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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia Ficción

La sombra de Ender (3 page)

Todo el tiempo que había invertido en observar a la gente mientras su cuerpo se consumía habría sido inútil si ella no podía conseguirlo. No es que Bean no hubiera desperdiciado un montón de tiempo él mismo. Al principio, cuando observaba cómo se las arreglaban los niños de la calle, cómo se robaban unos a otros, abalanzándose a sus gargantas, a sus bolsillos, vendiendo todas las partes de sí mismos que estaban en venta, era consciente de que la situación podría mejorar con dos dedos de frente, pero no se fiaba de su propia reflexión. Sin duda tenía que haber algo más que no entendía. Se esforzó por aprender más… más de todo. Aprender a leer para saber qué decían los carteles de los camiones, de las tiendas, de los carros y las papeleras. Familiarizarse lo suficiente con el holandés y la F.I. Común para comprender todo lo que se decía a su alrededor. El hecho de que el hambre lo distrajera en todo momento no le era de una gran ayuda, precisamente. No le habría costado tanto hallar comida si no se hubiera pasado todo el tiempo estudiando a la gente. Pero por fin se dio cuenta: ya lo comprendía. Lo había comprendido desde el principio. No había ningún secreto que Bean no hubiera desvelado todavía porque era pequeño. Si todos aquellos niños lo manejaban todo con unas artimañas tan estúpidas se debía a que eran estúpidos. Así de sencillo.

Ellos eran estúpidos y él era listo. Entonces, ¿por qué él se moría de hambre y esos mocosos seguían vivos? Fue entonces cuando decidió pasar a la acción. Fue entonces cuando eligió a Poke como cabecilla de su banda. Y ahora estaba sentado en un cubo de basura, viendo cómo la cagaba.

Eligió al matón equivocado, eso fue lo primero que hizo. Necesitaba a un tipo grande, imponente, que intimidara a la gente. Necesitaba a alguien corpulento y torpe a la vez, agresivo pero fácil de controlar. En cambio, ella piensa que necesita a alguien pequeño. ¡No, cabeza hueca! ¡Cabeza hueca! Quiso gritarle cuando vio que se acercaba a su objetivo un matón que se llamaba a sí mismo Aquiles, como el héroe de los cómics. Era pequeño y avispado y listo y rápido, pero tenía una pierna lastimada. Por eso pensaba que no le supondría ningún problema acabar con él. ¡Menuda cabeza hueca! La idea no era tumbarlo… Se puede tumbar a cualquiera la primera vez, porque no se lo esperan. Necesitas a alguien que lo acepte.

Pero no dijo nada. No debía hacerla enfadar. A ver qué ocurría. A ver cómo era Aquiles cuando lo zurraban. Seguro que tendría que matarlo y esconder el cadáver. Luego debería intentarlo de nuevo con otro matón antes de que corriera la voz de que una banda de niños pequeños merodeaba por allí cargándose matones.

Ahí estaba Aquiles, muy chulo él (o tal vez ése era el paso forzado al que le obligaba su pierna coja), y Poke se acobardó con grandes aspavientos y trató de escapar. Mal trabajo, pensó Bean. Aquiles se coscaría enseguida. Algo iba mal. ¡Tendrías que actuar como de costumbre! ¡Cabeza hueca! Y Aquiles miró a su alrededor una vez más. Cauto. Ella le dijo que tenía algo guardado, lo cual era normal, y lo condujo al callejón de la trampa. Pero él titubeó. Se mostró receloso. No iba a funcionar.

Pero sí funcionó, por la pierna coja. Aquiles vio cómo se cerraba la trampa pero no pudo escapar, luego un par de niños pequeños se situaron tras sus piernas mientras Poke y Sargento lo empujaban. Entonces un par de ladrillos golpearon su cuerpo y su pierna mala, con fuerza, y los mocosos se pusieron manos a la obra, hicieron su trabajo, aunque Poke fuera estúpida. Y sí, perfecto, Aquiles se asustó, pensó que iba a morir.

