La reina de la Oscuridad (24 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Juvenil, Fantastico

—Yo lo encuentro fantasmagórico —replicó Ariakas a la vez que se enjugaba el frío sudor que iluminaba su rostro—. De modo que Soth se sienta en su trono todas las veladas, rodeado por sus guerreros espectrales y por las tenebrosas mujeres de su séquito para arrullarse en su horrible melodía

—Siempre entonan la misma canción —explicó Kitiara. Con aire ausente, asió la jarra de vino vacía y volvió a posarla en su bandeja—. Aunque su pasado lo atormenta, no puede sustraerse a él. Suele pasar horas meditando, preguntándose qué podría haber hecho para eludir el triste destino que lo obliga a deambular permanentemente por su reino sin un minuto de descanso. Las sombrías elfas, que desempeñaron un importante papel en su caída, reviven su historia con él. Cada noche se repite la escena, y yo me veo obligada a escuchar sus lamentos.

—¿Conoces la letra del cántico?

—Casi tan bien como él mismo. —Un escalofrío paralizó la sonrisa que trató de dedicar a su huésped—. Ordena que nos traigan otra jarra de vino y, si tienes tiempo, te relataré los hechos.

—Tengo tiempo —le aseguró Ariakas arrellanándose en su silla—. Aunque debo partir al amanecer si quieres que te envíe las ciudadelas.

Kit esbozó de nuevo aquella inefable sonrisa que tantos hombres juzgaban cautivadora.

—Gracias, mi señor —musitó—. No volveré a defraudarte.

—Espero que no —respondió fríamente Ariakas—, porque si lo haces su sino —inclinó la cabeza en dirección al vestíbulo, donde los lamentos se habían convertido en un sonoro y ensordecedor aullido— se te antojará benigno comparado con el tuyo.

El Caballero de la Rosa Negra

—Como sabes —empezó Kitiara—, Soth fue un noble y leal Caballero de Solamnia. Pero también fue un hombre apasionado, carente de disciplina, y ésa fue la causa de su declive.

»Soth se enamoró de una bella doncella elfa, discípula del Príncipe de los Sacerdotes de Istar. Estaba entonces desposado, pero su mujer se desvaneció de sus pensamientos en cuanto contempló la hermosura de la muchacha. Rompiendo sus sagrados votos de esposo y caballero se abandonó por completo a su pasión para, valiéndose del engaño, seducir a su amada y traerla al alcázar de Dargaard con encendidas promesas de matrimonio. Su cónyuge desapareció en circunstancias siniestra.

s»Si son ciertas las estrofas de la canción, la muchacha elfa permaneció fiel al caballero incluso después de descubrir su terrible felonía. Suplicó a la diosa Mishakal que concediera a su amado la oportunidad de redimirse y, al parecer, sus oraciones tuvieron respuesta. Se concedió al caballero Soth el poder de evitar el Cataclismo, aunque al hacerlo debía sacrificar su propia vida.

»Fortalecido por el tierno afecto de la muchacha que había subyugado, Soth partió hacia Istar con la intención de detener al Príncipe de los Sacerdotes y rehabilitar su maltrecho honor.

»Pero el caballero fue interceptado en el camino por unas mujeres elfas, todas ellas discípulas del mandatario de Istar que, sabedoras de su crimen, amenazaron con arruinarle. Para debilitar los efectos del amor de su hermana de raza lo convencieron de que le había sido infiel durante su ausencia.

»Las pasiones de Soth se adueñaron por completo de él, destruyendo su cordura. Presa de unos feroces celos regresó al alcázar de Dargaard e, irrumpiendo en el vestíbulo, acusó a la muchacha inocente de haberlo traicionado. En aquel momento se produjo el Cataclismo. La gran lámpara del techo se precipitó desde su suporte y consumió en incontrolables llamas tanto a la joven elfa como a su pequeño hijo. Antes de morir, la que fuera leal amante envolvió al caballero en una maldición por la que lo condenaba a una vida eterna y pavorosa. Soth y sus seguidores perecieron también en el incendio para renacer más tarde en la espectral forma que ahora presentan.»

—Así que eso es lo que rememora —susurró Ariakas aguzando el oído.

Cántico de las elfas espectrales

Y en el clima de los sueños,

cuando la recuerdes, cuando se propague el universo onírico

y la luz parpadee,

cuando te acerques al confín del sol y la bondad..

Nosotras avivaremos tu memoria,

te haremos experimentar todo aquello de nuevo,

a través de la eterna negación de tu cuerpo.

Porque al principio fuiste oscuro en el seno vacuo de la luz

y te extendiste como una mancha, como una úlcera.

Porque fuiste el tiburón que en el agua remansada

comienza a moverse.

Porque fuiste la escamosa cabeza de una serpiente,

sintiendo para siempre el calor y la forma.

Porque fuiste la muerte inexplicable en la cuna,

la traición hecha hombre.

Y aún más terrible que todo esto fuiste,

pues atravesaste un callejón de visiones

incólume, inmutable.

