La última batalla (8 page)

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Authors: C.S. Lewis

—¡Miren! —exclamó Tirian, empujando a Cándido adelante hacia la luz—. Todo ha sido una mentira. Aslan
no
ha venido a Narnia. Ustedes han sido engañados por el Mono. Esto es lo que hizo salir del establo para mostrarles. Mírenlo.

Lo que vieron los Enanos, ahora que tenían la oportunidad de verlo de cerca, fue ciertamente suficiente para hacerlos preguntarse cómo se habían dejado pasar gato por liebre. La piel de león se había ido soltando mucho más durante el largo cautiverio de Cándido en el establo y se le había torcido en el viaje a través del bosque oscuro. La mayor parte se hallaba hecha un gran bulto encima de un hombro. La cabeza, fuera de que había sido empujada hacia un lado, se había no sé cómo ido para atrás, de manera que todos podían ahora ver su tonta y dulce cara de burro mirando por debajo de ella. Le colgaban unas hebras de pasto de un lado de la boca, que había ido mordisqueando calladamente mientras lo traían. Y musitaba: “No fue mi culpa, yo no soy listo. Nunca
dije
que lo fuera”.

Por un segundo los Enanos contemplaron a Cándido con la boca abierta y de pronto uno de los soldados dijo duramente:

—¡Tú estás loco, oh, mi Amo! ¿Qué les estás diciendo a los esclavos?

Y el otro dijo: “¿Y quién eres tú?” Ninguna de las dos lanzas saludaban ya, ambas estaban vueltas hacia abajo y listas para entrar en acción.

—Dame la contraseña —dijo el soldado jefe.

—Esta es mi contraseña —dijo el Rey, desenvainando su espada—.
“La luz está alboreando, la mentira ha sido descubierta”. Y
ahora, en guardia, bellacos, pues soy Tirian de Narnia.

Embistió al soldado jefe como un relámpago. Eustaquio, que había sacado su espada cuando vio que el Rey sacaba la suya, se precipitó contra el otro, con la cara muy pálida, pero yo no lo culparía por eso. Y tuvo la suerte que a veces tienen los principiantes. Se le olvidó todo lo que Tirian había tratado de enseñarle esa tarde, tiró estocadas salvajemente (a decir verdad, no estoy seguro que no lo haya hecho con los ojos cerrados) y de repente se encontró, para su gran sorpresa, con que el calormene yacía muerto a sus pies. Y aunque fue un gran alivio, a la vez fue bastante espantoso. La pelea del Rey duró un par de segundos más, y luego él también mató a su hombre y le gritó a Eustaquio: “Cuidado con los otros dos”.

Pero los Enanos habían acabado con los dos calormenes restantes. No quedaba ni un solo enemigo.

—¡Le asestaste un buen golpe, Eustaquio! —gritó Tirian, palmoteando su espalda—. Y ahora, Enanos, sois libres. Mañana os llevaré a liberar a toda Narnia. ¡Tres vivas por Aslan!

Pero no tuvo ningún eco. Hubo un débil intento de parte de unos pocos Enanos (unos cinco) que se extinguió de inmediato; de parte de varios otros sólo hubo malhumorados gruñidos. La mayoría no dijo nada.

—¿No entienden? —dijo Jill con impaciencia—. ¿Qué pasa con ustedes, Enanos? ¿No oyeron lo que dijo el Rey? Se acabó. El Mono no va a gobernar a Narnia nunca más. Todos pueden volver a su vida de antes. Pueden divertirse otra vez. ¿No están contentos?

Después de una pausa de cerca de un minuto, un Enano no muy buenmozo, de pelo y barba negros como el hollín, dijo:

—¿Y quién eres tú, señorita?

—Soy Jill —repuso ella—. La misma Jill que rescató al Rey Rilian de su encantamiento, y este es Eustaquio, que hizo lo mismo, y hemos vuelto de otro mundo después de cientos de años. Aslan nos envió.

Los Enanos se miraron unos a otros, con risitas; risitas burlonas, no de alegría.

—Bueno —dijo el Enano Negro (cuyo nombre era Griffle)—, yo no sé qué pensarán ustedes, muchachos, pero lo que es yo, creo que he oído suficiente de Aslan para el resto de mi vida.

—Así es, así es —gruñeron los otros Enanos—. Todo esto es un engaño, un condenado engaño.

