La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey (17 page)

De hecho, esos soldados daban pena. Robando de huertos, llamando a las puertas para pedir las sobras. Un día vi a un soldado coger un gato y golpearle la cabeza contra un muro. Luego, le cortó las patas y se lo escondió en la chaqueta. Le seguí, hasta que llegó a un campo. Ese alemán despellejó el gato, lo hirvió en su cazo y se lo comió allí mismo.

Realmente eso fue algo muy triste de ver. Me dio mucho asco, pero me aguanté las ganas de vomitar, pensé: «Allí está el Tercer Reich de Hitler saliendo a cenar»; y entonces empecé a troncharme de risa. Ahora me avergüenzo de ello, pero es lo que hice.

Eso es todo lo que le quería decir. Espero que le vaya bien con el libro.

Saludos cordiales,

MICAH DANIELS

De John Booker a Juliet

16 de mayo de 1946

Querida señorita Ashton:

Amelia nos ha dicho que viene a Guernsey a recopilar historias para su libro. Le daré la bienvenida de todo corazón, pero no seré capaz de contarle lo que me pasó a mí, porque tiemblo cada vez que hablo de ello. Quizá si se lo escribo no me hará decírselo en voz alta. De todas formas no es sobre Guernsey, yo no estaba aquí. Estaba en el campo de concentración de Neuengamme, en Alemania.

¿Sabe que me hice pasar por lord Tobias durante tres años? La hija de Peter Jenkins, Lisa, salía con soldados alemanes. Con cualquier soldado alemán que le regalara medias o barras de labios. Esto fue hasta que topó con el sargento Willy Gurtz. Era un mezquino despreciable. Verlos a los dos juntos te descolocaba. Fue Lisa quien me delató al comandante alemán.

En marzo de 1944 Lisa estaba en un salón de belleza cortándose el pelo cuando vio un número atrasado de la revista
Tatler
de antes de la guerra. Allí, en la página 124, había una foto en color de lord Tobias Penn-Piers y señora. Estaban en una boda en Sussex, bebiendo champán y comiendo ostras. El texto de debajo de la fotografía hablaba del vestido de ella, de sus diamantes, de sus zapatos, de su aspecto, y del dinero de él. La revista mencionaba que eran propietarios de una finca llamada La Fort, en la isla de Guernsey.

Bueno, estaba bastante claro incluso para Lisa, que es tonta como una piedra, que yo no era lord Tobias Penn-Piers. No esperó ni a que la acabaran de peinar, fue inmediatamente a enseñarle la fotografía a Willy Gurtz, que se la llevó de inmediato al comandante.

Aquello hizo sentir a los alemanes como idiotas, que habían estado haciendo reverencias y malgastando todo ese tiempo con un criado, así que fueron todavía más rencorosos conmigo y me enviaron al campo de Neuengamme.

No creía que sobreviviría la primera semana. Me mandaron, junto con otros prisioneros, a retirar las bombas que no habían explotado durante los bombardeos aéreos. Vaya elección, meterte en una plaza con las bombas cayendo, o que te mataran los guardias por negarte a hacerlo. Yo corría y me escabullía rápidamente como una rata y trataba de taparme cuando oía las bombas pasar silbando a mi lado, y de alguna manera, al final sobreviví. Eso es lo que me decía a mí mismo, bueno, todavía estás vivo. Creo que todos nosotros decíamos lo mismo todas las mañanas al despertarnos, bueno, aún estoy vivo. Pero la verdad era que no lo estábamos. No estábamos muertos, pero tampoco estábamos vivos. Yo era un alma viviente sólo unos cuantos minutos al día, cuando estaba en mi litera. En esos momentos, intentaba pensar en algo feliz, algo que me gustara, pero no en algo que me gustara mucho, porque aún era peor. Simplemente algo pequeño, como una salida con la escuela o ir cuesta abajo con la bicicleta, eso era lo único que podía soportar.

