La sombra de la sirena (6 page)

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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

Se frotó los ojos con gesto cansado, respiró hondo y puso el coche en marcha. Pero en lugar de poner rumbo a Tanumshede, tuvo el impulso de girar hacia las casas que había detrás del barrio de Kullen. Aparcó ante la casa de la familia Kjellner y se dirigió indeciso hacia la puerta. En realidad, debería haberles avisado de su visita, pero ya que estaba allí… Levantó la mano y golpeó con el puño la puerta de madera pintada de blanco, de la que aún colgaba la corona navideña. Nadie había caído en la cuenta de quitarla o de cambiarla.

Del interior de la casa no se oía nada, así que Patrik llamó una vez más. Tal vez no hubiera nadie, pero entonces oyó unos pasos y Cia le abrió la puerta. Se le tensó el cuerpo entero al verlo y Patrik se apresuró a negar con la cabeza.

—No, no vengo por eso —dijo. Ambos sabían a qué se refería. A Cia se le hundieron los hombros. Se apartó y lo invitó a pasar.

Patrik se quitó los zapatos y colgó la cazadora en una de las pocas perchas que no estaba cargada de abrigos de adolescentes.

—Solo venía a veros y a charlar un rato —explicó, aunque enseguida se sintió inseguro de cómo abordar aquel asunto, basado en especulaciones suyas.

Cia asintió y se dirigió a la cocina, que estaba a la derecha del recibidor. Patrik la siguió. Había estado allí antes, en unas cuantas ocasiones. Los días que sucedieron a la desaparición de Magnus, se reunieron allí, en torno a la mesa de pino, a repasar todos los detalles una y otra vez. Le hizo preguntas sobre temas que deberían ser siempre privados, pero que dejaron de serlo en el instante en que Magnus Kjellner salió por la puerta para nunca más volver.

La casa parecía la misma. Agradable y normal, un tanto desordenada, salpicada aquí y allá de indicios de la presencia adolescente. Pero la última vez que estuvo allí con Cia, aún quedaba un ápice de esperanza. Ahora, en cambio, la resignación lo ahogaba todo. También a Cia.

—Aún queda un poco de tarta. Ayer fue el cumpleaños de Ludvig —dijo Cia ausente, se levantó y sacó del frigorífico el resto de una tarta Princesa. Patrik intentó protestar, pero Cia ya había empezado a poner los platos y los cubiertos, y Patrik asumió que aquella mañana tendría que desayunar tarta.

—¿Cuántos cumplía? —Patrik cortó un trozo tan delgado como permitía la decencia.

—Trece —respondió Cia, y le afloró a los labios una sonrisa mientras también ella se ponía un trocito de tarta. A Patrik le habría gustado ser quién para obligarla a comer un poco más, teniendo en cuenta lo delgada que se había quedado últimamente.

—Una edad estupenda. O no —comentó Patrik, consciente del tono forzado de su voz. La nata le crecía en la boca.

—Se parece tanto a su padre —dijo Cia. La cucharilla tintineó al chocar contra el plato. Cia la dejó junto a la tarta y miró a Patrik—. ¿Qué querías?

Patrik carraspeó.

—Puede que esté totalmente equivocado, pero sé que quieres que hagamos todo lo posible y tendrás que perdonarme si…

—Ve al grano —lo interrumpió Cia.

—Pues sí, estaba pensando… Magnus era amigo de Christian Thydell. ¿De qué se conocían?

Cia lo miró extrañada, pero no le respondió con otra pregunta, sino que se puso a pensar.

—La verdad es que no lo sé. Creo que se conocieron al principio, cuando Christian se mudó aquí con Sanna. Ella es de Fjällbacka. Hará unos siete años, más o menos. Sí, eso es, porque Sanna se quedó embarazada de Melker al poco tiempo, y el pequeño tiene ahora cinco años. Recuerdo que comentamos que se habían dado mucha prisa.

—¿Se conocieron por tu relación con Sanna?

