416
Respondióle el ingenioso Odiseo:
417
—¿Y por qué no se lo dijiste, ya que tu mente todo lo sabía? ¿Acaso para que también pase trabajos, vagando por el estéril ponto, y los demás se le coman los bienes?
420
Contestóle Atenea, la deidad de ojos de lechuza:
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—Muy poco has de apurarte por él. Yo misma le llevé para que, yendo allá, adquiriese ilustre fama; y no padece trabajo alguno, sino que se está muy tranquilo en el palacio del Atrida, teniéndolo todo en gran abundancia. Cierto que los jóvenes le acechan embarcados en negro bajel, y quieren matarle cuando vuelva al patrio suelo; pero me parece que no sucederá así y que antes la tierra tendrá en su seno a alguno de los pretendientes que devoran lo tuyo.
429
Dicho esto tocóle Atenea con una varita. La diosa le arrugó el hermoso cutis en los ágiles miembros, le rayó de la cabeza los blondos cabellos, púsole la piel de todo el cuerpo de tal forma que parecía la de un anciano; hízole sarnosos los ojos, antes tan bellos; vistióle unos andrajos y una túnica, que estaban rotos, sucios y manchados feamente por el humo; le echó encima el cuero grande, sin pelambre ya, de una veloz cierva; y le entregó un palo y un astroso zurrón lleno de agujeros con su correa retorcida.
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Después de deliberar así se separaron, yéndose Atenea a la divinal Lacedemonia donde se hallaba el hijo de Odiseo.
1
Odiseo, dejando el puerto, empezó áspero camino por lugares selvosos, entre unas eminencias, hacia donde le había indicado Atenea que hallaría al porquerizo; el cual era, entre todos los criados adquiridos por el divinal Odiseo, quien con mayor solicitud le cuidaba los bienes.
5
Hallóle sentado en el vestíbulo de la majada excelsa, hermosa y grande, construida en lugar descubierto, que se andaba toda ella alrededor; la cual había labrado el mismo porquerizo para los cerdos del ausente rey, sin ayuda de su ama ni del anciano Laertes, empleando piedras de acarreo y cercándola con un seto espinoso. Puso fuera de la majada, acá y acullá, una larga serie de espesas estacas, que había cortado del corazón de unas encinas; y construyó dentro doce pocilgas muy juntas en que se echaban los puercos. En cada una tenía encerradas cincuenta hembras paridas de puercos, que se acuestan en el suelo; y los machos pasaban la noche fuera, siendo su número mucho menor porque los pretendientes, iguales a los dioses, los disminuían comiéndose siempre el mejor de los puercos gordos, que les enviaba el porquerizo. Eran los cerdos trescientos sesenta.
21
Junto a ellos hallábanse constantemente cuatro perros, semejantes a fieras, que había criado el porquerizo, mayoral de los pastores. Este cortaba entonces un cuero de buey de color vivo y hacía unas sandalias, ajustándolas a sus pies; y de los otros pastores, tres se habían encaminado a diferentes lugares con las piaras de los cerdos y el cuarto había sido enviado a la ciudad por Eumeo para llevarles a los orgullosos pretendientes el obligado puerco que inmolarían para saciar con la carne su apetito.
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De súbito los perros ladradores vieron a Odiseo y, ladrando, corrieron hacia él; más el héroe se sentó astutamente y dejó caer el garrote que llevaba en la mano. Entonces quizás hubiera padecido vergonzoso infortunio junto a sus propios establos; pero el porquerizo siguió en seguida y con ágil pie a los canes y, atravesando apresuradamente el umbral donde se le cayó de la mano aquel cuero, les dio voces, los echó a pedradas a cada uno por su lado, y habló al rey de esta manera:
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—¡Oh anciano! En un tris estuvo que los perros te despedazaran súbitamente, con lo cual me habrías causado gran oprobio. Ya los dioses me tienen dolorido y me hacen gemir por una causa bien distinta; pues mientras lloro y me angustio pensando en mi señor, igual a un dios, he de criar estos puercos gordos para que otros se los coman y quizás él esté hambriento y ande peregrino por pueblos y ciudades de gente de extraño lenguaje, si aún vive y contempla la lumbre del sol. Pero ven, anciano, sígueme a la cabaña, para que, después de saciarte de manjares y de vino conforme a tu deseo, me digas dónde naciste y cuántos infortunios has sufrido.