Pareció que hubieran pasado treinta años, pero sólo fue uno. En abril de 1945 el comandante de Neuengamme cogió a aquellos que todavía estábamos lo bastante sanos para trabajar y nos envió a Belsen. Durante varios días viajamos en un gran camión abierto, sin comida, sin mantas, sin agua, pero estábamos contentos de no tener que caminar. Los charcos de barro del camino estaban manchados de rojo.

Imagino que ya habrá oído hablar de Belsen y de lo que pasó allí. Cuando bajamos del camión, nos dieron unas palas. Teníamos que cavar grandes fosas. Nos condujeron a través del campo hasta el lugar, y allí temí haber perdido la cabeza, porque todos los que veía estaban muertos. Incluso los vivos parecían cadáveres y los cadáveres yacían donde los habían tirado. No sabía por qué se preocupaban de enterrarlos. El hecho era que los rusos estaban llegando por el este y los aliados por el oeste, y esos alemanes estaban aterrorizados al pensar en lo que verían cuando llegaran allí.

El crematorio no quemaba los cuerpos lo bastante rápido, así que después de cavar unas zanjas largas, arrastramos los cuerpos hasta el borde y los echamos dentro. No se lo creerá, pero los soldados de las SS obligaron a la banda de música de los prisioneros a tocar mientras nosotros arrastrábamos los cadáveres y, por eso, espero que se quemen en el infierno con polcas a todo volumen. Cuando las zanjas estaban llenas, los soldados de las SS echaban gasolina sobre los cuerpos y les prendían fuego. Después, se suponía que debíamos cubrirlos con tierra, como si se pudiera esconder una cosa así.

Los británicos llegaron al día siguiente, y Dios mío, pero nos alegramos de verles. Yo estaba lo bastante fuerte para ir caminando hasta la carretera, así que vi cómo los tanques con la bandera británica pintada al lado derribaban las puertas. Me volví hacia un hombre que estaba sentado contra una cerca y grité: «¡Estamos salvados! ¡Son los británicos!». Entonces vi que estaba muerto. Se lo había perdido sólo por unos minutos. Me senté en el barro y lloré, como si se tratara de mi mejor amigo.

Cuando los Tommies, los soldados británicos, salieron de los tanques, también lloraron; incluso los oficiales. Esos buenos hombres nos dieron de comer, nos dieron mantas, nos llevaron al hospital de campaña. Y que Dios les bendiga, una semana después, quemaron totalmente Belsen.

He leído en los periódicos que ahora allí hay un campo de refugiados de guerra. Me da escalofríos pensar que haya nuevos barracones allí, aunque sean por un buen propósito. En mi opinión, en aquel lugar no tendría que haber nada nunca más.

No voy a escribir más sobre esto, y espero que entienda que no quiera hablar de ello. Como dice Séneca: «Los pequeños dolores son locuaces, los grandes callan estupefactos».

Recuerdo una cosa que podría interesarle para el libro. Pasó en Guernsey, cuando todavía me hacía pasar por lord Tobias. A veces, por la noche, Elizabeth y yo caminábamos hasta el cabo para ver a los bombarderos volar por encima, cientos de ellos, camino de Londres. Era horrible verlos, saber a dónde se dirigían y qué es lo que iban a hacer. La radio alemana nos había dicho que Londres era una ciudad totalmente arrasada, y que no quedaban más que escombros y cenizas. No nos lo creíamos del todo, la propaganda alemana era lo que era, pero aun así…

Una de esas noches, estábamos paseando por St. Peter Port, cuando pasamos por la casa McLaren. Era una magnífica casa antigua tomada por los oficiales alemanes. Había una ventana abierta y se oía una bonita pieza de música. Nos paramos a escuchar, pensando que era un programa de Berlín. Pero, cuando terminó la música, oímos el Big Ben y una voz británica que decía: «Esto es la BBC, Londres». ¡El sonido del Big Ben es inconfundible! ¡Londres todavía estaba allí! Todavía estaba allí. Elizabeth y yo nos abrazamos y empezamos a bailar un vals camino arriba. Este fue uno de los momentos que no quise recordar cuando estuve en Neuengamme.