—No, no, Sanna es diez años más joven que yo, así que nosotras no éramos amigas. Si he de ser sincera, no recuerdo cómo se conocieron. Solo que, un día, Magnus sugirió que los invitáramos a cenar y, a partir de ahí, empezaron a verse bastante. Sanna y yo no tenemos mucho en común, pero es una chica encantadora y tanto a Elin como a Ludvig les gusta jugar con sus hijos. Y, desde luego, a mí me gusta más Christian que otros amigos de Magnus.

—¿A quién te refieres?

—A los amigos de la infancia, Erik Lind y Kenneth Bengtsson. En realidad, yo los veía, a ellos y a sus mujeres, por Magnus. Son demasiado diferentes, me parece a mí.

—¿Y Magnus y Christian? ¿Son muy amigos?

Cia sonrió.

—No creo que Christian tenga ningún amigo íntimo. Es demasiado serio y no resulta fácil intimar con él. Con Magnus, en cambio, se comportaba de un modo totalmente distinto. Mi marido provocaba en la gente esa reacción, le caía bien a todo el mundo. Conseguía que la gente se relajara. —Cia tragó saliva y Patrik se dio cuenta de que estaba hablando de su marido como si ya estuviera muerto.

—¿Por qué me preguntas por Christian, si puede saberse? No habrá ocurrido nada, ¿verdad? —añadió preocupada.

—No, no, nada grave.

—Ya me he enterado de lo que pasó en la presentación. Me habían invitado, pero me habría resultado rarísimo estar allí sin Magnus. Espero que Christian no se haya tomado a mal que no acudiera.

—Me costaría creer que así fuera —aseguró Patrik—. Pero parece ser que alguien lleva más de un año enviándole cartas de amenaza. Y puede que esté hilando demasiado fino, pero quería preguntarte si a Magnus le había pasado algo parecido. Puesto que se conocían, quizá exista ahí una conexión…

—¿Cartas de amenaza? —preguntó Cia—. ¿Y no crees que, de ser así, ya lo habría contado? ¿Por qué iba a reservarme información que podría seros útil para averiguar qué le ha sucedido a Magnus? —añadió con voz chillona.

—Estoy convencido de que nos lo habrías dicho si lo hubieras sabido —se apresuró a añadir Patrik—. Pero pudiera ser que Magnus no te lo hubiera dicho por no preocuparte.

—¿Y entonces cómo iba a poder contártelo?

—La experiencia me ha enseñado que las mujeres se dan cuenta de casi todo sin necesidad de que uno se lo cuente. O, al menos, a la mía le pasa.

Cia volvió a sonreír.

—Sí, en eso tienes razón. Es cierto, si Magnus hubiese tenido alguna preocupación, yo lo habría notado. Pero estaba como siempre, despreocupado. Era la persona más estable y fiable del mundo, casi siempre alegre y optimista. A mí a veces me sacaba de quicio por eso, hasta el punto de que, en alguna ocasión, he intentado provocar una reacción por su parte cuando estaba molesta e irritada. Jamás lo conseguí. Así era Magnus. Si hubiese tenido alguna preocupación, para empezar, me lo habría contado y si, contra todo pronóstico, no lo hubiera hecho así, yo lo habría notado. Él lo sabía todo de mí y yo lo sabía todo de él. Nos lo contábamos todo. —Hablaba con voz firme y Patrik comprendió que estaba convencida de lo que decía. Aun así, dudaba. Nunca lo sabe uno todo acerca de otra persona. Ni siquiera de la persona con la que vivimos y a la que queremos.

La miró con serenidad.

—Tendrás que perdonarme si te parece un exceso, pero ¿te importaría que echara un vistazo? Es para hacerme una idea más clara de qué clase de persona era Magnus. —Pese a que ya habían hablado de él como si estuviera muerto, Patrik lamentó la forma en que había formulado la pregunta. Sin embargo, Cia no hizo el menor comentario al respecto, sino que, con un gesto hacia la puerta, le respondió:

—Puedes mirar todo lo que quieras. Te lo digo de verdad. Haz lo que quieras, preguntad lo que queráis, con tal de que lo encontréis —dijo secándose la lágrima que le corría por la mejilla con un gesto casi agresivo de la mano.

