La última batalla (17 page)

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Authors: C.S. Lewis

Los demás siguieron hasta donde los condujeron los Perros y encontraron a un joven calormene sentado bajo un castaño junto a un arroyo de agua clara. Era Emeth. Se levantó de inmediato e hizo una reverencia con gran seriedad.

—Señor —dijo, dirigiéndose a Pedro—. No sé si eres mi amigo o mi enemigo, pero tendré a honor tomaros por ambos. ¿No ha dicho uno de los poetas que un amigo noble es el mejor regalo y que un enemigo noble es el segundo mejor regalo?

—Señor —dijo Pedro—, no sabía que hubiera una guerra entre tú y yo.

—Dinos quién eres y lo que te ha acontecido —le pidió Jill.

—Si va a relatar una historia, tomemos un trago y sentémonos —ladraron los Perros—. Estamos sin aliento.

—Claro que ustedes lo están y lo seguirán estando si continúan corriendo como locos de esa manera —dijo Eustaquio.

Entonces los humanos se sentaron en el pasto. Y cuando todos los Perros hubieron bebido con ruidosa algazara en el arroyo, también se sentaron, muy callados, resollando, con las lenguas colgando un poco a un lado, para escuchar la historia. Pero Alhaja se quedó de pie, puliendo su cuerno contra su hombro derecho.

Más hacia arriba y más hacia adentro

—Han de saber, oh belicosos Reyes —dijo Emeth—, y ustedes, oh Damas, cuya belleza ilumina el universo, que yo soy Emeth, el séptimo hijo de Harpa Tarkaan de la ciudad de Tehishbaan, hacia el oeste atravesando el desierto. Vine recientemente a Narnia con nueve y veinte otros más bajo las órdenes de Rishda Tarkaan. Bueno, cuando oí por primera vez que marcharíamos sobre Narnia, me regocijé: porque había oído muchas cosas de tu país y deseaba anhelosamente enfrentarme con ustedes en la batalla. Pero cuando descubrí que iríamos disfrazados de mercaderes (que es un atuendo vergonzoso para un guerrero y para el hijo de un Tarkaan) y a actuar por medio de mentiras y engaños, entonces mi alegría me abandonó. Y más que nada cuando supe que deberíamos servir a un Monicaco; y cuando comenzó a decirse que Tash y Aslan eran uno, entonces el mundo se oscureció ante mis ojos. Porque desde que era niño siempre serví a Tash y mi gran deseo era saber más de él y, si fuera posible, mirar su rostro. Pero el nombre de Aslan era odioso para mí.

”Y, como han visto, nos convocaban afuera del cobertizo del techo de paja, noche tras noche, y encendían la fogata, y el Mono sacaba del cobertizo algo de cuatro patas que yo no podía ver bien. Y la gente y las Bestias hacían profundas reverencias y le rendían homenaje. Pero yo pensaba: el Tarkaan está siendo engañado por el Mono; porque esa cosa que sale del Establo no es ni Tash ni ningún otro dios. Pero cuando observé la cara del Tarkaan y me fijé en las palabras que le decía al Monicaco, entonces cambié de opinión. Porque vi que el Tarkaan no creía en eso. Y después comprendí que no creía tampoco en Tash. Pues si hubiese creído ¿cómo iba a osar burlarse de él?

”Cuando entendí esto, una gran ira se apoderó de mí y me asombré de que el verdadero Tash no derribara de un golpe tanto al Mono como al Tarkaan con fuego del cielo. No obstante, oculté mi ira y contuve mi lengua y esperé a ver como terminaba. Pero anoche, como saben algunos de ustedes, el Monicaco no sacó a la cosa amarilla, sino que dijo que los que quisieran mirar a Tashlan —pues mezclaron las dos palabras para fingir que eran uno— debían pasar uno por uno dentro del cobertizo. Y yo me dije: sin duda esta es otra decepción. Pero cuando el Gato entró y salió loco de terror, entonces me dije: seguramente el verdadero Tash, a quien invocaron sin saber ni creer en él, ha venido entre nosotros y se tomará su propia venganza. Y aunque mi corazón se había vuelto agua dentro de mí debido a la grandeza y al terror de Tash, aun así mi deseo fue más fuerte que mi miedo, y forcé a mis rodillas para obligarlas a no temblar, y a mis dientes para que no castañetearan, y resolví mirar la cara de Tash, aunque él pudiera matarme. De modo que me ofrecí para entrar en el cobertizo; y el Tarkaan, aunque contra su voluntad, me lo permitió.

