La sombra de Ender (7 page)

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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia Ficción

El niño rodeó a Poke con sus brazos y la besó.

Eso sí que era extraño. Bean había visto a adultos hacer eso un montón de veces, pero ¿para qué se besaban los niños? Poke tenía nueve anos. Claro que había putas de esa edad, pero todo el mundo sabía que los tíos que las compraban eran unos pervertidos.

Bean tenía que acercarse más, para escuchar lo que decían. Se deslizó por la parte posterior de la caja y se internó lentamente en las sombras de un quiosco. Ellos, como para darle una satisfacción, se volvieron hacia donde estaba. No podía verlos bien, como tampoco ellos podían verlo a él, pero ahora podía oír retazos de la conversación.

—Lo prometiste —decía Poke. El chico murmuró algo.

Un barco que pasaba por el río escrutó la orilla con un reflector y mostró el rostro del chico que se encontraba con Poke. Era Aquiles.

Bean no quiso ver más. Pensar que había llegado a creer que Aquiles mataría algún día a Poke… Estos líos entre chicos y chicas era algo que nunca había conseguido entender. En medio del odio, ocurre esto. Justo cuando Bean empezaba a saber moverse por el mundo.

Se escabulló y corrió por Posthoornstraat arriba.

Pero no regresó a su nido en el escondite, todavía no. Pues aunque para entonces ya se había llevado varias sorpresas, su corazón no había dejado de latir; algo va mal, le decía, algo va mal.

Justo en ese momento recordó que Poke no era la única que le ocultaba algo. Aquiles había mentido también. Se callaba algo. Algún plan. ¿Era sólo esta cita con Poke? Entonces, ¿qué significaba todo ese cuento de esconderse de Ulises? Para tomar a Poke como chica, no tenía que esconderse. Podía hacerlo al descubierto. Algunos matones hacían eso, los más mayores. Pero normalmente no tomaban a niñas de nueve años. ¿Qué era lo que escondía Aquiles?

—Lo prometiste —le había dicho Poke a Aquiles allá en el muelle.

¿Qué había prometido? Por eso había acudido Poke a verlo…, para recordarle su promesa. Pero ¿qué podría haberle prometido Aquiles que no le diera ya como miembro de su familia? Aquiles no tenía nada.

En ese caso, debía de haber prometido no hacer algo. ¿No matarla? No, eso resultaría demasiado estúpido incluso para Poke, encontrarse a solas con Aquiles.

No matarme a mí, pensó Bean. Ésa es la promesa. No matarme a mí.

Sólo que no soy yo quien corre peligro, o quien corre más peligro. Puede que dijera que lo matase, pero fue Poke quien lo derribó, quien se alzó sobre él. Aquiles todavía debía de conservar esa imagen en su mente, la debía de recordar todo el tiempo, debía de soñar con ella, él, tendido en el suelo, con una niña de nueve años alzándose sobre él con un pedrusco en la mano, amenazando con matarlo. Un lisiado como él, que de algún modo se había abierto paso entre las filas de los matones… Era duro, pero siempre era objeto de las burlas de los niños con dos piernas buenas: era el matón de categoría inferior. Y ése debió de ser el peor momento de su vida, cuando una niña de nueve años lo derribó y un puñado de niños pequeños se abalanzaron sobre él.

Poke, te echa la culpa a ti. Tiene que aplastarte para borrar la agonía de ese recuerdo.

Ahora estaba claro. Todo lo que Aquiles había dicho hoy era mentira. No se estaba ocultando de Ulises. Desafiaría a Ulises… Lo más probable es que lo hiciera al día siguiente. Pero cuando se batiera con Ulises, Aquiles se sentiría más agraviado. ¡Mataste a Poke!, gritaría acusándolo, Ulises parecería tan estúpido y débil al negarlo todo después de tanto alardear cómo iba a desquitarse… Tal vez incluso admitiera haberla matado, sólo por fanfarronear. Y entonces Aquiles golpearía a Ulises y nadie podría echarle la culpa de haber matado al niño. No sería solamente en defensa propia, sino para defender a su familia.

