La puerta de las siete cerraduras (24 page)

»Inmediatamente después,
lord
Selford sufrió un colapso, del cual no volvió en sí, falleciendo el 14 de noviembre, siendo testigos de su fallecimiento el doctor Stalletti,
mistress
Cawler y Havelock. El que escribe estas hojas no apareció hasta mucho después de lo relatado, ignorando todas las circunstancias; pero declara ser igualmente culpable que los demás firmantes.

»
Lord
Selford no tuvo tiempo de cambiar su deseo, por lo cual quedó
mister
Havelock como único ejecutor. Fue el doctor Stalletti (el cual lo corrobora con su firma) quien propuso que nada se dijese acerca de las circunstancias que habían rodeado la muerte de
lord
Selford, así como tampoco de las acusaciones que había hecho, a lo cual se conformó (como lo atestigua con su firma)
mister
Havelock, y entonces se trazó un plan, con arreglo al cual Havelock administrarla la hacienda, cuyos productos se distribuirían por partes iguales entre las cuatro personas que habían oído la acusación de su excelencia. Se conferenció con el jardinero Silva, que era un hombre pobre y que odiaba a su amo, y se mostró conforme.

»La intención de aquellas cuatro personas era en aquel momento la de enriquecerse a costa de la hacienda mientras la administrase
mister
Havelock, hasta que llegase el momento de que el abogado tuviese que entregar su cargo de confianza en manos del nuevo
lord
Selford. Mientras tanto, éste daba pruebas constantes de su debilidad cerebral y de su mísera constitución. Poco tiempo después nos dimos cuenta de que un peligro, que no habíamos previsto, nos esperaba, y que fue señalado por
mister
Havelock, pues si el muchacho quedaba definitivamente incapacitado, el Estado se encargaría de la administración de los bienes, y entonces se decidió buscar un colegio particular, donde el muchacho permaneciese alejado de toda posible observación.

»La elección recayó sobre el que escribe este documento, que había tenido la desgracia de ser castigado por las leyes del país por haber obtenido dinero por falsificación; a poco de salir yo de presidio vino a verme
mister
Havelock, y me dijo que tenía a «u cargo un niño de una inteligencia deficiente, y que era necesario tenerle en un colegio en el que no hubiese otros escolares. Se me ofreció una bonita suma, y yo acepté, encantado, el encargo y la responsabilidad.

»Me entregaron el niño en enero de 1902, y yo comprendí en el acto que todo intento de educarle era perder el tiempo. Hice varias consultas con
mister
Havelock y el doctor Stalletti. Este último, que también estaba en malas relaciones con la Policía, expuso su teoría de que, suponiendo que él tuviese a su cargo un niño de temprana edad, podría, si fuese preciso, destrozar su identidad, no por un acto de crueldad, sino por sugestión, por ciertos métodos de hipnotismo. Fundamentaba su teoría diciendo que si todas las fuerzas vitales se encauzaban en una sola dirección, encontrarían una expresión anormal en otra, y se llegaría a formar lo que él llamaba el hombre perfecto, fuerte y obediente, sin voluntad propia, sujeto siempre al dominio de otro. Aseguró que todos los biólogos del mundo tenían esta tendencia, y así como la abeja delega sus funciones en una reina, llegaría una época en que el mundo estaría poblado de trabajadores sin ideas propias, dominados por un número de cerebros selectos, criados y educados exclusivamente para ejercer tal autoridad. Prometió que él destruiría la identidad del joven
lord
Selford, y de este modo no peligrarían los cuatro firmantes, como podría ocurrir en otro caso.

»Confieso que, por mi parte, me pareció muy bien el plan; pero
mister
Havelock se opuso durante algún tiempo, porque dudaba del éxito del procedimiento. El doctor Stalletti se comprometió a demostrarlo en un plazo de tres meses si se le facilitaba un sujeto apropiado, y después de discutir ampliamente el asunto,
mistress
Cawler dijo que ella pondría a disposición del doctor uno de sus dos sobrinos.
Mistress
Cawler no tenía hijos; pero su hermana le había encargado, al fallecer, que cuidase de sus dos niños, dejándole una pequeña suma para atender a su manutención.

»E1 niño fue trasladado a Gallows Hill Cottage, y al cabo de tres meses, aunque yo no vi el resultado del experimento,
mister
Havelock me dijo que había obtenido éxito, y que Selford dejaría de estar a mi cuidado.

»Yo había empezado a recibir mi parte correspondiente de los productos de la hacienda; pero pensando que mi situación podría ser precaria algún día si me quitaban el niño y si no poseía una prueba de la culpabilidad de los otros, propuse que se firmara un documento y se guardara en algún sitio donde todos podríamos verlo al mismo tiempo, pero al que nadie más podría tener acceso. Hubo una larga discusión acerca de ello. A Stalletti le era indiferente. Havelock se preocupó mucho, y
mistress
Cawler fue quien expuso el plan que realizamos después.

»Ya he dicho que había preparada una tumba para
lord
Selford. Era la misma que había sido ocupada por el fundador de la casa, cuya puerta aún no había sido terminada al ocurrir el fallecimiento. En realidad, estaba enterrado en la celda número 6, la primera a la izquierda de la entrada. Havelock aceptó la idea inmediatamente; él había recibido las llaves de los constructores, y la puerta fue colocada. En la tumba había un sitio adecuado en donde guardar el documento, y todos convinimos en que éste tendría la forma en que ahora aparece.