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Diciendo así, el divinal porquerizo guióle a la cabaña, introdújole en ella, e hizo sentar, después de esparcir por el suelo muchas ramas secas, las cuales cubrió con la piel de una cabra montés, grande, vellosa y tupida que le servía de lecho. Holgóse Odiseo del recibimiento que le hacía Eumeo, y le habló de esta suerte:
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—¡Zeus y los inmortales dioses te concedan, oh huésped, lo que más anheles; ya que con tal benevolencia me has acogido!
55
Y tú le contestaste así, porquerizo Eumeo:
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—¡Oh forastero! No me es lícito despreciar al huésped que se presente, aunque sea más miserable que tú, pues son de Zeus todos los forasteros y todos los pobres. Cualquier donación nuestra le es grata, aunque sea exigua; que así suelen hacerlas los siervos, siempre temerosos cuando mandan amos jóvenes. Pues las deidades atajaron sin duda la vuelta del mío, el cual, amándome por todo extremo, me habría procurado una posesión, una casa, un peculio y una mujer muy codiciada; todo lo cual da un amo benévolo a su siervo, cuando ha trabajado mucho para él y las deidades hacen prosperar su obra como hicieron prosperar ésta en que me ocupo. Grandemente me ayudara mi señor si aquí envejeciese; pero murió ya: ¡así hubiera perecido completamente la estirpe de Helena, por la cual a tantos hombres les quebraron las rodillas!
Que aquél fue a Troya, la de hermosos corceles, para honrar a Agamenón combatiendo contra los teucros.
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Diciendo así, en un instante se sujetó la túnica con el cinturón, se fue a las pocilgas donde estaban las piaras de los puercos, volvió con dos, y a entrambos los sacrificó, los chamuscó y, después de descuartizarlos, los espetó en los asadores. Cuando la carne estuvo asada, se la llevó a Odiseo, caliente aún y en los mismos asadores, polvoreándola de blanca harina; echó en una copa de hiedra vino dulce como la miel.
79
Sentóse enfrente de Odiseo, e, invitándole, hablóle de esta suerte:
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—Come, oh huésped, esta carne de puerco, que es la que está a la disposición de los esclavos; pues los pretendientes devoran los cerdos más gordos, sin pensar en la venganza de las deidades, ni sentir piedad alguna.
83
Pero los bienaventurados númenes no se agradan de las obras perversas, sino que honran la justicia y las acciones sensatas de los hombres. Y aun los varones malévolos y enemigos que invaden el país ajeno y, permitiéndoles Zeus que recojan botín, vuelven a la patria con las naves repletas; aun éstos sienten que un fuerte temor de la venganza divina les oprime el corazón. Mas los pretendientes algo deben de saber de la deplorable muerte de aquel por la voz de alguna deidad que han oído, cuando no quieren pedir de justo modo el casamiento, ni restituirse a sus casas; antes muy tranquilos consumen los bienes orgullosa e inmoderadamente. En ninguno de los días ni de las noches, que proceden de Zeus, se contentan con sacrificar una víctima, ni dos tan solo; y agotan el vino, bebiéndolo sin tasa alguna. Pues la hacienda de mi amo era cuantiosísima, tanto como la de ninguno de los héroes que viven en el negro continente o en la propia Ítaca y ni juntando veinte hombres la suya pudieran igualarla. Te la voy a especificar.