Aquiles era demasiado listo. Y paciente. Esperó a matar a Poke hasta que hubiera alguien más a quien echar la culpa.

Bean corrió a advertirla. Tan rápidamente como sus piernecitas podían moverse, con las zancadas más grandes que podía dar. Corrió y corrió.

El muelle donde Poke se había encontrado con Aquiles estaba desierto.

Bean miró alrededor, sin saber qué hacer. Pensó en llamar a voces, pero eso sería una estupidez. El hecho de que Aquiles odiara más a Poke no significaba que lo hubiera perdonado a él, aunque permitiera que le diera su pan.

O Bean tal vez se había vuelto loco por nada. La había abrazado, ¿no? Ella acudió por voluntad propia, ¿verdad? Había ciertos aspectos de la relación entre chicos y chicas que no comprendía. Aquiles era un proveedor, un protector, no un asesino. Es mi mente la que funciona así, se decía Bean a sí mismo, mi mente la que piensa en matar a alguien que está indefenso, sólo porque podría suponer un peligro más adelante. Aquiles es el bueno. Yo soy el malo, el criminal.

Así pues, Aquiles era el que sabía amar. Bean era el que no sabía.

Bean se acercó al borde del muelle y contempló el canal. El agua estaba cubierta por una bruma baja. En la otra orilla, las luces de Boompjes Straat parpadeaban como en el Día de Sinterklaas. Las olas acariciaban los pilares con dulzura.

Miró el río a sus pies. Algo se movía en el agua, y chocaba contra el muelle. Bean siguió mirando un buen rato sin comprender. Pero entonces se dio cuenta de que desde el principio había sabido qué era, pero se había negado a creerlo. Era Poke. Estaba muerta. Era tal y como Bean había temido. Todo el mundo en la calle creería que Ulises era culpable de asesinato, aunque no pudiera demostrarse nada. Bean había tenido razón en todo. Fuera lo que fuese lo que ocurría entre chicos y chicas no superaba el odio, la venganza nacida de la humillación.

Mientras Bean permanecía allí de pie, contemplando el agua, cayó en cuenta de que debía decir lo que había sucedido, a todo el mundo, o decidir no decírselo nunca a nadie, porque si Aquiles se enteraba de lo que había visto esa noche, le mataría sin pensárselo dos veces.

Aquiles diría, simplemente: Ulises ha vuelto a golpear. Entonces podría fingir que vengaba dos muertes, no una, al matar a Ulises.

No, todo lo que Bean podía hacer era guardar silencio. Fingir que no había visto el cadáver de Poke flotando en el agua, la cara vuelta hacia arriba, claramente reconocible a la luz de la luna.

Era estúpida. Tan estúpida que no había adivinado los planes de Aquiles, tan estúpida que había confiado en él de todas formas, y no en Bean. Tan estúpida como Bean, que se marchó en vez de advertirla, salvar tal vez su vida al proporcionarle un testigo que Aquiles no podría pillar y por tanto no podría silenciar.

Ella era el motivo por el que Bean estaba vivo. Ella fue quien le había puesto ese nombre. Ella fue la que escuchó su plan. Y ahora había muerto por eso, y él podría haberla salvado. Cierto, le dijo al principio que matara a Aquiles, pero al final ella había hecho bien al elegirlo… Era el único de los matones que podría haberlo calculado todo para llevarlo adelante con tanto estilo. Pero Bean también había tenido algo de razón. Aquiles era un mentiroso de campeonato, y cuando decidió que Poke muriera, empezó a construir la mentira que encubriría el asesinato… La mentira que llevó a Poke a acudir sola al lugar donde podría matarla sin testigos, la mentira para buscarse una coartada a los ojos de los niños más pequeños.

