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Authors: Ángel Gutiérrez,David Zurdo

Tags: #Terror

La torre prohibida (35 page)

—¡Dennis!

Regresó a la casa desde ese vertiginoso viaje por sus recuerdos y vio a un crío que aparecía por detrás de Amy, también en el umbral de la puerta. Su cara brillaba con esa alegría reservada sólo a los niños, antes de que la vida los endurezca. «Papá», gritó, mientras se lanzaba a correr hacia él. Jack se puso en cuclillas y abrió los brazos para recibirle. No podría sentirse más feliz. Sin ser consciente de ello, el Jack de la gruta lloraba lágrimas de alegría. Todo volvería a ser como antes. Todo era perfecto de nuevo…

Pero su abrazo se cerró en la absoluta negrura en que se transformó, de pronto, la idílica escena.

—¡No!

Otro torrente de recuerdos lo embargó. Muy distintos. Eran la cara oscura de los anteriores. Sintió cómo atenazaban su alma y la arrastraban a un pozo de oscuridad. Estaba de nuevo en las calles inmundas de Niamey. Vio a la joven caminando por ellas, de noche. Y la silueta de su asesino. No fue Jack quien la mató. Fue Kyle Atterton. El mero recuerdo de ese nombre inundó su corazón de un odio visceral. Su crimen quedó impune. Usó el dinero y la influencia de su padre para salirse con la suya y regresar libre a Estados Unidos.

Pero había algo más. Algo aún más terrible. Jack sintió que se hundía hacia el fondo de ese pozo de oscuridad. Hacia la terrible realidad que su mente había borrado por completo. Hasta ahora.

Regresó a la realidad de la gruta bajo la clínica y al contenido de la carpeta, que ahora estaba abierta delante de él sobre la tosca mesa de madera.

—No —repitió, con un dolor infinito.

La carpeta era un dossier con fotografías. Tenían la etiqueta «PRUEBA. DEPARTAMENTO DE POLICÍA DE ALBUQUERQUE». Mostraban a una mujer. A Amy. Abierta en canal, con un trapo en la boca y un tiro en la frente. Su cabeza estaba rodeada de una aureola de sangre y masa encefálica, que empapaban la almohada.

Con incredulidad, Jack fue pasando las fotos una a una. Sus manos temblaban tanto que le costaba hacerlo. Todas eran versiones, desde puntos de vista distintos, de la misma escena macabra. Hasta que cambió.

—No, por favor, no…

La foto que sostenía ahora mostraba el cuarto de baño de su casa. De la casa donde él había sido tan feliz junto a su mujer y su hijo. Las lágrimas de felicidad que un poco antes cubrieron su rostro, se alimentaban ahora de rabia. Retiró los ojos de la foto, incapaz de soportar la visión del cadáver amoratado de su hijo, de Dennis, muerto dentro de la bañera.

—¡Atterton! —masculló, con los puños apretados hasta hacerse daño.

En el dossier había también un recorte de periódico. Jack leyó el titular a través de las lágrimas. Por debajo del recorte había un tercer conjunto de fotos policiales.

—¡NOOOOO!

Julia se encogió al oír el grito desgarrador de Jack. Se había adentrado por una galería que conectaba con la gruta principal y estaba igualmente repleta de estanterías rebosantes de carpetas. Pensó que los demonios debían de haber dado con la puerta secreta y los habían descubierto allí abajo. No se dio tiempo para decidir salvarse a sí misma. En contra de todos sus instintos, regresó corriendo a la gruta. Emergió en ella desde la galería, esperando encontrarse con un ejército de monstruos y a Jack rodeado por ellos. Tardó en dar crédito a sus ojos cuando vio que seguía estando solo. Fue hacia él con recelo, mirando a todas partes.

Jack estaba ahora en silencio. Su expresión funesta la hizo detenerse de golpe a un par de metros. Sostenía unas fotos en la mano. Las dejó caer como si pesaran demasiado para sostenerlas. Una de ellas fue a parar, boca abajo, a los pies de Julia, que lo interrogó con la mirada. Pero la de él estaba completamente vacía.

Julia se agachó a recoger la foto. Su pulso se aceleró aún más, incluso antes de darle la vuelta. Los ojos se le agrandaron al ver por fin lo que mostraba. El gesto se le torció en una mueca de espanto. Se le pasaron mil ideas por la cabeza. Explicaciones que tendrían cabida en un mundo que sabía que existía, aunque apenas lo recordara. En lo más hondo de su ser, comprendió que eran tan vanas y huecas como la mirada que Jack tenía clavada ahora en ella.

Volvió a la foto para huir de esa mirada insoportable. Mostraba una imagen de Jack tirado en el suelo gris de un restaurante. A su lado había una mesa con un mantel blanco y una silla volcada. También un girasol. El alegre color amarillo de sus pétalos no encajaba en la escena. Las gotas de sangre que lo salpicaban parecían puestas allí para echárselo en cara. El cuerpo del Jack de la foto estaba torcido en una postura antinatural, como si un gigante lo hubiera lanzado contra el suelo y se hubiera roto como un muñeco, de lado, con un sombrío círculo de sangre en su espalda.

