La tierra de las cuevas pintadas (73 page)

Con Lobo a su lado, los despojó de las pocas lanzas que llevaban encima y de los cuchillos. No estaban acostumbrados a que los obligaran a actuar contra su voluntad, pero cuando se resistieron, Ayla azuzó de nuevo a Lobo. Ninguno de ellos quiso enfrentarse a aquella bestia que gruñía. Cuando se pusieron en marcha, Lobo los obligó a avanzar, amenazando con morderles los tobillos y gruñendo. Con Ayla montada en su yegua de color pardo amarillento a un lado y Jondalar en su corcel marrón oscuro al otro, tenían pocas posibilidades de desviarse del camino por el que los guiaban.

En un momento dado, dos de ellos decidieron intentar huir echándose a correr en direcciones distintas. La lanza de Jondalar pasó rozándole la oreja al hombre que parecía el jefe, y este paró en seco. La de Ayla traspasó un jirón de tela colgante de la ropa del otro, que, con el impulso, perdió el equilibrio y cayó al suelo.

—Me temo que tendremos que atarles las manos a esos dos, y tal vez también a los otros —dijo Jondalar—. No creo que quieran vérselas con la gente que vive cerca de aquí.

En el camino de vuelta tardaron más de lo previsto. Cuando llegaron al refugio de piedra donde vivía la caverna, el sol creaba en el cielo de poniente un espectáculo a base de tonos violáceos difuminados y rojos intensos.

—¡Fueron esos! —gritó una mujer al ver a aquellos hombres—. Fueron esos quienes me forzaron y mataron a mi compañero cuando intentó detenerlos. Después se llevaron nuestra comida y nuestras pieles de dormir, y me dejaron allí abandonada. Volví sola a casa, pero estaba embarazada y perdí a mi hijo.

—¿Cómo los habéis encontrado? —preguntó Demoryn a Jondalar y Ayla.

—Justo cuando estábamos a punto de marcharnos, Ayla se ha ido a orinar detrás de la arboleda que había al lado de nuestro campamento. De pronto la he oído llamar a Lobo y los caballos. He ido a ver qué pasaba y la he encontrado manteniendo a raya a esos cuatro. Cuando he llegado, dos de ellos se lamentaban de las magulladuras producidas por las pedradas de Ayla, y ella ya tenía el lanzavenablos armado y listo —contó Jondalar.

—¡Magulladuras! ¿Sólo eso? Ha matado una hiena con sus piedras —exclamó Tivonan.

—No era mi intención matarlos, sino sólo detenerlos —explicó Ayla.

—En nuestro viaje de vuelta a casa, supimos de unos jóvenes que causaban problemas a la gente al otro lado del glaciar, al oeste. Habían forzado a una joven antes de sus Primeros Ritos. He pensado que tal vez estos hombres estaban molestando a la gente de por aquí —dijo Jondalar.

—Han hecho mucho más que molestar, y no son tan jóvenes. Llevan años así, robando, forzando a mujeres, matando a gente, pero nadie los había encontrado —intervino Syralana.

—La cuestión es: ¿y ahora qué hacemos con ellos? —preguntó Demoryn.

—Llevadlos a la reunión de la zelandonia —propuso la Primera.

—Buena idea —coincidió Willamar.

—Pero antes habría que atarlos mejor. Ya han intentado escapar de camino hacia aquí. Les he quitado las lanzas y los cuchillos que llevaban, pero es posible que no los haya encontrado todos. Y alguien debería vigilarlos por la noche. Lobo puede colaborar —sugirió Ayla.

—Sí, tienes razón. Son hombres peligrosos —convino Demoryn mientras se dirigía al refugio—. Los zelandonia pueden decidir qué hacer, pero hay que impedir que sigan con ese comportamiento, sea como sea.

—¿Te acuerdas de Attaroa, Jondalar? —preguntó Ayla, mientras los dos caminaban junto al jefe de la caverna.

—Nunca la olvidaré. Por poco te mata. De no haber sido por Lobo, lo habría conseguido. Era cruel, o incluso malévola, diría. La mayoría de la gente es buena. Está dispuesta a ayudar a los demás, sobre todo si tienen problemas, pero al parecer siempre hay unos cuantos que se apoderan de todo lo que quieren y hacen daño a los demás, y no parece importarles —contestó Jondalar.

—Creo que Balderan disfruta haciendo daño a la gente —comentó Demoryn.

—Conque así se llama —dijo Jondalar.

—Siempre ha tenido mal genio —prosiguió Demoryn—. Incluso de niño le gustaba meterse con los más débiles, e inevitablemente siempre había otros dispuestos a seguirlo y obedecerle.

—¿Por qué será que algunos siguen la corriente a esa clase de personas? —preguntó Ayla.

—¿Quién sabe? —contestó Jondalar—. Tal vez les tengan miedo y crean que si les siguen la corriente, nadie se meterá con ellos. O tal vez no tengan un estatus muy elevado y se sientan más importantes asustando a los demás.

—Creo que debemos elegir a unas cuantas personas para que los vigilen bien —propuso Demoryn—. Y establecer turnos.

