—Sí. Bueno, he oído hablar de ella. ¿También ha muerto? —inquirió en tono resignado.
—No lo sé con seguridad —admitió Coril—, pero creo que vi su espada hace un rato. Era una espada antigua con una gran piedra dorada incrustada. La tenía un muchacho que me dijo que la había ganado en una partida.
El rostro de Shalar Simgulphin expresó alivio.
—Me apostaría cualquier cosa a que el muchacho que viste era la misma Arilyn Hojaluna. Es una maestra del disfraz.
—¿De veras? —Coril reflexionó un momento—. Bueno, eso está bien. Es una medida prudente viajar disfrazada, especialmente si tiene previsto quedarse en El Dragón Borrachín.
—¿Eh?
—Tengo entendido que mañana se celebrará aquí una reunión secreta para hablar del asesino.
—Estás bien informado.
—Varios Arpistas se alojarán aquí esta noche —explicó Coril—. Si el asesino quisiera atacar de nuevo, éste sería un lugar adecuado para ello.
Shalar se mostró de acuerdo.
—Es demasiado tarde ya para avisar a los soldados, pero lo intentaré. Al menos los Arpistas deberían estar advertidos y mantenerse alerta. —El bardo recorrió la sala con la mirada.
»Veo a la druida Suzonia, a Finola de Callidyr, a un explorador de los Valles, creo que se llama Patrin, y a su compañero, Cal, que creo que no es Arpista. ¿Hay más?
Arilyn escuchó con creciente horror los nombres que Coril iba añadiendo a la lista. Había al menos seis Arpistas en la taberna. Era muy extraño que se juntaran tantos en el mismo lugar. Así reunidos eran un objetivo más fácil que un pececillo en una jarra de cerveza.
¡Qué estúpida había sido! Ella había ido dejando pistas al asesino cuando, probablemente, la seguía como su sombra y se reía de sus lamentables esfuerzos. Arilyn creía que había tomado suficientes precauciones para proteger a Loene y Elliot, pero ahora Elliot estaba muerto. Si el asesino podía seguirla incluso cuando era invisible, seguramente sus disfraces no lo engañaban ni por un segundo. ¿Se burlaría de ella matando a todos los Arpistas presentes en El Dragón Borrachín?
Bruscamente, Arilyn se levantó. Si no podía enfrentarse cara a cara con el asesino al menos lo alejaría de allí. Al acercarse a la puerta, Danilo le agarró el dobladillo del tabardo, diciéndole:
—Perdonadme, dama de Mielikki. ¿Habéis acabado ya aquí?
A Arilyn le costó concentrar la mirada en el pisaverde. Danilo ya iba por la segunda copa de zzar y tenía a la exuberante camarera sentada en el regazo.
—Me marcho —anunció la semielfa con brusquedad—. Tú puedes quedarte y seguir divirtiéndote.
Pero Danilo se sacó gentilmente de encima a la camarera y se puso en pie.
—No quiero divertirme. Voy contigo. —El noble hizo una mueca—. Oh, querida. No he sido muy amable, ¿verdad? Lo que quería decir es que...
—Déjalo —dijo Arilyn, distraída—. Me marcho de Aguas Profundas esta misma noche. Ahora. Si piensas venir conmigo será mejor que te des prisa.
Danilo le lanzó una mirada penetrante.
—No hablas sólo conmigo, ¿verdad? —preguntó en voz baja.
Arilyn le dirigió una mirada de advertencia y empujó la puerta de El Dragón Borrachín, apenas consciente de que Danilo la seguía. Fuera, en la calle, los faroleros encendían las luces. Dentro del cerco de luz había dos hombres con el uniforme negro y gris de la guardia de Aguas Profundas. Uno de ellos, que llevaba un colgante en forma de unicornio que lo identificaba como devoto de Mielikki, saludó a Arilyn respetuosamente. Ella lo saludó a su vez con una inclinación de cabeza, pero de pronto se quedó muy quieta y la mano se quedó paralizada en medio de una bendición.