Patrik tuvo la sensación de que quería quedarse sola un rato y aprovechó para levantarse. Empezó por la sala de estar. Era como la de tantas otras casas suecas. Un sofá de Ikea, grande y de color azul oscuro. Una estantería Billy con iluminación incorporada. Un televisor plano sobre un mueble de la misma madera clara que la mesa de centro. Pequeños adornos y recuerdos de viajes, fotos de los niños colgadas en las paredes. Patrik se acercó a una gran fotografía de boda enmarcada y colgada encima del sofá. No era el típico retrato de boda rígido y serio, sino que en ella aparecía Magnus, embutido en un frac, tumbado sobre el césped con la cabeza apoyada en la mano. Cia estaba inmediatamente detrás de él, con un vestido de novia lleno de pliegues y volantes. Lucía una amplia sonrisa y, con gesto resuelto, había colocado el pie encima de Magnus.

—Nuestros padres por poco se mueren al ver la foto de bodas —dijo Cia a su espalda. Patrik se volvió.

—Es… diferente —comentó Patrik mientras se giraba de nuevo. Claro que se había cruzado con Magnus en alguna ocasión desde que este se mudó a Fjällbacka, pero jamás intercambió con él más que las frases de cortesía habituales. Ahora, al ver su expresión alegre y espontánea, se dijo que, seguramente, le habría caído bien.

—¿Puedo subir? —preguntó Patrik. Cia asintió, apoyada en el quicio de la puerta.

También a lo largo de las paredes de la escalera había fotografías y Patrik se detuvo a examinarlas. Eran testimonio de una vida rica en acontecimientos, centrada en la familia, que hallaba felicidad en las cosas sencillas. Y quedaba más que claro que Magnus Kjellner se sentía terriblemente orgulloso de sus hijos. Una imagen en particular le provocó un nudo en el estómago. Una instantánea de unas vacaciones. Magnus sonreía entre Elin y Ludvig, rodeándoles los hombros con los brazos. Era tal la felicidad que irradiaba aquella mirada que Patrik no fue capaz de seguir mirando. Apartó la vista y subió los últimos peldaños hacia la primera planta.

Las dos primeras habitaciones eran los dormitorios de los niños. En el de Ludvig reinaba un orden sorprendente. Nada de ropa tirada por el suelo, la cama hecha y en el escritorio había lapiceros y demás, todo en perfecto orden. Le interesaba el deporte, de eso no cabía duda. Una camiseta del equipo nacional sueco con el autógrafo de Zlatan ocupaba el lugar de honor sobre el cabecero de la cama. Y también había pósters del IFK Göteborg.

—Ludvig y Magnus solían ir a sus partidos siempre que podían.

Patrik se sobresaltó. Una vez más, lo sorprendió la voz de Cia. Debía de tener un don para caminar sin hacer ruido, porque no la había oído subir la escalera.

—Un chico ordenado.

—Pues sí, igual que su padre. Siempre era Magnus quien ordenaba y limpiaba la casa. Yo soy la más dejada de los dos. Y si miras en el otro dormitorio, comprenderás enseguida quién lo ha heredado de mí.

Patrik abrió la puerta siguiente, pese al aviso que colgaba en la puerta, donde podía leerse en letras mayúsculas: ¡LLAMA ANTES DE ENTRAR!

—Ay. —Patrik dio un paso atrás.

—Sí, yo diría que «ay» es la palabra adecuada para describir esto —suspiró Cia cruzándose de brazos, como para reprimirse el impulso de empezar a poner orden en aquel caos. Porque la habitación de Elin era un verdadero caos. Y rosa.

