—Extraña pregunta. La muchacha denuncia un ataque contra mí que al parecer preparan sus antiguos camaradas por encargo de algún medioelfo. Cosa en sí bastante extraordinaria porque no tengo ninguna cuenta pendiente con ningún medioelfo. Aparte de ello, la muchacha sabe en qué compañía viajo. Con tales detalles como que el trovador se llama Jaskier y la mujer se ha cortado la coleta. Precisamente esa coleta hace que sospeche que todo esto no es más que mentira o provocación. No sería muy difícil atrapar y preguntar a uno de los colmeneros del bosque con los que viajé la semana pasada. Y montar rápidamente una comedia...
—¡Basta! —Artevelde golpeó con el puño en la mesa—. Un poco demasiado os aceleráis, señor mío. ¿Quiere decir esto que yo estoy montando una comedia? ¿Y con qué objetivo? ¿Para engañaros, embaucaros? ¿Y quién sois vos para temer tales provocaciones y engaños? ¡Quien se pica ajos come, señor brujo! ¡Ajos come!
—Dadme otra explicación.
—No, ¡dádmela vos!
—Lo siento. No tengo otra.
—Podría decir algo más. —El prefecto sonrió con malignidad—. Pero, ¿por qué? Dejemos las cosas claras. A mí no me interesa saber quién os quiere ver muerto y por qué. No me importa de dónde ha sacado ese alguien tan estupenda información sobre vos, incluyendo hasta el color y la longitud de vuestros cabellos. Aún más: yo hasta podría incluso no haberos informado de este atentado, brujo. Podría haber tratado a vuestra compaña como a un cebo involuntario para el Ruiseñor. Seguir, esperar hasta que Ruiseñor pique el anzuelo, el sedal, el plomo y el corcho. Y entonces atraparlo como a un lucio. Porque él es el que me interesa, el que quiero. ¿Y que para entonces a vosotros se os estuviera comiendo ya la tierra? ¡Ja, mal necesario, a costes propios!
Se calló. Geralt no hizo ningún comentario.
—Sabéis, mi señor brujo —siguió al cabo el prefecto—, yo me juré a mí mismo que la ley va a reinar en estos terrenos. A cualquier precio y por cualquier medio, per fas et nefas. Porque la ley no es la jurisprudencia, no es un grueso libro lleno de parágrafos, no son tratados filosóficos, no son exageradas habladurías sobre la justicia, no son gastadas frases sobre moralidad o ética. La ley son caminos y carreteras seguros. Son callejas de ciudad por las que se puede pasear incluso después de la puesta de sol. Son posadas y tabernas de las que se puede salir al retrete dejando la bolsa sobre la mesa y a la mujer a la mesa. ¡La ley es el sueño tranquilo de las gentes que están seguras de que las despertará el canto del gallo y no el gallo rojo de las llamas! ¡Y para los que violan la ley: la soga, el hacha, el palo y el hierro al rojo! Un castigo que atemorice a otros. Los que violan la ley se merecen ser capturados y castigados. Por todos los medios y formas posibles. ¡Eh, brujo! ¿Acaso esa desaprobación que se pinta en tu rostro se refiere al objetivo o a los métodos? ¡Supongo que a los métodos! Porque es fácil criticar los métodos, pero a todos nos gustaría vivir en un mundo seguro, ¿no? ¡Venga, responde!
—No hay mucho de qué hablar.
—Pues yo pienso que sí.
—A mí, don Fulko —dijo sereno Geralt— hasta me gusta ese mundo de tu visión y tu idea.
—¿De verdad? Tu gesto dice lo contrario.