Bean se había bajado de su atalaya. Recorrió el callejón, con actitud vigilante. Era difícil ver más allá de la multitud. Se abrió paso, y los niños pequeños (que eran todos más grandes que él), lo reconocían, sabían que se había ganado el derecho a ver esto, y le dejaron pasar. Se situó junto a la cabeza de Aquiles. Poke se alzó sobre él, sujetando una piedra enorme, y le habló.

—Cuélanos en la fila de comida del refugio.

—Claro, desde luego, lo haré, te lo prometo.

No debía fiarse de él. Debía mirarlo a los ojos, buscando una debilidad.

—De este modo conseguirás más comida, Aquiles. Tienes a mi banda. SÍ comemos suficiente, tenemos más fuerza, te traemos más comida a ti. Necesitas una banda. Los otros matones te apartan de su camino… ¡Lo hemos comprobado! Pero con nosotros, se acabó. ¿Ves cómo lo hacemos? Un ejército, eso es lo que somos.

Muy bien, ahora lo estaba pillando. Era una buena idea, y él no era estúpido, así que le gustó la propuesta.

—Si este plan te parece tan inteligente, Poke, ¿cómo es que no lo has hecho antes?

Ella no tenía nada que decir al respecto. En cambio, miró a Bean.

Sólo fueron unos segundos, pero Aquiles se percató de esa mirada. Y Bean supo qué estaba pensando. No había duda alguna…

—Mátalo —dijo Bean.

—No seas estúpido —replicó Poke—. Está con nosotros.

—Eso es —dijo Aquiles—. Estoy con vosotros. Es una buena idea.

—Mátalo —dijo Bean—. Si no lo matas ahora, él te matará a ti.

—¿Dejas que un mojón ambulante como éste te dé órdenes? — dijo Aquiles.

—Es tu vida o la suya —dijo Bean—. Mátalo y ve a por otro tipo.

—Apuesto a que el otro tipo no tendrá una pierna mala —dijo Aquiles—. Otro tipo pasará de vosotros. Yo no. Soy el que queréis. Todo encaja.

Ante la advertencia de Bean, ella se mostró más cautelosa. No lo había pillado todavía.

—¿Y si más tarde resulta que te da vergüenza tener a un puñado de niños chicos en tu banda?

—Es
tu
banda, no la mía —corrigió Aquiles,

Mentiroso, pensó Bean. ¿No ves que te está mintiendo?

—Tal como yo lo veo, esto es mi familia —manifestó Aquiles—. Son mis hermanos y hermanas. Tengo que cuidar de mí familia, ¿verdad?

Bean vio de inmediato que Aquiles había ganado. Era un matón poderoso, y había dicho que eran sus hermanos. Bean podía adivinar el hambre en sus rostros. No era hambre de comida a la que ya estaban acostumbrados, sino el hambre real, el ansia profunda de una familia, de amor, de un sitio en el que encajar. Todos los miembros de la banda de Poke tenían un poco de todo eso. Pero Aquiles les prometía más. Acababa de superar la mejor oferta de Poke. Ahora era demasiado tarde para matarlo.

Demasiado tarde, pero por un momento pareció que Poke era tan estúpida que iba a dar el paso y matarlo después de todo. Alzó la piedra, para golpearlo.

—No —protestó Bean—. No puedes. Ahora es de la familia.

Ella bajó la piedra hasta su cintura. Lentamente, se volvió para mirar a Bean.

—Largo —ordenó—. Tú no eres de los nuestros. No pintas nada aquí.

—No —dijo Aquiles—. Será mejor que continúes y me mates, si piensas tratarlo así.

Oh, que valiente de su parte. Pero Bean sabía que Aquiles no era valiente. Sólo listo. Ya había ganado. No significaba nada que estuviera allí tirado en el suelo y Poke todavía tuviera la piedra. Ahora era su banda. Poke estaba acabada. Pasaría algún tiempo antes de que alguien más, aparte de Bean y Aquiles, lo comprendieran, pero la prueba en que la autoridad estaba en juego era aquí y ahora, y Aquiles iba a derrotarla.

—Este niño —dijo Aquiles—, puede que no sea parte de tu banda, pero es parte de mi familia. A mi hermano no se le dice que se pierda.

Poke vaciló. Tan sólo un momento.