—Siempre pensé que cuando creciera, superaría la fase rosa, pero ha sido más bien al contrario. Ha pasado del rosa princesa al rosa chillón.

Patrik parpadeaba perplejo. ¿Tendría la habitación de Maja aquel aspecto dentro de unos años? Y si los gemelos también eran niñas… Acabaría ahogado en el color rosa.

—He desistido. Pero la obligo a tener la puerta cerrada, así no tengo que ver este desastre. Lo único que hago es un control de olores, por si empieza a apestar a cadáver. —Se sobresaltó al oír sus propias palabras, pero continuó enseguida—: Magnus no soportaba ni siquiera saber el estado en que se hallaba la habitación, pero yo lo convencí de que la dejara. Puesto que yo soy igual, sé que no habría conseguido más que andar siempre con dimes y diretes interminables. Yo empecé a ser más ordenada en cuanto me mudé a un apartamento propio, y creo que a Elin le ocurrirá otro tanto. —Cerró la puerta y señaló la última habitación.

—Ese es nuestro dormitorio. No he tocado nada de las cosas de Magnus.

Lo primero que llamó la atención de Patrik fue que tenían las mismas sábanas que él y Erica. De cuadros azules y blancos, compradas en Ikea. Por alguna razón, aquello lo hizo sentirse incómodo. Se sintió vulnerable.

—Magnus dormía en el lado de la ventana.

Patrik se acercó a ese lado de la cama. Habría preferido poder mirar tranquilamente. Tenía la sensación de estar hurgando en algo que no le incumbía, sensación que reforzaba la supervisión de Cia. No tenía ni idea de lo que estaba buscando. Sencillamente, necesitaba acercarse a la persona de Magnus Kjellner, convertirlo en un ser de carne y hueso y no solo una fotografía en la pared de la comisaría. La mirada de Cia seguía perforándole la espalda y terminó por darse media vuelta.

—No te lo tomes a mal, pero ¿podría seguir mirando un rato a solas? —Esperaba de verdad que lo comprendiera.

—Perdón, sí, por supuesto —respondió Cia y sonrió como disculpándose—. Comprendo que debe de ser molesto tenerme aquí pisándote los talones. Bajaré a hacer un par de cosas y así podrás moverte libremente.

—Gracias —dijo Patrik sentándose en el borde de la cama. Empezó por echar una ojeada a la mesilla de noche. Unas gafas, un montón de papeles que resultaron ser el manuscrito de
La sombra de la sirena
, un vaso vacío y un blíster de Alvedon era todo lo que había. Abrió el cajón de la mesilla y miró el interior. Pero tampoco allí vio nada que le llamara la atención. Un libro de bolsillo,
Aurora boreal
, de Åsa Larsson, una cajita de tapones para los oídos y una bolsa de pastillas para la garganta.

Patrik se levantó y se acercó al armario que cubría la pared más corta. Se echó a reír cuando corrió las puertas y vio una clara muestra de lo que Cia le había dicho acerca de sus diferencias en cuanto al orden. La mitad del armario que daba a la ventana era un prodigio de organización. Todo estaba perfectamente doblado y colocado en cestos de aluminio: calcetines, calzoncillos, corbatas y cinturones. Encima colgaban camisas planchadas y chaquetas junto con polos y camisetas. Camisetas colgadas de perchas: la sola idea le resultaba vertiginosa. Él, a lo sumo, solía meterlas en algún cajón hechas una bola, para quejarse de lo arrugadas que estaban cuando iba a ponerse alguna.

De modo que la mitad de Cia se parecía más a su sistema. Todo estaba mezclado, todo manga por hombro, como si alguien hubiese abierto las puertas y arrojado al interior las prendas y hubiese cerrado otra vez rápidamente.

Cerró el armario y observó la cama. Había algo desgarrador en la estampa de una cama con uno de los lados sin hacer. Se preguntó si sería posible acostumbrarse a dormir en una cama de matrimonio medio vacía. La sola idea de dormir solo, sin Erica, se le antojaba imposible.

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