La tierra de las cuevas pintadas (74 page)

—Todos los visitantes saben manejar el lanzavenablos… Jondalar nos ha prometido que nos enseñará a usarlo… y cuando fueron a cazar, los acompañó la suerte. Cada uno se cobró un bisonte. Mataron nueve en total. Eso es mucha carne; los bisontes son animales enormes. Así que os hemos traído carne en abundancia, para vuestra Primera Caverna y vuestra reunión de zelandonia.

»En cuanto a estos hombres, después de cogerlos, no sabíamos qué hacer con ellos. Según Aremina, habría que matarlos, porque ellos mataron a su compañero. Quizá tenga razón. Pero ignorábamos quién debía hacerlo, y cómo. Todos somos perfectamente capaces de matar a los animales que la Gran Madre nos ha dado para sobrevivir, pero la Madre no aprueba quitar la vida a personas. Yo no sabía si éramos nosotros quienes debíamos ajusticiarlos. Quizá si lo hacíamos, daría mala suerte a nuestra caverna, o si no lo hacíamos como era debido. Nos pareció que debían decidirlo los zelandonia, y por eso los hemos traído aquí.

—Creo que han hecho bien, ¿verdad? —dijo la Primera Entre Quienes Servían—. Ha sido una suerte que estuvierais reunidos para poder discutirlo y tomar una decisión.

«Está dando a entender que no tiene intención de asumir el mando sólo porque es la Primera», pensó Ayla, «pero le interesa ver qué hacen».

—En todo caso, espero que te quedes y nos aconsejes —dijo la Zelandoni de la Primera Caverna de Quienes Guardaban el Lugar Sagrado.

—Gracias. Con mucho gusto. No es un problema de fácil solución. Estamos aquí porque acompaño a mi acólita en su Gira de la Donier. Espero que alguien nos guíe en vuestro Lugar Sagrado. Sólo lo he visto una vez, pero nunca lo he olvidado. No sólo es el más antiguo, también es de una belleza extraordinaria, tanto la propia cueva como las pinturas de sus paredes. Honran a la Gran Madre —dijo la Primera con tal sentimiento que su convicción era evidente.

—Por supuesto. Tenemos una Guardiana en el Lugar Sagrado que os guiará con mucho gusto —contestó la mujer—. Pero ahora veamos a esos hombres.

Cuando llevaron ante su presencia a los cuatro hombres, estos intentaron oponer resistencia, pero Lobo los vigilaba, y cuando Balderan trató de escapar, lo obligó a volver gruñéndole y haciendo ademán de morderle los tobillos y las piernas. Era obvio que Balderan se reconcomía de rabia. Odiaba especialmente a los forasteros que podían controlar a los caballos y al lobo, y por lo tanto podían controlarlo a él. Por primera vez en su vida tenía miedo, y lo que más lo asustaba era Lobo. Quería matar a ese animal, pero no más de lo que Lobo quería matarlo a él. El cazador cuadrúpedo sabía, tal como lo saben los animales con los sentidos más desarrollados que los seres humanos, que ese hombre no era como los demás. Había nacido con un exceso o una carencia de algo que lo diferenciaba, y Lobo sabía instintivamente que ese hombre no dudaría en hacer daño a sus seres queridos.

Para entonces, todos los miembros de las dos cavernas y los zelandonia de la zona se habían reunido en el prado ante las paredes rocosas, y cuando acercaron a los hombres, se armó un revuelo. Varias personas reconocieron a Balderan y algunos lanzaron acusaciones a gritos.

—¡Es él! —vociferó una mujer—. ¡Él me forzó! Los cuatro.

—A mí me robaron la carne que puse a secar.

—Se llevó a mi hija y la retuvo durante casi una luna. No sé qué le hicieron, pero ya nunca se recuperó y murió el invierno siguiente. Para mí, fue él el causante de su muerte.

Un hombre de mediana edad se acercó.

—Yo puedo hablaros de él. Nació en mi caverna antes de que yo me marchara —afirmó.

