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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

La Torre de Wayreth (15 page)

Iolanthe se encargó de las presentaciones.

—Raistlin Majere, te presento a Talent Orren, propietario de la posada de El Broquel Partido.

Orren hizo otra reverencia. Raistlin inclinó la cabeza cubierta con la capucha y ambos se observaron detenidamente. Orren era de altura media y complexión delgada, incluso podía decirse que delicada. Era apuesto, con unos ojos de color castaño que tenían una mirada intensa y penetrante. La oscura melena le caía hasta los hombros, cuidadosamente peinada, y un bigote fino enmarcaba sus labios. Vestía una camisa blanca de mangas largas y anchas, con el cuello abierto, y unos pantalones de piel ajustados. De un costado le colgaba una larga espada. Sujetó la puerta e hizo un gesto amable invitando a Iolanthe a entrar en la posada. Raistlin se dispuso a seguirla, pero se encontró con el musculoso brazo de Orren cerrándole el paso.

—Sólo humanos —dijo Orren—, como dice el cartel.

Raistlin sintió que enrojecía de rabia y vergüenza.

—Por todos los dioses, Orren, ¡es humano! —exclamó Iolanthe.

—Pues es la primera vez que veo un humano con ese color de piel tan curioso —repuso Orren, poco convencido. Hablaba como una persona educada y a Raistlin le pareció distinguir un leve acento solámnico.

Iolanthe sujetó a Raistlin por la muñeca.

—Hay humanos de todos los colores, Orren. Resulta que mi amigo es un poco peculiar, eso es todo.

Susurró algo al oído a Orren y éste lo observó con más interés.

—¿Es eso verdad? ¿Eres el hermano de Kitiara?

Raistlin abrió la boca para responder, pero Iolanthe se le adelantó:

—Claro que sí —repuso enérgicamente—. Puedes comprobar el parecido. —Bajó la voz—. Y no deberías andar gritando el nombre de Kitiara por la calle. No es buen momento.

Talent sonrió.

—Tienes razón, Iolanthe, querida. Te pareces a tu hermana, señor, y eso es un halago, pues es una mujer encantadora.

Raistlin no dijo nada. Él no creía que se pareciera a Kitiara. Al fin y al cabo, no eran más que medio hermanos. Kitiara tenía el cabello negro y rizado, y los ojos de color castaño. Lo había heredado de su padre, que tenía un oscuro atractivo. El pelo de Raistlin era como el de Caramon, de un tono rojizo, antes de que la Prueba se lo hubiera vuelto prematuramente blanco.

De lo que Raistlin no se daba cuenta era de que tanto él como Kit compartían el mismo brillo en la mirada, la misma determinación para conseguir lo que querían sin importar lo que costara, ni siquiera a ellos mismos.

Orren permitió entrar a Raistlin, sujetándole la puerta con elegancia. La posada estaba a rebosar de gente y el ruido era casi ensordecedor. En ese momento, estaban sirviendo el almuerzo. Iolanthe le dijo a Talent que quería hablar de negocios. Éste les explicó que en ese momento no tenía tiempo, pero que la atendería cuando no tuviera tanto trabajo.

Iolanthe y Raistlin pasaron junto a varias mesas ocupadas por peregrinos oscuros, que los observaron ceñudos y con gesto de desaprobación. Raistlin oyó la palabra «bruja» entre susurros y miró a su acompañante. Iolanthe también lo había oído, a juzgar por el tono que coloreaba sus mejillas. Sin embargo, fingió que no se había dado cuenta y siguió de largo.

Muchos soldados la miraron con mejores ojos y se dirigían a ella con un respetuoso «señora Iolanthe», preguntándole si quería unirse a ellos. Iolanthe siempre declinaba la invitación, pero con algún comentario ingenioso que dejaba a los soldados riendo. Condujo a Raistlin a una mesa pequeña que había en una esquina oscura, bajo la ancha escalera que llevaba a las habitaciones del piso superior.

