La plaza (7 page)

Read La plaza Online

Authors: Luis Spota

Tags: #Drama

la acción desarrollada por el Ejército Mexicano, efectuada esta madrugada para terminar la agitación estudiantil, tuvo como base tres puntos:

1.—Fue razonable.

2.—Sirvió a los intereses de la colectividad; y

3.—Estuvo apegada a la ley…

El Secretario de la Defensa recibe a los periodistas:

—Estamos preparados para repeler cualquier agresión y lo haremos con toda energía; no habrá contemplaciones para nadie…

El Senador Líder del Congreso:


Cuando por influencias extrañas los estudiantes lesionan los intereses generales del país, y no pueden hacerse acreedores a consideraciones especiales porque no tienen ningún derecho ello.

Una voz sin Cargo Oficial:

—Correcto, Libra, pero dime ¿qué debo hacer? Soy un rebelde, creo en la necesidad de ser insumisos. De otra manera el hombre se anquilosa, se diluye, se aniquila y llega a prostituirse como muchos de nuestros colegas.

(Mina y yo comemos juntos, lo que ahora rara vez sucede. Vagamente sé, porque ella me lo dijo o porque creo que ella me lo dijo, que tiene ligas de algún género con los muchachos que desde julio inquietan a la ciudad con sus algaradas callejeras Los periódicos del mediodía consignan la noticia de la acción militar.

Comento:

—Asunto de revoltosos y de espías extranjeros. No te metas.

Sus ojos son igual de azules que los del abuelo, pero helados, punzantes, desdeñosos; me dice:

—Si no sabes, no opines. No critiques lo que no entiendes. Los tiempos están cambiando.

Hay una declaración del Rector:

—Hoy es un día de luto
para
la Universidad. La autonomía está amenazada gravemente. Quiero expresar que la institución, a través de sus autoridades, maestros y estudiantes, manifiesta profunda pena por lo acontecido. La autonomía no es una idea abstracta, es un ejercicio responsable que debe ser respetable y respetado por todos…

En la explanada de la Rectoría, en Ciudad Universitaria, se reúnen muchísimos grupos de estudiantes. Van a participar en un acto sin precedente; en la gran manifestación con la que se protestará, en silencio, por la agresión que ha sufrido la soberanía de la máxima casa de estudios cuyos planteles han sido violados por el Ejército y retenidos desde entonces. Se pide a los presentes permanecer callados. Se reparten, para subrayar el carácter luctuoso del desfile, listones negros que deberán ser exhibidos en mangas y solapas. Detrás del Rector marchan (se calculó), cien mil personas:

La voz del Rector:


…quiero decir que confío en que todos sepan hacer honor al compromiso que han con traído. Necesitamos demostrar al pueblo de México que somos una comunidad responsable, que merecemos la autonomía, pero no sólo será la defensa de la autonomía la bandera nuestra en esta expresión pública; será también la demanda, la exigencia por la libertad de nuestros compañeros presos, la cesación de las represiones

Acostumbrados a la oratoria fácil, abundosa, infectada de lugares comunes, la del Rector parece ser árida, gris, carente de emotividad. Sin embargo, comunica; sin embargo, emociona. Se siente que es un hombre el que habla; un hombre que ha hecho, al decir lo que dijo, un compromiso no sólo con la comunidad que representa, la que lo sigue por calles y avenidas sin más gritos que los que consignan las mantas y pancartas, sino también, y es lo que le da validez a su gesto, con la Muerte.

Todavía el Rector:

—En la medida que sepamos que podemos actuar con energía, pero siempre dentro del marco de la ley tantas veces violada pero no por nosotros, afianzaremos no sólo la autonomía y las libertades de nuestras casas de estudios superiores, sino que contribuiremos fundamentalmente a las causas libertarias de México. Vamos, pues, a manifestarnos.