—Me gustaría oír a este hombre —intervino la Primera.

—A mí también —dijo el Zelandoni de la Tercera Caverna de los Guardianes.

—Balderan nació de una mujer sin compañero, y al principio todos se alegraron de que tuviera un hijo sano y robusto, un hijo que algún día haría su aportación a la caverna, pero desde muy pequeño resultó incontrolable. Era un niño fuerte, pero empleaba su fuerza para apoderarse de lo que quería cuando quería. Al principio, su madre lo disculpaba. Como no tenía compañero, esperaba que su fuerte hijo, que pronto se convirtió en un buen cazador porque le gustaba matar, se ocupara de ella en la vejez, pero al final acabó reconociendo que él la quería tan poco a ella como a cualquier otra persona —empezó a contar el hombre.

»Cuando Balderan llegó a la juventud, todos los habitantes de la caverna estaban indignados con él y le tenían miedo. La gota que colmó el vaso fue cuando le quitó las lanzas a un hombre que acababa de confeccionarlas. El dueño protestó e intentó recuperarlas, y Balderan le dio tal paliza que por poco lo mató. Creo que nunca se recuperó del todo. En ese momento todos los habitantes de la caverna hicieron causa común y le dijeron que debía marcharse. Los demás hombres y casi todas las mujeres se armaron y lo echaron. Dos de sus amigos se fueron con él, jóvenes que lo admiraban porque se apoderaba de lo que quería y no necesitaba trabajar para conseguir las cosas. Uno de ellos regresó antes de acabar el verano y rogó que lo acogieran de nuevo, pero Balderan siempre se las arregló para tener a unos cuantos seguidores.

»Iba a una Reunión de Verano, se instalaba en un alojamiento alejado y retaba a los otros jóvenes a cometer actos temerarios y peligrosos a fin de demostrar su virilidad. A quienes parecían débiles o asustados los maltrataba, y cuando se iba, siempre tenía unos cuantos seguidores nuevos, encandilados por sus modales alborotadores. Se dedicaban a acosar cavernas sucesivas hasta que finalmente los habitantes organizaban partidas para salir en su busca. Y entonces Balderan y sus amigos se alejaban y buscaban otra caverna donde robar comida, ropa, herramientas, armas. Y con el tiempo también empezaron a forzar a mujeres.

Balderan observaba con desdén mientras el hombre contaba su historia. No le importaba lo que se decía de él. En cualquier caso, era todo verdad, pero era la primera vez que lo cogían, y eso no le gustaba. Ayla lo miraba atentamente y advirtió en él algo más que rabia: vio también su miedo y su odio, y no le cupo duda de que Lobo también lo olía. Sabía que si Balderan hacía el menor intento de causarle daño a ella, o a Jonayla, o a Jondalar, o a cualquiera de las personas que viajaban con ellos, Lobo lo mataría. Sabía que a Lobo le bastaría con una simple señal de ella para matarlo; lo haría, y probablemente los demás le estarían agradecidos. Pero no quería que fuera Lobo quien resolviera el problema, ni que se lo conociera por haber matado a un hombre. Las historias tendían a exagerarse. Todo el mundo sabía que los lobos eran capaces de matar. El hecho de que él hubiera ayudado a coger a aquel hombre, y lo hubiera vigilado sin matarlo: eso era lo que quería que se contara de Lobo. La propia gente tenía que decidir por sí misma qué hacer con Balderan, y Ayla sentía curiosidad por ver cómo lo resolvían.

Los hombres que lo acompañaban no sentían indignación; sólo tenían miedo. Eran conscientes de lo que habían hecho, y allí había mucha gente que también conocía sus actos. El hombre situado junto a Balderan reflexionaba sobre las circunstancias en que se hallaba. Siempre le había parecido muy fácil seguir a Balderan, apoderándose de todo lo que querían y asustando a la gente. A veces Balderan también le daba miedo a él, por supuesto, pero ver que atemorizaba a la gente le hacía sentirse importante. Y cuando se enteraban de que las personas que salían en su busca estaban muy unidas y decididas, y de que había llegado el momento de cambiar de aires, reaccionaban con agilidad y rapidez y siempre conseguían escapar. Estaban seguros de que nunca los atraparían, pero la forastera, con sus armas y sus animales, había cambiado las cosas.

