La última batalla (19 page)

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Authors: C.S. Lewis

Lucía miró atentamente el jardín y vio que no era enrealidad un simple jardín, sino un mundo entero, con sus propios ríos y bosques y mar y montañas. Pero no le eran desconocidos: ella los conocía todos.

—Ya entiendo —dijo—. ¡Esto es todavía Narnia, y más real y más bella que la Narnia que hay abajo, tal como
esa
fue más real y más bella que la Narnia de afuera de la puerta del Establo! Ya entiendo..., un mundo dentro del mundo, Narnia dentro de Narnia...

—Sí —repuso el señor Tumnus—, como una cebolla, excepto que a medida que continúas adentrándote, cada rodela es más grande que la última.

Y Lucía miraba para este lado y para el otro y pronto descubrió que le había sucedido algo nuevo y hermoso. Doquiera que mirara por lejos que estuviese, una vez que ella fijaba sus
ojos
con firmeza, todo se hacía más claro y se acercaba como si ella estuviera mirando por un telescopio. Podía ver todo el desierto del sur y más allá la gran ciudad de Tashbaan; al este podía ver Cair Paravel a la orilla del mar y la misma ventana de la habitación que una vez fue la suya. Y muy lejos en el mar podía descubrir las islas, isla tras isla hasta el Fin del Mundo y más allá del fin, la inmensa montaña que ellos habían llamado el país de Aslan. Mas ahora veía que formaba parte de una gran cadena de montañas que rodeaban el mundo entero. Frente a ella parecía acercarse mucho. Después miró a su izquierda y vio algo que tomó por un gran banco de nubes de brillantes colores, que hubiera sido cortado y separado de ellas por un boquete. Pero miró con más atención y vio que no era una nube sino tierra. Y cuando fijó sus
ojos
en un sitio en particular, se puso a gritar inmediatamente: “¡Pedro! ¡Edmundo! ¡Vengan a ver! ¡Vengan rápido!” Y ellos vinieron y miraron, porque también sus ojos eran ahora como los de ella.

—¡Mira! —exclamó Pedro—. Es Inglaterra. ¡Y ahí está la casa, la vieja casa de campo del Profesor Kirke donde comenzaron todas nuestras aventuras!

—Pensé que esa casa había sido destruida —dijo Edmundo.

—Y así fue —murmuró el Fauno—. Pero ustedes ahora están mirando a la Inglaterra dentro de Inglaterra, la verdadera Inglaterra tal como esta es la verdadera Narnia. Y en el interior de aquella Inglaterra ninguna cosa buena es destruida.

De súbito desviaron sus ojos hacia otro lugar, y entonces Pedro, Edmundo y Lucía contuvieron el aliento, atónitos, y gritaron y empezaron a hacer señas: porque habían visto a sus propios padres que les hacían señas también a través del inmenso y profundo valle. Era como cuando ves gente que hace señas desde la cubierta de un gran barco cuando tú esperas en el muelle para recibirlos.

—¿Cómo podríamos ir donde están ellos? —preguntó Lucía.

—Es fácil —repuso el señor Tumnus—. Ese país y este país..., todos los países
reales...,
son sólo contrafuertes de las grandes montañas de Aslan. Sólo tenemos que caminar por el borde, hacia arriba y hacia adentro, hasta que se juntan. ¡Y escuchen! Ese es el cuerno del Rey Francisco: debemos subir.

Y pronto se encontraron todos juntos caminando, y era una larga y brillante procesión subiendo montañas más altas que las que puedes ver en este mundo, incluso si las hubiese para poder verlas. Y no había nieve sobre esas montañas; había selvas y verdes laderas y dulces huertos y correntosas cataratas, una encima de otra, subiendo sin parar. Y la tierra por donde caminaban se hacía cada vez más estrecha, con un profundo valle a cada lado; y al otro lado de aquel valle la tierra que era la real Inglaterra se acercabamás y más.

