La reina de la Oscuridad (26 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Juvenil, Fantastico

Los ojos de la elfa lanzaron chispas fulgurantes, a la vez que se llevaba la mano al cinto con tanta convicción como si su espada se hallase en el lugar acostumbrado.

—¡Apártate de mí! —vociferó haciendo gala de una presencia de ánimo que hizo titubear a Bakaris si bien éste, recobrada su siniestra sonrisa, levantó el brazo y la sujetó por la muñeca.

—No, señora, no te conviene luchar. Fíjate en las salamandras y en tus amigos. Una palabra mía y sucumbirán a una muerte espantosa.

Contrayendo el rostro, la Princesa elfa contempló la cola de escorpión del reptil manteniéndose en equilibrio sobre la espalda de Flint. El animal se estremecía ante la perspectiva de aniquilar a una nueva víctima.

—¿No, Laurana...! —empezó a protestar el enano con un grito agónico, pero ella le dio a entender mediante un fulgurante destello de sus ojos que todavía era su general. Vaciada su faz de todo indicio de vida, permitió que Bakaris la ayudase a descender.

—Pensé que tendrías apetito —dijo el oficial en actitud complaciente.

—¡Deja que se vayan! —exigió Laurana—. Es a mí a quien quieres.

—Cierto —respondió él, a la vez que la rodeaba por la cintura—. Pero al parecer su presencia garantiza tu buen comportamiento.

—¡No te preocupes por nosotros, Laurana! —gruñó Flint.

—¡Cállate, enano! —le espetó furioso el oficial y, arrojando a la muchacha contra el cuerpo de la salamandra, se volvió para mirar a los compañeros. La sangre de Flint se heló en sus venas cuando descubrió la locura que albergaban los ojos de su oponente.

—C-creo que será mejor obedecerle —titubeó Tas tragando saliva—. Si no lo hacemos lastimará a Laurana.

—Tampoco hay que exagerar —replicó Bakaris con una carcajada—. Seguirá siendo útil a Kitiara para cualquier plan que haya concebido su diabólica mente. Pero no te muevas, enano, podría perder el control —amenazó al oír la iracunda aunque ahogada exclamación del hombrecillo. Se dirigió entonces a Laurana, en estos términos—: Estoy seguro de que a Kit no le importará que antes de entregarle a esta dama me divierta un poco con ella. No, no desfallezcas...

Era aquélla una ancestral táctica defensiva de los elfos. Flint la había visto practicar a menudo y se puso en tensión, presto para actuar mientras los ojos de la muchacha se desorbitaban y su cuerpo se desmoronaba.

lnstintivamente, Bakaris se estiró para sostenerla.

—¡No, no te desmayes! Me gusta tratar con mujeres pletóricas de vida... ¡Ay!

Con una fuerza inusitada en una mujer, Laurana le propinó una patada en el estómago, con tal violencia que le dejó sin resuello. Retorciéndose de dolor, el oficial cayó hacia adelante en el momento en que la joven alzaba la rodilla y le dada un nuevo golpe en el mentón. Al ver a Bakaris desplomado sobre el polvo, Flint agarró al sobresaltado kender y se deslizó por el flanco de la salamandra.

—¡Corre, Flint! —lo apremió Laurana alejándose de su reptil y del individuo que gemía en el suelo—. Internaos en el bosque.

Pero Bakaris, desfigurado por la furia, extendió la mano y atrapó el tobillo de la muchacha, quien tropezó y cayó de bruces sin cesar de agitar las piernas en un intento de deshacerse de las garras de su adversario. Flint se armó con una arma arbórea y saltó sobre Bakaris cuando éste trataba de ponerse en pie pese al forcejeo de su cautiva. Sin embargo, el oficial oyó el grito de guerra del enano y, dándose la vuelta, le asestó una contundente bofetada con el dorso de su mano a la vez que, en un mismo impulso, agarraba el brazo de Laurana y la obligaba a incorporarse. Girando de nuevo el rostro lanzó una furibunda mirada a Tas, que había corrido junto a su inconsciente amigo.