Lo suficiente.

Aquiles se sentó en el suelo. Se frotó las magulladuras, comprobó sus contusiones. Miró admirado a los niños pequeños que lo habían derribado.

—¡Maldita sea! ¡Qué malos sois!

Ellos soltaron una risilla nerviosa. ¿Les haría daño porque ellos le habían hecho daño a él?

—No os preocupéis. Ya me habéis demostrado lo que podéis hacer. Tendremos que hacérselo a más de un par de matones, ya veréis. Pero antes yo debía saber que podíais hacerlo bien. Buen trabajo. ¿Cómo os llamáis?

Uno a uno, se aprendió sus nombres. Se los aprendió y los memorizó, y cuando se equivocaba le sabía tan mal que pedía disculpas y procuraba que no volviera a suceder.

Quince minutos más tarde, lo amaban.

Si podía hacer esto, pensó Bean. Si es tan bueno haciendo que la gente lo quiera, ¿por qué no lo hizo antes?

Porque estos idiotas siempre buscan poder. La gente que está por encima de ti nunca quiere compartir el poder contigo. ¿Por qué te vuelves hacia ellos? No te dan nada. A la gente que está por debajo les das esperanza, les infundes respeto, y ellos te dan poder, porque piensan que no tienen ninguno, así que no les importa entregarlo.

Aquiles se puso en pie, un poco tembloroso, la pierna mala más magullada que de costumbre. Todos retrocedieron, dejándole espacio. Podía marcharse ahora, si quería. Marcharse para nunca más regresar. O ir a buscar a otros matones, volver y dar a la banda su merecido. Pero se quedó allí, y sonrió, se metió las manos en los bolsillos y sacó algo increíble. Un puñado de pasas. Un puñado grande. Todos miraron su mano como sí tuviera en la palma la marca de un clavo.

—Los hermanos pequeños primero —dijo—. Los más pequeños primero —añadió, mirando a Bean—. Tú.

—¡El no! — exclamó el siguiente—. Ni siquiera lo conocemos.

—Bean fue quien quiso que te matáramos —dijo otro.

—Bean —dijo Aquiles—. Bean, sólo cuidabas de mi familia, ¿verdad?

—Sí —asintió Bean.

—¿Quieres una pasa?

Bean asintió, —Tú primero. Eres el que nos ha unido, ¿de acuerdo?

Aquiles tenía la opción de matarlo o no. En ese momento, lo único que importaba era la pasa. Bean la tomó. Se la metió en la boca. Ni siquiera la mordió. Dejó que su saliva la empapara, arrancándole el sabor.

—¿Sabes? —dijo Aquiles—. No importa cuánto tiempo la tengas en la lengua, nunca se convierte en una uva.

—¿Qué es una uva?

Aquiles se rió de él, que seguía sin masticar. Entonces repartió las pasas entre los otros niños. Poke nunca había compartido tantas pasas, porque nunca había tenido tantas para repartir. Pero los niños pequeños no lo comprendían. Pensaban: Poke nos daba basura, y Aquiles nos da pasas. Y todo porque eran estúpidos.

2. Comedor

—Sé que ya han examinado la zona, y probablemente han acabado con Rotterdam, pero ha sucedido algo en estos días. Fue a partir de su visita… Oh, no estoy segura, quizá son sólo suposiciones. No tendría que haber llamado.

—Cuénteme, la escucho.

—Siempre hay luchas en la cola. Intentamos detenerlos, pero sólo tenemos unos cuantos voluntarios, y no podemos prescindir de ellos porque mantienen el comedor en orden y sirven la comida. Así que sabemos que un montón de niños a los que debería tocarles e turno ni siquiera se ponen en la cola, porque los expulsan. Y si conseguimos detener a los matones y dejar que entre uno de los pequeños, entonces le dan una paliza después. Nunca volvemos a verlos. Esta situación no puede continuar.

—Es la supervivencia del más fuerte.

—O del más cruel. Se supone que la civilización es todo lo contrario.

—Usted es civilizada. Ellos no.

