaron con gordura por uno y otro lado y los cubrieron de trozos de carne; y como carecían de vino que pudiesen verter en el fuego sacro, hicieron libaciones con agua mientras asaban los intestinos.

364
Quemados los muslos, probaron las entrañas; y dividiendo lo restante en pedazos muy pequeños, lo espetaron en los asadores.

366
Entonces huyó de mis párpados el dulce sueño y emprendí el regreso a la velera nave y a la orilla del mar. Al acercarme al corvo bajel, llegó hasta mí el suave olor de la grasa quemada y, dando un suspiro, clamé de este modo a los inmortales dioses:

371
—¡Padre Zeus, bienaventurados y sempiternos dioses! Para mi daño, sin duda, me adormecisteis con el cruel sueño, y mientras tanto los compañeros, quedándose aquí, han consumado un gran delito.

374
Lampetia, la del ancho peplo, fue como mensajera veloz a decirle a Helios, hijo de Hiperión, que habíamos dado muerte a sus vacas.

376
Inmediatamente Helios, con el corazón airado, habló de esta guisa a los inmortales:

377
—¡Padre Zeus, bienaventurados y sempiternos dioses! Castigad a los compañeros de Odiseo Laertíada, pues, ensoberbeciéndose, han matado mis vacas; y yo me holgaba de verlas así al subir al estrellado cielo, como al volver nuevamente del cielo a la tierra. Que si no se me diere la condigna compensación por estas vacas, descenderé a la morada de Hades y alumbraré a los muertos.

384
Y Zeus, que amontona las nubes, le respondió diciendo: —¡Oh Helios! Sigue alumbrando a los inmortales y a los mortales hombres que viven en la fértil tierra; pues yo despediré el ardiente rayo contra su velera nave, y la haré pedazos en el vinoso ponto.

389
Esto me lo refirió Calipso, la de hermosa cabellera, y afirmaba que se lo había oído contar a Hermes, el mensajero.

391
Luego que hube llegado a la nave y al mar, reprendí a mis compañeros —acercándome ora a éste, ora a aquél—, mas no pudimos hallar remedio alguno, porque ya las vacas estaban muertas. Pronto los dioses les mostraron varios prodigios: los cueros serpeaban, las carnes asadas y las crudas mugían en los asadores, y dejábanse oír voces como de vacas.

397
Por seis días mis fieles compañeros celebraron festines, para los cuales echaban mano a las mejores vacas de Helios, mas, así que Zeus Cronión nos trajo el séptimo día, cesó la violencia del vendaval que causaba la tempestad y nos embarcamos, lanzando la nave al vasto ponto después de izar el mástil y de descoger las blancas velas.

403
Cuando hubimos dejado atrás aquella isla y ya no se divisaba tierra alguna, sino tan solamente cielo y mar, Zeus colocó por cima de la cóncava nave una parda nube debajo de la cual se obscureció el ponto. No anduvo la embarcación largo rato, pues sopló en seguida el estridente Céfiro y, desencadenándose, produjo gran tempestad: un torbellino rompió los dos cables del mástil, que se vino hacia atrás, y todos los aparejos se juntaron en la sentina. El mástil, al caer en la popa, hirió la cabeza del piloto aplastándole todos los huesos; cayó el piloto desde el tablado, como salta un buzo, y su alma generosa se separó de los huesos.

415
Zeus despidió un trueno y al propio tiempo arrojó un rayo en nuestra nave; ésta se estremeció, al ser herida por el rayo de Zeus, llenándose del olor del azufre, y mis hombres cayeron en el agua. Llevábalos el oleaje alrededor del negro bajel como cornejas, y un dios les privó de la vuelta a la patria.

420
Seguí andando por la nave, hasta que el ímpetu del mar separó a los flancos de la quilla, la cual flotó sola en el agua; y el mástil se rompió en su unión con ella. Sobre el mástil hallábase una soga hecha de cuero de buey; até con ella mástil y quilla y, sentándome en ambos, dejéme llevar por los perniciosos vientos.

426
Pronto cesó el soplo violento del Céfiro, que causaba la tempestad, y de repente sobrevino el Noto, el cual me afligió el ánimo con llevarme de nuevo hacia la perniciosa Caribdis. Toda la noche anduve a merced de las olas, y al salir el sol llegué al escollo de Escila y a la horrenda Caribdis, que estaba sorbiendo la salobre agua del mar; pero yo me lancé al alto cabrahigo y me agarré como un murciélago, sin que pudiera afirmar los pies en parte alguna ni tampoco encaramarme en el árbol, porque estaban lejos las raíces y a gran altura los largos y gruesos ramos que daban sombra a Caribdis.

