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Authors: Ángel Gutiérrez,David Zurdo

Tags: #Terror

La torre prohibida (30 page)

Jack frenó casi en seco, dio media vuelta y regresó sobre sus pasos. Sin vacilar, aparcó el coche en la parte trasera del restaurante, fuera de la vista de quienes circularan por la carretera, y entró en él. Era el típico local que simulaba un clásico vagón de tren, con taburetes altos en torno a una barra plateada y una hilera de mesas junto a las ventanas. Una suave música llenaba el espacio, casi en silencio por lo demás.

No tenía dinero ni tiempo para tomar un bocado. En otras circunstancias sentiría hambre, pero no ahora. Su estómago estaba encogido por el nerviosismo. Se quedó plantado junto a la puerta e hizo lo único que podía hacer: dirigirse en voz alta a los camioneros que ocupaban el restaurante.

—Perdonen, por favor —empezó diciendo para reclamar la atención—. ¿Hay alguien que se dirija a Dallas?

Todos le miraron, girándose en sus taburetes o levantando la vista de sus platos de comida. Allí había una buena muestra de los tipos de rudo camionero americano: con gorras, barbas y barrigas cerveceras, o bien afeitados, fornidos y cara de pocos amigos.

Ninguno contestó en un primer momento. Pero, poco después, uno de ellos, sentado a una mesa, le hizo una seña para que se aproximara. Pertenecía al segundo tipo, con una expresión en el rostro que le hubiera hecho pasar por un mafioso de película de Hollywood.

—¿Ha dicho Dallas? —le preguntó el camionero, nada más tenerlo delante.

—Sí —contestó Jack.

—¿Por qué?

—Necesito ir allí y se me ha estropeado el coche. Es muy urgente.

El hombre se rascó el hirsuto pelo oscuro y asintió.

—Está bien. Yo puedo llevarle. No me vendrá mal alguien con quien charlar.

Tratando de no parecer impaciente, Jack le sonrió y le dio las gracias antes de decir:

—¿Tardará mucho en salir?

—El tiempo que me duren estos huevos revueltos. Coma algo, si quiere, mientras espera.

—No. Muchas gracias. No tengo hambre.

Jack se sentó frente al camionero y aguardó en silencio hasta que éste acabó su comida. No era precisamente un ejemplo de modales. Se relamió los dedos, se limpió la boca y las manos con una especie de bola de servilletas de papel y dejó unos grasientos dólares sobre la mesa. Ni siquiera fue al aseo para lavarse.

Pero al fin dijo lo que Jack quería oír:

—Nos vamos.

Capítulo 40

L
a noche había caído sobre la clínica, pero la temperatura aún rozaba los cuarenta grados. Ninguna otra había sido tan calurosa y húmeda. La neblina hedionda del lago era especialmente fétida. Se extendía por el jardín y avanzaba hacia todos los flancos del edificio, igual que un sombrío ejército de asedio tomando posiciones. En la lejanía, desde la orilla opuesta del lago, surgían resplandores inquietantes, llamaradas que ardían en la oscuridad antes de consumirse. También llegaban ruidos que encogían el alma: salvajes alaridos y aullidos que expresaban un dolor insondable.

Jack notaba todas las fibras de su cuerpo en tensión. De vez en cuando, el vello que lo cubría se le erizaba sin razón aparente. Aunque sí había una. Era más que un presentimiento. Esa noche iba a ocurrir algo terrible. Sólo esperaba conseguir escapar a tiempo. Y llevarse a Julia con él.

Subió de tres en tres los escalones que llevaban al piso superior, siempre con esa sensación angustiosa. No se había topado con nadie. Los corredores del edificio estaban más silenciosos y desolados que nunca. Quizá también los otros pacientes tenían la misma sensación de peligro inminente, y por eso se habían encerrado en sus habitaciones. Era como si a la misma muerte le hubieran dado rienda suelta esta noche.

Los gritos de Julia se oyeron mucho antes de que Jack llegara a la puerta de su habitación. Éste se lanzó a toda prisa por el pasillo desierto. Nadie más acudiría en su ayuda, estaba seguro. Las sienes le palpitaban. El aire caliente parecía no contener bastante oxígeno.

Los gritos eran ya desgarradores cuando Jack se plantó frente a la puerta. Sin perder tiempo, le dio una patada con todas sus fuerzas. No pensaba en nada más que en entrar cuanto antes y salvarla.

La cerradura saltó de la madera hecha pedazos. Jack ya estaba dentro antes de que tocara el suelo. Julia se había encogido en una esquina, acorralada en su propia habitación por lo que quiera que estuviese viendo. Algo que se hallaba sólo en el interior de su cabeza. No había nadie con ella.

En sus ojos había un terror casi lunático. No paraba de dar voces y agitar las manos.

Jack se puso junto a ella de rodillas. No sabía qué hacer. Abrazó su cuerpo delgado, que le pareció más frágil que nunca. Los gritos de pánico comenzaron a cesar poco a poco. Se transformaron en un llanto convulso, aunque sin lágrimas. El de una niña pequeña aterrorizada.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Jack.