”En cuanto crucé la puerta, la primera sorpresa fue que me encontré a mí mismo ante la radiante luz del sol (como estamos ahora) a pesar de que el interior del cobertizo parecía oscuro desde afuera. Pero no tuve tiempo para maravillarme por eso, pues inmediatamente fui obligado a batirme a muerte con uno de nuestros propios hombres. Apenas lo vi, comprendí que el Monicaco y el Tarkaan lo habían colocado allí para que matara a quien entrase si no era alguien que estuviera en el secreto; de modo que ese hombre también era un mentiroso y no un verdadero servidor de Tash. Luché con él con mi mejor voluntad; y habiendo dado muerte al villano, lo arrojé detrás de mí por la puerta.

”Después miré a mi alrededor y vi el cielo y la extensa campiña y olí la dulzura. Y me dije: por los dioses, este es un lugar agradable: debe ser que he llegado al país de Tash. Y comencé a recorrer este extraño país buscándolo.

”De manera que continué caminando sobre mucho pasto y muchas flores y entre toda clase de bellos y deliciosos árboles hasta que he aquí que en un sitio estrecho, en medio de dos rocas, me salió al encuentro un enorme León. Tenía la rapidez del avestruz y el tamaño de un elefante; su pelo era como el oro puro y el brillo de sus ojos como oro líquido calentado al horno. Era más terrible que la Montaña Llameante de Lagour, y su hermosura aventajaba todo lo que hay de hermoso en este mundo, más aún de lo que la rosa en floración aventaja al polvo del desierto. Entonces caí a sus pies y pensé: seguramente ésta es la hora de la muerte, pues el León (que merece todo honor) sabrá que he servido a Tash todos mis días y no a él. No obstante, es mejor ver al León y morir que ser el Tisroc del mundo y vivir y no haberlo visto a él. Mas el Glorioso Ser inclinó su cabeza dorada y tocó mi frente con su lengua y dijo: ‘Hijo, eres bienvenido’. Y yo dije: ‘Ay de mí, Señor, yo no soy hijo Tuyo, sino servidor de Tash’. El respondió: ‘Hijo, el servicio que has prestado a Tash lo cuento como servicio prestado a mí’. Entonces debido a mi gran anhelo de sabiduría y entendimiento, superé mi miedo e interrogué al Glorioso Ser y dije: ‘Señor, ¿es verdad entonces, como dice el Mono, que tú y Tash sois uno?’ El León gruñó haciendo temblar la tierra (pero su ira no era contra mí) y dijo: ‘Es falso. No es porque él y yo seamos uno, sino porque somos lo opuesto, que tomo como mío el servicio que has dado a él, porque él y yo somos de tan diferente especie que ningún servicio vil puede prestárseme a mí, y nada que no sea vil puede ser hecho por él. Por lo tanto, si algún hombre jura por Tash y cumple su juramento por respeto al juramento, es por mí que ha jurado en realidad, aunque no lo sepa, y soy yo quien lo recompensa. Y si un hombre comete un acto de crueldad en mi nombre, entonces aunque pronuncie el nombre de Aslan es a Tash a quien está sirviendo y es Tash quien acepta su acción. ¿Comprendéis, Hijo?’ Yo dije: ‘Señor, tú sabes cuánto entiendo’. Pero también dije (porque la sinceridad me lo imponía): ‘Si, he buscado a Tash todos mis días’. ‘Amado’, dijo el Glorioso Ser, ‘si tu anhelo no hubiera sido por mí no habrías buscado tanto tiempo ni con tanta fidelidad. Pues todos encuentran lo que buscan de verdad’.

”Luego sopló sobre mí y me quitó el temblor de mis piernas y brazos e hizo que pudiera ponerme de pie. Y después de eso no dijo más, sólo que nos volveríamos a encontrar y que yo debo seguir más hacia arriba y más hacia adentro. En seguida se convirtió en una tormenta y en una ráfaga de oro y desapareció repentinamente.