Había reconocido a los hombres: Clion era un encantador rufián de pelo bermejo de dedos tan largos como la lengua, y el otro, Raymid de Voonlar, era como su sombra. Casi quince años antes, cuando aquellos hombres no eran más que unos pipiolos que acababan de abandonar el nido, Arilyn viajó con ellos en una compañía de aventureros. Impresionada por sus talentos, un tiempo después la semielfa los presentó a Kymil Nimesin, y ambos se entrenaron con el elfo en la Academia de Armas de Aguas Profundas.
Su presencia proporcionó un poco de tranquilidad a la acongojada semielfa.
—Me alegro de que la guardia esté aquí —dijo a Clion—. Varios Arpistas se alojan en esta taberna, y temo que estén en peligro.
Los soldados intercambiaron miradas de preocupación.
—¿Te refieres al asesino de Arpistas? —preguntó Raymid. La «sacerdotisa» asintió.
—Comunicaremos tus temores a nuestro capitán —le aseguró Clion—, y él enviará a alguien.
—¿Enviará? ¿No podéis quedaros vosotros dos? —inquirió Arilyn.
—No. Esta noche se celebra el funeral de Rhys Alacuervo, y nosotros formamos parte de la guardia de honor —le explicó Clion.
Arilyn sabía que no era una práctica habitual que la guardia de la ciudad participara en un funeral. Si la guardia también buscaba al asesino quizá sus antiguos camaradas podrían darle alguna información que le ayudara en su propia búsqueda.
—Una noche muy triste —comentó la semielfa—. Aguas Profundas hace bien en honrar a tan espléndido bardo. Espero que su asesino ya esté entre rejas.
—No se nos permite hablar de ese tema, señora —respondió Clion en tono severo y oficial.
Arilyn ahogó un suspiro. No podía perder tiempo con aquellas formalidades. Probablemente podría averiguar más cosas si sabían quién era ella, y aún más si los pillaba con la guardia baja.
—Clion, me sorprende que me hayas olvidado tan pronto —lo reprendió, ladeando la cabeza y esbozando una sonrisa coqueta—. Tú, que en otro tiempo te declarabas admirador de mis encantos.
La expresión de asombro en el rostro del soldado fue casi cómica.
—¿Señora? —balbuceó.
—Ah, ya veo que soy una presuntuosa —dijo Arilyn con un profundo suspiro—. ¡Un hombre como tú, que tiene todas las mujeres que quiere! No puedo esperar que las recuerdes a todas. —Entonces se volvió al otro hombre, que parecía disfrutar con el mal rato que estaba pasando su compañero, y le dijo—: Pero tú sí que me recuerdas, ¿verdad Raymid?
La sonrisa del hombre se borró de su cara, y estudió a la semielfa largamente antes de negar con la cabeza.
—Me resultas familiar pero...
—Tenemos un amigo en común —lo ayudó Arilyn—. Un maestro de armas.
—¡Arilyn! —exclamó Clion cuando al fin la reconoció.
—La misma que viste y calza —respondió la semielfa socarronamente—. Caramba, amigo, ya creía que me habías olvidado por completo.
—Eso es imposible —replicó Clion, dibujando una amplia sonrisa mientras se tocaba con un dedo la cicatriz de un corte que tenía en el dorso de la mano—. Tengo esto para recordarte. —Rápidamente recuperó la compostura y añadió—: También me recuerda que debo mantener las manos lejos de ciertas partes.
—Entonces no lamento haberte dado esa lección —dijo Arilyn—. Ya veo que has progresado; la guardia admite a muy pocos ex ladrones.
—¿Qué te trae aquí, y de esta guisa? —preguntó Raymid que nunca descuidaba el deber—. ¿O es que realmente te has hecho sacerdotisa? —Ambos hombres sonrieron al imaginárselo.
—¿Y cambiar también de raza? —Su voz adoptó un tono sombrío para explicar—: Busco al asesino de Arpistas, como vosotros. Tal vez podamos volver a trabajar juntos.
Clion negó con la cabeza.
