—¿Qué otra cosa podría ser una marca como ésa?
—Sí, ¿qué otra cosa? —Arilyn dejó el dibujo al lado de la cajita—. ¿Estás completamente seguro de que no has visto nunca a este hombre?
Jannaxil cogió el dibujo y lo estudió.
—Humm... Ahora que lo pienso creo que me compró un libro hace algunos meses. Me lo cambió por otra cosa.
—¿Quizá por esta cajita?
El perista sonrió untuosamente y extendió los dedos de la mano sana como si quisiera decir: «Vale, me has pillado».
—Estos libros deben de ser muy caros —comentó Danilo, alzando la vista de un volumen miniado—. Dudo que hicieras un buen negocio.
—Se trata de una cajita verdaderamente excepcional —se defendió Jannaxil. Fue a cogerla, no sin antes pedir permiso a Arilyn alzando una ceja. La semielfa inclinó levemente la cabeza. El perista abrió la cajita, cogió un abundante pellizco de rapé y lo saboreó—. Ah. Es el mejor que he encontrado nunca. —A continuación sacó de un cajón un pergamino de gran tamaño, lo colocó sobre la mesa y volcó en él el resto del rapé, agitando la cajita para vaciarla por completo. Entonces cerró la tapa y se la tendió a Arilyn, diciéndole—: Coge un poco.
Curiosa, la semielfa medio abrió la cajita. Estaba llena a rebosar. Arilyn la volvió a dejar en la mesa.
—¿Veis? —El perista lanzó una mirada de triunfo a Danilo—. Es un objeto muy valioso. El encantamiento es muy poderoso.
—Tiene que serlo —replicó Arilyn—. Esta cajita pertenecía a la maga Perendra. —Jannaxil acogió esta información con fingida sorpresa—. Supongo que no tienes nada más de ella... otro intercambio...
—Es improbable. —El hombrecillo hizo una reflexiva pausa—. Claro que, como yo no sabía que la cajita había sido robada, es posible que otras pertenencias de la maga llegaran a mis manos. No lo sé. Recordad que mi negocio son los libros. Tal como el joven lord Thann ha señalado, muchos de mis libros son muy valiosos. De vez en cuando hago trueques, pues ya se sabe que los eruditos suelen tener los bolsillos vacíos. Después vendo al mejor precio posible las cosas que me dan.
—Qué raro, nunca hubiera dicho que Barth fuese un erudito —dijo Danilo suavemente.
—Incluso el más humilde de los hombres puede tener una gran sed de conocimientos —repuso hipócritamente el perista—. Yo he aprendido a no hacer caso de las apariencias.
—Una medida muy sabia, estoy seguro. —Danilo cogió un pequeño volumen encuadernado en piel y lo hojeó—. ¿En qué idioma está escrito?
—Túrmico. —Jannaxil miró con dureza al noble—. Ese libro no está en venta—. Danilo asintió agradablemente, dejó el libro y cogió otro.
—¿Cómo llegó la cajita de rapé a manos de ese hombre? —preguntó Arilyn.
—¿Quién sabe?
—Él nos dijo que se la había comprado a un elfo —intervino Danilo con voluntad de ayudar—. Fue algo realmente extraño —prosiguió el noble—. Murió cuando trataba de decirnos el nombre de ese elfo. —Dicho esto, se encogió de hombros y cogió un libro con la cubierta de madera finamente taraceada.
—¿Un elfo? —repitió el perista en un seco susurro.
—Sí, eso es lo que dijo. Barth tenía un socio —añadió Danilo, levantando la vista del libro—; un hombre llamado Hamit. El pobre hombre acabó con una daga en la espalda. —Los ojos de Jannaxil se abrieron mucho de puro pánico, y el noble pareció lamentar sus palabras—. Oh, lo siento. ¿Era amigo tuyo?
—No —se apresuró a negar el perista. Una luz prendió de repente en sus ojos, y su rostro adoptó una expresión taimada al bajar la mirada a la mano vendada—. La maga Perendra fue víctima del asesino de Arpistas, ¿verdad?