Confié en él, pensó Bean. Supe lo que era desde el principio, y sin embargo confié en él.

Vaya, Poke, has sido demasiado amable, demasiado buena. Me salvaste y yo te fallé.

Pero no es sólo culpa mía. Fue ella quien se vio a solas con él.

Sola con él, ¿tratando de salvar mi vida? ¡Qué error, Poke, pensar en alguien más que en ti!

¿Voy a morir también por sus errores?

No. Moriré por los míos.

Pero no esa noche. Aquiles no había puesto en marcha ningún plan para matar a Bean. Pero a partir de ese momento, cuando fuese incapaz de conciliar el sueño durante la noche, pensaría en que Aquiles estaba esperando. Contando los minutos. Hasta el día en que Bean, también, se encontrara en el fondo del río.

Justo cuando sor Carlotta trataba de sensibilizarse ante el dolor que sufrían estos niños, uno de ellos apareció estrangulado en el río. Pero la muerte de Poke fue un motivo más para continuar con las pruebas. Todavía no habían encontrado a Aquiles: ya que aquel tal Ulises, había golpeado una vez, era improbable que Aquiles saliera de su escondite durante algún tiempo. Así que sor Carlotta no tuvo más remedio que continuar con Bean.

Al principio el niño estuvo distraído, y obtuvo pobres resultados, sor Carlotta no pudo comprender cómo podía hacer mal incluso los ejercicios más básicos del test, cuando era tan inteligente que había aprendido a leer él solo en la calle. Tenía que ser la muerte de Poke. Así que interrumpió la prueba y habló con él sobre la muerte, sobre cómo el espíritu de Poke se había ido con Dios y los santos, quienes cuidarían de ella y la harían más feliz de lo que había sido en vida. Él no parecía interesado. Si acaso, obtuvo peores resultados cuando iniciaron la siguiente fase del test.

Puesto que la compasión no funcionaba, optaría por mostrarse más dura.

—¿No comprendes para qué es esta prueba, Bean? — preguntó.

—No —respondió él, y aunque no añadió un «ni me importa», se adivinó en su tono de voz.

—Todo lo que conoces es la vida en la calle. Pero las calles de Rotterdam sólo son parte de una gran ciudad, y Rotterdam es sólo una ciudad en un mundo con miles de ciudades similares. De toda la especie humana, Bean, de eso trata esta prueba. Porque los fórmicos…

—Los insectores —dijo Bean. Como la mayoría de los pilluelos de la calle, repudiaba los eufemismos.

—Volverán y arrasarán la Tierra, y matarán a toda alma viviente, esta prueba es para ver si tú eres uno de los niños que serán llevados a la Escuela de Batalla para ser entrenado en el mando de las fuerzas que intentarán detenerlos. Esta prueba es para salvar al mundo, Bean.

Por primera vez desde que empezó la prueba, Bean le dedicó toda su atención.

¿Dónde está la Escuela de Batalla?

—En una plataforma orbital en el espacio. ¡Si obtienes buenos resultados en este test, conseguirás ser un espacial!

Su rostro no traslucía ni un asomo de ansiedad. Tan sólo una fría capacidad de cálculo.

Hasta ahora lo he estado haciendo bastante mal, ¿verdad?

—Hasta ahora, los resultados de la prueba demuestran que eres demasiado estúpido para ser capaz de caminar y respirar al mismo tiempo.

—¿Puedo empezar de nuevo?

—Sí, tengo otro modelo del test —respondió sor Carlotta.

—Démelo.

Mientras ella iba a buscar el otro examen, le sonrió, y trató de relajarlo.

—Entonces quieres ser un hombre del espacio, ¿no es eso? ¿O quizás te gusta más la idea de formar parte de la Flota Internacional?

Él la ignoró.

Esta vez respondió a todas las preguntas del test, aunque éste resultaba algo largo para realizarlo en el tiempo reglamentario. No obtuvo la puntuación máxima, pero sí unos muy buenos resultados. Tanto que todo el mundo se quedó asombrado.

