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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia Ficción

La sombra de Ender (9 page)

—Y pasaste hambre.

—Y me mantuve alerta, observando —dijo Bean—. Comía algo. De vez en cuando. No me morí.

—No, no lo hiciste.

—Vi muchos niños que morían. Montones de niños muertos. Grandes y pequeños. Me preguntaba cuántos de ellos procedían del sitio limpio.

—¿Reconociste a alguno?

—No. No parecía que ninguno hubiera vivido en el sitio limpio. Todos parecían hambrientos.

—Bean, gracias por contarme todo esto.

—Usted me lo pidió.

—¿Te das cuenta de que es imposible que pudieras haber sobrevivido tres años siendo tan pequeño?

—Supongo que eso significa que estoy muerto.

—Es sólo… estoy diciendo que Dios debe de haber cuidado de ti.

—Sí. Bueno, seguro. ¿Entonces por qué no cuidó de todos esos niños muertos?

—Los tomó en su corazón y los amó.

—¿Entonces no me amó a mí?

—No, te amó también, es que…

—Porque si me observaba con tanta atención, podría haberme dado algo de comer de vez en cuando.

—Te trajo a mí. Tiene algún gran propósito en mente para ti, Bean. Puede que no sepas qué es, pero Dios no te mantuvo con vida en esa situación extrema sin motivo.

Bean estaba cansado de hablar sobre eso. Ella parecía muy feliz cuando hablaba de Dios, pero él no había descubierto todavía ni siquiera lo que era Dios. Era como si ella quisiera darle a Dios crédito por todas las cosas buenas, pero cuando eran malas, entonces no mencionaba a Dios o se las apañaba de alguna forma para que al final todo fuera bueno. Por lo que Bean podía ver, los niños muertos habrían preferido vivir, pero con más comida. Si Dios los amaba tanto, y podía hacer lo que quisiera, ¿por qué no había más comida para esos niños? Y si Dios quería que se muriesen, ¿por qué no dejó que se murieran antes, o que no hubieran nacido, para no tener que sufrir tanto y esforzarse en tratar de seguir con vida, cuando él se los iba a llevar de todas maneras? Nada de todo eso tenía sentido para Bean, y cuanto más hablaba sor Carlotta, menos entendía él. Porque si había alguien a cargo de este mundo, entonces debería ser justo, y si no era justo, entonces, ¿por qué debería estar sor Carlotta tan feliz de que estuviera a cargo?

Pero cuando trataba de exponerle sus razonamientos, ella se molestaba mucho y seguía hablando sobre Dios y empleaba palabras que él no conocía, en cuyo caso era mejor dejarla decir lo que quisiera y no discutir.

Eran las lecturas lo que le fascinaban. Y los números. Le encantaba eso. Tener papel y lápiz para poder escribir cosas de verdad, eso sí que era útil.

Y los mapas. Ella no le enseñó los mapas al principio, pero había algunos en las paredes, y las formas que tenían lo llenaban de fascinación. Se acercaba a ellos y leía las palabritas escritas, y un día vio el nombre de un río y se dio cuenta de que el azul eran los ríos y las zonas azules aún más grandes eran lugares que contenían todavía más agua que el río. Entonces advirtió que algunas de las otras palabras eran los mismos nombres que había escritos en los carteles de las calles, y cuando supuso que de algún modo esto era una imagen de Rotterdam, todo cobró sentido. Rotterdam tal como lo vería un pájaro, si los edificios fueran todos invisibles y las calles estuvieran todas vacías. Encontró dónde estaba el nido, y dónde había muerto Poke, y todo tipo de otros lugares.

Cuando sor Carlotta descubrió que comprendía el mapa, se puso muy nerviosa. Le mostró mapas donde Rotterdam era sólo un montoncito de líneas, y uno dónde sólo era un punto, y uno donde era demasiado pequeño para verse siquiera, pero ella sabía dónde debería estar. Bean nunca había advertido que el mundo era tan grande. O que viviera tanta gente en él.

Pero sor Carlotta volvía una y otra vez al mapa de Rotterdam, para que recordara y situara sus primeras experiencias. Sin embargo, nada parecía igual en el mapa, así que no era fácil, y él tardó mucho tiempo en localizar algunos sitios donde la gente le había dado de comer. Se los mostró a sor Carlotta, y ella hizo una señal en el mapa, indicando cada sitio. Después de algún tiempo él comprendió que todos aquellos lugares estaban agrupados en una zona, pero concatenada, como si indicaran un camino desde donde encontró a Poke y retroceder en el tiempo hasta…

El sitio limpio.

Sólo que era demasiado difícil. Al escapar del sitio limpio con el conserje, Bean había pasado mucho miedo. No sabía dónde estaba. Y la verdad era que, como la propia sor Carlotta decía, el conserje podía haber vivido en cualquier lugar. Así que todo lo que iba a descubrir siguiendo el camino de Bean en sentido inverso era quizás el apartamento del conserje, o al menos donde vivía hacía tres años. E incluso así, ¿qué sabría el conserje?

Sabría dónde estaba el sitio limpio, eso sabría. Y ahora Bean lo comprendió todo: para sor Carlotta era muy importante descubrir de dónde venía él.