—Y hay que volver a registrarlos. Puede que alguno lleve escondido un cuchillo y lo emplee para cortar las cuerdas y tal vez herir a alguien —insistió Ayla—. Yo haré un turno, y como ya he dicho, Lobo puede colaborar. Se le da muy bien la vigilancia. Es como si durmiera con un ojo abierto.

Cuando los registraron, descubrieron que cada uno de ellos llevaba escondido al menos un cuchillo; según dijeron, los usaban para comer. Demoryn se había planteado desatarles las manos por la noche para que pudieran dormir más cómodamente, pero al encontrar los cuchillos cambió de parecer. Les llevaron alimento y los vigilaron atentamente mientras comían. Cuando acabaron, Ayla volvió a quitarles los cuchillos. Balderan se resistió a entregar el suyo, pero Lobo, al recibir una señal, se levantó con un gruñido amenazador, y el hombre soltó el utensilio afilado. Cuando se acercó a él, Ayla advirtió su profunda ira. Apenas podía controlarla. Había obrado a su antojo casi toda su vida. Había arrebatado impunemente todo aquello que quería, incluidas las vidas de otras personas. Ahora se veía físicamente inmovilizado y obligado a hacer algo contra su voluntad, y eso no le gustaba.

Los visitantes y casi todos los miembros de la Tercera Caverna de los zelandonii que Guardaban el Lugar Sagrado Más Antiguo avanzaron cauce arriba por el sendero contiguo al río sinuoso que había abierto en la piedra caliza un profundo desfiladero por donde ahora corrían sus aguas. Ayla advirtió que los habitantes de la caverna local se miraban unos a otros y sonreían como si compartieran un secreto o previeran una sorpresa divertida. Al doblar una curva cerrada, tras un ángulo en la alta pared del desfiladero, los visitantes, asombrados, vieron sobre sus cabezas un arco de piedra, un puente natural que atravesaba el río. Quienes lo veían por primera vez se detuvieron para contemplar maravillados la formación creada por la Gran Madre Tierra. Nunca habían visto nada igual, ni ellos ni nadie: era algo único.

—¿Tiene nombre? —preguntó Ayla.

—Tiene muchos nombres —respondió Demoryn—. Algunos le dan el nombre de la Madre, o de los espíritus del otro mundo. Algunos creen que parece un mamut. Nosotros simplemente lo llamamos Arco o Puente.

Unos cuatrocientos mil años antes, las impetuosas aguas de un río subterráneo tallaron la piedra caliza, desgastando la roca de carbonato cálcico y creando cuevas y pasadizos. Con el paso del tiempo, bajó el nivel del agua y se elevó el nivel del suelo, y el conducto que antes traspasaba la pared de piedra se convirtió en un arco natural. El río actual discurría a través de lo que había sido una barrera, convertida ahora en un puente sobre el río, pero tan alto que apenas se usaba como tal. El arco de piedra elevado que cruzaba el río era una formación imponente. No existía nada parecido en ningún otro sitio.

El extremo superior del arco se hallaba aproximadamente a la misma altura que el borde superior de las paredes rocosas, pero la antigua vía de agua también había formado meandros a nivel del río, convertidos ahora en terreno llano. Durante la temporada de lluvias, con las crecidas, los lados de la barrera de piedra caliza a veces restringían el caudal y se producían inundaciones, pero en general el río que en su día había formado cuevas y horadado aquel obstáculo de piedra caliza ahora fluía plácido y sereno.

El prado entre el refugio de piedra de la Primera Caverna de los Guardianes y el río tenía forma circular y quedaba delimitado por las paredes rocosas del profundo desfiladero. Millones de años atrás había sido un lago formado en un ensanchamiento del río y ahora el antiguo lecho albergaba una pradera con distintas clases de hierba, arbustos de aromática artemisa, y cenizo, una planta con hojas verdes comestibles, semejantes a las patas de los gansos y los patos que nadaban por las aguas de ese río en verano, y que daba pequeñas semillas negras que podían molerse usando dos piedras y luego cocerse y comerse.

En una zona al fondo del campo había un talud no muy profundo, entre cuyas piedras de bordes afilados había tierra suficiente para alimentar las raíces de árboles amantes del frío, como los pinos, los abedules y los enebros, muchos de ellos reducidos a simples arbustos. Por encima del campo, el color verde oscuro de las hojas perennes de los árboles y arbustos que crecían en las pendientes y las repisas de la pared rocosa ofrecía un llamativo contraste con la piedra caliza blanca. También se formaban montículos y terrazas que proporcionaban espacios donde reunirse cuando alguien quería comunicar algo a un grupo.

La Primera Caverna de los zelandonii que Guardan el Lugar Sagrado Más Antiguo vivía bajo un saliente de piedra caliza en una terraza por encima de las tierras de aluvión. Los zelandonia se habían reunido en el prado para celebrar su encuentro.