—La dama y yo vamos a entrar en la cueva —declaró Bakaris con un hondo suspiro al mismo tiempo que daba un tirón al brazo de su víctima tan brutal que ésta emitió un grito de dolor—. Un sólo movimiento, kender, y le romperé ese precioso miembro. Una vez en el interior no quiero ser molestado. Llevo una daga en el cinto y pienso mantenerla atravesada sobre la garganta de la señora. ¿Has comprendido, pequeño necio?

—S-sí —tartamudeó Tasslehoff—. Nunca se me ocurriría interferirme. M-me quedaré aquí con Flint.

—No te adentres en la espesura, está guardada por patrullas de draconianos.—Mientras hablaba Bakaris empezó a arrastrar a Laurana hacia la gruta.

—N-no señor —susurró Tas, arrodillándose al lado del enano con los ojos muy abiertos.

Satisfecho, Bakaris lanzó una última e iracunda mirada al sumiso kender antes de empujar a la muchacha hacia la cueva.

Cegada por las lágrimas, Laurana dio un traspiés. Como si necesitara recordarle que la tenía atrapada Bakaris retorció de nuevo su brazo, causándole un sufrimiento indescriptible. No había manera de liberarse de la inquebrantable garra de aquel individuo así que, sin dejar de maldecirse por haber caído en su trampa, Laurana trató de vencer su miedo y pensar con claridad. La experiencia que la aguardaba sería dura, la mano de su verdugo era fuerte, y su olor a humano evocaba en su memoria el de Tanis en medio de una angustia insuperable.

Adivinando sus elucubraciones, Bakaris la atrajo hacia él para frotar su hirsuta mejilla contra el suave rostro de la muchacha.

—Serás otra de las mujeres que haya compartido con el semielfo –farfulló con voz ronca...pero un instante después su voz se quebró en un balbuceo agónico.

La mano de Bakaris se cerró en torno al brazo de la joven con una presión difícil de resistir, para unos segundos más tarde aflojarse y soltar a su presa. Laurana se apresuró a escabullirse, resuelta a interponer cierta distancia y poder así encararse con él.

Brotaba la sangre entre los dedos del oficial, que habían palpado el costado en el lugar donde el pequeño cuchillo de Tasslehoff aún sobresalía de la herida. Desenvainando su propia daga, el abyecto individuo se abalanzó sobre el desafiante kender.

Algo estalló en las entrañas de Laurana, liberando una furia y un odio que ignoraba albergar. Desprovista de todo sentimiento de temor, y de la más ínfima inquietud sobre su propia suerte, sólo alimentaba una idea en su mente matar a aquel fanfarrón espécimen de la raza humana.

Con un grito salvaje se lanzó contra él, derribándolo. El agredido gruñó, antes de inmovilizarse a sus pies. Laurana luchó con denuedo para arrebatarle el arma pero pronto comprobó que su cuerpo permanecía inerte y se levantó despacio, temblando, como reacción a los tensos momentos anteriores.

Durante unos segundos no vio nada a través de la rojiza niebla que empañaba sus ojos. Cuando ésta se despejó, presenció cómo Tasslehoff giraba la carcasa de Bakaris. Estaba muerto, perdida su mirada en el cielo y con el rostro contraído en una honda expresión de dolor y sorpresa. Su mano aún aferraba la daga que había clavado en su propio vientre.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó estremeciéndose de ira y repugnancia.

—Al arrojarle al suelo le has hecho caer sobre su acero —explicó Tas con calma.

—Pero antes...