La luz adelante se hacía más fuerte. Lucía vio que seelevaban frente a ellos una serie de acantilados de todos colores, semejantes a una escalera gigantesca. Y despuésse olvidó de todo, porque venía el propio Aslan saltando de acantilado en acantilado como una viviente catarata de poder y belleza.

Y a la primera persona a quien Aslan llamó fue al Burro Cándido. Nunca has visto un burro tan débil y tonto como Cándido caminando hacia Aslan; y se veía tan chico al lado de Aslan como un gatito al lado de un San Bernardo. El León inclinó su cabeza y murmuró algo a Cándido, que al escuchar bajó las largas orejas; pero luego le dijo algo más, al oír lo cual sus orejas se levantaron otra vez. Los humanos no pudieron escuchar lo que le había dicho en ambas ocasiones. Luego Aslan se volvió a ellos y dijo:

—Ustedes todavía no se ven todo lo felices que quiero que sean.

Lucia replicó:

—Tenemos tanto miedo de que nos eches de aquí, Aslan. Y tú nos has mandado tantas veces de vuelta a nuestro propio mundo.

—No hay nada que temer —dijo Aslan—. ¿No han adivinado?

Sus corazones dieron un vuelco y una salvaje esperanza nació en ellos.


Hubo
realmente un accidente de trenes —expresó Aslan, suavemente—. Tu padre y tu madre y todos ustedes están..., como solían decirlo en las Tierras Irreales..., muertos. Las clases han terminado: han comenzado las vacaciones. El sueño ha concluido: esta es la mañana.

Y en tanto El hablaba, ya no les parecía un león; mas las cosas que comenzaron a suceder de ahí en adelante fueron tan grandiosas y bellas que no puedo escribirlas. Y para nosotros este es el final de todas las historias, y podemos decir con toda verdad que ellos vivieron felices para siempre. Pero para ellos era sólo el comienzo de la historia real. Toda su vida en este mundo y todas sus aventuras en Narnia habían sido nada más que la tapa y el título: ahora, por fin, estaban comenzando el Capítulo Primero de la Gran Historia, que nadie en la tierra ha leído; que nunca se acaba; en la cual cada capítulo es mejor que el anterior.

Comentario de Ana María Larraín

Hemos llegado al final. Al final de todas las historias. Ya sabemos, no obstante, que para los queridos personajes narnianos, para el inolvidable Barroquejón y el Búho Plumaluz, para Largavista, el Centauro, para Anavis, Cor y Corin, para Bri y su amiga Juin, para Volante, los Castores, el Ratón y el Fauno Tumnus,
el fin no es más que el comienzo.
Y aunque esto no es un recordatorio, sino más bien un pase a la luminosa eternidad de la memoria, quiénes mejor que Lucía, Pedro y Edmundo, Jill y Eustaquio, Polly y Dígory (el profesor Kirke) para saberlo.

A ellos les ha sido dada, por gracia de Aslan, el de la melena de oro, una triple posibilidad de ser: una, la de ser -en-el-mundo (Inglaterra); otra, la de ser-en-la-fantasía (Narnia), y por último, la de ser-en-la-realidad-de-Narnia. (La
idea
de Narnia, como diría Platón por boca del profesor Kirke. O más claramente, la de ser en la Narnia arquetípica y eterna, que guarda entre sus potencialidades no sólo las cosas todas, sino los arquetipos de todas las cosas.)

Una cebolla adentro de otra cebolla adentro de otra cebolla. O, más literariamente —y a sabiendas de que Lewis rehúye los cultismos—, una de las más maravillosas de las siempre maravillosas cajas de Pandora.

Todos sabemos que existen. Digo, las cebollas..., pero también las cajas de Pandora. Nunca, sin embargo, las hemos visto. Ni tocado. Ni olido. Ni..., bueno, ni oído ni saboreado. Pero su forma, inagotable e inaprehensible para nosotros, resplandece en nuestra imaginación y se ha hecho carne del lenguaje.

Y bien, ¿alguien pondría en duda —alguien
cuerdo,
quiero decir— su magnífica existencia?