Ya estaba ocupada por un soldado, pero éste se levantó en cuanto la vio acercarse. Tras recoger su plato de comida y el vaso, le cedió el lugar con una sonrisa.

Raistlin se sentó en su silla, aliviado. Su salud iba mejorando, pero todavía se cansaba fácilmente. La camarera acudió presurosa para tomarles nota, aunque tuvo que detenerse más de una vez por el camino para apartar alguna que otra mano atrevida, dar un par de bofetadas o clavar el codo en alguna costilla con un movimiento experto. No parecía enfadada, ni siquiera molesta.

—Me las arreglo bien sola —dijo, como si pudiera leer el pensamiento de Raistlin—. Y los chicos me cuidan.

Hizo un gesto hacia un grupo de hombres corpulentos que permanecían de pie, apoyados en la pared, vigilando atentamente a la clientela. En ese mismo instante, uno ellos abandonó su puesto y se lanzó sobre el gentío para atajar una pelea. Los dos combatientes fueron expulsados al momento.

—Es raro que reine la paz en una taberna donde comen los soldados —comentó Raistlin.

—Talent aprendió pronto que las peleas de borrachos no son buenas para el negocio, sobre todo cuando hay religiosos —dijo Iolanthe—. Esos peregrinos oscuros son capaces de presenciar sin inmutarse el más sangriento de los sacrificios en honor a su reina, pero si un tipo le revienta a otro la nariz durante la cena, se desmayan del susto.

La camarera les llevó la comida, que era, como había escrito el Esteta, sencilla pero sabrosa. Iolanthe dio cuenta con apetito de su pastel de carne con guarnición de patatas y verduras. Raistlin picoteó un poco de pollo guisado. Iolanthe se encargó de terminar lo que dejó en el plato.

—Deberías comer más —le recomendó—. Acumula fuerzas. Esta tarde vas a necesitarlas.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Raistlin, alarmado por su tono, que no presagiaba nada bueno.

—La Torre de la Alta Hechicería de Neraka es toda una sorpresa —repuso ella tranquilamente.

Raistlin estaba dispuesto a sonsacarle más información, pero justo en ese momento Talent Orren se unió a ellos. Arrastró una silla de otra mesa, la giró y se sentó a horcajadas, apoyando los brazos en el respaldo.

—¿Qué puedo hacer por ti, mi encantadora bruja? —dijo, dedicando una sonrisa picara a Iolanthe—. Ya sabes que daría mi vida por servirte.

—Sé que darías tu vida por cautivar a todas las damas —contestó Iolanthe, sonriente.

Raistlin hizo el gesto de sacar su monedero, pero Iolanthe lo detuvo sacudiendo la cabeza.

—Mi señor Ariakas tendrá el placer de pagar esta comida. Apunta lo que debemos en la cuenta del emperador, ¿quieres, Talent? Y añade algo para la muchacha y para ti.

—Tus deseos son órdenes —dijo Talent—. ¿Puedo hacer algo más por ti?

—Quiero una habitación en la posada para mi amigo —continuó Iolanthe—. Una habitación pequeña, nada especial. No necesita gran cosa.

—Normalmente estamos completos, pero da la casualidad de que tengo una habitación disponible —respondió Orren—. Quedó libre esta mañana. —Y añadió, sin darle importancia—: El anterior ocupante murió mientras dormía.

Mencionó un precio. Raistlin calculó rápidamente y negó con la cabeza.

—Me temo que no puedo permitírmelo...

Iolanthe lo interrumpió, poniendo su mano sobre la de él.

—Kitiara lo pagará por él. Al fin y al cabo, es su hermano.

Talent dio una palmada en el respaldo de la silla.

—En ese caso, todo está arreglado. Puedes mudarte cuando quieras, Majere. Me temo que notarás un olor muy fuerte a pintura, ya que tuvimos que dar varias capas para tapar las salpicaduras de sangre. Recoge la llave al salir. Número treinta y nueve. En el tercer piso, giras a la derecha y, al llegar al final del pasillo, giras a la izquierda. ¿Algo más?