Así que ella le entregó otro tipo de pruebas, éstas diseñadas para niños mayores; el modelo estándar, en realidad, que los niños de seis años realizaban para ingresar en la Escuela de Batalla en la edad normal. No los hizo tan bien: había demasiadas experiencias que todavía no había vivido, y por tanto no podía comprender el contenido de algunas de las preguntas. Pero en este caso también obtuvo una puntuación notable. Mejor que ningún otro estudiante que ella hubiera examinado.

Y pensar que había creído que era Aquiles quien en verdad estaba capacitado. Este pequeño, este niño… era sorprendente. Nadie creería que lo había encontrado en las calles, en un estado rayano a la inanición.

Justo en ese momento, una idea afloró en la mente de la monja, y cuando el pequeño hubo terminado la segunda prueba y ella hubo anotado la puntuación, se acomodó en su silla y sonrió al pequeño Bean, que la miraba con esos ojos hinchados. Entonces le preguntó:

—¿De quién fue la idea, a quién se le ocurrió lo de la familia de los niños de la calle?

—Fue idea de Aquiles —dijo Bean.

Sor Carlotta esperó.

—Fue idea suya llamarlo familia, al menos —aclaró Bean.

Ella siguió esperando. Si le daba tiempo, el orgullo traería más cosas a la superficie.

—Pero hacer que un matón protegiera a los pequeños, ése fue mi plan —dijo Bean—. Se lo conté a Poke, y ella se lo pensó y decidió intentarlo, y sólo cometió un error.

—¿Qué error?

—Eligió al matón equivocado para que nos protegiera.

—¿Lo dices porque no pudo protegería de Ulises?

Bean se rió con amargura mientras las lágrimas le corrían por las mejillas.

—Ulises va por ahí alardeando sobre lo que va a hacer.

Sor Carlotta lo sabía, pero no quería saberlo.

—Sabes entonces quién la mató?

—Le dije a ella que lo matara. Le dije que era el matón equivocado. Lo vi en su cara, allí tirado en el suelo, vi que nunca la perdonaría. Pero es frío. Esperó mucho tiempo. Pero nunca aceptaba su pan. Eso debería de habérselo indicado a Poke. No tendría que haberse quedado a solas con él.

Empezó a llorar con fuerza.

—Creo que me protegía a mí. Porque le dije que lo matara aquel primer día. Creo que trataba de convencerlo de que no me matara. Sor Carlotta intentó apañar la emoción de su voz. — ¿Crees que podrías correr peligro?

—Ahora que se lo he dicho, sí—respondió él. Y entonces, tras pensárselo un momento, añadió—: Ya corría peligro antes. El no perdona. Siempre se desquita.

—Te darás cuenta de que no es así como yo, o Hazie, Helga, quiero decir, vemos a Aquiles. Para nosotras, parece… civilizado. Bean la miró como si estuviera loca.

—¿No es eso ser civilizado? ¿Poder esperar hasta conseguir lo que quieres?

—Quieres salir de Rotterdam e ir a la Escuela de Batalla para poder escapar de Aquiles. Bean asintió.

—¿Qué hay de los otros niños? ¿Crees que corren peligro con él?

—No —dijo Bean—. Es su papá.

—Pero no es el tuyo. Aunque tomaba tu pan.

—La abrazó y la besó —dijo Bean—. Los vi en el muelle, y ella dejó que la besara y luego dijo algo sobre la promesa que él había hecho. Entonces me marché, pero en ese momento me di cuenta y corrí de vuelta, no pudo pasar mucho rato, sólo llegué a unas seis manzanas de distancia, ella estaba allí muerta, con el ojo fuera, flotando en el agua, chocando contra el muelle. Él puede besarte y matarte, si te odia lo suficiente. Sor Carlotta hizo tamborilear los dedos sobre la mesa.

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