La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey (14 page)

Fui una buena niña hasta que mis padres murieron cuando yo tenía doce años. Dejé nuestra granja de Suffolk y fui a vivir a Londres con mi tío abuelo. Entonces me convertí en una niña callada, resentida y de mal genio. Me escapé de casa dos veces, y no paraba de darle problemas a mi tío, cosa que en ese momento me alegraba. Ahora, me avergüenzo cuando pienso en cómo le traté. Murió cuando yo tenía diecisiete años, así que nunca pude disculparme.

Cuando tenía trece años, mi tío decidió mandarme interna a una escuela. Tozuda como siempre, fui a conocer a la directora, que me llevó con paso firme al comedor. Me condujo hasta una mesa donde había cuatro chicas más. Me senté, con los brazos cruzados, las manos colocadas bajo las axilas, mirada fulminante como la de un águila cuando muda de pluma, buscando a alguien a quien odiar. Y di con Sophie Stark, la hermana pequeña de Sidney.

Era perfecta, tenía rizos rubios, unos grandes ojos azules y una sonrisa dulce, muy dulce. Hizo un esfuerzo por hablar conmigo. Yo no contesté hasta que dijo: «Espero que seas feliz aquí». Le dije que no iba a estar tanto tiempo como para descubrirlo. «Tan pronto como tenga información de los trenes, ¡me largo!», dije.

Aquella noche subí al tejado del dormitorio con intención de sentarme en la oscuridad a reflexionar. Al cabo de unos minutos, Sophie salió a darme un horario de trenes.

No hace falta decir que no me escapé. Me quedé, y Sophie se convirtió en mi nueva amiga. A menudo su madre me invitaba a su casa a pasar las vacaciones de fin de trimestre, y allí conocí a Sidney. Era diez años mayor que yo y, por supuesto, un dios. Después se volvió un hermano mayor muy mandón, y luego, uno de mis mejores amigos.

Sophie y yo acabamos la escuela sin ganas de seguir estudiando (queríamos vivir la vida), así que nos fuimos a Londres y compartimos un piso que nos encontró Sidney. Durante una temporada trabajamos juntas en una librería, y por la noche yo escribía cuentos (y luego los tiraba a la basura).

Entonces el
Daily
Mirror
convocó un concurso de ensayo: quinientas palabras sobre «Qué es lo que más temen las mujeres». Yo sabía lo que quería el
Mirror
, pero a mí me asustan mucho más los pollos que los hombres, así que hablé de eso. Los jueces, contentísimos de no tener que leer una palabra más sobre sexo, me dieron el primer premio. Cinco libras y, por fin, tuve algo publicado. El
Daily
Mirror
recibió tantas cartas de admiradores que me encargaron que escribiera un artículo, y luego otro. Pronto empecé a escribir otros artículos para otros periódicos y revistas. Entonces estalló la guerra, y me llamaron del
Spectator
para que escribiera una columna semanal, titulada «Izzy Bickerstaff va a la guerra». Sophie conoció a un soldado de la fuerza aérea, Alexander Strachan, y se enamoró de él. Se casaron y se fueron a vivir a la granja de la familia de él en Escocia. Yo soy la madrina de su hijo, Dominic, y aunque todavía no le he enseñado a cantar, la última vez que lo vi ya quitamos las bisagras de la puerta del sótano (fue una emboscada).

Supongo que sí tengo un pretendiente, pero todavía no estoy acostumbrada a él. Es extremadamente encantador y no para de llevarme a comer manjares deliciosos, pero a veces pienso que prefiero a los pretendientes en los libros que enfrente de mí. Qué horrible, atrasado, cobarde y mentalmente retorcido sería si eso se hiciera realidad.

Sidney ha publicado un libro de mis columnas de Izzy Bickerstaff y fui de gira presentando el libro. Y luego empecé a cartearme con una gente que no conocía de Guernsey, que ahora son amigos míos, que, por supuesto, me encantaría ir a visitar.