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Doce vacadas hay en el continente; y otros tantos ganados de ovejas, otras tantas piaras de cerdos, y otras tantas copiosas manadas de cabras apacientan allá sus pastores y gente asalariada. Aquí pacen once hatos numerosos de cabras en la extremidad del campo, y los vigilan buenos pastores, cada uno de los cuales lleva todos los días a los pretendientes una res, aquella de las bien nutridas cabras que le parece mejor. Y yo guardo y protejo estas marranas y, separando siempre el mejor de los puercos, se lo envío también.
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Así habló. Odiseo, sin desplegar los labios, devoraba aprisa la vianda y bebía vino con avidez, maquinando males contra los pretendientes. Después que hubo cenado y repuesto el ánimo con la comida, diole Eumeo la copa que usaba para beber, llena de vino. Aceptóla el héroe y, alegrándose en su corazón pronunció estas aladas palabras:
115
—¡Oh amigo! ¿Quién fue el que te compró con sus bienes y era tan opulento y poderoso, según cuentas? Decías que pereció por causa de la honra de Agamenón. Nómbramelo por si acaso en alguna parte hubiese conocido a tal hombre. Zeus y los dioses inmortales saben si lo he visto y podré darte alguna nueva, pues anduve perdido por mucho pueblos.
121
Respondióle el porquerizo mayoral de los pastores:
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—¡Oh viejo! A ningún vagabundo que llegue con noticias de mi amo, le darán crédito ni la mujer de éste ni su hijo; pues los que van errantes y necesitan socorro mienten sin reparo y se niegan a hablar sinceramente. Todo aquel que, peregrinando, llega al pueblo de Ítaca, va a referirle patrañas a mi ama; y ésta le acoge amistosamente, le hace preguntas sobre cada punto, y al momento solloza y destila lágrimas de sus párpados, como es costumbre de la mujer cuyo marido ha muerto en otra tierra. Tú mismo, oh anciano, inventarías muy pronto cualquier relación, si te diesen un manto y una túnica con que vestirte. Mas ya los perros y las veloces aves han debido separarle la piel de los huesos, y el alma le habrá dejado; o quizás los peces lo devoraron en el ponto y sus huesos yacen en la playa, dentro de un gran montón de arena. De tal suerte murió aquél y nos ha dejado pesares a todos sus amigos y especialmente a mí, que ya no hallaré un amo tan benévolo en ningún lugar a que me encamine, ni aun si me fuere a la casa de mi padre y de mi madre donde nací y ellos me criaron. Y lloro no tanto por ellos, aunque deseara verlos con mis ojos en la patria tierra, como porque me aqueja el deseo del ausente Odiseo; a quien, oh huésped, temo nombrar, no hallándose acá, pues me amaba mucho y se interesaba por mi en su corazón, y yo le llamo hermano del alma por mas que esté lejos.
148
Díjole entonces el paciente divinal Odiseo:
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—¡Oh amigo! Ya que a todo te niegas, asegurando que aquél no ha de volver, y tu ánimo permanece incrédulo; no sólo quiero repetirte, sino hasta jurarte, que Odiseo volverá. Por albricias de la buena nueva revestidme de un manto y una túnica, que sean hermosas vestiduras, tan presto como aquél llegue a su palacio; pues antes nada aceptaría, no obstante la gran necesidad en que me veo. Me es tan odioso como las puertas del Hades a aquel que, cediendo a la miseria refiere embustes.
158
Sean testigos primeramente Zeus entre los dioses y luego la mesa hospitalaria y el hogar del intachable Odiseo a que he llegado, de que todo se cumplirá como lo digo: Odiseo vendrá aquí este mismo año; al terminar el corriente mes y comenzar el otro volverá a su casa, y se vengará de quien ultraje a su mujer y a su preclaro hijo.