Suyo sinceramente,

JOHN BOOKER

De Dawsey a Juliet

16 de mayo de 1946

Querida Juliet:

Ya no hay nada más que hacer para tu llegada, excepto esperar. Isola ha lavado, almidonado y planchado las cortinas de Elizabeth, ha inspeccionado la salida de humos para ver si había murciélagos, ha sacado brillo a las ventanas, ha hecho las camas y ha aireado todas las habitaciones.

Eli te ha tallado un regalo, Eben te ha almacenado leña y Clovis ha segado el prado; las flores silvestres las ha dejado para que las disfrutes. Amelia está organizando una gran cena para ti, para la primera noche. Mi único trabajo es mantener con vida a Isola hasta que tú llegues. Tiene vértigo, pero aun así, subió al tejado de la casa de Elizabeth para ver si había tejas sueltas. Por suerte, Kit la vio antes de que llegara al borde y vino corriendo a buscarme para que la hiciera bajar.

Ojalá pudiera hacer algo más para tu llegada, que espero que sea pronto. Estoy contento de que vengas.

Atentamente,

DAWSEY

De Juliet a Dawsey

19 de mayo de 1946

Querido Dawsey:

¡Llegaré pasado mañana! Me da mucho miedo volar, incluso con el incentivo de la ginebra, así que iré en el barco de correos de la tarde.

¿Puedes darle a Isola un mensaje de mi parte? Por favor, dile que no tengo ningún sombrero con velo y que no puedo llevar lirios (me hacen estornudar), pero tengo una capa roja de lana que llevaré puesta en el barco.

Dawsey, no hay nada más que puedas hacer para que me sienta mejor recibida en Guernsey de lo que ya has hecho. Me cuesta creer que al fin voy a conoceros a todos.

Siempre tuya,

JULIET

De Mark a Juliet

20 de mayo de 1946

Querida Juliet:

Me pediste que te diera tiempo y lo he hecho. Me pediste que no te hablara de matrimonio y no lo he hecho. Pero ahora me dices que te vas al maldito Guernsey por ¿cuánto tiempo?, ¿una semana?, ¿un mes?, ¿para siempre? ¿Crees que voy a cruzarme de brazos y te voy a dejar marchar?

Esto es ridículo, Juliet. Cualquier imbécil puede ver que estás intentando huir, pero lo que nadie puede entender es por qué. Estamos bien juntos, me haces feliz, nunca me aburro contigo, te interesan las mismas cosas que a mí y espero no estar equivocado si digo que tú sientes lo mismo. Estamos hechos el uno para el otro. Sé que odias que te diga que sé qué es lo mejor para ti, pero, en este caso, lo sé.

Por el amor de Dios, olvídate de esa miserable isla y cásate conmigo. Te llevaré allí de luna de miel, si no hay más remedio.

Besos,

MARK

De Juliet a Mark

20 de mayo de 1946

Querido Mark:

Probablemente tienes razón, pero, incluso así, mañana me voy a Guernsey y tú no puedes evitarlo.

Siento no poder darte la respuesta que quieres. Me gustaría hacerlo.

Besos,

JULIET

P.D. Gracias por las rosas.

De Mark a Juliet

Ah, por el amor de Dios. ¿Quieres que te lleve en coche a Weymouth?

MARK

De Juliet a Mark

¿Prometes que no me echarás un sermón?

JULIET

De Mark a Juliet

Nada de sermones. Sin embargo, se emplearán otros medios de persuasión.

MARK

De Juliet a Mark

No me asusta. ¿Qué es lo que puedes hacer mientras conduces?

JULIET

De Mark a Juliet

Te sorprenderías. Nos vemos mañana.

M.

SEGUNDA PARTE

De Juliet a Sidney

22 de mayo de 1946

Querido Sidney:

Tengo muchas cosas que explicarte. Sólo llevo veinte horas en Guernsey, pero cada una ha estado tan llena de caras nuevas e ideas que tengo páginas y páginas para escribir. ¿Sabes lo bueno que puede ser vivir en una isla? Mira Víctor Hugo, puedo volverme muy prolífica si me quedo aquí algún tiempo.