—Lo he traspasado con mi cuchillo —dijo el kender tras recuperar la diminuta arma—. ¡Y pensar que Caramon me aseguró que no serviría para nada a menos que me tropezase con un conejo rebelde! Estoy ansioso por contárselo. Verás, Laurana —añadió con triste acento—, todo el mundo desprecia a los miembros de mi raza. Bakaris debería haber registrado mis saquillos cuando se lo ofrecí, pero la confianza le perdió. Me ha gustado esa estratagema del desmayo.¿Acaso...?

—¿Cómo está Flint? —interrumpió la muchacha, que no quería recordar la terrible experiencia vivida. Sin saber qué hacía ni por qué, desprendió la capa de sus hombros y la extendió sobre el rostro barbudo de su enemigo—. Tenemos que salir de aquí.

—Se repondrá —la tranquilizó Tas observando al enano, que ya había empezado a gemir y agitar la cabeza—. ¿Qué pasará con las salamandras aladas? ¿Crees que nos atacarán?

—Lo ignoro —contestó Laurana. Dirigió una furtiva mirada a los animales, que espiaban su entorno atenazadas por un visible desasosiego pues no acertaban a comprender lo sucedido—. Se rumorea que no son demasiado inteligentes, y que tan sólo actúan por iniciativa ajena. Quizá si no hacemos ningún movimiento brusco logremos escapar por el bosque antes de que adivinen la muerte de su amo. Ayuda a Flint.

—Vamos, Flint —urgió el kender mientras tiraba del brazo de su compañero——. Debemos huir cuan...

No concluyó la frase a causa del desgarrado grito que resonó en sus tímpanos, un grito tan preñado de terror que puso al kender los pelos de punta. Alzando los ojos, vio que Laurana contemplaba a una figura, al parecer, surgida de la cueva. Al advertir su presencia, azotó a Tas la más terrible sensación que había experimentado en su vida. Los pálpitos de su corazón se aceleraron, al mismo tiempo que se le helaban las manos y se formaba un nudo en su garganta, impidiéndole respirar.

—¡Flint! —consiguió exclamara través de su estrangulamiento.

El enano, percibiendo un tono en la voz del kender que nunca había oído antes, se esforzó en incorporarse.

Tas sólo pudo extender el índice, y Flint centró su aún nublada visión en el punto que señalaba su amigo.

—¡En el nombre de Reorx! —farfulló—. ¿Qué es eso?

La figura avanzó con paso resuelto hacia Laurana quien, hechizada ante su dominio, permanecía rígida como una estatua. Pertrechaba tras una antigua armadura, la aparición se asemejaba a un Caballero de Solamnia, si bien el metal de su atavío estaba ennegrecido como si el fuego hubiera intentado quemarlo. Una luz anaranjada destellaba a través del yelmo, un yelmo que parecía sostenerse en el aire sin cobijar ningún rostro.

Cuando la figura extendió su armado brazo, Flint esbozó una exclamación de pánico. Aquel miembro no se terminaba en una mano, de tal modo que el caballero atrapó a Laurana con aire en lugar de dedos. Sin embargo, ella profirió un alarido de dolor, cayendo de rodillas frente a la fantasmal criatura. Inclinó la cabeza y perdió el conocimiento a causa del gélido contacto del espectro, que se apresuró a liberar su presa para dejar que se deslizase inerte hasta el suelo. El supuesto caballero se agachó despacio, alzando a la muchacha en volandas.

Tas hizo ademán de moverse pero la criatura lo envolvió en su centelleante luz y el kender se paralizó, contemplando mudo aquella llama anaranjada que reemplazaba a los ojos en su invisible rostro. Ni él ni Flint podían apartar la mirada, pese a que su terror era tan intenso que el enano temió perder la razón. Sólo la inquietud que despertaba Laurana en su ánimo le permitió conservar la compostura, mientras se repetía una y otra vez que tenía que hacer algo para salvarla. No obstante su tembloroso cuerpo rehusada obedecer a sus impulsos. La ígnea mirada del caballero había arrasado la voluntad de ambos.