Descubrir quién era realmente.

Sólo que… ya sabía quién era. Trató de decírselo a ella.

—Estoy aquí mismo. Esto es lo que soy realmente. No estoy fingiendo.

—Lo sé —dijo ella, riendo, y lo abrazó, lo cual le pareció agradable. Al principio, cuando ella empezó a hacerlo, Bean no sabía qué hacer con las manos. Tuvo que enseñarle a devolverle el abrazo. Había visto a algunos niños pequeños (los que tenían padres o madres) haciendo eso, pero él siempre había creído que se agarraban fuerte para no caerse a la calle y perderse. No sabía que se hacía sólo porque era agradable. El cuerpo de sor Carlotta tenía lugares duros y lugares blandos, y le resultaba muy extraño abrazarla, Recordó el momento en que Poke y Aquiles se abrazaron y se besaron, pero no deseaba besar a sor Carlotta y en cuanto se familiarizó con todo lo que significaba abrazarse, tampoco deseó hacerlo. Dejaba que ella lo abrazara. Pero ni siquiera pensaba en abrazarla. Ni se lo planteaba.

Sabía que a veces ella lo abrazaba en vez de explicarle cosas, y eso no le gustaba. No quería confesarle por qué era tan importante descubrir el sitio limpio, así que lo abrazaba y decía:

—Oh, querido, oh, pobrecito.

Pero eso sólo significaba que era aún más importante de lo que decía, y que pensaba que era demasiado estúpido o ignorante para comprender sí ella trataba de explicárselo.

Bean seguía tratando de recordar más y más, si podía, sólo que ahora no se lo contaba todo a ella porque no quería contárselo todo, y san—seacabó. Encontraría la habitación limpia él solo. Sin ella. Y luego se lo diría si decidía que era bueno para él que ella lo supiera. Porque ¿y sí daba con la respuesta equivocada? ¿Lo mandaría de regreso a la calle? ¿Le impediría ir al colegio del cielo? Porque eso era lo que le prometió al principio, sólo que después de las pruebas le comentó que lo hizo muy bien, pero que no iría al cielo hasta que cumpliera cinco años y tal vez ni siquiera entonces, porque esta decisión no dependía sólo de ella y fue entonces cuando él supo que sor Carlotta no tenía poder para cumplir sus propias promesas. Así que si descubría algo malo sobre él, tal vez no podría cumplir ninguna de sus promesas. Ni siquiera la de mantenerlo a salvo de Aquiles. Por eso tenía que averiguarlo él por su cuenta.

Estudió el mapa. Trató de formarse una imagen mental de los hechos. Hablaba consigo mismo mientras se quedaba dormido, hablaba, pensaba y recordaba, intentando visualizar el rostro del conserje, y la habitación en la que vivía, y las escaleras donde la mujer peleona se ponía a gritarle.

Y un día, cuando le parecía que ya había recordado suficiente, Bean se dirigió al cuarto de baño (le gustaban las cisternas, le gustaba tirar de ellas aunque le daba miedo ver las cosas desaparecer sin más), y en vez de volver al sitio donde sor Carlotta le enseñaba, se fue pasillo abajo en la otra dirección y salió a la calle. Nadie trató de detenerlo.

Entonces fue cuando se dio cuenta de su error. Se había enfrascado tanto en tratar de recordar dónde se encontraba la casa del conserje que nunca se le había ocurrido que no tenía ni idea de dónde se ubicaba este lugar en el mapa. Y no era en una parte de la ciudad que conociera. De hecho, casi no parecía el mismo mundo. No se hallaba en esa calle bulliciosa que él conocía, en la que la gente caminaba ajetreada, empujaba carritos, y montaba en bicicleta o patinaba para llegar de un sitio a otro, sino en unas calles casi vacías, aunque había coches aparcados por todas partes. No había tampoco ni una sola tienda. Todo eran casas y oficinas, o casas convertidas en oficinas con cartelitos delante. El único edificio que era diferente era el mismo del que acababa de salir. Era macizo y cuadrado, más grande que los otros, pero no colgaba ningún cartel en la fachada.

Sabía adonde iba, pero no sabía cómo llegar desde allí. Y sor Carlotta empezaría a buscarlo pronto.

Su primer pensamiento fue esconderse, pero entonces recordó que ella conocía toda su historia del escondite en el sitio limpio, así que también pensaría en los escondites y lo buscaría cerca del gran edificio.

Decidió echarse a correr. Le sorprendió lo fuerte que se sentía. Tenía la impresión de que podía correr tan rápido como volaban los pájaros, y no se cansaba, podía correr eternamente. Hasta la esquina y más allá, en la otra calle.

Si conseguía llegar hasta esa otra manzana, con toda probabilidad ya se habría perdido… Lo malo es que ya andaba perdido desde el punto de partida, y cuando empiezas completamente perdido, es difícil perderse aún más. Mientras caminaba y trotaba y corría por calles y callejones, se dio cuenta de que todo lo que tenía que hacer era encontrar un canal o un arroyo que le conduciría al río o a un lugar que reconociera. Así que cuando se encontrara el primer puente sobre el agua, vería en qué dirección fluía la corriente y escogería las calles que lo acercarían al lugar. No podía decir que supiera todavía dónde estaba, pero al menos disponía de un plan.