Tuya,

JULIET

De Eli a Juliet

21 de abril de 1946

Estimada señorita Ashton:

Gracias por los bloques de madera. Son preciosos. No podía creer lo que estaba viendo cuando abrí la caja que me envió… todos esos tamaños y tonalidades, de más pálido a oscuro.

¿Cómo consiguió encontrar los distintos tipos de madera de varias tonalidades? Debe de haber ido a muchos sitios para encontrarlos. Estoy seguro de que sí, y no sé cómo agradecerle el haber ido a buscar todas esas piezas. También han llegado en el momento justo. El animal preferido de Kit es una serpiente que vio en un libro, y ha sido fácil de tallar, ya que era larga y delgada. Ahora le ha dado por los hurones. Dice que nunca más tocará mi cuchillo de tallar si le hago un hurón. No creo que sea muy difícil de hacer, porque también son puntiagudos. Gracias a su regalo, tengo madera con la que practicar.

¿Hay algún animal que le gustaría tener? Quiero tallarle un regalo para usted, pero querría que fuera algo que le gustara. ¿Le gustaría un ratón? Se me dan bien los ratones.

Suyo sinceramente,

ELI

De Eben a Juliet

22 de abril de 1946

Querida señorita Ashton:

La caja que le mandó a Eli llegó el martes. Fue un detalle muy bonito. Se sienta a estudiar los bloques de madera como si hubiera algo escondido dentro y pudiera sacarlo con su cuchillo.

Preguntó si todos los niños de Guernsey fueron evacuados a Inglaterra. No, algunos se quedaron. Cuando echaba de menos a Eli, miraba a los pequeños que había a mi alrededor y me alegraba de que él se hubiera ido. Los niños aquí lo pasaron mal, porque no había comida. Recuerdo que un día levanté al hijo de Bill LePell; tenía doce años, pero no pesaba más que un niño de siete.

Fue una decisión muy difícil. ¿Mandar a tus hijos fuera para que vivan con desconocidos, o dejarlos quedarse contigo? Quizá los alemanes no vinieran, pero si lo hacían, ¿cómo nos iban a tratar? Pero, y si también invadían Inglaterra, ¿cómo se las arreglarían los niños sin estar al lado de sus familias?

¿Sabe en el estado en el que estábamos cuando vinieron los alemanes? Podría decirse que en estado de shock. La verdad es que no pensábamos que nos quisieran a nosotros. Iban detrás de Inglaterra, y nosotros no les servíamos para nada. Pensábamos que íbamos a ser meros espectadores y no protagonistas.

Entonces, durante la primavera de 1940, Hitler atravesó Europa con facilidad. Todos los lugares caían en su poder. Fue tan rápido… En Guernsey, los cristales de las ventanas temblaban y vibraban por las explosiones de Francia, y una vez la costa francesa hubo caído, fue claro como el día que Inglaterra no podría usar sus hombres y sus barcos para protegernos. Los necesitaban para hacer frente a su propia invasión. Así que nos dejaron solos.

A mitad de junio, cuando era bastante seguro que iban a llegar, los Estados se pusieron en contacto por teléfono con Londres y preguntaron si podían mandar barcos para recoger a nuestros niños y llevarlos a Inglaterra. No podían ir en avión por miedo a que la Luftwaffe los derribara. Londres dijo que sí, pero los niños tenían que estar preparados inmediatamente. Los barcos tendrían que darse prisa en volver mientras todavía había tiempo. Fue un momento muy desesperante para la gente y había esa sensación de prisa y prisa.

Por entonces, Jane estaba muy débil, pero sabía lo que quería. Quería que Eli se fuera. Otras mujeres no sabían qué hacer, y estaban desesperadas por discutirlo, pero Jane le dijo a Elizabeth que no quería tenerlas cerca. «No quiero oírlas más —dijo—. No es bueno para el bebé.» Jane tenía la idea de que los bebés se enteraban de todo lo que pasaba a su alrededor, incluso antes de nacer.