—Es posible —contestó Arilyn.
—¿Qué le pasará a ese asesino si lo encontráis?
Arilyn clavó la vista en Jannaxil, dejando que fuera él quien leyera la respuesta en su cara. El hombrecillo pareció intrigado, después su rostro redondo se nubló y posó la mirada en la mesa. Un momento después dijo en tono apagado:
—Me temo que no puedo ayudaros. Y ahora, si me perdonáis...
Murmurando palabras de agradecimiento, Arilyn se puso en pie. Danilo dejó el libro que había estado leyendo, se estiró perezosamente y salió de la tienda tras la semielfa.
—No le hemos sacado mucha cosa —refunfuñó la aventurera mientras caminaban por la calle de los Libros.
—Oh, yo no diría eso.
Algo en el petulante tono del dandi llamó la atención de Arilyn, que se detuvo de golpe.
—¿Qué le hemos sacado?
—Esto. —Danilo le mostró un libro encuadernado con simple piel marrón.
—¿Qué es eso?
—Su libro de cuentas.
Arilyn se quitó la gorra y se pasó una mano por el pelo.
—A ver si lo entiendo. ¿Le has robado el libro de cuentas?
—¿Por qué no? —contestó Danilo metiendo el libro en la bolsa—. ¿A quién va a quejarse? Le echaremos un vistazo mientras almorzamos. Cerca de aquí hay una taberna que tiene un pescado frito delicioso.
—Has corrido un riesgo estúpido.
—Estás enfadada porque no se te ocurrió a ti primero —repuso el noble con una sonrisa petulante.
—Es posible —admitió la semielfa—. ¿Cómo lo hiciste? No te vi sacarlo de la tienda —inquirió la aventurera, dejando que Danilo la guiara.
—Gracias —dijo éste, como si Arilyn acabara de felicitarlo—. Ah, aquí está la taberna: La Platija Sonriente, un nombre muy adecuado.
Danilo la hizo entrar en una pequeña sala ya atestada de personas e invadida por el acre olor de cerveza y pescado frito. Danilo pidió para los dos. El noble comió rápidamente, después se limpió los dedos de grasa y sacó el libro. Dentro había pulcras columnas llenas de una rebuscada escritura oriental.
—¿Sabes leerla? —inquirió Arilyn.
—Todavía no.
Danilo lanzó un simple sortilegio para comprender aquel lenguaje. Ante sus ojos las fluidas líneas de la página se corrieron y cambiaron, hasta ordenarse por sí mismas en Común.
—Mira por dónde —exclamó Danilo admirativamente—. ¡Ha funcionado!
—Estás lleno de sorpresas, ¿eh? —comentó Arilyn, observándolo atentamente.
—Sí, y algunas son incluso buenas, aunque no siempre —replicó Danilo. El noble fue pasando páginas, echándoles una fugaz mirada. Pocos instantes después levantó la vista y previno a Arilyn—: Me temo que esto no va a gustarte.
—¿Y bien?
Danilo deslizó el libro hacia su compañera y volvió a una página situada hacia la mitad.
—Mira esta entrada: Elaith Craulnober compró veinte zafiros sin tallar. —Avanzó unas cuantas páginas y señaló otra entrada—: Aquí aparece de nuevo su nombre, como vendedor de un libro de hechizos. Aquí adquirió una estatua de Cledwyll, y en esa fecha tenía muchas ganas de comprar. En la última página hay una anotación sobre una indagación que hizo Elaith Craulnober. —Danilo levantó la vista y buscó los ojos de Arilyn—. Parece que tu amigo es un cliente habitual.
—Eso no significa necesariamente que sea el elfo que buscamos —objetó Arilyn.
—No estés tan segura. —Danilo retrocedió varias páginas—. Ese día el perista recibió de Elaith Craulnober una remesa de monedas poco comunes, que fueron entregadas por un hombre llamado Hamit, a quien el perista extendió un recibo. ¿Puedo decir «ya te lo dije» o espero a que estés desarmada?