Funcionó. Llegó al río y lo recorrió hasta que reconoció, en la distancia y parcialmente tras un recodo, el Maasboulevard, que conducía al lugar donde Poke fue asesinada.

El meandro del río… Lo conoció por el mapa. Sabía donde había dibujado las señales sor Carlotta. Sabía que tenía que atravesar las calles donde había vivido para acercarse a la zona donde tal vez viviera el conserje. Y eso no sería tarea fácil, porque allí lo conocerían, y era posible que sor Carlotta incluso acudiera a la policía para que lo buscaran, y ellos mirarían allí porque allí estaban todos los pilludos callejeros y esperarían a que volviera a convertirse en uno de ellos.

Lo que olvidaban era que Bean ya no tenía hambre. Y como no tenía hambre, tampoco tenía prisa.

Decidió dar un rodeo. Lejos del río, lejos de la parte de la ciudad por donde deambulaban los pilludos. Cada vez que las calles se empezaban a llenar de gente, ensanchaba su círculo y se apartaba de los lugares ocupados. Invirtió el resto de ese día y la mayor parte del siguiente en explorar la ciudad, trazando un círculo tan amplio que durante un rato ya ni siquiera merodeaba por Rotterdam, y tuvo un primer contacto con el campo, era igual que en las fotos: granjas y carreteras construidas por encima de la tierra que las rodeaba. Sor Carlotta le había explicado que antiguamente la mayor parte de las tierras de labranza estaban por debajo del nivel del mar, y que se habían tenido que erigir unos grandes diques para impedir que el mar arrasara la tierra y la cubriera. Pero Bean sabía que nunca llegaría a acercarse a ninguno de los grandes diques. Caminando no, al menos.

Regresó a la ciudad, al distrito de Schiebroek, y por la tarde del segundo día reconoció el nombre de Rindijk Straat y pronto cruzó una calle cuyo nombre conocía, Erasmus Síngel. Le resultó fácil llegar al primer lugar que podía recordar, la parte trasera de un restaurante donde le habían dado de comer cuando era todavía un bebé y no hablaba bien; vio, en su mente, que los adultos corrían a darle comida y lo ayudaban en vez de apartarlo a patadas.

Se quedó allí, en la oscuridad. Nada había cambiado. Casi podía ver a la mujer con el cuenco de comida, tendiéndoselo y agitando una cuchara en la mano y diciendo algo en un idioma que no comprendía. Ahora podía leer el cartel sobre el restaurante y advirtió que era armenio, y que ése era el idioma que probablemente hablaba la mujer.

¿Por qué había venido hasta aquí? Había olido la comida cuando caminaba… ¿por aquí? Recorrió la calle arriba y abajo, dando vueltas y más vueltas para reorientarse,

—¿Qué estás haciendo aquí, gordito?

Eran dos niños, de unos ocho años. Beligerantes, pero no matones. Probablemente formaban parte de una banda. No, de una familia, ahora que Aquiles lo había cambiado todo. Si es que los cambios estaban vigentes en esta parte de la ciudad.

—Tengo que reunirme con mi papá aquí —dijo Bean.

—¿Y quién es tu papá?

Bean no estaba seguro de que el muchacho hubiera entendido que él se había referido a su padre o al padre de su «familia». Sin embargo, corrió el riesgo y respondió:

—Aquiles.

Ellos pusieron mala cara.

—Está junto al río, ¿para qué iba a reunirse con un gordito como tú aquí arriba?

Pero su actitud despectiva no era lo que más importaba, sino el hecho de que la reputación de Aquiles se había extendido hasta esta parte de la ciudad.

—No tengo por qué deciros nada sobre sus asuntos —dijo Bean—. Y todos los niños de la familia de Aquiles son gordos como yo. Así de bien comemos.

—¿Y todos son tan bajitos como tú?

—Antes era más alto, pero hacía demasiadas preguntas —replicó Bean, abriéndose paso entre ellos y cruzando Rozenlaan hacía la zona donde había más probabilidades de que se encontrara el apartamento del conserje.

Tuvo suerte de que no le siguieran. Bean prosiguió su camino, volviéndose una y otra vez para comprobar sí reconocía los sitios. Aunque había tomado la dirección que podría haber seguido después de dejar el apartamento del conserje, no le sirvió de nada. Deambuló hasta que oscureció, e incluso entonces no se detuvo.

Hasta que, por casualidad, se encontró al pie de una farola, tratando de leer un cartel, cuando unas iniciales talladas en el mástil le llamaron la atención: P♥DVM, decía. No tenía ni idea de lo que significaban; nunca había pensado en ello mientras intentaba recordar. Pero era consciente de que lo había visto antes. Y no sólo una vez. Lo había visto varias veces. El apartamento del conserje estaba muy cerca.

Se dio la vuelta despacio, estudiando la zona, y allí estaba: un pequeño edificio de apartamentos con una escalera interior y otra exterior.

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