”Y desde entonces, ¡oh, Reyes y Damas!, he vagado para encontrarlo y mi felicidad es tan grande que hasta me duele como una herida. Y esta es la maravilla de las maravillas, que él me haya dicho Amado, a mí que no soy más que un perro...

—¿Eh? ¿Qué fue eso? —dijo uno de los Perros.

—Señor —contestó Emeth—. Es sólo una manera de hablar que tenemos en Calormen.

—Bueno, no puedo decir que me guste mucho —dijo el Perro.

—No ha querido ofender —opinó un Perro más viejo—. Después de todo, nosotros llamamos a nuestros cachorros
Niños,
cuando no se portan bien.

—Es verdad —dijo el primer Perro—. O
niñas.

—¡S-s-h! —dijo el Perro Viejo—. No es buena educación decir eso. Recuerda dónde estamos.

—¡Miren! —exclamó de súbito Jill.

Alguien se acercaba, tímidamente, hacia ellos; una criatura muy graciosa de cuatro patas, de un color gris plateado. Lo contemplaron por más de diez segundos antes que cinco o seis voces dijeran al unísono: “¡Pero si es Cándido!“ Nunca lo habían visto a la luz del día y sin la piel de león, y fue una diferencia extraordinaria. Era él mismo ahora: un bonito burro con su pelo tan suave y gris y con una cara tan amable y franca que al verlo harías lo mismo que estaban haciendo Jill y Lucía: correr hacia él y abrazar su cuello y besar su nariz y acariciar sus orejas.

Cuando le preguntaron dónde había estado, dijo que había llegado a la puerta con todas las demás criaturas pero había..., bueno, para decir la verdad, se había apartado de ellos lo más posible; y de Aslan también. Porque el solo ver al verdadero León lo había avergonzado de tal manera por todas esas tonterías de disfrazarse con la piel de león, que no se atrevía a mirar a nadie a la cara. Pero cuando vio que todos sus amigos iban hacia el oeste, y después de comerse un buen bocado de pasto (“y jamás he probado un pasto tan bueno en toda mi vida”, dijo Cándido), se armó de valor y los siguió.

—Pero, ¿qué haré si realmente tengo que encontrarme con Aslan?, les aseguro que no lo sé —añadió.

—Verás que todo saldrá bien cuando realmente lo conozcas —dijo la Reina Lucía.

Entonces continuaron todos juntos, siempre rumbo al oeste, pues esa parecía ser la dirección que Aslan había querido indicarles cuando gritó “Más hacia arriba y más hacia adentro”. Muchas otras criaturas se encaminaban lentamente en ese mismo rumbo, pero aquella tierra cubierta de hierba era inmensa y no se hacían aglomeraciones.

Parecía ser temprano todavía y el frescor de la mañana se sentía en el aire. Seguían deteniéndose para mirar en rededor y para mirar hacia atrás, en parte porque era todo tan bonito, pero en parte también porque había algo que no lograban comprender.

—Pedro —dijo Lucía-, ¿dónde crees que esté esto?

—No lo sé —repuso el gran Rey—. Me recuerda algún lugar, pero no logro darle un nombre. ¿Podría ser alguna parte donde hayamos pasado unas vacaciones cuando éramos muy, muy chicos?

—Tendrían que haber sido unas vacaciones tremendamente buenas —dijo Eustaquio—. Apuesto a que no hay un país como éste en ningún lugar de nuestro mundo. ¿Has visto los colores? No podrías conseguir un azul como el azul de aquellas montañas allá en nuestro mundo.

—¿No será la tierra de Aslan? —preguntó Tirian.

—No se parece al país de Aslan en la cima de esa montaña más allá del confín oriental del mundo —dijo Jill—. Yo he estado allí.

—Si me lo preguntan —dijo Edmundo—, diría que se parece a algún lugar en el mundo de Narnia. Miren esas montañas allá adelante, y las grandes montañas de hielo más allá de ellas. Estoy seguro de que se parecen a las montañas que acostumbrábamos ver desde Narnia, las que había hacia arriba al oeste, más atrás de la Catarata, ¿no creen?

—Sí, claro que sí —exclamó Pedro—. Sólo que éstas son más grandes.

—Yo no creo que
aquéllas
sean parecidas a nada que haya en Narnia —dijo Lucía—. Pero miren allá.