—Volved a Kalaman —ordenó una voz cavernosa—, y decid a quien pueda interesarle que tengo a la mujer elfa. La Dama Oscura llegará mañana a mediodía para discutir las condiciones de la rendición de la ciudad.

El caballero dio media vuelta y, con su vibrante armadura, atravesó el cadáver de Bakaris como si ya no existiera antes de desaparecer entre las oscuras sombras de bosque con la inerte Laurana en los brazos.

En el instante en que se desvaneció el espectro se deshizo su encantamiento. Tas, débil y mareado, empezó a temblar de forma incontrolable mientras Flint intentaba ponerse en pie.

—Voy a perseguirle —susurró el enano, aunque sus manos se entrechocaban con tal violencia que apenas pudo alzarse del suelo.

—N-no —balbuceó Tasslehoff, contraído y pálido su rostro como si aún se hallara en presencia del caballero—. Sea quien fuere esa criatura no podemos enfrentarnos a ella. Un miedo invencible se ha apoderado de mí, Flint! —el kender meneó la cabeza en actitud desesperada—. Lo lamento, pero no puedo luchar contra ese... fantasma. Debemos regresar a Kalaman, quizá allí nos brinden ayuda.

Tas echó a correr hacia la espesura dejando a Flint absorto en la contemplación del lugar por donde había desaparecido Laurana, enfurecido e indeciso a un tiempo. Al fin surcaron su rostro las arrugas de la agonía y farfulló:

—Tienes razón, tampoco yo sería capaz de encararme con ese ser. Ignoro su procedencia, pero desde luego no pertenece a este mundo.

Antes de abandonar el paraje, Flint dirigió una última mirada a Bakaris, que yacía bajo la capa de Laurana. Una punzada de dolor traspasó su corazón, pero trató de desechar todo sentimiento para decirse con una súbita certeza. —mintió acerca de Tanis, al igual que Kitiara. ¡Sé que no está con ella! – el enano cerró el puño y añadió.— Desconozco el paradero del semielfo, pero algún día me enfrentaré a él y me veré obligado a confesarle...que que he fallado. Me confió la custodia de la Princesa y he permitido que me la arrebaten.

La llamada de Tas le devolvió al presente. Suspirando, empezó a caminar tras el kender con la visión empañada a la vez que se frotaba el brazo izquierdo.

—¿Cómo explicárselo? —gemía en plena carrera— ¿cómo?

4

Interludio de paz.

—Escúchame —dijo Tanis lanzando una iracunda mirada al hombre que, impasible, se hallaba sentado frente a él—. Quiero respuestas. Nos arrojaste deliberadamente al remolino. ¿Por qué? ¿Conocías la existencia de este lugar? ¿Dónde estamos? ¿Qué ha sido de los otros?

Berem se hallaba delante de Tanis, acomodado en una silla de madera tallada donde se distinguían figuras de aves y otros animales con un diseño muy popular entre los elfos. A Tanis le recordaba el trono de Lora en el predestinado reino de Silvanesti. Sin embargo, tal semejanza no calmó su enfurecido talante y, tras su máscara de indeferencia, también Berem ocultaba una vaga inquietud. Sus manos, demasiado jóvenes para el cuerpo de un hombre de mediana edad, pellizcaban sin tregua los andrajosos pantalones y sus ojos paseaban nerviosos por el singular entorno.

—¡Responde, maldita sea! —lo imprecó Tanis a la vez que, abalanzándose sobre él, lo agarraba por la camisa y lo arrancaba de su asiento. Cuando sus firmes manos rodearon la garganta del piloto del
Perechon
una voz le advirtió:

—¡No, Tanis!—Era Goldmoon, que se levantó como una exhalación y posó la mano en el brazo del semielfo. Pero este había perdido el control, su faz estaba tan desfigurada por el miedo y la ira que resultaba casi irreconocible. En un frenético esfuerzo para evitar el desastre la mujer de las Llanuras arañó los dedos que apresaban a Berem—. ¡Riverwind, detenlo!

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