Seguía abrazando a Julia. Sólo se permitió aflojar un poco la fuerza con que lo hacía. Ella continuaba sollozando. Dijo algo entre hipos, que Jack no logró entender. Su mal presentimiento se acentuó. Julia había demostrado ser una mujer fuerte. No imaginaba qué podría haberle conducido a ese estado absoluto de pánico.

—Dice que… soy suya —acertó a decir.

La mirada lunática había desaparecido de sus ojos. Jack dio gracias por eso.
Estaba dormida,
pensó. No se había despertado del todo hasta ese preciso instante. Aquel pavor se lo había provocado un sueño. Una nueva pesadilla.

—Tenemos que salir de aquí —dijo él. Tenía otra vez todo el pelo de su cuerpo erizado y notaba un peso creciente que le oprimía el pecho.

—No era el amigo de mi padre.

Jack no sabía lo que pretendía expresar, pero no había tiempo para hablar ni para consolarla. La obligó a incorporarse, sin ser brusco aunque con firmeza. Julia apenas lograba sostenerse por sí misma. Temblaba al recordar el rostro de quien había invadido sus sueños.

—Iba todo vestido de negro, como las «sombras» —siguió contando. Jack se lo permitiría mientras eso no la hiciera detenerse—. Pero era… —Cerró los ojos y un nuevo estremecimiento de pánico la embargó-… era peor que cualquiera de ellos. Infinitamente peor. Era el mal puro, Jack. El mal puro —susurró, como si temiera invocarle al pronunciar esas palabras.

Estaban frente a la puerta destrozada. Julia se soltó de los brazos de Jack y salió al corredor. Él la siguió con la mirada, listo para agarrarla si sus piernas flaqueaban. Se sentía cada vez más impaciente. Creyó distinguir un destello flamígero con el rabillo del ojo, a través de la ventana del pasillo que daba al lago. Los alaridos salvajes también se repitieron.

Más cerca. Mucho más cerca.

—Tenemos que salir de aquí. ¡Ya!

Le alivió ver que ella no ponía objeciones. Julia aún no había recuperado la entereza, pero también percibía, igual que él, la amenaza que flotaba en el aire. Más que eso: estaba segura de que esa amenaza la incluía. El ser de su pesadilla no era un simple personaje del sueño. Era real. Y la quería a ella. Aún estaba aterrada, pero tenía que sobreponerse o le esperaba algo mucho peor que la muerte. No lo dudaba, aunque ni siquiera sabría decir qué significaba eso.

—¿Adónde vamos?

Era obvio que Jack no se refería simplemente a salir del edificio, sino a escapar de la clínica de una vez por todas. Julia experimentó una especie de vértigo al imaginarse huyendo de aquel lugar. Había pasado allí los últimos tres años de su vida. Debido a la amnesia, era todo cuanto conocía. Lo poco que recordaba del exterior la asustaba y sólo servía de argumento para no decidirse a abandonar la clínica. Además, le habían dicho que estaba sola en el mundo.

Avanzaron por el pasillo y luego escaleras abajo. Oyeron pestillos cerrarse a su paso y movimientos furtivos tras las puertas.

—¡Huid todos de aquí! —gritó Jack.

Esos pobres diablos no iban a hacerle caso. Pero siguió gritándoles hasta que Julia y él salieron del edificio. Tenía la nítida sensación de que era como si estuvieran cavando las fosas de sus propias tumbas. No se encontraban seguros allí.
Porque Engels no está en la clínica.
La voz de la cabeza de Jack sabía más que él, pero no iba a pedirle explicaciones. El apremio letal, que sentía recorriéndole todo el cuerpo, le bastaba.

Julia se paró de repente. La neblina cubría ahora todo el jardín y empezaba a ascender por la escalera de entrada, donde se había detenido con Jack apenas un metro por delante. La opresión en el pecho de éste se había intensificado. Una especie de aullidos parecieron confirmar sus temores. Llegaron de varias partes a la vez. Debía de emitirlos alguna clase de animal. Pero no era así.

Aunque eso no fue lo que más le asustó. Sino que les siguió el silencio. Un silencio absoluto. No se oía el menor ruido. Ni siquiera a uno solo de la infinidad de grillos que poblaban el jardín.

Julia bajó finalmente las escaleras, apretándose contra el cuerpo de Jack. La neblina se agitó a su alrededor, analizándolos. Su tacto era frío y desagradable. Hacía imaginar dedos sucios y pegajosos.

—No voy a volver a cruzar esa verja —dijo Julia.

Jack ya había contado con eso. Tampoco él tenía intenciones de enfrentarse de nuevo al enjambre de insectos. Fuera o no una locura, sabía que estarían allí esperándolos otra vez.

—Por el bosque tampoco podemos ir —dijo Jack—. Es imposible no perderse en él. Y además…

Además, el bosque era un lugar de muerte. Eso era lo que iba a añadir, pero no terminó la frase. Bastantes malos augurios había ya sueltos en el aire. Fue Julia quien habló.

—Sólo nos queda el lago.