(“¡Ay, qué trabajo me cuesta / quererte como te quiero / por tu amor me duele el aire / el corazón y el sombrero”.)

¿Cómo poner entonces en duda la existencia, aún más esplendorosa y amable, del propio Aslan? Habría que pensar que los narnianos, en su decadencia moral y ontológica, en la reversión de su ser a los orígenes, preseñorío sobre la creación, están sencillamente locos de atar. Locos, es decir,
alienados. Y
alienados, quién lo duda: alienados
lo están
por el mal que se ha apoderado, como por arte de magia negra, de su alma. El
mal los ha des-animado.
Les ha robado ese “aire”, ese “corazón” y ese “sombrero” que a García Lorca le duelen de AMOR y que a ellos ya ni siquiera les duele de ODIO.

La duda, la mentira, la usurpación, el egoísmo y la soberbia (sí, señor, la soberbia) han tomado por asalto, o quizás lentamente, el inmenso vacío dejado por el espíritu. Como lectores nos ha sido vedado seguir, no obstante, el proceso de desanimización, de degradación del propio ser. ¡Quién sabe si por proteger nuestro pudor! PORQUE NO ES AGRADABLE ESPECTACULO asistir a la degradación de nadie... ni de nada.

“¿No sería mejor estar muerto antes que tener este terrible miedo de que Aslan haya venido
y no se parezca
al Aslan en que hemos creído y a quien hemos anhelado?”

Sí, querido Tirian: antes la muerte. Pero el miedo a que no se parezca, ¡ojo!, a ese Aslan en el que has creído y al que has anhelado NO es lo mismo que la duda frente a su existencia. Tú crees en que Aslan existe,
y
porque
crees
saber que él ES y porque
sabes
que es (y cómo es) anhelas su presencia. Esa, la de tu fe, que para ti es “ciencia”, y no la otra, la de la “opinión”.
¡Ni
la de la simple evidencia!

Tú no necesitas, Tirian, último vástago del trono de Narnia (gloria a ti), tú no necesitas de evidencias.
Porque sólo tu fe puede salvarte.

¿No te suenan conocidas estas palabras?

Bueno... Aslan es el camino (siempre hacia arriba y hacia adentro, síganlo), la verdad (un León y no la vieja piel de un león) y la vida (“una viviente catarata de poder y belleza”).

Si también estas palabras te suenan conocidas..., vuélvete hacia Aslan y en sus ojos dulces, en su amoroso aliento encontrarás (tal vez) la respuesta.

“Si tú mueres y Aslan no es Aslan, ¿qué vida me queda?”

¡Pobre Unicornio, rico Unicornio! Te desprendes de tu único bien, la vida, porque sabes desde siempre, desde lo más hondo de tu lealtad
y
de tu fe, que no hay vida sin el amigo
y
que la muerte reina donde no está Aslan. Amor + Amor = fe en el amor.

¿Irías a ser ciego que Dios te dio esas alas?

(El poeta nos da permiso para la paráfrasis. Por algo se inventó a sí mismo, Huidobro y Altazor, como un pequeño Dios. Hombre caído, hombre ascendente... Y la palabra se desintegra, porque no cree en su propio poder. Porque NO CREE.)

Y Cándido, ¡tan burro! Cándido, gris
y
peludo
y
aterciopelado, como Platero. Por eso Aslan –porque de los cándidos es el reino de los cielos– se dirige a él, a Cándido, el avergonzado, el inocente..., ¡el primero! Si fueseis como uno solo de estos pequeñuelos...

Sólo Jill pareció comprenderlo con anticipación.

