La última astronave de la Tierra (25 page)

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Authors: John Boyd

Tags: #Ciencia ficción

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Con el aspecto esbelto y desamparado de una gacela ante el ataque de un rinoceronte furioso, Haldane aguardó a pie firme mientras el acordeón de Halapoff estallaba en una versión sincopada del Vals macabro.

Cuando Jones pasó del punto en que Haldane estuviera, éste se había echado a un lado poniéndole la zancadilla, lo que le hizo caer y patinar por todo el suelo encerado. Dio con la cabeza en la fila de taburetes vacíos ante el bar, y los repartió de un modo tan similar a la caída de los bolos en una bolera, que una voz en la sala gritó: «¡Un pleno!»

Hubo algunos aplausos corteses de los espectadores. Whitewater se puso en pie, se tanteó el labio cortado y miró la sangre en sus dedos. La vista de su propia sangre debió volverle loco. Sin embargo, y a pesar del ímpetu duplicado, Haldane se marcó ahora tres mesas con sus ocupantes al lanzarle por el área del comedor.

Los aplausos aumentaron de volumen.

Y lo que era más importante aún: había maniobrado hasta tener a Jones en posición. Cuando éste cargó sobre él por tercera vez, le cogió por el brazo extendido, se alzó al marinero por encima del hombro y lo envió volando por el aire para aterrizar sobre el trasero con un golpetazo terrible y patinar luego, con los pies por delante, hasta la chimenea y las llamas rugientes.

Los gritos de dolor procedentes de la chimenea originaron aplausos prolongados del comedor y la música de «Baila conmigo otra vez, Willy» del acordeón.

Por lo visto, Jones tenía una adaptación a la educación bastante rudimentaria. Utilizando la cabeza en vez de los pies chamuscados, avanzó lentamente hacia Haldane sin hacer un movimiento repentino que pudiera utilizarse en su contra. Cayó sobre el terrestre con los brazos extendidos como pinzas que lentamente rodearon a Haldane.

Se había metido en la boca del león. Cuando el público retuvo temerosamente el aliento, comprendió su error, pero también supo que contaba con la simpatía de todos.

Los brazos iban aproximando a Haldane contra su enorme pecho, mientras las piernas se abrían a fin de tener una base sólida para llegar a aplastarle. Pero Haldane no estaba vencido en absoluto.

Alzó la rodilla con fuerza explosiva.

Con un aullido que sobrepasó al de la chimenea en varios decibelios, Jones soltó a Haldane y se agarró el área dolorida. Haldane le lanzó un golpe de karate a la base del cuello. Jones en el suelo, donde quedó en posición fetal, tanteándose dos puntos, sangrando y gimiendo:

—Cuerda de ternero… cuerda de ternero…

Haldane nunca había oído hablar de una cuerda de ternero.

Dio la vuelta al bulto caído, que afortunadamente estaba sobre el lado derecho y tenía la barbilla al aire para recibir una buena patada.

Cuidadosamente colocó el pie contra la barbilla y echó un paso atrás para dar el coup de gráce mientras Halapoff tocaba «Por los viejos amigos», y se oían «Olés» de la multitud.

—¡Detente, Haldane!

Era la llamada imperiosa de un profesional. Años de disciplina detuvieron en seco a Haldane.

Hargood se metió en la pista, manchada por la sangre que caía de la boca de Jones.

—Cuando uno grita «Cuerda de ternero», significa que se da por vencido.

—Lo siento, señor —se disculpó Haldane—. No estoy familiarizado con las costumbres del país.

—De pie, Jones. Quiero mirarte esa boca.

Lentamente, primero sobre una rodilla, Jones se puso en pie vacilante y abrió obediente la boca.

—Tal vez pierdas un diente, y te has roto un labio. Ve a tu habitación y duérmela. Te veré a las diez de la mañana.

Agitando la cabeza y murmurando entre dientes, aquel medio caballo, medio lagarto, se dirigió hacia una puerta trasera en la que se leía «Salida».