Es temprano aún. El primer noticiero no aparecerá en TV antes de que concluyan, por este día, las vicisitudes de la costurerita limeña. Queda la radio, pero la radio sólo me ofrece su repetida vulgaridad, sus canciones cursis, sus tríos detestables, la estridencia de los conjuntos de rock, sus jingles tontos o plagiados, los comerciales de pésima sintaxis dichos por locutores de voz meliflua. Quizá deba explorar los canales que la policía frecuenta. Como de costumbre, la transmisión es mala; supongo que los encargados de ella se preocupan poco, si algo, por lograr que resulte limpia. Capto una voz entre chirridos:

—Avanzada a superioridad. Halcón herido es evacuado en auto Renault CHB-63. Cambio y fuera.

—Superioridad a avanzada. Enterados. Cambio y fuera.

Llamadas de rutina. Canje de reportes. Hay un conato de incendio en unas casuchas de la periferia. Un tranvía ha descarrilado. El tono de las voces que van y vienen por las frecuencias destinadas al uso de la policía es el tono tranquilo, nasal, aburrido de siempre. Nada, ninguna emoción, ninguna agitación, me permite suponer que la policía tenga noticia del secuestro o esté movilizando ya a sus elementos para buscar a los raptores. ¿Acaso la policía retiene secreta la información por temor a que los secuestradores, seguramente guerrilleros urbanos, estén censurando sus canales de radio en la misma forma que ella, dicen, censura los teléfonos de los ministros del régimen?

…desde temprano, en la Plaza del Carrillón del Casco de Santo Tomás, empiezan a concentrarse los contingentes estudiantiles que tienen por meta alcanzar un imposible: el Zócalo, asiento de los poderes, plaza habitada por Los Símbolos del Orden y de la Fe. Una flota de estudiantes motociclistas y de automóviles que transportan médicos y enfermeras, despeja el camino. Los pasos retumban en las calles. Encabeza la manifestación la Coalición de Profesores de Enseñanza Media y Superior Pro Libertades Democráticas. Su gran manta expresa:

LOS PROFESORES REPROBAMOS AL GOBIERNO POR SU POLITICA DE TERROR

Es el trece de agosto/la hora: las diecisiete/ciento cincuenta mil los que caminan/se estima que la columna tiene una longitud de cinco kilómetros y medio/

¡RESPETO A LA CONSTITUCIÓN!

el aplauso tímido a veces, vibrante otras, señala el avance de la columna/los manifestantes se guardan las injurias contra los funcionarios/

PUEBLO Y ESTUDIANTES UNIDOS, VENCEREMOS

la ciudad, asombrada, asiste a la marcha/se temen vandalismos; pero ninguno ocurre/el orden es perfecto/se vislumbra, tierra sometible, el Zócalo/

LUCHAMOS CONTRA UN RÉGIMEN DE INJUSTICIA Y POBREZA

la manifestación ocupa la Plaza Mayor a las ocho de la noche/cerca de doscientos mil concurrentes se sientan en el asfalto, ocupándolo casi por completo/

CHE GUEVARA CHE GUEVARA CHE GUEVARA CHE GUEVARA

El CNH —Consejo Nacional de Huelga— ordena a los estudiantes:

—Ya no más porras injuriosas. Olvídense de los insultos y de la violencia. Ya no lleven banderas rojas. No carguen pancartas del Che ni de Mao. Ahora vamos a llevar las figuras de Hidalgo, la de Morelos, la de Zapata, para que no digan. Son nuestros héroes. ¡Viva Zapata! ¡Viva!