—¿Qué quieren decir? —protestó Tirian.

No se había puesto pálido cuando luchaba, pero lo estaba ahora. Se había imaginado que este sería un bello momento, pero se iba convirtiendo en algo parecido a una pesadilla.

—Debes creer que somos condenadamente blandos de cabeza —dijo Griffle—. Nos engañaron una vez y ahora pretendes engañarnos de nuevo al minuto siguiente. ¡No necesitamos más esos cuentos sobre Aslan, ves! ¡Míralo! ¡Un borrico viejo de orejas largas!

—Por todos los cielos, me van a volver loco —dijo Tirian—. ¿Quién de nosotros ha dicho que
eso
sea Aslan?

Esa es la imitación que ha hecho el Mono del verdadero Aslan. ¿No lo pueden entender?

—¡Y tú tendrás una imitación mejor, supongo! —exclamó Griffle—. No, gracias. Nos han hecho tontos una vez y no nos harán tontos de nuevo.

—Yo no —dijo Tirian, airadamente—, yo sirvo al verdadero Aslan.

—¿Dónde está? ¿Quién es? ¡Muéstralo! —dijeron varios Enanos.

—¿Creen que lo llevo en mi cartera, necios? —exclamó Tirian—. ¿Quién soy yo para hacer aparecer a Aslan a mi antojo? El no es un león domesticado.

En el momento en que estas palabras salieron de sus labios comprendió que había dado un paso en falso. Los Enanos empezaron inmediatamente a repetir “no es un león domesticado, no es un león domesticado”, con un burlesco sonsonete.

—Eso era lo que decían siempre los del otro grupo —dijo uno.

—¿Quieren decir que no creen en el verdadero Aslan? —preguntó Jill—. Pero si yo lo he visto. Y él nos envió a nosotros dos desde otro mundo.

—¡Ah! —dijo Griffle, con una amplia sonrisa—. Eso es lo que

dices. Te han enseñado muy bien tu parte. Estás dando tu lección, ¿no es cierto?

—¡Patán! —gritó Tirian—, ¿le das un mentís a una dama en su propia cara?

—Sé más cortés, señor —replicó el Enano—. No creo que queramos más reyes..., si es que
eres
Tirian, porque no te pareces a él, así como tampoco queremos más Aslan. Nos vamos a cuidar solos de ahora en adelante y no reconoceremos a nadie como amo. ¿Entiendes?

—Tiene razón —dijeron los otros Enanos—. Nos mandamos solos ahora. Se acabó Aslan, se acabaron los reyes, se acabaron los estúpidos cuentos de otros mundos. Los Enanos con los Enanos.

Y comenzaron a formar filas y a prepararse para marchar de regreso al lugar, cualquiera sea, de donde venían.

—¡Bestiezuelas! —exclamó Eustaquio—. ¿Ni siquiera van a dar las gracias por haberlos salvado de las minas de sal?

—¡Oh!, ya sabemos todo eso —repuso Griffle por encima del hombro—. Ustedes querían utilizarnos, por eso nos rescataron. Están jugando su propio juego, ustedes. Vámonos, muchachos.

Y los Enanos rompieron a cantar su curiosa cancioncita de marcha que sigue el ritmo del tambor, y se perdieron con sus pasos pesados en la oscuridad.

Tirian y sus amigos se quedaron mirándolos. Luego él dijo una sola palabra: “Vamos”, y continuaron su viaje.

Era un grupo silencioso. Cándido creía que aún estaba en desgracia, y además no entendía realmente muy bien lo que había pasado. Jill, fuera de estar disgustada con los Enanos, estaba muy impresionada con la victoria de Eustaquio sobre el calormene y se sentía algo avergonzada. En lo que respecta a Eustaquio, su corazón latía aún aceleradamente. Tirian y Alhaja caminaban tristemente a la retaguardia. El Rey posaba su brazo sobre el hombro del Unicornio y a veces el Unicornio acariciaba la mejilla del Rey con su suave nariz. No trataron de consolarse mutuamente con palabras. No era muy fácil pensar qué decir que pudiera servir de consuelo. Tirian no soñó jamás que uno de los resultados del engaño del Mono al fabricar un falso Aslan sería impedir que la gente creyera en el verdadero. Se había convencido de que los Enanos se pondrían de su lado en cuanto les demostrara que habían sido burlados. Y entonces a la noche siguiente los habría conducido al Cerro del Establo y les habría mostrado a Cándido a todas las criaturas y todos se habrían vuelto contra el Mono y, tal vez luego de una gresca con los calormenes, se habría terminado todo el asunto. Pero ahora parecía que no podía contar con nadie. ¿Cuántos otros narnianos irían a reaccionar como los Enanos?