Cuando aullaron las mujeres desgarrando el silencio,

partiendo la puerta del mundo

para dar paso franco a indecibles monstruos...

Cuando un niño abrió sus entrañas en parábolas de fuego,

en las fronteras

de dos reinos ardientes...

El mundo se dividió, deseoso de engullirte,

deseoso de entregarlo todo

para extraviarte en la noche.

Todo lo atravesaste incólume, inmutable,

pero ahora los ves

engarzados por nuestras palabras, en tu renacimiento

al pasar de la noche a la consciencia de tu existencia en la noche,

y sabes que el odio es la paz del filósofo,

que su castigo es imperecedero,

que te arrastra entre meteoros,

entre la transfixión del invierno,

entre rosas marchitas,

entre las aguas del tiburón,

entre la negra compresión de los océanos,

entre rocas, entre el magma...

hasta ti mismo, un absceso intangible

que reconoces como la nada,

la nada que volverá una y otra vez

bajo las mismas reglas.

3

La trampa

Bakaris dormía en su celda con intervalos de vela. Aunque jactancioso e insolente durante el día, torturaban sus noches sueños eróticos en los que se le aparecía Kitiara entremezclados con pesadillas donde presenciaba su ejecución a manos de los Caballeros de Solamnia... o acaso era su ejecución a menos de Kitiara. Nunca lograba determinar, cuando se despertaba chorreando sudor frío, qué había sucedido. Acostado en su calabozo en las silenciosas horas nocturnas e incapaz de vencer su insomnio, Bakaris maldecía a la mujer elfa que había sido la causante de su derrota, y una y otra vez planeaba su venganza, si aquella detestable criatura caía en su poder.

Estaba Bakaris pensando en todo esto durante su consumidor duermevela, cuando el ruido de una llave en el cerrojo de su celda lo obligó a incorporarse. Casi había amanecido, y se aproximaba la hora de las ejecuciones. ¡Quizá los caballeros venían a buscarle!

—¿Quién es? —preguntó con tono abrupto.

—Silencio —le ordenó una voz—. No correrás ningún peligro si guardas silencio y haces lo que se te diga.

Bakaris se sentó atónito en su catre. Había reconocido la voz, ¿cómo no? Noche tras noche le había hablado en sus anhelantes ensoñaciones. ¡La mujer elfa! El oficial distinguió otras dos figuras en la penumbra; eran de pequeña talla, y comprendió que se trataba del enano y del kender. Siempre acompañaban a la elfa.

Se abrió la puerta y la mujer se deslizó hasta el interior. Se cubría con una holgada capa y sostenía otra en la mano.

—Apresúrate —le urgió—. Ponte esta prenda.

—No hasta saber qué pretendes —replicó Bakaris receloso, aunque su corazón danzaba de júbilo.

—Vamos a cambiarte por... otro prisionero —explicó Laurana.

El oficial frunció el ceño, no quería delatar su ansiedad.

—No te creo —declaró, volviendo a tumbarse en el catre—. Es una trampa...

—¡Poco me importa lo que creas! —lo interrumpió Laurana con impaciencia—. Vendrás con nosotros aunque tenga que dejarte antes inconsciente. No me preocupa tu estado mientras pueda exhibirte ante Ki... ante la persona que quiere verte.

¡Kitiara! De modo que era ella quien le reclamaba. ¿Qué se proponía, a qué jugaba? Bakaris vaciló, no confiaba en Kit más que ella en su propia lealtad. Era muy capaz de utilizarle para conseguir sus propósitos, sin duda era lo que estaba haciendo ahora, pero quizá él podría utilizarla a su vez. ¡Si supiera a qué se debía aquel extraño canje! El rostro pálido, rígido de Laurana disipó sus cavilaciones, pues resultaba evidente que estaba resuelta a cumplir su amenaza. No tenía otra alternativa que ceder a sus deseos.

—Me temo que no me queda más elección que obedecer —dijo.

La luna se filtraba a través de los barrotes de la ventana en la mugrienta celda, iluminando el rostro de Bakaris. Había permanecido varias semanas confinado, pero ignoraba cuántas porque había perdido el sentido del tiempo. Cuando estiró la mano para recoger la capa sus ojos se cruzaron con los de la mujer elfa, que lo miraba con obstinada frialdad sólo teñida por un destello de repugnancia.

Consciente de su importante papel en aquella confabulación, Bakaris elevó la mano sana y se rascó la crecida barba.

—Su señoría sabrá disculparme —comentó sarcástico—, pero los celadores de vuestro establecimiento no han hallado oportuno proporcionarme una cuchilla con la que rasurarme. Conozco el disgusto que causa a los de vuestra raza la visión del vello facial.

Bakaris comprobó sorprendido que sus palabras herían a Laurana. El rostro de la muchacha palideció, sus labios se tornaron blancos como la nieve. Sólo un supremo esfuerzo le permitió controlarse.

—¡Muévete! —lo apremió con voz ahogada.

Al oírla, el enano entró en el calabozo empuñando su hacha guerrera.

—El general no ha podido hablar más claro —declaró—, de modo que no te entretengas. No entiendo cómo nadie puede cambiar tu miserable carcasa por Tanis...