Iolanthe dijo algo en voz baja. Talent la escuchó atentamente, lanzó una mirada a Raistlin, enarcó una ceja y por fin sonrió.

—Por supuesto. Esperad aquí.

—Eso también puedes ponerlo en la cuenta de Ariakas —le dijo Iolanthe, alzando la voz.

Talent rió mientras volvía hacia la barra.

—No te preocupes —dijo Iolanthe, atajando las protestas de Raistlin—. Yo hablaré con Kit. Se pondrá contentísima cuando sepa que estás en Neraka. Y lo de tu habitación se lo puede permitir sin ningún problema.

—No importa —repuso Raistlin con firmeza—. No voy a deber nada a nadie, ni siquiera a mi hermana. Se lo devolveré en cuanto pueda.

—Qué noble por tu parte —dijo Iolanthe, divertida por sus escrúpulos—. Y ahora, si ya te sientes mejor, podemos visitar la torre y te presentaré a tus estimados colegas.

Iolanthe se disponía a coger su bolsa cuando se acercó la camarera. Iolanthe se levantó y las dos chocaron. A Iolanthe se le cayó la bolsa y todo lo que llevaba se esparció por el suelo. La hechicera regañó a la muchacha de mal humor, mientras la camarera se disculpaba una y otra vez, y recogía las monedas y las fruslerías que se habían caído. Raistlin reconoció algún ingrediente para hechizos.

Cuando Raistlin se levantó, Iolanthe lo tomó de la mano y deslizó en su palma un papel enrollado. Él lo escondió en la amplia manga de su túnica y, disimuladamente, lo metió en una de sus bolsitas. La cera negra del «sello oficial» todavía estaba caliente.

Raistlin le pidió la llave de la habitación treinta y nueve a uno de los camareros, el cual le explicó que, una vez que se hubiera mudado, tenía que devolverla cada vez que salía y recogerla cuando volviera. Iolanthe hizo un gesto de despedida a Talent Orren, que estaba sentado a una mesa con dos peregrinos oscuros, un hombre y una mujer. Talent le besó la mano, para el evidente disgusto de los peregrinos, y después volvió a concentrarse en la conversación.

—Puedo conseguir lo que queréis —estaba diciendo Talent—, pero no será barato.

Los peregrinos oscuros se miraron y la mujer sonrió y asintió. El hombre sacó un pesado monedero.

—¿De qué iba todo eso? —quiso saber Raistlin cuando ya habían salido de la posada.

—No sé, seguramente Talent estaba vendiéndoles algo del mercado negro —dijo Iolanthe, encogiéndose de hombros—. Esos dos son Espirituales, un puesto alto en la jerarquía sacerdotal. Como muchos de los seguidores de su Majestad Oscura, han desarrollado el gusto por las cosas más delicadas de la vida, como los purasangres de Khur, el vino y la seda de Qualinesti y la joyería de los artesanos enanos de Thorbardin. Antes todas esas cosas se vendían en las tiendas, pero con las rutas comerciales cortadas y las deudas acumulándose, esos lujos son cada vez más escasos.

—Es interesante que Talent pueda conseguirlos —apuntó Raistlin.

—Tiene buena mano con la gente —dijo Iolanthe, sonriendo.

Volvió a tomar a Raistlin del brazo, lo que seguía resultándole incómodo. Se había imaginado que volverían hacia el corazón de la ciudad. La Torre de la Alta Hechicería no sería tan grandiosa e imponente como el Templo de la reina Oscura, eso estaba claro. Políticamente era imposible. Pero lo lógico sería que se encontrara cerca del Templo de Takhisis.