—Alguien nos sigue, me parece —dijo Cándido de repente.

Se detuvieron. Era cierto, se escuchaba un tamtam de pasitos tras ellos.

—¡Quién va allí! —gritó el Rey.

—Soy sólo yo, Señor —repuso una voz—. Yo, el Enano Poggin. Acabo de arreglármelas para escapar de los demás. Yo estoy de tu lado, Señor, y del de Aslan. Si puedes poner una espada enana en mi puño, daré con gusto un buen golpe al lado tuyo antes de que todo haya terminado.

Todos se agruparon a su alrededor y le dieron la bienvenida y lo alabaron y lo felicitaron. Claro que un solo Enano no hacía gran diferencia, pero igualmente fue muy alentador tener siquiera uno. Todos se alegraron. Pero Jill y Eustaquio no se alegraron por mucho tiempo, porque se pusieron a bostezar hasta descarretillarse, demasiado cansados para pensar en otra cosa fuera de una cama.

Era la hora más fría de la noche, justo antes del amanecer, cuando llegaron de vuelta a la Torre. Si los hubiera esperado una cena preparada se la habrían comido con mucho gusto, pero ni pensar en la molestia y la demora de prepararla. Tomaron un poco de agua en un arroyo, se lavaron la cara, y se tendieron en sus literas, excepto Cándido y Alhaja, que dijeron que estarían más cómodos afuera. Quizás esto fue para mejor, pues un Unicornio y un Burro gordo y grande metidos adentro de la casa dan siempre la impresión de que una pieza está demasiado llena de gente.

Los Enanos narnianos, aunque su estatura sólo alcanza a un metro y veinte centímetros, son para su tamaño casi los más robustos y fuertes de todas las criaturas, de modo que Poggin, a pesar de un día tan pesado y una noche corta, despertó completamente descansado y antes que cualquiera de los demás. Al instante tomó el arco de Jill, salió y cazó un par de palomas torcaces. Luego se sentó en los peldaños de la puerta a desplumarlas y a charlar con Alhaja y Cándido. Cándido se veía, y se sentía, muchísimo mejor esta mañana. Alhaja, por ser un Unicornio y por lo tanto uno de los animales más nobles y delicados, fue muy bondadoso con él, hablándole de cosas de esas que los dos podían entender, como pasto y azúcar y el cuidado de los cascos. Cuando Jill y Eustaquio salieron de la Torre bostezando y restregándose los ojos a eso de las diez y media, el Enano les mostró dónde podían recoger gran cantidad de una hierba narniana llamada Fresney Silvestre, que se parece algo a nuestra acederilla, pero de mucho mejor sabor cuando está cocida. (Se necesita un poco de mantequilla y pimienta para que quede perfecta, pero ellos no tenían nada de eso.) De manera que con esto y aquello, tuvieron los ingredientes para un magnífico guiso para su desayuno o cena, como prefieras llamarlo. Tirian se adentró un poco más en el bosque con un hacha y trajo algunas ramas para leña. Mientras se cocía la comida, lo que les pareció un tiempo larguísimo, en especial cuando comenzó a oler cada vez más apetitosa a medida que iba cocinándose, el Rey encontró un equipo completo de enano para Poggin: cota de malla, casco, escudo, espada, cinturón y puñal. Después examinó la espada de Eustaquio y se encontró con que Eustaquio la había vuelto a poner en su vaina toda sucia después de matar al calormene. Fue reprendido por eso y obligado a limpiarla y pulirla.

Todo esto sucedía en tanto Jill iba y venía, a veces revolviendo la olla y a veces mirando con envidia al Burro y al Unicornio que pastaban muy satisfechos. ¡Cuántas veces en aquella mañana deseó poder comer pasto!