Era evidente que era una Zelandoni, y nunca deberían haberse metido con Una Que Servía a la Madre. Pero ¿cómo iban a saberlo? Esa mujer ni siquiera llevaba tatuajes. Por lo que decían, era una acólita, pero ¿acólita de la Primera? Ni siquiera sabía que la Primera existiese de verdad. Creía que era sólo una historia más, como las Leyendas de los Ancianos. Pero ahora la Zelandoni más poderosa de la tierra estaba allí, con su acólita, que poseía un control mágico sobre los animales y lo había atrapado. ¿Qué iban a hacer con él?

Como si adivinara sus pensamientos, una Zelandoni preguntó:

—Ahora que los tenemos aquí, ¿qué vamos a hacer con ellos?

—De momento podemos darles de comer, buscar un lugar donde encerrarlos y mantenerlos bajo vigilancia hasta que se tome una decisión —propuso la Primera. A continuación se volvió hacia la Zelandoni de la Primera Caverna de los Guardianes de la Antigua Cueva Sagrada—. Y tal vez deberíais repartir esta carne de bisonte.

Sonrió a la Primera, reconociendo que delegaba en ella su autoridad, como si ya supiera que esa mujer era la Primera en la región, aunque nadie se lo hubiera dicho. La Zelandoni llamó a varias personas y asignó a los jefes de las dos cavernas la responsabilidad de decidir cómo debía distribuirse la carne, pero encargó a los zelandonia la supervisión del despellejamiento y descuartizamiento de los animales. Algunos ya estaban despellejados, y empezaron a cortar esa carne para la comida de la noche. Otros hombres se llevaron a Balderan y sus secuaces hacia la pared rocosa.

En cuanto quedaron en manos de aquella gente, Ayla llamó a Lobo con un silbido y fue a ayudar a Jondalar a desenganchar las angarillas de los caballos. Había visto una zona con hierba abundante, agradable y alejada de la gente, pero decidió preguntar si había algún inconveniente en llevar los caballos allí. Nunca convenía dar nada por supuesto en lo referente al territorio de otras cavernas. Primero se lo preguntó a Demoryn, el jefe de la caverna de Amelana.

—Este año no hemos tenido la Reunión de Verano aquí, así que no está pisoteada, creo, pero puedes preguntárselo a la Zelandoni Primera si quieres asegurarte —contestó.

—¿La Zelandoni Primera? —preguntó Ayla—. ¿Te refieres a la de la Primera Caverna de los Guardianes?

—Sí, pero no se llama Zelandoni Primera por eso, sino porque es nuestra «Primera» —explicó—. Es simple casualidad que además sea Zelandoni de esa caverna. Y ahora que me acuerdo, también debo decirle que he enviado a un mensajero a avisar a un par de cavernas que tenemos a Balderan. Son cavernas a las que acosó más que a otras. Es posible que venga más gente.

Ayla arrugó la frente y se preguntó cuántas más cavernas acudirían. Tal vez debía buscar un lugar más aislado, o quizá vallar una zona para los caballos, como hacía en las Reuniones de Verano. Decidió hablar de ello con Jondalar después de ver a la Zelandoni Primera.

Ayla y Jondalar consultaron con los demás viajeros y decidieron buscar un buen sitio para plantar el campamento, tal como hacían casi todas las cavernas cuando llegaban a una Reunión de Verano con cierto tiempo de antelación. La Primera coincidió con Ayla en su intuición de que quizá llegaría más gente de la que preveían.