437
Me mantuve, pues, reciamente asido, esperando que Caribdis devolviera el mástil y la quilla; y éstos aparecieron por fin, cumpliéndose mi deseo. A la hora en que el juez se levanta en el ágora, después de haber fallado muchas causas de jóvenes litigantes, dejáronse ver los maderos fuera ya de Caribdis. Soltéme de pies y manos y caí con gran estrépito en medio del agua, junto a los larguísimos maderos; y, sentándome encima, me puse a remar con los brazos. Y no permitió el padre de los hombres y de los dioses que Escila me viese, pues no me hubiera librado de una terrible muerte.

447
Desde aquel lugar fui errante nueve días y en la noche del décimo lleváronme los dioses a la isla Ogigia, donde vive Calipso, la de lindas trenzas, deidad poderosa, dotada de voz; la cual me acogió amistosamente y tuvo gran cuenta conmigo. Mas, ¿a qué contar el resto? Os lo referí ayer en esta casa a ti y a tu ilustre esposa, y me es enojoso repetir lo que queda explicado claramente.

Canto XIII: Los feacios despiden a Odiseo. Llegada a Ítaca.

1
Así dijo. Enmudecieron los oyentes y, arrobados por el placer de escucharle, se quedaron silenciosos en el obscuro palacio. Mas Alcínoo le respondió diciendo:

4
—¡Oh, Odiseo! Pues llegaste a mi mansión de pavimento de bronce y elevada techumbre, creo que tornarás a tu patria sin tener que andar vagueando, aunque sean en tan gran número los males que hasta ahora has padecido. Y dirigiéndome a vosotros todos, los que siempre bebéis en mi palacio el negro vino de honor y oís al aedo, mirad lo que os encargo: ya tiene el huésped en pulimentada arca vestiduras y oro labrado y los demás presentes que los consejeros feacios le han traído, ea démosle sendos trípodes grandes y calderos; y reunámonos después para hacer una colecta por la población, porque sería difícil a cada uno de nosotros obsequiarle con tal regalo, valiéndonos de sola nuestra posibilidad.

16
Así les habló Alcínoo, y a todos les plugo cuanto dijo. Salieron entonces para acostarse en sus respectivas casas.

18
Y así que se descubrió la hija de la mañana, la Aurora de rosáceos dedos, encamináronse diligentemente hacia la nave, llevando a ella el varonil bronce. La sacra potestad de Alcínoo fue también, y él mismo colocó los presentes debajo de los bancos: no fuera que se dañara alguno de los hombres cuando, para mover la embarcación, aprestasen con los remos. Acto continuo trasladáronse al palacio de Alcínoo y se ocuparon en aparejar el convite.

24
Para ellos la sacra potestad de Alcínoo sacrificó un buey a Zeus Cronida, el dios de las sombrías nubes, que reina sobre todos. Quemados los muslos, celebraron suntuoso festín, y cantó el divinal aedo, Demódoco, tan honrado por el pueblo. Mas Odiseo volvía a menudo la cabeza hacia el sol resplandeciente, con gran afán de que se pusiera, pues ya anhelaba irse a su patria.

31
Como el labrador apetece la cena después de pasar el día rompiendo con la yunta de negros bueyes y el sólido arado una tierra noval, se le pone el sol muy a su gusto para ir a comer, y al andar, siente el cansancio en las rodillas; así con qué gozo vio Odiseo que se ponía el sol.

36
Y al momento, dirigiéndose a los feacios, amantes de manejar los remos, y especialmente a Alcínoo, les habló de esta manera:

38
—¡Rey Alcínoo, el más esclarecido de todos los ciudadanos! Ofreced las libaciones, despedidme sano y salvo, y vosotros quedad con alegría. Ya se ha cumplido cuanto mi ánimo deseaba: mi expedición y las amistosas dádivas; hagan los dioses celestiales que éstas sean para mi dicha y que halle en mi palacio a mi irreprensible consorte e incólumes a los amigos. Y vosotros, que os quedáis, sed el gozo de vuestras legítimas mujeres y de vuestros hijos; los dioses os concedan toda clase de bienes, y jamás a esta población le sobrevenga mal alguno.

47
Así se expresó. Todos aplaudieron sus palabras y aconsejaron que se llevase al huésped a su patria, puesto que hablaba razonablemente. Y entonces la potestad de Alcínoo dijo al heraldo:

50
—¡Pontónoo! Mezcla el vino en la cratera y distribúyelo a cuantos se hallan en la sala, a fin de que, después de orar al padre Zeus, enviemos el huésped a su patria tierra.

53
Así habló. Pontónoo mezcló el vino dulce con la miel y lo sirvió a todos, ofreciéndoselo sucesivamente; ellos lo libaban, desde sus mismos asientos, a los bienaventurados dioses que poseen el anchuroso cielo; y el divinal Odiseo, levantándose, puso en las manos de Arete una copa de doble asa, mientras le decía estas aladas palabras:

59
—Sé constantemente dichosa, oh reina, hasta que vengan la senectud y la muerte, de las cuales no se libran los humanos. Yo me voy. Tú prosigue holgándote en esta casa con tus hijos, el pueblo y el rey Alcínoo.