Le había sorprendido no encontrar ninguna descripción de la Torre de la Alta Hechicería en los escritos sobre Neraka del Esteta. No obstante, podía deberse a un sinfín de razones. Todas las Torres de la Alta Hechicería estaban protegidas por un bosque. La Torre de Palanthas estaba rodeada por el temido Robledal de Shoikan. La Torre de Wayreth se alzaba en el centro de un bosque encantado. Quizá los árboles que guardaban la Torre de Neraka la volvieran invisible.

Sin embargo, Iolanthe no se dirigía hacia el Templo de la reina Oscura. Había echado a caminar en dirección contraria, por una calle que llevaba a lo que parecía una zona de almacenes. Allí las calles no estaban tan abarrotadas, pues no era una zona que los soldados frecuentaran. Se veían trabajadores de los almacenes, empujando barriles, levantando cajas y descargando sacos de cereales de los omnipresentes carros.

—Creí que íbamos a la torre —dijo Raistlin.

—Así es.

Iolanthe dio la vuelta a una esquina, tirando de él, y luego se detuvo delante de un edificio de ladrillo de tres plantas. Parecía aprisionado entre el negocio de un tonelero y una herrería. La casa era negra, no porque se hubiera pintado de ese color, sino por toda la suciedad y hollín que la cubrían. En la fachada se abrían pocas ventanas y la mayoría de las que había estaban rotas o desvencijadas.

—¿Dónde está la torre? —preguntó Raistlin.

—La tienes delante —repuso Iolanthe.

10

Repollo cocido

El nuevo bibliotecario

DÍA SEXTO, MES DE MISHAMONT, AÑO 352 DC

—Esto tiene que ser... Tiene que ser un error —dijo Raistlin, con expresión consternada.

—No hay ningún error —aseguró Iolanthe—. Estás frente al emporio de la magia en el reino de la Reina Oscura. —Se volvió para mirarlo.

»
¿Ahora ya lo entiendes? ¿Ahora ya comprendes por qué Nuitari se separó de su madre? Esto —hizo un ademán desdeñoso, señalando el edificio sucio, y decrépito— es la consideración que se merece la magia para la Reina Oscura.

Raistlin nunca había sufrido un desengaño tan amargo. Pensó en todo el dolor que había soportado, en los sacrificios que había hecho para llegar hasta ese lugar, y lágrimas de angustia y rabia anegaron sus ojos, enturbiando su mirada.

Iolanthe le dio una palmadita en el brazo.

—Lamento tener que decir que, a partir de aquí, las cosas no hacen más que empeorar. Todavía tienes que conocer a tus colegas Túnicas Negras.

Los ojos de color violeta de la hechicera lo miraban tan intensamente que parecía que lo traspasaran.

»
Tienes que tomar una decisión, Raistlin Majere —le dijo en voz baja—. ¿Qué bando eliges? ¿La madre o el hijo?

—¿Y tú? —respondió Raistlin para ganar tiempo.

Iolanthe se echó a reír.

—Oh, eso es fácil. Yo siempre estoy de mi propio lado.

«Y ese lado parece incluir a mi hermana Kitiara —pensó Raistlin—. Eso también podría venirme bien a mí. O no. Yo no he venido a servir. Yo he venido a mandar.»

Suspirando, Raistlin recogió los despojos de su ambición y guardó los trozos. El camino que había recorrido no lo había conducido a la gloria, sino a una pocilga. Tendría que medir bien cada paso, mirar atentamente dónde ponía los pies.

La puerta de la Torre de la Alta Chifladuría, como a Iolanthe le gustaba llamarla en tono burlón, estaba protegida por una runa marcada a fuego. El hechizo mágico era muy rudimentario. Incluso un niño podría haberlo quitado.

—¿No os da miedo que la gente pueda forzar la entrada? —se sorprendió Raistlin.

Iolanthe dejó escapar un suave resoplido.

—Puedes hacerte una idea de lo poco que les preocupamos a los habitantes de Neraka si te digo que nadie ha intentado nunca forzar la entrada de la torre. Hacen bien en no perder el tiempo. Dentro no hay nada de valor.

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