Esa noche, aunque las familias o los grupos que solían comer juntos prepararon cada uno su comida, se sentaron todos más o menos juntos, casi como si se tratara de un festín. Llevaron comida a Balderan y sus secuaces y les desataron las manos para que pudieran comer. Entre bocado y bocado, conversaron en voz baja. Los vigilaban varias personas, pero costaba mantener el interés cuando no había nada que ver salvo a unos hombres comer. El cielo nocturno se oscureció conforme avanzaba el ágape, y personas que no se conocían, pero sentían mutua simpatía, trataban de intimar.

Ayla y Jondalar dejaron a Lobo con Jonayla para que pudiera descansar de su estresante vigilancia y fueron a dar un paseo en dirección al alojamiento de los zelandonia. La Primera había ido allí para hablar de su deseo de hacer una visita especial a la cueva sagrada con Ayla, Jonokol y unos cuantos más, y otra visita con el resto de sus acompañantes, sin niños, no tan exhaustiva.

Ayla y Jondalar sabían aproximadamente dónde permanecían retenidos los hombres capturados, pero en la oscuridad no se dieron cuenta de que ellos los observaban con atención. Balderan había estado pendiente del hombre alto, el compañero de la acólita, y cuando se acercaron, Balderan dijo a sus hombres:

—Tenemos que escapar de aquí. Si no, no viviremos para ver salir el sol muchos más días.

—Pero ¿cómo? —preguntó uno de ellos.

—Debemos deshacernos de esa mujer que controla al lobo —contestó Balderan.

—Ese lobo no nos dejará acercarnos a ella.

—Eso si está con ella, y no siempre es así. A veces el animal se queda con la niña —replicó Balderan.

—Pero ¿y ese hombre que va con ella? El visitante con el que ha venido. Es muy grande.

—He conocido a otros como él, altos y musculosos, pero demasiado tranquilos y afables. ¿Tú lo has visto enfadado? Creo que es uno de esos gigantes bondadosos que temen tanto hacer daño a los demás que incluso evitan las discusiones. Si actuamos con rapidez, podemos capturarla antes de que él se dé cuenta, y amenazar con matarla si él intenta algo. No creo que se arriesgue a que ella sufra algún daño. Para cuando reaccione, será demasiado tarde. Ya nos habremos marchado, y ella vendrá con nosotros.

—¿Con qué vas a amenazarla? Nos han quitado los cuchillos.

Balderan sonrió y se desató el cordón de cuero que le ceñía la camisa.

—Con esto —dijo, y extrajo el cordón de los ojales—. Le pondré esto alrededor del cuello.

—¿Y si el plan no sale bien? —preguntó otro hombre.

—No estaremos en peor situación que ahora. No tenemos nada que perder.

Al día siguiente llegó otra de las cavernas de la región, y por la noche dos más. La Primera fue a ver a Ayla al otro día por la mañana. Jondalar salió fuera para dejarlas hablar en privado.

—Tendremos que pensar qué hacer con esos hombres.

—¿Por qué nosotros? —preguntó Ayla—. No vivimos aquí.

—Pero los has cogido tú. Estás involucrada, te guste o no. Es posible que la Madre quiera que sea así —explicó la Primera.

Ayla la miró con expresión de escepticismo.

—Bueno, tal vez no la Madre, pero la gente de aquí sí quiere que te involucres. Y yo estoy de acuerdo. Además, tenemos que hablar con ellos de tu visita al Lugar Sagrado. Esa cueva te impresionará. Ya la he visto una vez y pienso volver a verla. Hay unos cuantos tramos difíciles, pero ya no tendré otra oportunidad, y no voy a perdérmela —dijo la Primera.

Eso intrigó a Ayla, y despertó su curiosidad. Parecía que con tanto caminar durante ese viaje, la mujer había mejorado de salud, pero aún tenía problemas y necesitaba ayuda cuando el terreno era escabroso. A pesar de las caminatas, seguía siendo una mujer de proporciones más que generosas. Acarreaba su peso con elegancia y aplomo, y en cierto modo su enorme humanidad la volvía más majestuosa, pero dificultaba su movimiento en lugares estrechos donde costaba mantener el equilibrio.

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