La llegada de los visitantes y los miembros de la Tercera Caverna de Quienes Guardaban la Cueva Sagrada causó un gran revuelo. Los zelandonia habían instalado una especie de pabellón, una estructura semejante a una tienda, techada pero con sólo unos pocos paneles laterales; el techo daba sombra y los paneles laterales resguardaban del viento que barría el desfiladero. Una acólita vio la procesión y entró a toda prisa, interrumpiendo la reunión. Por un momento, un par de zelandonia importantes reaccionaron con cierta irritación, hasta que se volvieron a mirar y sintieron un escalofrío de miedo, que intentaron disimular.

Ayla encabezaba la marcha a lomos de Whinney. Siguiendo las instrucciones de la Primera, se acercó a la tienda donde tenía lugar la reunión. Pasó la pierna por encima de la yegua, se apeó y fue a ayudar a la Primera a bajarse de la angarilla. La Primera tenía un andar que no era rápido ni lento, pero transmitía gran autoridad. Los dos jefes del sur reconocieron de inmediato los símbolos de sus tatuajes faciales, su vestimenta y sus collares, y apenas podían creerse que la Primera Entre Quienes Servían a la Gran Madre Tierra hubiera acudido a su reunión. La habían visto tan pocas veces que para ellos casi era una figura mítica. Reconocían su existencia de palabra, pero se consideraban a sí mismos los zelandonia de más alto rango, y habían elegido a su propia Primera. Ver a la auténtica Primera en carne y hueso resultaba un poco abrumador, pero verla llegar de aquel modo lo era más aún. El control de los caballos no tenía precedentes. Debía de poseer un poder extraordinario.

Se acercaron con deferencia, la saludaron tendiendo las manos y le dieron la bienvenida. Ella les devolvió el saludo y procedió a presentar a varios de sus compañeros de viaje: Ayla y Jonokol, Willamar y Jondalar, y luego al resto de los viajeros, dejando a los ayudantes de Willamar y los niños para el final. Demoryn saludó a los dos zelandonia más importantes, el Zelandoni de su propia caverna y la Zelandoni de la Primera Caverna de Quienes Guardaban el Lugar Sagrado. Ayla había pedido a Jonayla que mantuviera a Lobo escondido, pero una vez acabadas las presentaciones formales, la niña y ella lo sacaron, y otra vez asomó al semblante de los zelandonia una expresión de asombro y miedo. Después de convencerlos para que la permitieran presentarles al lobo, se mostraron un poco menos temerosos, pero quedó un resto de aprensión. Para entonces la gente de la Primera Caverna había bajado al prado desde sus viviendas en la pared rocosa, pero Ayla se alegró de que las presentaciones formales se aplazaran para más tarde.

Los cuatro hombres conducidos hasta allí para que los zelandonia decidieran qué hacer con ellos permanecieron atrás junto con los miembros de la Tercera Caverna de los Guardianes hasta que concluyeron las formalidades, pero por fin Demoryn los condujo al frente. Se acercó a su Zelandoni.

—¿Sabes de esos hombres que han estado creando tantos conflictos, robando y forzando a mujeres, matando a gente? —preguntó.

—Sí —contestó el hombre—. Precisamente ahora hablábamos de ellos.

—Pues aquí los tenemos —informó Demoryn, e hizo una señal a los encargados de vigilarlos. Los acercaron. Los acompañaba la mujer que los había acusado de matar a su compañero y de hacerle daño a ella—. Este se llama Balderan. Es su jefe.

Todos los zelandonia miraron a los cuatro hombres maniatados. Advirtieron su desaliño, pero la Zelandoni de la Primera Caverna quiso basarse en algo más que el aspecto para juzgarlos.

—¿Cómo sabéis que son ellos? —preguntó.

—Porque fueron ellos quienes me forzaron, después de matar a mi compañero —contestó la mujer.

—¿Y tú quién eres?

—Soy Aremina, de la Tercera Caverna de los zelandonii que Guardan el Lugar Sagrado Más Antiguo.

—Es verdad lo que dice —confirmó el Zelandoni de la Tercera Caverna de los Guardianes—. Estaba embarazada y perdió a su hijo. —Se volvió hacia Demoryn—. Hace un momento hablábamos de ellos con la idea de trazar un plan para buscarlos. ¿Cómo los habéis cogido?

—Fue la acólita de la Primera —respondió Demoryn—. Intentaron atacarla, pero no sabían quién era ella.

—¿Quién es, además de la acólita de la Primera? —preguntó la Zelandoni de la Primera Caverna de los Guardianes.

Demoryn se volvió hacia Willamar.

—¿Por qué no se lo explicas tú?

—Bueno —dijo Willamar—, yo no estaba presente, así que sólo puedo contar lo que me contaron a mí, pero me lo creo. Sé que Ayla es una cazadora muy diestra tanto con la honda como con el lanzavenablos, un arma diseñada por su compañero, Jondalar. Además, es ella quien controla al lobo, y a los caballos, aunque su compañero y su hija también los dominan. Por lo visto, cuando estos hombres intentaron atacarla, los hirió a pedradas, aunque de haber querido habría podido matarlos. Entonces apareció Jondalar con su lanzavenablos. Cuando uno de esos hombres quiso huir, ella envió al lobo para detenerlo. Los he visto trabajar juntos en una cacería. Esos hombres tenían todas las de perder.

Tomó la palabra Demoryn:

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