—¡Flint! —lo silenció Laurana en un tenso ademán.

De pronto se hizo la luz. El plan de Kitiara tomó forma en el pensamiento del oficial.

—¡Así que vais a canjearme por Tanis! —exclamó sin cesar de observar el semblante de Laurana. No advirtió ninguna reacción, la elfa se mantuvo tan impávida como si hubiera mencionado a un extraño en lugar de al hombre que, según Kitiara, se había adueñado de sus más tiernos sentimientos. Lo intentó de nuevo, tenía que verificar su teoría—. De todos modos yo no lo definiría como un prisionero, a menos que se llame así a los cautivos del amor. Sin duda Kit se ha cansado de él, ¡pobre infeliz! Le echaré de menos, son muchas las cosas que unos unen...

Ahora sí se produjo una reacción. Vio cómo su oponente apretaba sus delicadas mandíbulas, a la vez que sus hombros temblaban bajo la capa. Sin pronunciar palabra Laurana dio media vuelta y salió de la celda.

Bakaris supo que había acertado. Aquel misterio estaba relacionado con el barbudo semielfo, aunque no logró desentrañarlo hasta el fondo. Tanis abandonó a Kit en Flotsam.¿Acaso había vuelto a su encuentro? ¿Había regresado junto a ella? Guardó silencio, arropándose en la capa. En realidad no le importaba. Utilizaría esta información para perpetrar su venganza. Al recordar la expresión contraída de Laurana bajo la luz de la luna Bakaris dio gracias a la Reina Oscura por los favores que le prodigaba, en el momento en que el enano lo sacaba a empellones de la fría celda.

El sol aún no había asomado por levante, aunque una borrosa línea rosada en el horizonte preconizaba el amanecer. Reinaba la oscuridad en la ciudad de Kalaman, callada y solitaria tras una jornada de continua algazara. Todos dormían, e incluso los centinelas bostezaban en sus puestos cuando no caían en un invencible sopor que se reconocía por sus sonoros ronquidos. Fue fácil para las cuatro embozadas figuras recorrer las calles sin ser vistas hasta alcanzar una puerta lateral de la muralla.

—Éste es el acceso a una escalera que conduce a la cúspide del muro, de allí a un pasillo que jalona las almenas y por último a otro tramo descendente en el lado exterior—susurró Tasslehoff, revolviendo una de sus bolsas en busca de sus herramientas para forzar la cerradura.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Flint, también con voz queda, mientras lanzaba una nerviosa mirada a su alrededor.

—Visitaba Kalaman con frecuencia cuando era niño —explicó Tas. Una vez hubo encontrado el estrecho alambre que había de servirle en su propósito, sus pequeñas pero hábiles manos lo introdujeron en el ojo metálico. Mis padres solían traerme, y siempre entrábamos y salíamos por este conducto.

—¿Por qué no utilizabais la puerta principal? ¿Os parecía quizá demasiado sencillo? —gruñó Flint.

—¡Date prisa! —ordenó Laurana, presa de una incontenible impaciencia.

—Nos habría gustado hacerlo —dijo Tas sin cesar de manipular el alambre—. ¡Ya está! —exclamó de pronto y, retirando el fino instrumento, lo devolvió cuidadosamente al saquillo. Empujó entonces la vieja puerta, mientras continuaba—: ¿Dónde estaba? ¡Ah, sí! Nos habría causado un gran placer poder utilizar el acceso principal, pero los kenders tenían prohibido entrar en la ciudad.

—¡Eso no os impidió visitarla! —replicó el enano, siguiendo a Tas hasta un angosto tramo de escaleras de piedra. Apenas prestaba atención al kender, pues estaba demasiado ocupado en espiar los movimientos de Bakaris. A su entender se comportaba con excesiva docilidad, y por otra parte Laurana se había encerrado en sí misma y sólo despegaba los labios para proferir desabridas órdenes.

—Verás, lo cierto es —contestó Tas mientras escalaba los empinados peldaños con su proverbial buen humor— que los habitantes de la ciudad siempre pasaron por alto ciertas irregularidades. Quiero decir que era absurdo incluir a los kenders en la misma lista que a los goblins y, sabedores de este hecho, no nos molestaban una vez en el interior. Pero mis padres juzgaban una incorrección discutir con los guardianes, que estaban obligados a detenemos, y para evitar situaciones incómodas decidieron valerse de este discreto acceso lateral. Resultaba más fácil para todos. Ya estamos arriba. Abrid esa puerta, no suelen cerrarla con llave. ¡Cuidado! Hay un centinela, tendremos que esperar hasta que se aleje.

Acurrucándose junto a la pared, se refugiaron en las sombras mientras el soldado avanzaba a trompicones por el corredor. Se diría que iba a dormirse en plena ronda. Al fin desapareció y el sigiloso grupo recorrió el mismo pasillo que dejara minutos antes el centinela para atravesar una nueva puerta en el extremo opuesto, bajar a toda prisa un tramo de escalera y encontrarse al otro lado de la muralla.

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