—Algo me dice que vas a ajustarte bien a Infierno, Haldane —Hargood le cogió por el brazo y le llevó a la mesa.

Aquél temblaba ligeramente, pero no por el ejercicio, que apenas había tenido importancia.

El jurado de la Tierra había sido correcto al evaluarle. Bajo la fina capa de la civilización era un bruto despiadado, y esta noche se había roto la cáscara que lo cubría. Sentía como si hubiera salido de un desierto de represiones para lanzarse a las aguas frías y claras de la violencia. Se había propuesto matar a Jones, y habría disfrutado haciéndolo.

Antes de sentarse, Helix le preguntó heladamente:

—¿Era preciso que hicieras eso?

—Siempre estoy irritable cuando me despierto.

—Ese pobre hombre sólo quería bailar conmigo. Admito que fue rudo y grosero, pero hablaba con cierta poesía.

—¡Que sólo quería bailar contigo! —Haldane la miraba incrédulo—. ¿Cómo puedes ser tan ingenua? Si tanto te interesa su poesía, te traeré al imbécil y puedes pasar con él nuestra noche de bodas.

—Sí, te ajustarás bien a Infierno —dijo Hargood con triste certeza.

—Eres muy agresivo, ¿no? —Helix alzaba la barbilla, pero había en sus ojos una admiración que revelaba un primitivismo de acuerdo con el suyo; era ella quien se había ajustado a Infierno, y se había ajustado tan rápidamente que parecía ya una nativa del planeta.

—Doctor Hargood, sé que estás cansado y querrás ir a casa, con tu esposa y tus doce hijos, ocho de ella, así que Helix y yo nos disculpamos, pues vamos a retirarnos.

—No sé si debería ir arriba contigo o no —dijo ella—. Eres tan brutal…

—Como el buen doctor ha indicado, hay una vieja costumbre según la cual el novio cruza el umbral con la novia en brazos. Y me gustaría recordarte que todavía hay una costumbre más antigua, según la cual el novio se lleva a la novia a su cueva arrastrándola por el pelo.

—Voy, amo —dijo ella poniéndose en pie.

De nuevo le atacó la inspiración impredecible.

—Te llevaré yo, para asegurarme —dijo.

Se la echó sobre el hombro. Mientras ella se revolvía y chillaba de cólera fingida y auténtico gozo, cruzó con Helix el comedor y subió escaleras arriba, mientras el público se ponía en pie encantado y les ofrecía una ovación. En la parte superior de la escalera se volvió saludó a la muchedumbre y le dio a Helix una palmada en él trasero.

El público se volvió loco y redobló los aplausos y silbidos.

Haldane abrió la puerta de un empellón y entró a la novia en una habitación donde la chimenea, con un fuego rugiente de leños, lanzaba sus luces sobre un hermoso lecho de cuatro postes, con dosel y cortinas.

—¡Maldito animal! —susurró ella—. ¡Sabía que harías algo así! Nunca podré levantar de nuevo la cabeza en Infierno.

—No fue nada personal —le aseguró Haldane echando a un lado las cortinas para lanzarla sobre la cama—. Estaba iniciando un campana política, mi primera exhibición en la carrera por la presidencia… En este planeta no importa si tienes cabeza o no. Las tres quintas partes de la población jamás miran a esa altura… Estos brutos tienen una energía primitiva que me propongo controlar y, con un mando unificado, llegar a conformarlos de tal modo que puedan producir la tecnología que mi idea va a necesitar.

Ella se echó atrás, apoyada en los codos, y le miró asombrada:

—¡Conformismo! Contra eso luchaste en la Tierra. El papa tenía razón. Habrías destrozado la Tierra si yo no te hubiera sacado del planeta.

—Escucha, Helix —se sentó en la cama, la ansiedad reflejada en todos los rasgos de su rostro—, aquí es donde el fin justifica los medios. Yo podría librar a la Tierra del dominio de los sociólogos.

