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Authors: Irving Wallace

Miró a un lado. Alguien había estado llamando a la puerta, y ahora la abría.

El escribano asomó la cabeza.

—Monsieur Randall, llegó la hora del veredicto.

Randall se puso en pie.

—Medio minuto —dijo. Ángela se había levantado y estaba parada frente a él. Randall la examinó una vez más—. Quieres que me retracte, ¿verdad?

Ella se puso los lentes.

—Quiero que hagas lo que debes hacer; ni más ni menos —pensó si añadiría algo, y al fin dijo—: En realidad, vine a decirte que sin importar lo que seas o lo que te vuelvas, yo podría amarte… si tú, a cambio, pudieras aprender a amar; a amarte a ti mismo en primer lugar, y a amarme a mí. Pero no podrás hacerlo si no tienes fe, en la Humanidad y en el futuro. Lo lamento por ti, Steven, pero más aún por nosotros dos. Sacrificaría cualquier cosa por ti… excepto la fe. Espero que algún día lo comprendas. Ahora, haz lo que desees.

Ella salió del cuarto apresuradamente, y él se quedó solo.

—¿Desea usted hacer alguna declaración final antes del veredicto, Monsieur Randall?

—Sí, Su Señoría —dijo al magistrado—. He repasado en la mente el testimonio que ya presté en esta sala de audiencias y deseo afirmar que yo no fui a Roma con el propósito de destruir a Resurrección Dos ni el Nuevo Testamento Internacional, sino con la única intención de verificar, para mí mismo y para los directores del proyecto, el hecho de que habían descubierto, más allá de toda duda, al verdadero Jesucristo.

Vio que Wheeler, los otros cuatro editores y aun Ángela se habían inclinado hacia delante en sus asientos de la primera fila.

Randall se dirigió nuevamente al magistrado:

—Lo que supe en Roma, lo que vi con mis propios ojos, me ha convencido de que el fragmento de papiro que logré encontrar y que traje a Francia, así como toda la colección de papiros y el pergamino que sirven como fundamento del Nuevo Testamento Internacional, es una mentira contemporánea, una impostura y un fraude, creados por la mano de un falsificador maestro. Creo que el producto del descubrimiento hecho por el profesor Monti carece de todo valor y que el Jesús que presentan Santiago el Justo y Petronio es una imagen ficticia y un Cristo espurio. A pesar de los anteriores testimonios en contra, yo sostengo todavía que la evidencia que tenía sobre mi persona al entrar a Francia era una falsificación (sin ningún valor, repito) y que, por lo tanto, no he cometido delito alguno. Confío en que el tribunal, tomando en consideración mi conocimiento de primera mano y mis investigaciones acerca del asunto, que no fueron motivados por ninguna idea de lucro personal, me declarará inocente. Más aún, ruego a la corte que me devuelva la porción faltante del Papiro número 3, que es, en cierto modo, un legado que me dejó Robert Lebrun, para que yo pueda hacer que su contenido sea examinado y evaluado por expertos más objetivos de cualquier otra parte del mundo… No tengo nada más que decir.

—¿Ha terminado usted, Monsieur Randall?

—He terminado.

—Muy bien. El acusado ha sido escuchado. El veredicto de esta causa se rendirá ahora —el magistrado Le Clare movió un manojo de papeles que había sobre su escritorio—. En la acusación hay dos cargos. El segundo de ellos, por alteración del orden y agresión a un funcionario público, queda en este momento suprimido, teniendo en cuenta que el acusado ha sido hasta ahora un ciudadano respetuoso de las leyes en su propio país, así como en consideración a las insólitas circunstancias y la provocación que hubieron en torno al hecho de su detención. En cuanto al primer cargo, el de introducir a Francia, sin la debida declaración, un antiguo documento de valor inestimable y que es en sí un tesoro de la nación de donde fue traído…

Randall contuvo el aliento.

—…la corte halla el documento auténtico y al acusado culpable.

Randall esperó inconmovible.

«Estoy solo», pensó.

—Vamos ahora a dictar la sentencia —prosiguió el magistrado—. El acusado, Steven Randall, pagará una multa de cinco mil francos y se le sentencia a tres meses de prisión. En vista de la declaración aparentemente sincera del acusado, en el sentido de que no quebrantó la Ley deliberadamente, y tomando en consideración cierta petición hecha a este tribunal por los clientes del acusado, la multa queda condonada y la pena a tres meses de prisión se suspende. Empero, con el objeto de proteger a sus clientes y para impedir una nueva alteración del orden público, el acusado será reencarcelado en su celda temporal, donde continuará encerrado durante dos días, hasta que el anuncio del Nuevo Testamento Internacional haya sido hecho público. Después de cuarenta y ocho horas (es decir, el mediodía del viernes, pasado mañana) el acusado será escoltado por una guardia policíaca desde su celda hasta el Aeropuerto de Orly, donde será puesto, a costas suyas, en un vuelo a los Estados Unidos y, por lo tanto, quedará expulsado de Francia.

El magistrado se aclaró la garganta.