—Muy bien, muy bien, me has convencido —reconoció la semielfa—. Pero ¿cómo lo has hecho? Sabías en todo momento dónde buscar.
—La ventaja de tener la cabeza hueca, querida, es que puedes llenarla con un montón de cosas intrascendentes. Una de mis muchas cualidades es que poseo una memoria excelente.
—Pero...
—¡Ah! ¡Escucha esto! Yo diría que esto es definitivo. —El tono de Danilo era tan triunfante que Arilyn se sintió confusa. Cada vez más consternada escuchó a Danilo leer en voz alta la lista de objetos recibidos de Hamit, entre los que figuraba una cajita de rapé encantada. La semielfa se levantó de la mesa y arrojó unas cuantas monedas en pago por el pescado que no había comido.
—¿Adónde vas ahora? —inquirió el noble con voz de hastiada resignación.
—A ver a Elaith Craulnober.
Danilo pareció despertar de pronto; se levantó también él de un salto y siguió a la semielfa fuera de la taberna.
—Arilyn, no es una buena idea. No va a gustarle nada lo que vas a decirle, y te advierto que no lo llaman «la Serpiente» porque sí.
—A mí me han llamado cosas peores.
—¡Espera! —Danilo la agarró por un brazo y la obligó a darse la vuelta para mirarla a la cara—. Tengo una idea mejor. ¿Por qué no entregamos a Elaith a las autoridades?
—¿Y las pruebas?
—Bueno, ¿tal vez esos dos hombres, Barth y Hamit? —Danilo ya no estaba tan seguro—. Ambos fueron asesinados; uno por la magia y el otro con una daga.
Arilyn se desasió y echó a andar resueltamente hacia la calle de la Víbora.
—No hay nada que demuestre que Elaith Craulnober sea el responsable de esas muertes.
Danilo se llevó las manos a la cabeza.
—¿Qué necesitas para convencerte? ¿Una confesión firmada?
—¡Basta! —le espetó la aventurera apuntándolo con un dedo—. No tengo tiempo para discutir. Puedes acompañarme o quedarte aquí. Si tienes miedo, no vengas.
—Yo no tengo miedo de ese elfo —repuso el noble con desdén—. Pero no me gusta tener tratos con sinvergüenzas.
—Te recuerdo que vas con una supuesta asesina —señaló Arilyn.
—Ah, pero entre él y yo media un abismo, querida —repuso Danilo con una petulante sonrisa. Las enlustradas botas del aristócrata resonaban en los adoquines mientras su dueño trataba de seguir el ritmo de Arilyn sin dejar de hablar—. Son dos categorías diametralmente distintas: un asesino es pintoresco y, por tanto, casi respetable. En cualquier caso, esta aventura me dará para una canción muy interesante.
—Ya vuelve a salir el bardo —se burló ella.
—Sólo espero vivir lo suficiente para poder cantarla —comentó Danilo.
Aunque pronunciadas con ligereza, aquellas palabras contenían mucha verdad, y Arilyn se estremeció.
—Estás empeñado en devolverme mi sombra, cosa que te agradezco —le dijo—. Pero, por favor, no te sientas obligado a acompañarme.
—Pareces olvidar que también yo tengo interés en encontrar al asesino —le recordó Danilo—. Ya ha tratado de matarme una vez y podría ser de los persistentes.
—¿Huiste del asesino y ahora estás impaciente por enfrentarte con él?
—Lo cierto es que no —reconoció Danilo—. Pero espero estar cerca cuando tú lo cojas; seguro que será digno de verse. —Ante el desdeñoso resoplido de Arilyn, añadió—: Bueno, alguien tiene que registrar los hechos para las generaciones futuras. ¿Se te ocurre una manera mejor de hacerlo que una balada, o a alguien más apropiado que yo?
—Sí.