Señaló hacia el sur a su izquierda, y todos se detuvieron y se dieron vuelta a mirar.

—Esas colinas —dijo Lucía—, esas tan lindas llenas de bosques y las otras azules más atrás, ¿no se parecen muchísimo a la frontera sur de Narnia?

—¡Iguales! —exclamó Edmundo, luego de un momento de silencio—. Pero si son exactamente iguales. ¡Mira, allá está el Monte Pire con su cumbre horqueteada, y allá está el paso hacia Archenland y todo lo demás!

Y, sin embargo, no son iguales —insistió Lucía—. Son distintas. Tienen más colorido y me parecen estar más lejanas de lo que recuerdo, y son más..., más..., ¡oh, no sé qué...!

—Más parecidas a algo real —dijo suavemente el Señor Dígory.

De repente el Aguila Largavista extendió sus alas, se elevó a diez o veinte metros en el aire, voló en círculos alrededor de los demás y luego aterrizó.

—Reyes y Reinas —gritó—, hemos estado todos ciegos. Estamos recién empezando a ver donde nos encontramos. Desde allá arriba lo he visto todo: el Páramo de Ettins, el Dique de los Castores, el Gran Río y Cair Paravel, que aún resplandece al borde del Mar de Oriente. Narnia no ha muerto. Esta es Narnia.

—¿Pero cómo puede ser? —dijo Pedro—. Si Aslan nos dijo a nosotros los mayores que jamás retornaríamos a Narnia, y aquí estamos.

—Sí —dijo Eustaquio—. Y vimos todo destruido y el sol en su ocaso.

—Y todo es tan diferente —comentó Lucía.

—El Aguila tiene razón —dijo el Señor Dígory—. Escucha, Pedro. Cuando Aslan dijo que ustedes no regresarían nunca a Narnia, se refería a la Narnia en que tú pensabas. Pero esa no era la verdadera Narnia. Esa tenía un principio y un fin. Era sólo la sombra o la copia de la verdadera Narnia, que siempre ha estado aquí y siempre estará aquí: igual que nuestro mundo, Inglaterra y todo lo demás, es sólo una sombra o una copia de algo en el verdadero mundo de Aslan. No tienes que Llorar por Narnia, Lucía. Todo lo que importaba de la antigua Narnia, todas las queridas criaturas, ha sido traído a la verdadera Narnia a través de la puerta. Y por supuesto que es diferente; tan diferente como lo es una cosa real de una sombra o como el estar despierto lo es de un sueño.

Su voz los removió a todos como una trompeta cuando dijo estas palabras; mas cuando añadió en voz baja: “Todo esto lo ha dicho Platón, todo lo ha dicho Platón; Dios me ampare, ¡qué les enseñan en esos colegios!“, los mayores rompieron a reír. Era tan exactamente igual a lo que le habían escuchado decir hacía tanto tiempo en aquel otro mundo donde su barba era gris en vez de dorada. El comprendió por qué se reían y se puso a reír también. Pero muy pronto se pusieron serios otra vez: porque, como tú sabes, hay una clase de felicidad y de admiración que te hace ponerte serio. Es demasiado buena para malgastarla en chistes.

Es difícil de explicar en qué difería esta tierra asoleada de la antigua Narnia, como lo es tratar de decirte qué sabor tiene la fruta en aquel lugar. Tal vez te puedas hacer una idea si piensas esto: puede que hayas estado en una habitación donde había una ventana que daba a una preciosa bahía o a un verde valle que serpenteaba adentrándose en medio de las montañas. Y en la muralla contraria a la ventana había un espejo. Y si te apartabas de la ventana, de repente veías ese mar y ese valle, todo de nuevo, en el espejo. Y el mar en el espejo, o el valle en el espejo, eran en un sentido iguales a los verdaderos; sin embargo, al mismo tiempo eran algo distintos, más profundos, más maravillosos, más parecidos a lugares de cuento: de un cuento que nunca has escuchado, pero que te gustaría mucho conocer. La diferencia entre la antigua Narnia y la nueva Narnia era así. La nueva era una tierra más profunda: cada roca y cada flor y cada brizna de pasto parecía significar más. No puedo describirla mejor que eso. Si algún día llegas a ella, entenderás lo que quiero decir.

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