—En cuanto a su petición, Monsieur Randall, en el sentido de que vuelva a su posesión el fragmento del papiro, ésta es denegada. Habiéndose establecido la autenticidad, el papiro confiscado será entregado a sus actuales arrendatarios, los directores de Nuevo Testamento Internacional, S. A., conocidos también por Resurrección Dos, para que dispongan de él como deseen.

El juez golpeó con ambas palmas el escritorio.

—Se levanta la sesión.

De alguna parte salieron dos
agents de police
. Randall sintió el frío del metal en las muñecas y vio que estaba esposado.

Dirigió la mirada hacia las hileras de bancos, evitando a Ángela y fijándola en Wheeler, Deichhardt y Fontaine, que jubilosos se reunían en torno al
dominee
De Vroome.

Al mirarlos, en la mente de Randall surgió un pensamiento. Sacrilegio o no, se le había metido en el cerebro, y allí permaneció.

Padre mío, perdónalos, porque no saben lo que hacen.

«Padre —corrigió—, perdónalos, no por lo que me están haciendo a mí, sino por lo que están haciendo al Espíritu Santo y a la Humanidad incauta, impotente y crédula de todo el mundo.»

Otro mal momento (no malo, en realidad, sino estremecedor, increíble y algo extraño) pasó media hora después, cuando estuvo de vuelta en el Dépôt.

Lo habían condenado a ser expulsado de Francia, por su propia cuenta, como elemento indeseable. El inspector Bavoux, de la Garde Républicaine, le había solicitado dinero para pagar su billete de ida a Nueva York. Randall había buscado su cartera y su cheques de viajero, y había recibido la desagradable sorpresa de ver que no tenía consigo la suma necesaria. Y le habían aconsejado que más le valdría conseguir el dinero en alguna parte de inmediato.

Randall recordó que no llevaba encima los veinte mil dólares que había depositado en la caja fuerte del «Hotel Excelsior», en Roma. Antes de salir hacia París, había arreglado con el cajero del hotel que le fueran transferidos a su cuenta bancaria en Nueva York. Como le faltaba aquel dinero, su primera idea fue telefonear a Thad Crawford o a Wanda para que le enviaran la suma necesaria, pero recordó que tenía un amigo íntimo en París.

Así que telefoneó a Sam Halsey, de la Associated Press, desde la oficina del guardián.

Sin entrar en todos los intrincados detalles de Resurrección Dos, el Nuevo Testamento Internacional y el fragmento de papiro de Lebrun, dijo a Halsey que lo habían detenido en la aduana de Orly, ayer, por traer un objeto de arte no declarado. Agregó que se trataba de un error, pero que no obstante lo tenían detenido en el Dépôt del Palais de Justice.

—Necesito algo de dinero, Sam. De momento no tengo lo suficiente. Te lo enviaré desde los Estados Unidos dentro de unos días.

—¿Necesitas dinero? ¿Cuánto? Lo que tú quieras.

Randall le dijo cuánto quería.

—Te lo envío enseguida —dijo Halsey—. Espera un minuto. Steven. No me has dicho… ¿te declaraste culpable o inocente?

—Inocente, naturalmente.

—Bien, ¿y cuándo te van a juzgar?

—Me juzgaron esta mañana y me declararon culpable. Tanto la sentencia como la multa fueron suspendidas. Me confiscaron mis bienes y me van a expulsar de Francia. Por eso necesito el dinero.

Hubo una pausa prolongada al otro extremo de la línea.

—Vamos a ver si ponemos esto en claro, Steven —dijo Halsey—. Te detuvieron… ¿Cuándo?

—Anoche.

—¿Y te juzgaron y sentenciaron esta mañana?

—Así fue, Sam.

—Espérame, Steven… tal vez uno de los dos esté loco, pero eso no puede ser… quiero decir que las cosas no funcionan así en Francia. Más vale que me digas qué sucedió esta mañana.

Simple, brevemente (consciente de que sus guardianes lo rondaban), Randall relató a Halsey lo que pudo acerca de la audiencia ante el
juge d'instruction
, el veredicto y la sentencia.

Al otro extremo del hilo telefónico, Halsey tartamudeaba estupefacto:

—Pero… no puede ser. No puede… no tiene sentido. ¿Estás seguro de que sucedió tal como me lo has contado?

—Sam, por Dios, eso fue exactamente lo que sucedió. Hace unas horas que lo viví. ¿Por qué habría yo de inventarlo?

—¡Dios mío! —exclamó Halsey—. En todos los años que llevo aquí… bueno, he oído rumores de tribunales fingidos y de farsas judiciales… pero ésta es la primera vez que escucho esto directamente de labios del involucrado.

Randall estaba completamente desconcertado.

—¿Qué quieres decir? ¿Qué tuvo de malo?