»Esa reacción en cadena de la luz, liberada por una fuente láser, significaría velocidad de aceleración infinita. Verás, es como una rueda de engranaje de luz generando en sí misma una fuerza tan tremenda que el orificio de propulsión no necesitaría ser mayor que esto.

—¡Deja de hacer gestos lascivos!

—Y el impulso liberado por ese orificio no sería más grande que un puntito de luz, pero ese puntito sería tan poderoso que no necesitaría un lanzamiento ayudado por cohetes… ¿Por qué te quitas la blusa?

—Tengo demasiado calor.

—El fuego se apagará… Lo que sugiero en la práctica es un taxi a través del tiempo. Es un axioma que el movimiento de la velocidad de la luz sobrepasará el fluir del tiempo, pero el fluir del tiempo sólo es en una dirección. Ergo, si yo saltara diez minutos dentro de los próximos cinco minutos, estaría donde estoy ahora; pero si pudiera saltar quince minutos, estaría subiéndote por las escaleras hace cinco minutos.

»No se necesitará un molesto y complicado sistema de soporte vital en el taxi porque a velocidad infinita se puede calcular el tiempo de llegada en el lugar que se desea alcanzar antes de que se acabe el oxígeno… ¿Por qué te quitas la falda?

—Está refrescando.

—Ésa es una reacción opuesta, lo que me recuerda que la ley de Newton, por cada acción una reacción igual y opuesta, sigue vigente. Podrías reducir el peso del taxi hasta necesitar una planta de potencia de energía no superior a la pila de un transistor.

»Verás, Helix, ésa es la belleza de la Teoría de Haldane desde un punto de vista clásico. Unifica la Teoría Cuántica, la Física de Newton, la teoría de la energía de Einstein, la Simultaneidad de Fairweather… todos danzarán sobre la tumba de Henry VIII y yo me uniré a ellos bailando a los sones de LVI = (-T). ¿Dónde vas?

—A la cocina, a pedirle unas cuantas recetas a Halapoff.

—Acabo de ofrecerte la fórmula más importante desde E = MV
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y te vas a hablar con un cocinero… ¡Eh, que no llevas puestas más que las botas!

—Ésa es la idea.

Una verdad, en absoluto matemática, se abrió paso en la mente de Haldane.

—Ven aquí, chica.

Con una mano en la cadera y apoyándose con indiferencia contra la puerta, Helix preguntó:

—¿Estás celoso?

—Muchísimo, y de un hombre llamado Flaxon, el hombre más listo que he conocido en la vida.

—Iré si me prometes…

—¡De acuerdo, de acuerdo! No hablaré más de la Teoría de Haldane contigo esta noche… Yo debería haber sido ginecólogo.

—Ésa no es la promesa que quiero, ni mucho menos —continuó ella sin moverse de la puerta.

Haldane recogió la falda y la blusa que Helix se quitara y las tiró a un rincón. Abriendo los brazos con ansia, dijo:

—Habla.

—Dime, ¿cuál es la técnica del «palito giratorio» de Haldane?

Éste cerró los ojos y se llevó la mano a la frente en un gesto de desesperación.

—De las cinco mil trescientas ochenta y ocho líneas de la transcripción del juicio, fuiste a elegir esa frase. Ven, Helix, yo te explicaré su significado, y te aclararé por qué no intenté demostrárselo nunca a una virgen tierna y joven, o así lo creí, en una ciudad abarrotada como San Francisco.

Cuando abrió los ojos ella estaba de pie muy cerca de él, mirándole con amor, admiración y ansiedad reprimida. La abrazó para impedirle que se fuera con Halapoff.