El viaje desde Weymouth fue espantoso, con el barco crujiendo y chirriando y amenazando con romperse a pedazos contra las olas. Casi deseé que pasara, para acabar con mi sufrimiento, si no fuera porque quería ver Guernsey antes de morir. Y tan pronto como la isla estuvo a la vista, deseché del todo la idea, porque el sol salió por debajo de las nubes e hizo brillar los acantilados con reflejos plateados.

Mientras el barco entraba balanceándose en el puerto, vi los tejados de las casas de St. Peter Port salir por encima del mar, con una iglesia arriba, como la decoración de una tarta, y me di cuenta de que el corazón me iba a toda velocidad. Por mucho que intentara convencerme de que era la emoción del paisaje, sabía que era algo más. Toda aquella gente a la que había conocido e incluso empezado a querer un poco me habían venido a esperar. Y yo sin ningún periódico con el que esconderme. Sidney, durante estos dos o tres últimos años he mejorado en mi carrera profesional, más que en lo personal. Sobre el papel, soy encantadora, pero eso es sólo un truco que aprendí. No tiene nada que ver conmigo. Al menos eso es lo que pensaba mientras el barco entraba en el muelle. Tuve el impulso cobarde de tirar la capa roja por la borda y hacer ver que era otra persona.

Cuando llegamos al muelle, vi las caras de la gente esperando, y ya no hubo vuelta atrás. Los conocí por sus cartas. Allí estaba Isola con un disparatado sombrero y un chal de color violeta con un broche brillante. Sonreía fijamente en la dirección equivocada y me encantó al instante. A su lado había un hombre con arrugas en la cara, y al lado de él, un chico, alto y encorvado. Eben y su nieto, Eli. Saludé con la mano a Eli, que sonrió como un rayo de luz y le dio un codazo a su abuelo, y entonces me volví tímida y me perdí entre la multitud que empujaba para bajar por la rampa.

Isola fue la primera que llegó hasta mí, saltando por encima de un cajón de langostas, y me dio un abrazo tan fuerte que me levantó del suelo. «¡Ah, cariño!», gritó mientras yo me tambaleaba.

¿No es encantador? Se me fue todo el nerviosismo de golpe junto con la respiración. Los demás se acercaron a mí con más calma, pero no con menos afecto. Eben me dio la mano y sonrió. En su día fue corpulento y fuerte, pero ahora está demasiado delgado. Intenta parecer serio y agradable a la vez. ¿Cómo lo consigue? De pronto sentí ganas de impresionarle.

Eli se subió a Kit a los hombros y vinieron hacia mí, juntos. Kit tiene unas piernas regordetas y una actitud dura, rizos oscuros, unos grandes ojos grises, y no le gusté nada. Eli, con un jersey moteado con virutas de madera, tenía un regalo para mí en el bolsillo: un adorable ratoncito con unos bigotes doblados, tallado en nogal. Le di un beso en la mejilla y sobreviví a la mirada malévola de Kit. Intimida mucho para ser una niña de sólo cuatro años.

Entonces Dawsey me tendió la mano. Esperaba que se pareciera a Charles Lamb, y se parece un poco, tiene la misma mirada. Me dio un ramo de claveles de parte de Booker, que no había podido ir; había perdido el conocimiento durante un ensayo y tenía que pasar la noche en observación, en el hospital. Dawsey es moreno, delgado y fuerte, y parece reservado, hasta que sonríe. Exceptuando cierta hermana tuya, tiene la sonrisa más dulce que he visto nunca, y me acordé de que en una carta Amelia me dijo que tenía un don especial de persuasión. Me lo creo. Igual que Eben, igual que todo el mundo aquí, está demasiado delgado, aunque él es más robusto. Le están saliendo canas y tiene los ojos hundidos y marrones, tan oscuros que parecen negros. Las líneas de alrededor de los ojos hacen que parezca que va a empezar a reír aunque no lo haga, pero no creo que tenga más de cuarenta años. Sólo es un poco más alto que yo y cojea ligeramente, pero es fuerte, subió todo mi equipaje, a mí, a Amelia y a Kit en su furgoneta, sin ningún problema.

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