Y una tarea desagradable (¿pero más desagradable que un mono?): “Libertad no es hacer lo que quieres (viejo Kant), sino lo que yo te diga” (¡viejo tirano, al infierno irás, no ya por déspota, sino por men-ti-ro-so!). Tu gracia, maldito Truco, me cae mal. Porque no es gracia, sino desgracia. No eres un gracioso, maldito Truco, tramposo-truhán, sino un desgraciado. ¡Así te pudras en la caseta del monstruo! Entre monstruos, al fin y al cabo, se entienden. ¿Así que te creíste el cuento, mono trasquilado, de que “a río revuelto ganancia de pescadores”? El mal está en la confusión, el mal es el caos. Y quisiste aprovecharte no sólo de Cándido, bastardo de homínido, sino de todos los cándidos del mundo. ¿No sabías que
no se pueden alterar los nombres
de las cosas? Tash es Tash y Aslan es Aslan. Nombrar, ¿no lo sabías?, es aprehender el ser de las cosas.

Y la Dríade, con su maravillosa danza del cisne antes de la muerte... No canta, porque su voz es un quejido, ni siquiera un lamento. Pero ella baila, ¡y cómo baila la Dríade! , mientras le cercenan “el aire, el corazón y el sombrero”. Tres
ras
por tu sufrimiento, hermosa Dríade: nos has acercado, gracias a él, a la belleza.

Las pequeñas cosas son las más difíciles de soportar: la experiencia no es patrimonio de Tirian. ¿Hay alguien que pueda decir lo contrario? ¡Que dé un paso adelante... y le seque la sangre a Tirian! Ratones o conejos seréis, pero vuestra alma, pequeños míos, es del porte de un elefante. “Porque mucho has amado...”

Y una escena de antología: el traslado espacial desde el bosque de Narnia al comedor de Londres. Una vez más, en virtud de la palabra salvadora. “Pedid y se os dará”..., aunque el mundo quede al revés, como sucede con Tirian; ahora es él quien viaja en sueños a Londres, donde están reunidos sus amigos, o los amigos de sus antepasados, que son los amigos de Narnia.

Ya esto nos habla de fin. La hora, la hora se acerca. Y el mundo (Narnia) camina hacia su origen (Inglaterra), mientras Inglaterra (los amigos de Narnia) se encaminan hacia Narnia..., al encuentro decisivo e iluminador de los dos mundos, que no eran más que el
resplandor
de sus mundos hasta que traspasaron el umbral de la gran pequeña puerta.

Narnia es el país de lo extraordinario. Y en Narnia todo adquiere sentido, porque Narnia es el camino de la fe.

Otro
sentido, el
verdadero
sentido, el sentido
definitivo.

¿Para qué darle más vueltas a las cosas? ¿Y por qué no dar, mejor, nuestro brazo a torcer?

En la naturaleza silenciosa late la presencia soterrada de la vida..., salvo cuando “la melancolía y el temor reinan en Narnia”.

Sombrío. ¿Han visto, por casualidad, a algún creyente (en algo, en alguien, en cualquier cosa) que permanezca MUDO? Su alegría, la de depositar su confianza en otro lado, la de darle crédito —qué alivio, Dios, qué inmenso alivio— es infinita. Y claro: el descubrimiento de lo falso imposibilita la creencia en lo verdadero. El burro... y Aslan.

“Recuerda que todos los mundos llegan a su fin y que una muerte noble es un tesoro que nadie es tan pobre que no pueda comprar”. Tu nobleza, Centauro: el mundo está amoblado por tu nobleza (con segunda venia de Huidobro). Y por tu agorera sabiduría de vate. Que si Edipo le hubiera hecho caso a Tiresias, o a Layo, el padre de Edipo, otro gallo le hubiera cantado. Pero la ceguera y la soledad eran su destino, como la muerte y el paso a la otra vida son, cómo no, el destino de Narnia.

Apocalipsis now. El fin del mundo, por la puerta por la que todos caben, el juicio final, unos a la izquierda, otros a la derecha y más arriba y más adentro. ¡Al corazón del corazón, al núcleo del núcleo del amor! Por siempre. Porque llegó la hora. El
Tiempo,
dice Aslan, y viene la escena donde los elementos se juntan, un Génesis invertido de cara hacia la nada, pero de espeluznante fuerza poética, cósmica y caótica a la vez. Magnífica.

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