—Tu mundo ideal es un mundo perfecto para mí. Nunca le faltará trabajo en él a un brujo. En vez de códigos, parágrafos y frases exageradas acerca de la justicia, tu idea produce ilegalidad, anarquía, arbitrariedad y búsqueda del interés propio por parte de los reyes y reyezuelos, el exceso de celo de carreristas que quieren complacer a sus superiores, la venganza ciega de los fanáticos, la crueldad de los esbirros, la revancha y el desquite sádico. Tu visión es un mundo de terror, no de miedo ante los bandidos sino ante los guardianes de la ley, porque siempre y en todo lugar el efecto de las grandes cacerías de bandoleros ha sido que los bandoleros ingresen en masa en las filas de los guardianes de la ley. Tu visión es un mundo de sobornos, chantaje y provocación, un mundo de testigos de la corona y de falsos testigos. Un mundo de espías y confesiones forzadas. E inevitablemente llegará el día en que en tu mundo las tenazas arrancarán los pechos a la persona equivocada, en que se colgará o empalará a un inocente. Y entonces será ya un mundo criminal.
«Hablando en plata —terminó—, un mundo en el que un brujo se sentiría como pez en el agua.
—Vaya —dijo al cabo de un instante de silencio Fulko Artevelde, tocándose el ojo cubierto por el parche de cuero—. ¡Un idealista! Brujo. Profesional. Especialista en matar. Y sin embargo, un idealista. Y moralista. Algo un poco peligroso en tu profesión, brujo. Señal de que comienzas a cansarte de tu trabajo. Un día de estos vacilarás si rajar a una estrige o no, porque, ¿y si resulta que es una estrige inocente? ¿Y si se trata sólo de venganza ciega y ciego fanatismo? No te deseo que se llegue a eso. Y si alguna vez... tampoco te lo deseo, pero es posible que alguien dañe de forma cruel y sádica a alguna persona cercana a ti. Entonces volvería gustoso a esta conversación, al problema del castigo proporcional a la pena. ¿Quién sabe si entonces nuestras opiniones serían tan diferentes? Pero hoy, aquí, ahora, tal cosa no va a ser objeto de consideraciones ni de debate. Hoy vamos a hablar de cosas concretas. Y lo concreto eres tú.
Geralt alzó las cejas levemente.
—Aunque has hablado con sarcasmo acerca de mis métodos y de mi visión del mundo de la ley, ayudarás, mi querido brujo, a realizar esta visión. Repito: yo me juré a mí mismo que aquéllos que violen la ley recibirán lo suyo. Todos. Desde aquel pequeño que falsifica las medidas en el mercado a aquél que asaltó un día en el camino un transporte de arcos y flechas para el ejército. Bandoleros, salteadores, ladrones, desertores. Los luchadores por la libertad integrantes de la organización terrorista sonoramente llamada Taludes Libres. Y Ruiseñor. Sobre todo Ruiseñor. Ruiseñor debe ser castigado, da igual por qué método. Y rápido. Antes de que se anuncie una amnistía y se libre... Brujo. Hace meses que estoy esperando algo que me permita adelantarme a él en un paso. Que me permita engañarlo, lograr que cometa un error, ese error decisivo que lo conduzca a la perdición. ¿Tengo que seguir hablando o ya has adivinado?
—Lo he adivinado, pero sigue hablando.
—El misterioso medioelfo, al parecer iniciador e instigador del atentado, le previno del brujo a Ruiseñor, le recomendó precaución, desaconsejó descuido, arrogancia soberbia y fanfarronadas. Sé que no sin motivo. Sin embargo, las advertencias serán en vano. Ruiseñor cometerá un error. Atacará a un brujo prevenido y listo para defenderse. Atacará a un brujo que está esperando el ataque. Y éste será el final del bandido Ruiseñor. Quiero sellar contigo un pacto, Geralt. Vas a ser mi brujo de la corona. No me interrumpas. Es un pacto sencillo, cada parte se compromete a algo, cada una mantiene su compromiso. Tú acabas con Ruiseñor. Yo, a cambio...
Se calló por un instante, sonrió malicioso.
—No pregunto quiénes sois, de dónde venís, adonde vais y por qué estáis en el camino. No pregunto por qué uno de vosotros habla con un ligero acento nilfgaardiano, y por qué a otro lo evitan algunos perros y caballos. No ordenaré que le arranquen al trovador Jaskier el tubo con los escritos ni examinaré de lo que tratan esos apuntes. Y sólo informaré a los servicios secretos imperiales cuando Ruiseñor esté muerto o en mis mazmorras. Incluso después, ¿para qué apresurarse? Os daré tiempo. Y una oportunidad.