165
Y tú le contestaste así, porquerizo Eumeo:
166
—¡Oh anciano! Ni tendré que pagar albricias por la buena nueva, ni Odiseo tornará a su casa; pero bebe tranquilo, cambiemos de conversación y no me traigas tal asunto a la memoria, que el ánimo se me aflige en el pecho cada vez que oigo mentar a mi venerable señor. No hagamos caso del juramento y preséntese Odiseo, como yo quisiera y también Penelopea, el anciano Laertes y Telémaco, semejante a los dioses.
174
Por este niño me lamento ahora sin cesar, por Telémaco, a quien engendró Odiseo; como las deidades le criaran a par de un pimpollo, pensé que más adelante no sería entre los hombres inferior a su padre, sino tan digno de admiración por su cuerpo y su gentileza; mas, habiéndole trastornado alguno de los inmortales o de los hombres el buen juicio de que disfrutaba, se ha ido a la divina Pilos en busca de noticias de su progenitor, y los ilustres pretendientes le preparan asechanzas para cuando torne, a fin de que desaparezca de Ítaca sin gloria alguna el linaje de Arcesio, semejante a los dioses. Pero dejémosle, ora sea capturado, ora logre escapar porque el Cronida extiende su brazo encima de él.
185
Ea, anciano, refiéreme tus cuitas, y dime la verdad de esto para que yo me entere: ¿Quién eres y de qué país procedes? ¿Dónde se halla tu ciudad y tus padres? ¿En qué embarcación llegaste? ¿Cómo los marineros te trajeron a Ítaca? ¿Quienes se precian de ser? Pues no me figuro que hayas venido andando.
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Respondióle el ingenioso Odiseo:
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—De todo esto voy a informarte circunstanciadamente. Si tuviéramos comida y dulce vino para mucho tiempo, y nos quedásemos a celebrar festines en esta cabaña mientras los demás fueran al trabajo, no me sería fácil referirte en todo el año cuantos pesares ha padecido mi alma por la voluntad de los dioses.
199
Por mi linaje, me precio de ser natural de la espaciosa Creta, donde tuve por padre un varón opulento. Otros muchos hijos le nacieron también y se criaron en el palacio, todos legítimos, de su esposa, pero a mi me parió una mujer comprada, que fue su concubina; pero guardábame igual consideración que a sus hijos legítimos Cástor Hilácida, cuyo vástago me glorio ser, y a quien honraban los cretenses como a un dios por su felicidad, por sus riquezas y por su gloriosa prole. Cuando las Parcas de la muerte se lo llevaron a la morada de Hades, sus hijos magnánimos partieron entre sí las riquezas echando suertes sobre ellas, y me dieron muy poco, asignándome una casa. Tomé mujer de gente muy rica, por sólo mi valor; que no era yo despreciable ni tímido en la guerra. Ahora ya todo lo he perdido; esto no obstante, viendo la paja conocerás la mies, aunque me tiene abrumado un gran infortunio. Diéronme Ares y Atenea audacia y valor para destruir las huestes de los contrarios, y en ninguna de las veces que hube de elegir los hombres de más bríos y llevarlos a una emboscada, maquinando males contra los enemigos, mi ánimo generoso me puso la muerte ante los ojos; sino que arrojándome a la lucha mucho antes que nadie, era quien primero mataba con la lanza al enemigo que no me aventajase en la ligereza de sus pies. De tal modo me portaba en la guerra. No me gustaban las labores campestres, ni el cuidado de la casa que cría hijos ilustres, sino tan solamente las naves con sus remos, los combates, los pulidos dardos y las saetas; cosas tristes y horrendas para los demás y gratas para mi, por haberme dado algún dios esa inclinación; que no todos hallamos deleite en las mismas acciones. Ya antes que los aqueos pusieran el pie en Troya, había capitaneado nueve veces hombres y naves de ligero andar contra extranjeras gentes, y todas las cosas llegaban a mis manos en gran abundancia. De ellas me reservaba las más agradables y luego me tocaban muchas por suerte; de manera que, creciendo mi casa con rapidez, fui poderoso y respetado entre los cretenses.