—Créeme, Arilyn, ojalá pudiésemos decirte algo. Todo lo que sabemos es que debemos ir al funeral y vigilar. Nadie parece saber para quién o qué vamos a vigilar.
Una larga sombra cayó sobre la calle adoquinada sin que fuera precedida por el sonido de pasos. Raymid levantó la vista y dijo:
—Ah, bien. Aquí llega nuestro capitán.
Arilyn inspiró bruscamente, y Danilo la miró con curiosidad. El noble había seguido con gran interés la conversación y ahora se centró en el recién llegado.
El capitán de la guardia era un joven elfo que probablemente pronto llegaría al primer siglo de vida. Su tono de piel era dorado, tenía el pelo rubio oscuro y llevaba en la frente una cinta decorada con escritura elfa. El rostro era afilado, con pómulos salientes y una nariz aquilina. El cuerpo, alto y delgado, parecía tan grácil y flexible como un junco. Danilo se fijó en lo humanos que Arilyn e incluso Elaith Craulnober —que tenía sangre cien por cien elfa— se veían en comparación con el exótico elfo dorado. El capitán elfo se significaba mediante un comportamiento altanero en extremo. Su mirada reflejaba un absoluto desdén hacia los tres humanos.
Pero sus ojos de color negro obsidiana se suavizaron un tanto al posarse en la piel dorada de Arilyn y el tabardo de seda roja. La diosa de los Bosques era reverenciada por muchos elfos, además de humanos, y el elfo dorado se inclinó profundamente ante la sacerdotisa.
—Saludos, dama de Mielikki —dijo.
El hombre pelirrojo, a quien Arilyn había llamado Clion, rió por lo bajo ante el saludo del oficial.
—Me gustaría verlo. Capitán, permitidme que os presente a una vieja amiga nuestra: Arilyn Hojaluna, una de las mejores aventureras con las que Raymid y yo hayamos viajado. Arilyn, éste es Tintagel Ni'Tessine.
Con un ligero sobresalto Danilo recordó de pronto dónde había oído ese nombre. Tintagel Ni'Tessine era el elfo que había atormentado a Arilyn cuando ambos estudiaban en la Academia de Armas. Entonces miró a la semielfa y vio que se enfrentaba directamente a la furiosa mirada de Tintagel con expresión serena, aunque en sus ojos había un cierto recelo y tenía los labios muy tensos.
—Ya nos conocemos —dijo con voz tranquila.
El elfo dorado era la viva imagen de la indignación.
—¡Esto es una blasfemia! ¿Cómo te atreves a usurpar la identidad de una sacerdotisa de Mielikki, por no hablar de hacerte pasar por
tel'quessir
? —El dorado la miró de arriba abajo con desprecio—. Puedo comprender que desees ocultar tus verdaderos orígenes, pero aunque des un baño dorado a la escoria nunca será oro.
Los dos guardias escucharon la arenga del elfo boquiabiertos y perplejos. Danilo sentía el irresistible impulso de desenvainar la espada, pero algo en la expresión de Arilyn lo detuvo.
—Saludos, Tintagel —replicó la semielfa con total calma—. Debo admitir que también a mí me sorprende tu aspecto. Son pocos los miembros de tu raza que llevan ese uniforme.
El elfo entornó los ojos, y Danilo supuso que esas palabras, que a él le parecían inocuas, eran un insulto.
—Mi presencia en la guardia es sólo honoraria —explicó Tintagel, con voz y expresión algo defensivas.
—¿De veras? Aunque respeto profundamente a la guardia nunca hubiera pensado que tú pudieras considerar un honor pertenecer a ella.
—En su mayor parte, no es más que una bufonada —repuso Tintagel con rencor sin darse cuenta de que sus hombres fruncían el entrecejo por su comentario—. Alguien debe encargarse de que ponga un mínimo de orden en esta anárquica pila de tintineantes monedas que tú llamas ciudad.
—¿Y tú eres ese alguien? Qué afortunados somos todos los habitantes de Aguas Profundas —comentó Danilo divertido, hablando afectadamente. Las palabras del elfo contenían un cierto humor, involuntario. De hecho, Aguas Profundas era una ciudad bien gobernada en la que dominaba el orden y cuyas leyes se hacían respetar y se cumplían.