—¡Qué tuvo de bueno, querrás decir! Escucha, Steven, mi querido extranjero inocente: te han tomado el pelo, te han encarcelado falsamente. ¿No sabes nada acerca de los procedimientos jurídicos franceses? Claro está que te acusan de un delito. Claro está que te llevan ante un
juge d'instruction
para que declares. Pero eso sólo una vista preliminar. Un
juge d'instruction
no tiene poder judicial ninguno, para rendir un veredicto ni dictar una sentencia. Sólo puede decidir si hay sobreseimiento (y en ese caso se renuncia a los cargos), o si se sigue la acción (en cuyo caso pasa al Parquet). Si se te somete a proceso, pasan de seis a doce meses antes de que comparezcas a juicio, frente a tres jueces del Tribunal Correctionnel. Es entonces cuando se celebra un verdadero juicio, con fiscal y abogado defensor, todo el procedimiento, antes de que se rinda un veredicto. La única excepción a ese procedimiento (y es rara) es cuando lo agarran a uno
en flagrant délit
, en el acto del crimen, y sin que quepa duda alguna al respecto. Entonces, y sólo entonces, se te puede llevar inmediatamente a juicio ante el Tribunal de Flagrant Délit… lo cual sería más parecido a lo que tú acabas de pasar, salvo que de todos modos habría tres jueces, un fiscal suplente y un abogado de la defensa. Pero, al parecer, no sucedió así contigo…

—No, definitivamente no fue así.

—Lo que hicieron contigo… parece ser una falsa combinación de ambos procedimientos… pero nada tiene que ver con la Ley francesa, al menos como yo la entiendo.

Sin embargo, Randall recordaba que la Policía le había ofrecido la oportunidad de buscarse un abogado, probablemente para tranquilizarlo, para evitar cualquier sospecha. Y también recordó que le habían dificultado el asunto, diciéndole que si buscaba consejo legal la vista de la causa tardaría más. Pero se preguntó qué habría pasado si hubiera solicitado un abogado. La respuesta parecía obvia. Los que controlaban el asunto habrían modificado el procedimiento programado por algo que se apegara a la Ley francesa, aunque ello implicara una publicidad indeseable. Pero, de cualquier modo, Randall comprendía que el resultado había sido determinado de antemano. El veredicto tenía que ser de culpabilidad.

—No cabe duda —decía Halsey—. Se trataba de un tribunal fingido; te aplicaron un sabroso encarcelamiento falso —hizo una pausa—. Steven, parece como si alguien de muy arriba, pero muy arriba, quisiera quitarte de en medio aprisa y sin hacer ruido. No sé en qué estarás metido, pero debe ser algo muy importante para alguien.

—Sí —dijo Randall sombríamente—, es muy importante para alguien… para varias personas.

—Steven —apremió Halsey—, ¿quieres que intervenga en esto?

Randall consideró la proposición de su amigo. Al fin, dijo:

—Sam, ¿te gusta trabajar en Francia, en Europa?

—¿Qué quieres decir? Me encanta…

—Entonces no intervengas.

—Pero la justicia, Steven… ¿qué me dices de la justicia?

—Déjamelo a mí —hizo una pausa—. Agradezco tu interés, Sam. Ahora, envíame el dinero.

Randall colgó.

«La justicia», pensó.

«
.Liberté, Egalité, Fraternité
», pensó.

Entonces comprendió que esas palabras eran solamente la promesa de Francia. Pero no lo había juzgado Francia, el mero poder de un Gobierno. Lo había juzgado un superpoder. Lo había juzgado Resurrección Dos.

Aquella radiante mañana del viernes en que salió de la cárcel, la noticia estaba ya por todas partes. Era el relato más estupendo que había oído en toda su vida, pensó Randall.

En todos los años que llevaba sobre la Tierra, estaba seguro de que nunca nada había superado la difusión y atención que se habían concedido a este evento. Ciertamente, cuando se anunciaron el ataque japonés a Pearl Harbor, la caída de Berlín y la muerte de Hitler, el lanzamiento del Sputnik I al espacio exterior, el asesinato de John F. Kennedy, el primer paso dado por Neil Armstrong sobre la Luna, habían sido momentos grandes y trascendentales… pero, por lo que recordaba Randall, la sensación pública que cada uno de esos acontecimientos había generado había sido igualada por la noticia electrizante y atronadora emitida desde el palacio real de Amsterdam: Jesucristo, sin duda alguna, había vivido sobre la Tierra, como ser humano y mensajero espiritual del Hacedor.

Durante todos aquellos días, Randall había estado tan ocupado en los tecnicismos y dilemas de la autenticidad y la verdad, y en su propia supervivencia, que casi había olvidado el impacto que el Evangelio según Santiago y el Pergamino de Petronio podrían producir en los millones y millones de frágiles y anhelantes mortales.

Pero a través del recorrido desde el Dépôt del Palais de Justice hasta el Aeropuerto de Orly, en las afueras de París, Randall había observado pruebas de la reacción de este milagro histórico en cada esquina, en cada café, en cada aparador o escaparate. Franceses y extranjeros por igual estaban en las calles, arrebatando periódicos, pegados a las radios de transistores, apiñados en torno a los televisores de las tiendas, arrastrados por el apasionamiento.

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