Por una vez las palabras de Arilyn parecieron atravesar la dura piel del noble. Con expresión ofendida Danilo enmudeció y dejó de protestar por lo que la semielfa se disponía a hacer. Rápidamente volvieron sobre sus pasos, en dirección a la calle de la Víbora, abriéndose paso entre la multitud y entre los vendedores y artistas ambulantes que proliferaban como setas después de un chaparrón de verano. Al llegar a la taberna de Elaith, vieron el nuevo letrero que colgaba encima de la entrada.
—La Daga Oculta, ¿eh? —murmuró Danilo—. Un nombre muy tranquilizador.
Arilyn no se molestó en responder. Atravesó la taberna —esta vez el enorme gorila de la entrada no trató de detenerla— y abrió de golpe la puerta que conducía al despacho del elfo. Elaith estaba sentado tras su mesa de trabajo, revisando lo que parecían ser facturas de cargamentos, y acogió a los intrusos con una mirada glacial. Pero, inmediatamente, cambió de cara y esbozó una sonrisa de bienvenida.
Sin decir ni media palabra, Arilyn arrojó la cajita de rapé sobre el escritorio. Elaith le echó un vistazo y dijo suavemente:
—Oh, por fin aparece. ¿Te importa si te pregunto de dónde la has sacado?
—¿Conoces a un tipo llamado Barth? —preguntó Arilyn.
—Sí. Tenía la sospecha de que Barth me la robó. Nada le gustaba más que el rapé y no le hacía ninguna gracia que su socio la vendiera. Supongo que está muerto.
—Del todo.
—Bien. Pagué una suma considerable por el hechizo que lo mató. Siempre tranquiliza saber que uno ha gastado bien el dinero.
Arilyn expulsó el aire profundamente, desconcertada por la confesión del elfo.
—Hiciste que lo hechizaran para que muriera si trataba de revelar tu nombre. ¿Por qué?
—Creía que era evidente, querida. A veces uno se ve obligado a emplear a tipos como Barth, pero no es conveniente que los demás se enteren.
—Hay que guardar las apariencias —apuntó Danilo sin ningún deje de sarcasmo, pero los otros no le prestaron ninguna atención.
—¿Por qué me seguía Barth? —quiso saber Arilyn.
—Es una historia muy larga. ¿No quieres sentarte?
—No.
—Como quieras. Tengo entendido que conoces a un hombre llamado Harvid Beornigarth.
—Más o menos —contestó la semielfa, que se irguió y se cruzó de brazos.
—En el pasado lo contraté a él y a sus hombres para resolver asuntos que no requerían de la diplomacia. Hace algunos meses lo oí despotricar contra una «moza elfa» que luchaba cogiendo la espada con ambas manos. Harvid juraba que te encontraría y te arreglaría las cuentas. Puesto que sentía curiosidad por saber más de ti, envié a uno de mis hombres con la banda de Harvid.
—A Barth.
—Sí.
Arilyn apoyó ambas manos encima del escritorio y se inclinó hacia adelante. Su rostro era amenazador.
—¿Por qué? —repitió.
Elaith se quedó silencioso unos momentos.
—Sólo conocía a una
etrielle
que luchara de ese modo. Pensé que podría tratarse de Z'beryl.
Arilyn retrocedió. Nada podría haberla preparado para aquella respuesta. Apenas se dio cuenta de que Danilo le rodeaba la cintura con un brazo y la conducía a una silla.
—Será mejor que me cuentes qué está pasando aquí —logró decir, aún aturdida.
Elaith Craulnober se levantó y anduvo hasta una ventana. Entonces entrelazó las manos de largos dedos a la espalda y miró con fijeza el callejón, como si las respuestas estuvieran escritas allí.
—Z'beryl y yo crecimos juntos en la isla de Siempre Unidos —dijo al fin—. Éramos parientes lejanos. Hace muchos años perdimos el contacto.
—Supongo que no tienes ninguna prueba de lo que dices —dijo Danilo, situado en su lugar habitual, detrás de Arilyn.