»Fue difícil explicarle a Silva, que apenas conocía el inglés, que no se trataba de inculparle a él para salvarnos nosotros. Pero, afortunadamente, yo había estudiado el portugués en mis días de colegial, y pude hacer la adjunta traducción de este documento, la cual se encuentra en las diez páginas finales del cuaderno, firmada por todos.

»En el (momento de escribir este documento,
lord
Selford se halla instruyéndose en Gallows Hill, bajo mi observación, y parece ser que los experimentos realizados en él y en el sobrino de
mistress
Cawler han obtenido un magnifico éxito. Los dos niños sólo obedecen al mandato del doctor; no se quejan de nada, y resisten los mayores rigores del invierno vestidos con las más ligeras ropas. Yo he contraído matrimonio con
mistress
Cawler, en cuyo arreglo intervinieron Havelock y Stalletti...»

Las escasas palabras siguientes aparecían borradas por una línea de tinta negra; pero Dick logró descifrarlas: «...aunque yo tenia otros planes para el futuro, acepté.

»Es absolutamente imposible que nuestro plan sea descubierto. Los Selfords no tienen parientes; el heredero más próximo es un primo muy lejano, y además, se trata de un hombre rico, el cual no es de esperar se preocupe demasiado acerca de las andanzas de su excelencia.
mister
Havelock tiene la idea de que cuando el muchacho alcance la edad madura, anunciará que éste ha emprendido un largo viaje por el extranjero.

»Los abajo firmantes juran ser verdad todo cuanto queda escrito en el presente documento.» Seguían las firmas, y en la página siguiente empezaba la traducción del documento al portugués.

—Las cartas que me enseñó Havelock dijo Dick en el camino de regreso a la ciudad —estaban, naturalmente, escritas por él. Lo descubrí el día en que me mostró el mensaje que había recibido de El Cairo aquella misma mañana. Estaba escrito con tinta verde, y el abogado tenía dos levísimas motas de igual tinta en la punta de un dedo. Yo sabía anteriormente que él estaba muy complicado en el asunto.

—¿Cómo supo Cawler que uno de los monstruos era hermano suyo? —preguntó Sneed, desorientado.

—Quizá lo sospechase desde mucho tiempo antes. Cawler no es mala persona. Por mi parte, no diré a nadie la historia que él me contó acerca del modo científico con que usó una barra de hierro. Los detectives locales estiman que la herida fue producida por el «auto» al volcar, y no veo la razón por la cual se las deba desengañar.

—El padre de su futura de usted, amigo Dick, ¿es hombre rico? —preguntó Sneed inocentemente.

—No piense usted más en que
miss
Sybil es mi prometida. Aunque su padre poseyó una gran fortuna en la época en que fue escrito ese documento, murió completamente arruinado.

—Ahora será rica la muchacha.

—Sí —respondió Dick secamente.

Sintió cierta contrariedad al pensar que el cambio de posición de Sybil Lansdown establecería entre ellos una considerable diferencia. Aunque él teñía suficiente dinero para no ser juzgado como un cazador de dotes, una muchacha que poseía la inmensa riqueza de los Selfords, sin duda vacilaría antes de limitar las posibilidades de su porvenir.

—De todos modos —dijo en voz alta, sin darse cuenta y como si respondiese a sus propios pensamientos—, yo no le he dicho una palabra acerca del asunto.

Pero el inspector Sneed dormía pacíficamente en un rincón del automóvil, y naturalmente, no le respondió.

Dick fue directamente a su casa. Entró en la alcoba y tuvo un emocionante recuerdo para Lew Pheeney.

—Ellos le asesinaron —dijo tranquilamente, sintiendo, aunque parezca extraño, un profundo rencor hacia Stalletti por este horrible crimen.

Se cambió de ropa, vistiéndose con extraordinario cuidado, eligiendo la corbata y los zapatos y mirándose una docena de veces al espejo, manejando con exquisito cuidado el cepillo y el peine. Al fin, ligeramente inquieto, tomó un coche y se dirigió a Coram Street, número 107. Subió la escalera y oprimió el botón del timbre de una puerta, que se abrió casi inmediatamente. Sybil le recibió con tan grata mirada, que se sintió recompensado de sus inquietudes.

—¡Gracias a Dios se ha salvado usted! —dijo ella en voz baja—. Me he enterado de algo de lo sucedido por los periódicos... ¡
mister
Havelock está detenido!... ¡Qué espanto!... Hubo un breve silencio.

—Mi madre no está en casa —continuó Sybil—. Pensó que..., pensó que quizá viniese usted, y... y que usted preferiría... No acabó la frase.

—¡Que yo preferiría encontrarla a usted sola! —replicó Dick tranquilamente—. ¿Sabe usted que es dueña de una gran fortuna?

Ella le miró, incrédula.


Lord
Selford ha muerto —continuó el detective—. Usted es su heredera legítima... Entre usted y yo existe una gran diferencia...

—¿Cómo?...

—Quiero decir —añadió él tartamudeando— que ahora pensará usted de mí de otro modo distinto.

—¿De qué modo? —preguntó ella, volviendo a su tono característico.

—No lo sé...

Se pasaba la mano suavemente por su cabellera, finamente peinada. De pronto se le ocurrió una idea brillante.

—¿Le gustaría —dijo— que yo le explicase lo que pienso de usted?

Ella le cogió del brazo y le condujo al gabinete. Cerró la puerta y le hizo sentarse en un sillón.

—Me encantaría —le respondió suavemente.

Y se sentó en un brazo del sillón, en actitud expectante...

FIN DE «LA PUERTA DE LAS SIETE CERRADURAS»

[1 ]
Cabaña del patíbulo.

[2]
Feudo o señorío de Selford.

[3]
Medida inglesa de cuatro litros y medio.

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