—Cuando te conocí por primera vez —siguió Haldane—, pensé que tu belleza y tu gracia no eran de la Tierra, pero me sentí dolorosamente desconcertado por tu mente analítica, racional y tan poco femenina. Mi padre me avisó de que tú no pertenecías a mi tiempo y lugar. Mi abogado insinuó que la tuya era una inteligencia diabólica en forma de mujer. Ahora una pregunta referente a un chismorreo sin importancia y nada pertinente me ha convencido de que sí eres una mujer. Ha desaparecido para siempre mi esperanza de romance con una Lilith, eterna…

—Deja de decir tonterías. Vamos, cuenta, Don. ¿Qué es eso de…?

—¿Por qué todo el mundo me llama Don?

—Ése es el nombre que yo te di. Don Juan.

—¿Por el héroe romántico de Byron?

—No exactamente. Yo pensaba en G.B.Shaw.

—¿Quién es ése?

—Oh, alguien del siglo XIX. No le conoces.

—Por supuesto. Yo empecé en el XVIII y fui hacia atrás.

—No estamos aquí para hablar de literatura…

Hubo una llamada a la puerta y Haldane echó a su novia desnuda, a excepción de las botas, en el centro de la cama, diciendo:

—Escóndete tras las cortinas hasta que me libre de algún estúpido botones.

—Dame la ropa —susurró ella—. No es ningún botones, así que no te librarás de él.

—¿Es que eres extrasensorial, además de extrasensual? —preguntó él, corriendo las cortinas.

Molesto por la interrupción, se dirigió a la puerta y la abrió de par en par.

Su visitante, un hombre alto y de pelo castaño-rojizo, habló apenas en un susurro:

—¿Puedo entrar un momento, Haldane IV? Mi nombre es Fairweather II.

Haldane se echó hacia atrás y se inclinó al estilo de un jugador de baloncesto dispuesto a saltar.

—Por supuesto, señor, es un honor para mí.

—Confiaba en llegar aquí antes de que comenzaran las nupcias, pero tuve que entrevistar a Hargood primero. Me dice que, aun sin saberlo, has pasado las pruebas de competencia y valor físico. Me siento orgulloso de ti, hijo.

»Perdona mi familiaridad, pero ahora debes saber que tú y yo tenemos más en común que la mayoría de los viejos amigos. Hargood me dice que incluso has descubierto mi Teoría del Tiempo Negativo.

—¿La de LV
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= (-T)?

—¡Exactamente! —la satisfacción en la sonrisa de Fairweather casi anuló la desilusión de Haldane, al tener que renunciar a su propiedad de la Teoría de Haldane.

—¿Quiere sentarse, señor? Mi compañera se halla un poco indispuesta en este momento.

Los ojos grises de Fairweather barrieron la habitación mientras llevaba una silla ante el fuego. Al dar las gracias a Haldane por su invitación, añadió:

—Todavía lleva esas botas… —luego alzó la voz hacia el lecho con las cortinas cerradas—. Sal, mujer, y recoge tus ropas. Tu desnudez no tiene encantos para mí.

—Señor, podría ser un poco embarazoso… Yo se las daré.

—No te preocupes, Haldane. Le he visto el trasero con la misma frecuencia que el rostro. Su madre es una de mis esposas más gandulas, y muchas veces tuve yo que cambiarle los pañales.

—¿Pretende decir, señor, que es usted su padre?

—No me lo eches en cara, hijo. Estaba ya viejo y cansado cuando ella nació. Además, entre ochenta y una no hay más remedio de que salga alguna mala de vez en cuando.

—¡Papá! —chilló Helix detrás de la cortina—, ¡yo quería decírselo personalmente!

—Señor, me siento honrado de ser su hijo político, y usted tiene una hija extraordinaria, pero… —por el rabillo del ojo vio que Helix saltaba del lecho para ir a coger su ropa— tengo grandes dudas acerca de mí mismo. Soy el conejillo de Indias uno del universo. Yo amaba a la muchacha, y ella me engañó. Su hija, señor, es una mujer muy segura de sí misma. Me engañó con unas cuantas tonterías para traicionarme, y con consecuencias más profundas.

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