Pero cuando la comida estuvo lista, pensaron que había valido la pena esperarla, y hubo repetición para todos. Una vez que hubieron comido hasta hartarse, los tres humanos y el Enano fueron a sentarse en el umbral de la puerta, los de cuatro patas se echaron frente a ellos, el Enano (con el permiso de Jill y de Tirian) encendió su pipa, y el Rey dijo:

—Me parece, amigo Poggin, que tú tienes más noticias sobre el enemigo que yo. Dinos todo lo que sepas. Y antes que nada, ¿qué historia cuentan sobre mi fuga?

—Un cuento tan ingenioso, Señor, como jamás se había inventado —respondió Poggin—. Fue el Gato Jengibre el que lo contó y es bien probable que él lo inventó también. Este Jengibre, Señor, ¡oh! , ese es un pícaro como jamás lo fue gato alguno, dijo que había pasado cerca del árbol a que esos villanos ataron a Su Majestad. Y dijo (con tu permiso) que tú aullabas y jurabas y maldecías a Aslan; “un lenguaje que no me gustaría repetir”, fueron sus palabras, y siempre con ese aspecto tan remilgado y formal, ya sabes, que puede adoptar un gato cuando quiere. Y después, dijo Jengibre, el propio Aslan se apareció de repente en el resplandor de un relámpago y se tragó a Su Majestad de un solo bocado. Todas las Bestias temblaron al oír esta historia y algunos se desmayaron ahí mismo. Y, por supuesto, el Mono le siguió la corriente. “Ahí tienen”, decía, “vean lo que hace Aslan a quienes no lo respetan. Que les sirva de advertencia”. Y las pobres criaturas gemían y se quejaban y decían: “sí nos servirá, sí nos servirá”. De modo que al fin y al cabo la fuga de Su Majestad no los ha obligado a pensar si tienes aún amigos leales que te ayuden, sino que solamente les ha producido más temor y más obediencia al Mono.

—¡Qué actitud diabólica! —exclamó Tirian—. Entonces este Jengibre piensa igual que el Mono.

—Ahora se trata más bien, Señor, de saber si el Mono
piensa
—replicó el Enano—. El Mono se ha puesto a beber, ¿entiendes? En mi opinión la conspiración la están manejando principalmente Jengibre o Rishda, el capitán calormene. Y creo que fueron unas palabras que Jengibre propaló entre los Enanos las principales culpables de la vil réplica que te dieron. Y te diré por qué. Una de esas espantosas asambleas acababa de terminar antenoche y ya había andado un buen trecho de camino a casa cuando me di cuenta de que había dejado olvidada mi pipa. Era una muy buena, una de mis viejas pipas favoritas, así que volví a buscarla. Mas antes de llegar al lugar donde había estado sentado (estaba negro como boca de lobo ahí), escuché una voz de gato que decía
Miau
y una voz de calormene que decía “aquí..., habla despacio”, y me quedé inmóvil como si estuviera congelado. Y estos dos eran Jengibre y Rishda Tarkaan, como lo llaman. “Noble Tarkaan”, dijo el Gato con esa voz sedosa que tiene. “Sólo quería saber con exactitud lo que ambos teníamos en la mente hoy acerca de que Aslan no significa
más
que Tash”. “Sin duda, tú, el más sagaz de los gatos”, dijo el otro, “has percibido lo que yo quería decir”. “Quieres decir”, dijo Jengibre, “que no existen tales personas, ninguna de las dos”. “Todos los seres cultos lo saben”, dijo el Tarkaan. “Entonces podemos entendernos”, ronroneó el Gato. “¿También tú, igual que yo, te estás cansando un tanto del Mono?”“Un bruto estúpido y codicioso”, dijo el otro, “pero hemos de utilizarlo por ahora. Tú y yo dispondremos todo sin que nadie sepa y haremos al Mono cumplir nuestra voluntad”. “Y sería mejor, ¿no es cierto?”, dijo Jengibre, “permitir a los narnianos más cultos participar en nuestros consejos: uno a uno, a medida que los hallemos aptos. Porque las Bestias que creen de verdad en Aslan podrían recobrar la fe en cualquier momento: y lo harán, si el Mono tontamente traiciona su secreto. Pero aquellos a quienes no les importa ni Aslan ni Tash, sino que sólo tienen interés en su propio provecho y en la recompensa que les dará el Tisroc cuando Narnia sea una provincia calormene, serán firmes”. “Excelente, Gato”, dijo el capitán. “Pero escógelos con mucho cuidado”.

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