El tiempo de la indecisión se acabó pronto. Las familias tuvieron un día para decidirse, y cinco años para aceptarlo. Los niños en edad escolar y los bebés con sus madres fueron los primeros en irse, los días 19 y 20 de junio. Los Estados les dieron dinero a los niños para gastos personales si sus padres no les podían dar nada. Los más pequeños estaban entusiasmados por las golosinas que se podrían comprar con ese dinero. Algunos pensaban que era como una salida del colegio, y que estarían de vuelta al anochecer. En eso fueron afortunados. Los niños más grandes, como Eli, sabían más.

De todo lo que vi el día que se fueron hay una imagen que no me puedo quitar de la cabeza. Dos niñas pequeñas, arregladas, con vestidos rosas, enaguas almidonadas y zapatos relucientes, como si la mamá pensara que iban a una fiesta. Qué frío debieron pasar al cruzar el Canal.

Teníamos que llevar a todos los niños al patio del colegio. Era ahí donde debíamos despedirnos. Después los venían a buscar en autobuses para llevarlos al muelle. Los barcos, que acababan de llegar de Dunkirk, dieron la vuelta y volvieron por el Canal para llevarse a los niños. No hubo tiempo para que un convoy los escoltara. Tampoco hubo tiempo para conseguir botes y chalecos salvavidas.

Aquella mañana pasamos primero por el hospital para que Eli pudiera despedirse de su madre. No pudo hacerlo. Tenía la mandíbula tan agarrotada que sólo pudo asentir con la cabeza. Jane lo abrazó durante un momento, y luego Elizabeth y yo lo llevamos al patio de la escuela. Lo abracé fuerte y aquélla fue la última vez que lo vi en cinco años. Elizabeth se quedó de voluntaria para ayudar a que los niños estuvieran a punto.

Yo volví andando hacia el hospital, cuando me acordé de una cosa que Eli me había dicho una vez. Debía de tener unos cinco años. Íbamos caminando hacia La Courbrie para ver llegar los barcos de pesca. Había una vieja sandalia de lona tirada justo en medio del camino. Eli pasó al lado, mirándola. Finalmente, dijo: «Ese zapato está solo, abuelo». Le dije que sí que lo estaba. Lo miró un poco más y seguimos adelante. Al cabo de un rato, dijo: «Abuelo, yo nunca estoy así». «Así, ¿cómo?», le pregunté. Y dijo: «Solo con mi ánimo».

¡Eso era! Después de todo, tenía algo feliz que contarle a Jane y recé para que siguiera siendo así para él.

Isola dice que quiere escribirle para contarle lo que pasó en la escuela. Dice que fue testigo de una escena que le interesará como escritora: Elizabeth le dio una bofetada a Adelaide Addison y la echó. Usted no conoce a la señorita Addison y tiene suerte.

Isola me dijo que puede ser que venga de visita a Guernsey. Me haría mucha ilusión que se quedara con Eli y conmigo en nuestra casa.

Suyo,

EBEN RAMSEY

Telegrama de Juliet a Isola

¿DE VERDAD QUE ELIZABETH LE DIO UNA BOFETADA A ADELAIDE ADDISON? ¡OJALÁ HUBIERA ESTADO ALLÍ! POR FAVOR, DAME DETALLES. UN ABRAZO, JULIET.

De Isola a Juliet

24 de abril de 1946

Querida Juliet:

Sí, lo hizo, le dio un bofetón en toda la cara. Fue maravilloso.

Estábamos todos en la escuela St. Brioc para ayudar a los niños a prepararse para cuando vinieran los autobuses a buscarlos para llevarlos a los barcos. Los Estados no querían que los padres entraran en la escuela, habría demasiada gente y sería demasiado triste. Mejor que se despidieran fuera. Si un niño empezaba a llorar, podía hacer estallar a los demás.

Así que eran desconocidos los que se ocupaban de atarles los cordones de los zapatos, los que les limpiaban la nariz, los que les colgaban una chapa con su nombre al cuello. Abrochamos botones y jugamos con ellos hasta que llegaron los autobuses.