—Aun así, todo ha cambiado. En los últimos días. No sé por qué. Pero es que… usted dijo que todo lo que fuera diferente, y quien esté detrás… quiero decir, ¿es posible que de pronto la civilización evolucione de nuevo, en medio de una jungla de niños?

—Es el único sitio donde no evoluciona jamás. He acabado mi trabajo en Delft. Ya no pintamos nada aquí. Ya me he hartado de platos azules.

Bean se mantuvo en segundo plano durante las semanas que siguieron. Ahora no tenía nada que ofrecer: ya se habían quedado con su idea. Y sabía que la gratitud no duraría demasiado tiempo. No era grande y no comía mucho, pero si estaba pululando constantemente, molestando a la gente y charlando, pronto negarle comida con la esperanza de que se muriera o se marchara no se convertiría tan sólo en algo divertido, sino en una especie de costumbre.

Incluso así, a menudo sentía los ojos de Aquiles clavados en él. Los advertía sin temor. Qué más daba, que Aquiles decidiera matarlo. Había estado a sólo unos pocos días de la muerte, de todas formas. Eso significaba que, después de todo, su plan no funcionó tan bien como esperaba, pero como era el único que tenía, no importaba si al final resultó no ser bueno. Si Aquiles recordaba cómo instó Bean a Poke para que lo matara (y claro que lo recordaba), y si Aquiles ahora tramaba cómo y cuándo moriría, no había nada que Bean pudiera hacer por impedirlo.

Hacer la pelota no serviría de nada. Eso sólo sería un signo de debilidad, y Bean había visto muchas veces cómo los matones (y Aquiles, en el fondo, seguía siendo un matón) se nutrían del terror de los otros niños, cómo trataban a la gente incluso peor cuando mostraban su debilidad. Tampoco serviría de nada ofrecer otras ideas brillantes, primero porque Bean no tenía ninguna, y segundo porque Aquiles pensaría que era una afrenta a su autoridad. Y a los otros niños no les gustaría que Bean siguiera actuando como sí fuera el único que tenía cerebro. Ya lamentaban que hubiera sido él quien pensó este plan que había cambiado sus vidas.

Porque, de hecho, el cambio fue inmediato. La primera mañana, Aquiles hizo que Sargento se pusiera en la cola en el comedor de Helga en Aert Van Nes Straat, porque, decía, ya que nos van a dar la paliza de todas formas, bien podríamos intentarlo con la mejor comida gratis de Rotterdam, por si conseguimos comer antes de morir. Sí, eso era lo que decía, pero les había hecho practicar sus movimientos hasta la última luz del día la noche anterior, de modo que trabajaban mejor juntos y no se rendían a las primeras de cambio, como hacían cuando iban tras él. A medida que iban practicando, se mostraban más seguros. Aquiles no paraba de decir «se esperarán esto», e «intentarán aquello», y como él mismo era un matón, ellos confiaban como nunca habían confiado en Poke.

Como era estúpida, Poke seguía tratando de actuar como si estuviera al mando, como si tan sólo hubiera delegado su entrenamiento a Aquiles. Bean admiraba la manera en que Aquiles no discutía con ella, y bajo ningún concepto cambiaba sus planes o instrucciones por lo que ella dijera. Si le instaba a hacer lo que ya estaba haciendo, seguía haciéndolo. No había ninguna sensación de desafío. Ninguna pugna por el poder. Aquiles actuaba como si ya hubiera vencido, y puesto que los otros niños lo seguían, ya era el ganador.

La cola se formó temprano delante del comedor de Helga, y Aquiles observó con atención mientras los matones que llegaban más tarde se colocaban en fila siguiendo una especie de jerarquía: los matones sabían cuáles se enorgullecían de su sitio. Bean trató de comprender en qué principio se basaba Aquiles para elegir con qué matón tendría que librar Sargento una pelea. No era el más débil, pero eso era un movimiento inteligente, porque si pegaban al matón más débil, tendrían que enzarzarse en muchas más peleas. Y tampoco era el más fuerte. Mientras Sargento cruzaba la calle, Bean trató de ver qué tenía el matón para que Aquiles lo eligiera. Y entonces se dio cuenta: era el matón más fuerte que no tenía amigos consigo.

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