El elfo se fijó en Danilo, y rápidamente lo descartó. Entonces se dirigió a Arilyn:
—Mi padre murió con el corazón atravesado por una flecha en las montañas de Aguas Profundas. —Su mano fue a un lado y se cerró en torno al asta de flecha que le colgaba al cinto. Danilo entrevió una marca negra de extraña forma en la madera—. Yo he dedicado mi vida a vengar su muerte limpiando la ciudad de alimañas como las que mataron a Fenian Ni'Tessine —proclamó en tono sombrío.
—Una empresa muy noble, sí señor —dijo Danilo, siguiendo claramente la corriente al elfo—. Ahora, si no te importa, tenemos que irnos. —Con estas palabras, cogió el brazo de Arilyn y la condujo a los establos. La semielfa fue con él sin borrar la fría expresión cortés de la cara.
»Voy por los caballos —se ofreció Danilo.
Arilyn asintió distraídamente; sólo tenía ojos para el largo abrevadero de madera situado cerca de la puerta del establo. En un extremo había una bomba de mano. Arilyn agarró bruscamente un cubo vacío y se encaminó hacia la bomba. Una vez allí llenó el cubo de agua, hundió las manos en el líquido una y otra vez, y se restregó con fuerza la crema dorada de manos y cara. Después se arrancó el tabardo de seda a tirones, demasiado impaciente para esperar a que la ilusión se desvaneciera. La semielfa arrojó a un lado la prenda hecha jirones y recuperó orgullosa su identidad.
—Mucho mejor —dijo Danilo, y le tendió las riendas del caballo—. Ese matiz dorado no te sentaba nada bien y, a juzgar por el espécimen con el que nos acabamos de topar, los
tel'quessir
o como rayos se llamen son unos tipos francamente desagradables.
En contra de la opinión de Danilo, él y Arilyn abandonaron Aguas Profundas y cabalgaron en la noche. La brillante luna de otoño iluminaba su camino mientras se dirigían al sur por los acantilados que bordeaban el Espolón, una península de rocas y arena que se internaba en el mar y protegía la zona meridional del puerto de Aguas Profundas. A la brillante luz distinguían la rocosa línea de la costa situada abajo, y la muralla de la ciudad, al norte, que prometía seguridad. Pero, teniendo en cuenta los acontecimientos de los últimos tres días, era una promesa vacía, se dijo Danilo.
Durante su huida de Aguas Profundas había tenido mucho tiempo para pensar en tales cosas. Arilyn apenas había dicho nada mientras cabalgaban y, por una vez, Danilo la dejó en paz. Le había dado toda la distancia y soledad que necesitaba, lo que le permitiría pillarla con la guardia baja en el momento preciso. Esa noche forzaría un enfrentamiento.
No era algo que el noble tuviera ganas de hacer, pero si Arilyn y él pretendían encontrar al asesino de Arpistas deberían buscar en otra parte. La conversación con Elaith Craulnober había convencido a Danilo de que su tío Khelben tenía razón: la hoja de luna era la clave para descubrir al asesino. Ojalá pudiera revelar a Arilyn lo que sabía acerca de la historia de la espada, pero eso echaría abajo su fachada.
Puesto que la semielfa parecía muy distraída, Danilo se impuso la tarea de mantener los ojos y los oídos bien abiertos para advertir el peligro. Pese a que Aguas Profundas era llamada justamente la Ciudad de los Prodigios, había sido levantada en una tierra agreste y peligrosa. Algunos sureños maliciosos llamaban a aquella área «El Salvaje Norte» y no sin razón. Al norte y al oeste de Aguas Profundas se extendían feudos propiedad de nobles y ricas tierras de labranza, pero el camino hacia el sur conducía a territorio virgen. Cuando empezaron a encontrar la maleza y los pinos que marcaban el inicio del bosque de Ardeep, Arilyn frenó a su yegua.