Julia empeñó toda su fuerza de voluntad en desmentir lo que estaba empezando a imaginar. Se dijo que a Jack le habían disparado por la espalda, no importaba el porqué. Y que habría quedado muy mal herido. Por eso acabó en el hospital donde estuvo ingresado antes de llegar a la clínica. Cerró los ojos para repetirse mentalmente
¡no, no, no!,
e intentar acallar la monstruosa idea que trataba de eludir
(¡NO!).
Jack acabó en el hospital después del disparo, siguió diciéndose mientras lo poco que aún daba por supuesto se derrumbaba. Debió de perder mucha sangre. Eso y el trauma le hicieron perder también sus recuerdos. La mente hace esas cosas. La mente se cierra a sí misma para protegerse.

Vio que Jack salía de su trance y se acercó hasta él. Al hacerlo, se fijó en la anacrónica pluma de ave y el tintero en que estaba metida, sobre la mesa de madera. Él cogió un nuevo recorte de periódico y lo alargó en su dirección. Julia no quería leerlo. No quería verse enfrentada a la ineludible realidad que, sin duda, encerraría. Sin embargo, vio a su propia mano extenderse para cogerlo. Nada es más importante que la verdad.

El recorte era del
Diario de Albuquerque.
La publicidad de un anunciante llenaba una buena parte de la página. Era de una ferretería y estaba incompleta —la otra mitad debía de aparecer en la página siguiente—. El eslogan del anuncio quedaba interrumpido: «Ferretería Johnson, las herramientas que le arreglarán la…» Julia se fijó obsesivamente en esa frase publicitaria. Nada en el mundo le parecía más importante que descubrir cómo terminaba. A su izquierda había un artículo que seguía resistiéndose a leer.
La frase,
la frase, ¿cómo termina la frase?,
se repitió, a modo de mantra capaz de exorcizar lo que mostraba aquel artículo.

Pero sus ojos la traicionaron.

Baño de sangre en Dallas

Kyle Atterton, heredero de Industrias Golden Star, muere asesinado en el lujoso restaurante Abacus.

Según fuentes oficiales del Departamento de Policía de Dallas, ayer se produjo un tiroteo en el restaurante Abacus, donde resultó muerto Kyle Atterton, hijo de Morgan Atterton, uno de los principales accionistas de Industrias Golden Star. Todavía no han sido aclaradas las circunstancias que rodean al trágico suceso, pero se cree que detrás de él estaría una venganza personal del supuesto asesino, Jack Winger, de treinta y cinco años y natural de Albuquerque. Fuentes no oficiales han apuntado que Atterton y Winger, periodista de profesión, coincidieron en Niamey, la capital de Níger, cuando el primero se vio envuelto en un crimen del que fue absuelto por la justicia del país africano.

La esposa y el hijo de Winger murieron recientemente en un sangriento y brutal asalto a su casa, que aún está siendo investigando. No ha habido ninguna declaración al respecto por parte del detective al mando del caso, Norman Martínez, aunque se baraja la hipótesis de que ese crimen guarde relación con lo acaecido en el restaurante Abacus. Un portavoz de la policía sí ha confirmado que los agentes se vieron obligados a disparar contra el sospechoso, provocando su muerte casi inmediata.

Las Industrias Golden Star, de Texas, proveen de armamento a numerosos gobiernos…

Jack había sido abatido por la policía después de asesinar a ese tal Atterton. Jack estaba muerto. Y Julia también. Por eso era imposible escapar de la clínica. No había adónde ir.

De pronto, un estremecimiento sacudió la gruta entera. Le siguió otro aún más intenso que les hizo por fin reaccionar. Del techo invisible se desprendieron algunas piedras, que cayeron peligrosamente cerca de ellos. Ambos se protegieron la cabeza con los brazos en un gesto absurdo e inútil. ¿Cómo podían morir si ya estaban muertos?

Hubo una tercera sacudida, que hizo a las estanterías tambalearse. Algo estaba ocurriendo en la superficie. Se giraron hacia el lugar por el que habían entrado, al pie de la escalera de caracol. Hubo una pausa, en la que regresó la quietud, y luego una luz cegadora irrumpió sin previo aviso desde aquella entrada. Era imposible mirarla sin sentir dolor en los ojos.

En el umbral apareció una silueta oscura. Tenía apariencia humana, pero eso no la hacía menos temible. La silueta absorbió la luz que la rodeaba y se materializó en la forma de un hombre vestido con una especie de hábito. Al retirarse la capucha que le cubría la cabeza y el rostro, Jack y Julia por fin lo reconocieron: era el doctor Engels.

Pero ese aspecto familiar era tan falso como la apariencia humana de Kerber, o la de los demonios contra los que le habían visto combatir con sus huestes. Aquella luz, que aún estaba impresa en sus retinas, era el verdadero Engels.

Tenían tantas preguntas que hacerle, que no eran capaces de articular una sola. Fue Engels quien se dirigió a ellos. Lo hizo con una voz sobrehumana. A su lado, aquella que tanto había impresionado a Jack cuando la oyó, escondido junto a la fuente del jardín, no era nada. Ésta era la voz de un ser que lo ha visto todo y ha estado en todas partes. La de uno tan antiguo como el propio tiempo.