63
Dicho esto, el divino Odiseo transpuso el umbral. La potestad de Alcínoo le hizo acompañar por un heraldo que lo condujese a la velera nave, a la orilla del mar.

66
Y Arete le envió también algunas esclavas: cuál le llevaba un manto muy limpio y una túnica; cuál, una sólida arca; y cuál otra, pan y rojo vino.

70
Cuando hubieron llegado a la nave y al mar, los ilustres conductores, tomando estas cosas juntamente con la bebida y los víveres, lo colocaron todo en la cóncava embarcación y tendieron una colcha y una tela de lino sobre las tablas de la popa a fin de que Odiseo pudiese dormir profundamente. Subió éste y acostóse en silencio. Los otros se sentaron por orden en sus bancos, desataron de la piedra agujereada la amarra del barco e inclinándose, azotaron el mar con los remos.

79
Mientras caía en los párpados de Odiseo un sueño profundo, suave, dulcísimo, muy semejante a la muerte. Del modo que los caballos de una cuadriga se lanzan a correr en un campo, a los golpes del látigo y galopando ligeros, terminan prontamente la carrera, así se alzaba la popa del navío y dejaba tras sí muy agitadas las olas purpúreas del estruendoso mar. Corría el bajel con un andar seguro e igual, y ni el gavilán, que es el ave más ligera, hubiera atenido con él: así, corriendo con tal rapidez, cortaba las olas del mar, pues llevaba consigo un varón que en el consejo se parecía a los dioses; el cual tuvo el ánimo acongojado muchas veces, ya combatiendo con los hombres, ya surcando las temibles ondas, pero entonces dormía plácidamente, olvidado de cuanto había padecido.

93
Cuando salía la más rutilante estrella, la que de modo especial anuncia la luz de la Aurora, hija de la mañana, entonces la nave, surcadora del ponto, llegó a la isla.

96
Está en el país de Ítaca el puerto de Forcis, el anciano del mar, formado por dos orillas prominentes y escarpadas que convergen hacia las puntas y protegen exteriormente las grandes olas contra los vientos de funesto soplo, y en el interior las corvas naves, de muchos bancos, permanecen sin amarras así que llegan al fondeadero. Al cabo del puerto está un olivo de largas hojas, y muy cerca una gruta agradable, sombría, consagrada a las ninfas que náyades se llaman. Hállanse allí crateras y ánforas de piedra donde las abejas fabrican los panales. Allí pueden verse unos telares también de piedra, muy largos, donde tejen las ninfas mantos de color de púrpura, encanto de la vista. Allí el agua constantemente nace. Dos puertas tiene el antro: la una mira al Bóreas y es accesible a los hombres; la otra, situada frente al Noto, es más divina, pues por ella no entran hombres, siendo el camino de los inmortales.

113
A este sitio, que ya con anterioridad conocían, fueron a llegarse: y la embarcación andaba velozmente y varó en la playa, saliendo del agua hasta la mitad.

116
¡Tales eran los remeros por cuyas manos era conducida! Apenas hubieron saltado de la nave de hermosos bancos en tierra firme, comenzaron sacando del cóncavo bajel a Odiseo con la colcha espléndida y la tela de lino, y lo pusieron en la arena, entregado todavía al sueño, y seguidamente desembarcando las riquezas que los ilustres le habían dado al volver a su patria, gracias a la magnánima Atenea, las amontonaron todas al pie del olivo, algo apartadas del camino: no fuera que algún viandante se acercara a ellas en tanto Odiseo dormía y le hurtara algo. Después de esto volviéronse los feacios a su país. Pero el que sacude la tierra no olvidó las amenazas que desde un principio hizo a Odiseo, semejante a un dios, y quiso explorar la voluntad de Zeus:

128
—¡Padre Zeus! Ya no seré honrado nunca entre los inmortales dioses, puesto que no me honran en lo más mínimo ni tan siquiera los mortales, los feacios, que son de mi propia estirpe. No dejaba de figurarme que Odiseo tornaría a su patria, aunque a costa de multitud de infortunios, pues nunca le quité del todo que volviese, por considerar que con tu asentimiento se lo habías prometido; mas los feacios, llevándole por el ponto en velera nave, lo han dejado en Ítaca, dormido, después de hacerle innumerables regalos: bronce, oro en abundancia, vestiduras tejidas, y tantas cosas como nunca sacara de Troya si volviese indemne y después de lograr la parte que del botín le correspondiera.

139
Respondióle Zeus, que amontona las nubes:

140
—¡Ah, poderoso dios que bates la tierra! ¡Qué dijiste! No te desprecian los dioses, que sería difícil herir con el desprecio al más antiguo y más ilustre. Pero si deja de honrarte alguno de los hombres, por confiar en sus fuerzas y en su poder, está en tu mano tomar venganza. Obra, pues, como quieras y a tu ánimo le agrade.

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