—¿Una oportunidad para qué?
—Para llegar hasta Toussaint. A ese ridículo condado de cuento, cuyas fronteras ni siquiera los servicios secretos imperiales se atreverían a violar. Luego puede cambiar mucho. Habrá amnistía. Puede que haya un alto el fuego al otro lado del Yaruga. Puede que hasta una paz duradera.
El brujo guardó silencio largo rato. El rostro mutilado del prefecto estaba inmóvil, su único ojo ardía.
—De acuerdo —dijo por fin Geralt.
—¿Sin mercadeos? ¿Sin condiciones?
—Con dos.
—Cómo podría ser de otro modo. Te escucho.
—Antes debo ir unos cuantos días al sur. Al Loe Monduirn. A ver a los druidas, puesto que...
—¿Me tomas por tonto o qué? —le interrumpió con brusquedad Fulko Artevelde—. ¿Acaso quieres liármela? ¡Todo el mundo sabe adonde conduce tu viaje! Y entre ellos, Ruiseñor, quien precisamente está preparando una trampa en tu camino. Al sur, en Belhaven, en el lugar donde el valle del Neva corta al valle de Sansretour que conduce hasta Toussaint.
—Eso quiere decir...
—... que los druidas ya no están en Loe Monduirn. Desde hace cerca de un mes. Se fueron por el valle de Sansretour hasta Toussaint, a esconderse bajo el ala protectora de la condesa Anarietta de Beauclair, quien tiene debilidad por todo género de estrafalarios, chiflados y rarezas. Y concede gustosamente asilo a los tales en su paisillo de cuento de hadas. Y tú lo sabes, brujo. No me tomes por tonto. ¡No intentes liármela!
—No lo intentaré —dijo Geralt lentamente—. Te doy mi palabra de que no lo haré. Mañana me pondré en camino hacia Belhaven.
—¿No te olvidas de algo?
—No, no me he olvidado. Mi segunda condición: quiero a Angouléme. Adelantas la amnistía para ella y la liberas de la mazmorra. Al brujo de la corona le es necesario tu testigo de la corona. Rápido, ¿estás de acuerdo o no?
—Lo estoy —dijo casi de inmediato Fulko Artevelde—. No tengo salida. Angouléme es tuya. Porque al fin y al cabo sé que si accedes a colaborar conmigo es sólo por ella.
El vampiro, que iba al lado de Geralt, escuchaba con atención, no le interrumpió. El brujo no se equivocó al confiar en su agudeza.
—Somos cinco, no cuatro —resumió rápido en cuanto que Geralt terminó de contarlo—. Viajamos los cinco desde final de agosto, los cinco juntos cruzamos el Yaruga. Y Milva no se cortó la trenza hasta que estuvimos en .los Tras Ríos. Hace como una semana. Tu rubia protegida sabe lo de la trenza de Milva. Y no sabía que éramos cinco. Extraño.
—¿Es lo más extraño de toda esta extraña historia?
—Casi. Lo más extraño es Belhaven. Una ciudad donde al parecer se nos ha tendido una trampa. Una ciudad situada muy dentro de las montañas, en la ruta del valle del Neva y del paso de Theodula...
—Y adonde no teníamos planeado ir —concluyó el brujo, mientras azuzaba a Sardinilla, que comenzaba a quedarse atrás—. Hace tres semanas, cuando el tal bandolero Ruiseñor aceptó de un medioelfo el encargo de matarme, estábamos en Angren, nos dirigíamos a Caed Dhu, llenos de aprensión por los pantanos de Ysgith. Al diablo, nosotros mismos no lo sabíamos esta mañana...
—Lo sabíamos —le interrumpió el vampiro—. Sabíamos que buscábamos a los druidas. Lo mismo esta mañana que hace tres semanas. Ese misterioso medioelfo ha preparado la trampa en el camino que conduce a los druidas, seguro de que éste iba a ser nuestro camino. Él simplemente...