—Mi verdadero nombre es Azrael —dijo con solemnidad—. Desde el principio del mundo separo las almas que quedan libres cuando vuestros cuerpos mortales fallecen. Unas siguen hacia la luz y otras acaban en la fría oscuridad eterna. Pero algunas no logran encontrar su camino. Ésas llegan hasta este lugar. Están condenadas a repetir una y otra vez lo que vivieron, hasta hallarse preparadas para seguir su destino.

Eso era lo que significaban las cifras de cada uno de ellos: las innumerables veces que habían repetido la cadena de sucesos que, primero les llevó a morir, y luego hasta la clínica como almas extraviadas. Una especie de sueños recurrentes, como las pesadillas, donde la realidad perdía su consistencia
y
se distorsionaba, libre de las ataduras físicas impuestas por la materia.

—Pero la pugna con el señor de las tinieblas es dura —siguió diciendo Azrael—. Este lugar es una frontera de penumbra entre la luz y la oscuridad. El espíritu del mal no quiere perder ninguna de las almas que considera suyas. Y ansia escapar de su reino de tristeza para sembrar la desolación por el mundo. Ésa es nuestra batalla eterna, sin vencedores ni vencidos, salvo las almas que él se lleva para siempre a sus dominios.

Las preguntas que se agolpaban en las mentes de Jack y Julia seguían negándose a aflorar. Aunque ya sólo una importaba: ¿cuál iba a ser su destino?

De pronto, Jack miró a Julia con sus ojos fijos en los suyos. Los mantuvo así durante apenas unos segundos. Luego giró la cabeza hacia un lado y empezó a caminar como un sonámbulo, en dirección a la laguna que había en el centro de la gruta. La luz bajo el agua se atenuó un poco y se volvió más cálida.

—Jack…?

Él no conseguía oírla. Sólo escuchaba una especie de cántico, inaudible para Julia, que llenaba su cabeza. Que lo llenaba por completo. Y que provenía del fondo de la laguna, con una belleza indescriptible.

—¿Adónde vas, Jack?

Julia intentó acercársele, pero la voz sobrehumana de Azrael le ordenó:

—Déjale marchar. Ha de seguir su camino.

Jack llegó al borde de la laguna. En vez de detenerse, siguió avanzando y adentrándose en el agua. Al verlo, Julia hizo un nuevo gesto para acudir en su ayuda. Pero recordó que nada podía matarle de nuevo.

—Adiós, Jack.

Él no contestó. Se había sumergido en la laguna. El hermoso cántico lo guiaba hacia las profundidades; arrullándolo, dirigiéndolo a través del agua cristalina hacia la luz. Luego ésta se atenuó aún más y Jack quedó suspendido en una esfera cálida y palpitante. Vio pasar ante sus ojos las escenas de toda su vida. En ellas no había angustia, como la que sintió antes, al abrir el dossier. Todas estaban llenas del más puro amor y la más completa felicidad. La paz que sentía era infinita. Cerró los ojos y esos sentimientos se hicieron uno con él. El dolor, el sufrimiento, el miedo, la ira, lo abandonaron como si nunca hubiesen existido. Cuando abrió de nuevo los ojos, las imágenes habían cesado.

Seguía flotando, inmerso en esa luz sutil y acogedora. En completa paz. Entonces vio dos figuras que se le acercaban. Supo que ellas iban a guiarle a partir de ahora. Una era mayor que la otra. Eran una mujer y un niño. Amy y Dennis. Los tres estaban juntos de nuevo y ya nada podría separarlos jamás. Ambos le sonrieron.

Y él también les sonrió.

Su alma se había salvado. En la última repetición, Jack no llegó a disparar contra Kyle Atterton. Vaciló un instante y no apretó el gatillo. Al fin había conseguido la redención.

Julia se acercó hasta el borde de la laguna. Azrael no se lo impidió esta vez. Buscó a Jack en el agua, pero él ya no estaba allí. Sintió humedad en los ojos y, después, gruesas lágrimas corriéndole por las mejillas. Las almas también podían sentir añoranza.

—Ha llegado la hora —dijo Azrael.

No hacía falta que le dijera qué camino había tomado Jack. Él estaba ya en la luz. Lo sabía con toda certeza. Igual que sabía que a ella no le estaba destinado ese camino. Le asaltó la imagen de Maxwell en aquel claro del bosque. Revivió con todo detalle cómo le partían en dos con una espada, y casi pudo sentir otra vez el hedor de su carne chamuscada. Esas horribles torturas no eran sino el principio de una eternidad de sufrimiento. Le costó un esfuerzo indecible pronunciar, con voz trémula:

—Estoy lista.

Azrael se dio la vuelta y ella le siguió por la escalera de caracol, esta vez hacia arriba. Conforme ascendían, el aire iba haciéndose más frío. Al llegar a la zona superior, en la base de la torre, los dientes de Julia castañeteaban. Pero apenas era consciente de ello. En su mente sólo tenía cabida el final terrible que imaginaba.

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