Hablan cinco oradores: cuatro estudiantes; un maestro. /Se cantan canciones satíricas/hacia el final se guarda un minuto de silencio por los caídos en los 17 días que ya dura el Movimiento / un coro gigantesco entona el Himno Nacional/

A través de la mirilla lo observo. Se ha parado en el centro de la jaula y se tapa los oídos con las manos. No alcanzo a verle los ojos, pero supongo que ha de mantener apretados los párpados para lograr, así, aislarse mejor, padecer menos el ataque de los ruidos, de esas voces, ecos de pisadas, lúgubres coros que acumulé en la cinta; en esta que sigue girando en la grabadora y en otras que esperan turno en el archivo. Fue un trabajo hermoso hacer este
assamblage
de millares de pedacitos sonoros. Las jornadas duraban diez, quince y aun más horas, y al final de ellas había construido un minuto, minuto y medio de pista utilizable. Había
ediciones
infinitamente breves, al quinto, al décimo de segundo, y la cabeza me estallaba, pues para entonces era un enorme almacén en el que se habían puesto en desorden todos los estruendos del universo, y me tendía y trataba de apagar esas voces ahogándolas en largas copas de coñac; en pastillas y coñac, pero el recuerdo, más que las voces en sí, denotaba o retardaba la acción de los somníferos, y lo que estaba olvidado, lo que debía estar olvidado, volvía a mí, y ese tiempo presente era, también, el tiempo pasado que fue tiempo presente cuando ocurrió, y sucedía, en ocasiones, que el sueño terminaba aplastándome y que al despertar me encontraba como la noche anterior: vestido, ajada la ropa, el disgusto de la ebriedad en el piso de la lengua; una especie de ceguera, una marcada aversión a la luz, de la que me cuidaba con las gafas negras; lo malo no era beber de ese modo; lo malo, Mina, era recordar, recordarte; recordarme que de ti,

ahora, sólo conservo en el sentimiento, en esa parte de mí que no sabe ni quiere olvidar, una imagen: la imagen de tu cuerpo con la oquedad espantosa por la que se fugó la sangre y, con ella, la vida.

—¿Es ella?

—Sí.

—¿La reconoce bien?

—Sí.

Quisiera no haberte reconocido; negar que fuera tuyo ese cuerpo roto, profanado ahora igual que por la bala expansiva por la curiosidad de quién sabe cuántos que van a ver si es cierto que allá, en el lugar donde tienen a los muertos, está el cadáver de una muchacha de muy linda cara y pechitos puntiagudos; una muchacha, lo oí decir así, rubia de arriba y rubia de
abajo;
una muchacha que eres tú, que ya no serás mi hija, o que apenas hoy que te has muerto lo serás verdaderamente;

y luego el hombre brutal, o sólo encallecido, con el que me han enviado, te toma de un brazo, te arrastra por el suelo, te lleva, como si el tuyo fuera el cadáver de una res, al patio, al siniestro cubo de luz en el que hay otros cuerpos, de hombre éstos, también desnudos; y te deja a un lado de ellos y abre la llave y la manguera se tensa, fálica, instantánea, por efecto de la presión;

y el agua violenta y feroz que sale en un chorro blanquísimo, te pincha la carne, retumba en el agujero donde estuvieron tus vísceras; se mete, con algo de obsceno, entre tus muslos; y estoy tan deprimido que no me opongo a que él, ese hombre tuerto que te maneja así, insista en apuntar el agua hacia el más sensible de tus lugares;

pero a este recuerdo macabro y perturbador, se empalma el de otra imagen igualmente perturbadora: el único retrato que conservo de ti, yo que te hice miles mientras fuiste niña y pude imponerte mis órdenes; el único retrato que te devuelve a mí como eras unos meses antes de ir al encuentro de tu muerte. Lo obtuve el día que descubrí tu cuarto en el quinto piso; el día que me maravillé al conocer el mundo que te habías fabricado. Apareces tan desnuda como te vi en el patio de la morgue: igual de bello tu rostro, en idéntico alboroto tu pelo, pero en la instantánea (quien la tomó no tenía firme el pulso) tu risa es amplia, abierta al viento del mar, a la sal y a la luz; no es la sonrisa serena, ya ausente, que te llevaste a la muerte. Y no estás, tampoco, sola. Un muchacho acompaña, con la suya, tu desnudez: un muchacho de tu edad, o acaso algo mayor, de oscuras guedejas hasta los hombros. Seguramente han estado bebiendo. En la arena, cerca de ustedes, hay botellas, botes de cerveza, vasos, cajas de cigarros, cocos, un bolso de mano, la parte superior del bikini de la que has prescindido para que tu imagen (esa que aislé para mí solo, porque no deseo, ahora, compartirte con nadie) quedara impresa así en el papel de la Polaroid; y traté de recordar si me habías pedido permiso para hacer ese viaje o si yo te había autorizado a que lo hicieras sin preguntarte a dónde y con quién;