—... sabe mejor que nosotros por dónde discurre este camino. —El brujo se tomó la revancha de que le hubieran quitado la palabra—. ¿Y cómo lo sabe?
—Eso habrá que preguntárselo a él. Por ello es por lo que aceptaste la propuesta del prefecto, ¿no es cierto?
—Así es. Cuento con que vaya a poder charlar un ratito con el señor medioelfo —sonrió Geralt ominoso—. Antes de que ello llegue, sin embargo, ¿no se te impone por sí misma una explicación? ¿Acaso ella misma no lo pide?
El vampiro le contempló durante un rato en silencio.
—No me gusta lo que hablas, Geralt —dijo por fin—. No me gusta lo que piensas. Considero que ése no es un pensamiento adecuado. Una reflexión tomada a la ligera, sin pensárselo. Que surge de prejuicios y resentimientos.
—¿Y cómo entonces explicar...?
—Como quieras. —Regis le interrumpió con un tono que Geralt jamás le había escuchado—. Lo que quieras excepto eso. ¿No tomas en consideración, por ejemplo, que tu rubia protegida simplemente podría estar mintiendo?
—¡Vaya, vaya, abuelete! —gritó Angouléme, que iba detrás de ellos en la muía llamada Draakul—. ¡No me acuses de mentirosa si pruebas de ello no tienes!
—No soy tu abuelete, mi querida niña.
—¡Y yo no soy tu querida niña, abuelete!
—Angouléme. —El brujo se dio la vuelta en la silla—. Cállate.
—Como ordenes —Angouléme se tranquilizó al instante—. Tú tienes derecho a mandar. Tú me sacaste de la trena, me arrancaste de las zarpas de Fulko. A ti te obedezco, tú eres ahora el caudillo, el cabecilla de la hansa...
—Cállate, por favor.
Angouléme murmuró por lo bajo, dejó de azuzar a Draakul y se quedó atrasada, cuanto más que Regis y Geralt se apresuraron, alcanzando a Jaskier, Cahir y Milva que iban en cabeza. Cabalgaban en dirección a las montañas, por la orilla del río Neva, que saltaba impetuoso por entre piedras y peñas con sus aguas turbias de color entre amarillo y bronce a causa de las recientes lluvias. No estaban solos. Constantemente se cruzaban o eran superados por escuadrones de la caballería nilfgaardiana, jinetes solitarios, carros de colonos y caravanas de mercaderes.
Al sur, cada vez más cerca y cada vez más amenazadores, se alzaban los Montes de Amell. Y la aguja picuda de la Gorgona, la Montaña del Diablo, sumergida entre nubes que pronto cubrieron todo el cielo.
—¿Cuándo se lo vas a decir? —dijo el vampiro, señalando con la mirada al trío que iba en cabeza.
—Cuando acampemos.
Jaskier fue el primero que tomó la palabra cuando Geralt terminó de contarlo.
—Corrígeme si me equivoco —dijo—. Esta muchacha, Angouléme , a la que alegre y despreocupadamente has incorporado a nuestra pandilla, es una criminal. Para salvarla de un castigo al fin y al cabo merecido, aceptaste colaborar con los nilfgaardianos. Te has dejado contratar. Bah, no sólo a ti mismo, sino a todos nosotros. Tenemos todos que ayudar a los nilfgaardianos a atrapar o a matar a un bandolero local. En pocas palabras: tú, Geralt, te has convertido en mercenario de los nilfgaardianos, en cazador de recompensas, en asesino a sueldo. Y nosotros hemos ascendido a ser tus acólitos... o tus fámulos...
—Tienes un increíble talento para simplificar, Jaskier —murmuró Cahir—. ¿Acaso de verdad no has entendido de qué se trata? ¿O hablas por hablar?
—Calla, nilfgaardiano. ¿Geralt?
—Comencemos por que en esto que planeo —el brujo lanzó al fuego el palito con el que se entretenía desde hacía mucho tiempo— nadie tiene que ayudarme. Puedo arreglármelas solo. Sin acólitos ni fámulos.