Era la misma conclusión a la que había llegado él. Iban ya en esa dirección. El sepulcral silencio seguía rodeándolos. Sin cruzar una palabra más, ambos aceleraron el paso al mismo tiempo. En la orilla contraria, la intensidad de aquella especie de fuegos fatuos se había redoblado. Le hizo a Jack considerar si debían realmente tomar ese camino. Aunque sólo por un segundo. No pensaba que tuvieran alternativa.

—Yo sé dónde hay una barca —dijo Julia.

Él no había visto ninguna en la orilla o en el embarcadero, y dio por supuesto que no la habría en ningún otro sitio. Le alegró saber que no iban a tener que atravesar el lago a nado. Esa noche, sólo Dios sabía que podrían esconder sus oscuras e impenetrables aguas.

Siguió a Julia hasta un cobertizo en la parte trasera del edificio principal, aunque algo separado de él. Vio la puerta cerrada y temió que lo estuviera con llave, hasta que ella la abrió de par en par. El chirrido de los goznes resonó en el silencio sobrenatural. Jack sintió un millón de ojos, imaginarios o no, girarse en su dirección.

—¡Deprisa!

Dentro, Julia no se atrevió a encender la luz. Pero allí estaba la barca. Su silueta era inconfundible bajo la lona raída que la tapaba. La retiraron, levantando el polvo acumulado durante años y haciendo huir a alimañas que pudieron sentir aunque no ver. La barca estaba montada encima de un remolque. Jack trató de soltar el freno que lo retenía, pero no consiguió moverlo ni un milímetro. El óxido había agarrotado las piezas de metal.

—Levanta de ese lado —le dijo a Julia.

Habló en un susurro, que aun así sonó demasiado alto. El vello de su nuca seguía erizado. Algo se estaba acercando.

Por fin lograron liberar el bote y sacarlo entre los dos del cobertizo. Era muy viejo. Cada nuevo crujido les hacía sobresaltarse. Temían que se quebrara o que alguien (
algo)
los oyera. Julia respiró de alivio cuando lo depositaron por fin junto a la orilla. Pero Jack no. Se había vuelto a mirar hacia la clínica. No dejaba de sentir esa presencia que los observaba. La neblina se había alzado para cubrir casi por completo el edificio, desde el suelo hasta el principio del tejado. Se colaba por las ventanas y todos sus resquicios. Tanteando. Buscando. Envolvió también los faroles que circundaban la clínica e iluminaban el exterior, transformándolos en manchones borrosos de luz fantasmal.

—¡Jack! —le apremió Julia.

Al girarse, vio sus ojos aterrados. Como cuando la encontró en su habitación. También ella sentía ahora, con claridad, que algo terrible estaba a punto de suceder.

—Monta tú primero —dijo Jack, mientras empujaba la barca hacia el agua.

Ella obedeció, con Jack aguantándola para que no se balanceara. El agua del lago le mojó las piernas antes de subirse él también. Estaba helada.

El fondo de la barca exhibía varias grietas. El agua empezó a filtrase, creando pequeños charcos que, en la oscuridad, parecían de sangre negra. Julia se esforzó en achicarlos mientras Jack se hacía con los remos. No se atrevieron a pensar que la barca pudiera hundirse o que fuera incapaz de resistir la corta travesía.

Jack empezó a remar. Quería salir de allí cuanto antes, pero movía los brazos con torpeza y le costaba controlar los remos.

—¡Maldita sea!

Seguía mirando con inquietud hacia atrás, en vez de a la orilla opuesta del lago. No le importaba la dirección que tomasen. Sólo deseaba alejarse lo más rápidamente posible. Entonces vio a unas figuras sombrías que avanzaban por el jardín, entre la neblina. No conseguía distinguirlas bien, pero sí lo bastante como para darse cuenta de que estaban desplegándose por él como se propagarían los gérmenes de una epidemia.

Julia también las vio. Dejó de achicar agua y saltó junto a Jack para coger uno de los remos. Respiraba muy deprisa. Su aliento agitado se confundía con el aire denso y abrasador.

—Uno, dos… —marcó el ritmo.

Había cada vez más siluetas en el jardín. Cientos de ellas. Se dirigían a la clínica. La neblina se estremeció, como si latiera.

Los remos de Jack y Julia se hundieron al unísono en las aguas y la barca empezó por fin a avanzar de un modo estable. Una extraña mezcla de triunfo y miedo los embargó, a medida que sobrepasaban la zona de reflujo de la orilla. Ninguno de los dos miraba ya atrás. Los fuegos fatuos y las llamaradas se multiplicaban por delante, en la otra orilla. Jack aumentó el ritmo para hacer que la barca girase poco a poco a la izquierda. No quería ir en dirección a esas llamaradas.

Alejarse del jardín y de aquellas extrañas figuras, abandonar la neblina y el ejército siniestro que se dirigía a la clínica, fue como una bendición. Jack pensó en los pacientes que seguían dentro, encerrados en sus habitaciones. De nada iba a servirles frente a quienes avanzaban entre las sombras. Pero no quería pensar en eso. Ni en quiénes podrían ser. O qué.

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