tal vez, pienso, esa foto (de la que conservo una pequeña copia en la cartera y una amplificación en el sitio donde duermo, junto al transmisor) sea la que verdaderamente represente a la Mina que fuiste, a la Mina desconocida, a la hija que al fin hallé, luego de preguntar en todos los sitios donde la onda de violencia empujó lo que dejó la muerte, en el piso ensangrentado de un precinto policiaco la mañana de las confusiones, del luto que compartía toda la ciudad; del odio que agusanaba ya a muchísimas voluntades; y digo que ésa es la foto que mejor te representa porque es la única que te muestra auténtica y feliz, libre de mi tutela, de mi gazmoñería, de la furia ¿o de los celos? que me producía verte con tus breves trajecitos de baño asoleándote en el jardín, dejándote mirar por Félix, espiar por los mequetrefes que trabajan en el edificio de oficinas contiguo a la casa; los insolentes que no se escondían para numerar los poros de tu piel con sus largavistas;

las otras fotografías tuyas que se acumulan en cajas innumerables son el recuerdo gráfico de alguien que se te parece; un lento, repetido ensayo de ti misma; una serie de esbozos que habría, con el tiempo, de definirse en la instantánea de la playa y en esa otra visión, más atroz porque de ella sólo existe copia en mi memoria, que te representa perforada, impúdica en tu inocencia, entre desnudos hombres muertos, húmedos, inútiles como tú;

ese muchacho, el que te ha puesto el brazo encima de los hombros, que casi envuelve con su mano izquierda uno de tus senos, ¿es el mismo muchacho de jamás precisada identidad que abandonó tu cadáver en la plaza, pero que se preocupó, dos o tres días después, no lo recuerdo bien, de reintegrar el MG en el que saliste esa, la que habría de ser la última tarde de tu vida? ¿Cuál de todos los que hay escritos con la punta de un clavo en la pared negra de tu cuarto, es el nombre que le corresponde, el apodo por el que se le conoce?

y después, cuando el cadáver ha sido lavado, repetidamente violado por el agua que insiste en buscarte la vagina; cuando ha sido puesto sobre un trapo lleno de remiendos y colocado en una parte seca para que el sol evapore la humedad, un sujeto bajito y persuasivo, me aborda, me da palmadas, hace:

—Tch, tch, tch —compasivo, mostrando que uno de sus dientes tiene un casquillo de oro, y me pregunta si deseo que se encargue de acelerar los trámites; unos trámites que serán engorrosos, prolongados, si no se amansan ciertas voluntades; si no se untan ciertas manos, ¿yo comprendo, verdad?, y digo, ¿cuánto?, y él con algo de displicencia, como si no dudara que puedo pagarla, menciona una suma;

y debo buscar los billetes que la completan y obedecerlo cuando él dice que me siente allí, y lo hago donde él dice, y lo observo ir y venir, hablar con éste y con aquél, apartar a la gente que le estorba, que lo interrumpe, esa gente,

Other books

Mystery of the Desert Giant by Franklin W. Dixon
The Women of Eden by Marilyn Harris
A Slice of Heaven by Sherryl Woods
The Zucchini Warriors by Gordon Korman
New World Rising by Wilson, Jennifer
Bet Me by Jennifer Crusie
In Between Days by Andrew Porter
Player in Paradise by Rebecca Lewis