Yo estaba con un grupo de niños que intentaban tocarse la nariz con la punta de la lengua, y Elizabeth estaba con otro grupo jugando a aquel juego que consiste en adivinar quién miente, con la cara seria (no me acuerdo de cómo se llama) cuando Adelaide Addison llegó con aquella expresión tan triste que tiene, toda devoción, sin una pizca de sentido común.

Reunió a un grupo de niños a su alrededor y empezó a rezar por encima de sus cabecitas: «Por aquellos que corren peligro en el mar». Pero no, «protégelos de las tormentas» no fue suficiente para ella. Dios también tenía que protegerlos de saltar por los aires debido a una bomba. Luego empezó a pedir a los pobrecitos que rezaran todas las noches por sus padres; ¿quién sabía lo que los soldados alemanes podrían hacerles? Entonces les dijo que fueran especialmente buenos para que mamá y papá, si morían, pudieran mirar abajo desde el cielo y «SENTIRSE ORGULLOSOS DE ELLOS».

Te lo digo, Juliet, los niños casi se mueren de tanto llorar y sollozar. Yo me quedé paralizada del shock, pero Elizabeth no. No, rápida como la lengua de una víbora, la cogió del brazo y le dijo que callara.

Adelaide gritó: «¡Suéltame! ¡Estoy recitando la palabra de Dios!».

Elizabeth le echó una mirada que habría petrificado al mismísimo diablo, y entonces le dio una bofetada en toda la cara (una buena bofetada, que la hizo temblar). Se la llevó hacia la puerta, la empujó fuera, y cerró. Adelaide aporreó la puerta, pero nadie le hizo ningún caso. Miento, la tonta de Daphne Post intentó abrirle, pero yo la detuve.

Creo que el hecho de haber visto una buena pelea impresionó a aquellos niños de tal manera que dejaron de llorar. Llegaron los autobuses y subimos a los niños. Elizabeth y yo no nos fuimos a casa, nos quedamos en la carretera diciéndoles adiós con la mano hasta que los autobuses se alejaron de la vista.

Espero no vivir para ver otro día como aquél, incluso con la bofetada de Adelaide. Todos esos chiquillos abandonados al mundo… me alegré de no tener ninguno.

Gracias por contarme tu vida. Has tenido que estar muy triste por lo de tus padres y por tu piso al lado del río, lo siento mucho. Pero me alegro de que tengas tan buenos amigos como Sophie, su madre y Sidney. En cuanto a Sidney, parece que es un hombre magnífico, aunque autoritario. Es un defecto común en los hombres.

Clovis Fossey ha preguntado si puedes mandar a la Sociedad un ejemplar de tu ensayo premiado sobre los pollos. Dice que puede estar bien leerlo en voz alta en alguna reunión. Después podríamos ponerlo en nuestros archivos, si algún día tenemos alguno.

A mí también me gustaría leerlo. Los pollos fueron los causantes de que me cayera del tejado de un gallinero, ¡me habían perseguido hasta allí! ¡Cómo venían hacia mí, con sus picos afilados y mirándome con esos ojos! La gente no sabe que los pollos pueden atacarte, pero lo hacen, igual que perros locos. Yo nunca había criado gallinas hasta que estalló la guerra; entonces tuve que hacerlo, pero nunca estoy tranquila cuando estoy con ellas. Preferiría que me embistiera Ariel en el trasero, es un acto al descubierto y honesto y no como los pollos que son maliciosos, y aparecen de repente para picarte.

Me gustaría que pudieras venir a vernos. Y también les gustaría a Eben, Amelia, Dawsey y a Eli. Kit no está tan segura, pero no tienes que preocuparte de eso. Ya se le pasará. Te van a publicar pronto el artículo del periódico, así que podrías venir a descansar aquí. Quizás aquí encuentres una historia que te guste para escribir sobre ella.

Other books

Cries of the Lost by Chris Knopf
Lurker by Stefan Petrucha
Gallions Reach by H. M. Tomlinson
Diary of a Mad First Lady by Dishan Washington
An Uncertain Dream by Miller, Judith
D Is for Drama by Jo Whittemore
The Girl and the Genie by Lilly, E. M.