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Authors: Elaine Cunningham

Tags: #fantasía

La Venganza Elfa (23 page)

En una mesita flanqueada por dos cómodas sillas se veían tazas de humeante achicoria tostada. Danilo lanzó a su silla una mirada de pesar, pero insistió:

—No tengo demasiado tiempo. He dejado a Arilyn en casa de Loene, en la avenida de Aguas Profundas. Debo regresar antes de que noten mi ausencia.

—Como quieras. —Khelben tomó asiento y tomó una taza—. ¿Has averiguado algo sobre la identidad del asesino?

—Aún no. En Evereska Arilyn sorprendió a un rufián de Aguas Profundas siguiéndola, y en su poder halló una cajita de rapé con el símbolo de Perendra.

Khelben se atragantó con un sorbo de achicoria, y Danilo asintió con humor sombrío.

—En respuesta a tu próxima pregunta, sí, estoy seguro de que era el símbolo de Perendra. Ella fue una de las primeras víctimas, ¿verdad?

—Sí —contestó Khelben tan pronto como pudo hablar—. Pero, a diferencia de las últimas víctimas, ella no estaba marcada a fuego. Por tanto, es posible que su muerte no fuera obra del asesino que buscamos. ¿Admitió el crimen ese rufián?

—No. Según él, compró la caja a un elfo. Obviamente, le habían lanzado un hechizo para que muriera antes de revelar el nombre de ese villano. Creo que Arilyn tiene la intención de averiguar quién es.

—Bien. No te muevas de su lado. Pasemos al asunto de la espada. Dime todo lo que sabes.

Danilo, sentado en el borde de la silla, respiró hondo antes de lanzarse.

—Posee magia elfa, es muy antigua y fue forjada con un metal deslucido pero muy resistente que no conozco. Tiene runas grabadas a lo largo de la hoja y también de la vaina... espruar, creo, aunque una forma que nunca había visto. Hay una gran gema incrustada en la empuñadura y...

—¡Para! —exclamó Khelben. El rostro del hechicero reflejaba alarma cuando se inclinó hacia su sobrino, mirándolo de hito en hito—. ¿Hay un ópalo en la empuñadura? ¿Estás seguro?

—Es un topacio.

—¿Dijo Arilyn algo sobre ese topacio? —lo apremió Khelben.

—Pues sí. Me dijo que su maestro, Kymil Nimesin, lo había hecho colocar allí para equilibrar el arma.

—Ya veo. —El archimago se relajó—. Bien. No sabía que Arilyn había sido entrenada por Kymil Nimesin, pero no me extraña. Kymil es uno de los mejores maestros de armas de los Reinos y, además, trabaja para los Arpistas de vez en cuando. Continúa.

—La espada es capaz de atravesar metal y hueso como si cortara un melón. También es extraordinariamente rápida, aunque creo que eso se debe en gran parte a Arilyn. Según ella, no puede derramar sangre inocente, aunque no sé cómo determina exactamente la inocencia. También la advierte del peligro...

—¿Cómo?

—Reluce. También reluce a veces cuando Arilyn la desenvaina, pero otras veces no lo hace. No sé por qué.

—¿Y si otra persona tratara se desenvainarla?

—La dejaría más frita que un boquerón —replicó Danilo cansinamente.

—Naturalmente —musitó Khelben—. Después de todo, es una espada hereditaria. Espero que no lo averiguaras por experiencia personal —dijo enarcando una ceja hacia su sobrino.

—Desgraciadamente, así fue. Pero, por suerte, apenas la toqué.

Khelben soltó una risita por el gracioso tono de Danilo, pero enseguida se calmó.

—¿Algo más?

—Puede avisar a Arilyn del peligro enviándole un sueño.

—Interesante. Muy bien, ¿qué más?

Danilo le contó a su tío todo lo ocurrido, empezando con la posada cerca de Evereska y describiendo el misterioso ataque en La Casa del Buen Libar.

—Veneno —murmuró Khelben, visiblemente enojado por su propia falta de percepción—. Pues claro. ¿Por qué crees que el asesino te atacó? ¿Tienes razones para creer que sospecha de tu alianza con los Arpistas?

—No —repuso el joven, un tanto apesadumbrado—, pero sí de mi caballerosidad. Sólo había una cama, y la ocupaba yo. La alcoba estaba muy oscura, y supongo que el asesino creyó que un caballero dormiría en el suelo.

—Entiendo. ¿Ya estás bien?

—No tuvo tiempo de inocularme demasiado veneno. Si no quieres saber más, me gustaría hacerte unas preguntas rápidas. —Danilo sostuvo la mirada a Khelben e inquirió—: ¿A qué viene tanta preocupación por la espada de Arilyn? ¿Qué tiene que ver con el asesino?

—Es posible que no haya ninguna conexión —admitió Khelben—. Pero, dada la historia de la espada, no podemos descartarlo.

—Creo que ha llegado el momento de la lección de historia. Por diferentes razones tengo un interés personal en esto —dijo el joven noble en voz baja, pero mostrándole a Khelben la palma marcada—. Pero sé breve, te lo ruego.

El mago asintió.

—Sí, ya es hora de que lo sepas. —El hombre se pasó una mano por el cabello entrecano e inspiró profundamente.

«Antes de que tú nacieras los padres de Arilyn usaron involuntariamente la magia de la espada para abrir un portal entre estas montañas y el reino elfo de Siempre Unidos. Por desgracia, la puerta permaneció abierta, y lo único que pudimos hacer nosotros fue ocultarla y llevarla a otro lugar. Los elfos ordenaron a Z'beryl que desmontara la espada. El padre de Arilyn se marchó llevándose el ópalo mágico. Tal como está hoy la espada posee una poderosa magia, pero junto con el ópalo podría usarse para descubrir la puerta a Siempre Unidos.

»Así están las cosas. —Khelben concluyó su lacónica lección de historia con un suspiro—. Teníamos que saber si existe alguna posibilidad de que alguien conozca la existencia de la puerta y persiga a Arilyn por la espada.

—Ya veo —dijo Danilo, aunque todo lo que le había contado Khelben se le agolpaba en la cabeza. Teniendo en cuenta las legendarias riquezas que se suponían al reino elfo de Siempre Unidos, un portal abierto sería una invitación al saqueo. Los elfos de Siempre Unidos mantenían el reino cerrado a cal y canto a los extraños, y la isla estaba guardada por la poderosa flota elfa de la reina Amlaruil, por letales arrecifes de coral, por huestes de misteriosas criaturas marinas aliadas con los elfos, y por campos de energía que nunca se mantenían quietos, y que eran capaces de reducir una nave invasora a cenizas y espuma marina. En comparación con tales defensas, cualquier tipo de guardia que defendiera el portal mágico sería un pequeño obstáculo. Lo que mejor podía proteger el portal a Siempre Unidos era el secreto, ya que si se daba a conocer su existencia, el último baluarte elfo estaría en peligro y la misma supervivencia de la cada vez menos numerosa raza elfa amenazada. Danilo se preguntó cómo reaccionaría Arilyn si conociera la parte que desempeñaba en la salvaguarda del reino elfo.

—Por cierto —añadió Danilo—, ¿por qué no me dijiste que Arilyn era elfa?

—Medio elfa. Su padre era humano, bueno, más o menos —repuso Khelben—. Siempre que la veo se hace pasar por humana.

—Muy cierto. Cuando nos conocimos fingía ser una cortesana de Sembia. Un magnífico disfraz —recordó Danilo con una amplia sonrisa—. Sólo la reconocí por el anillo de Rafe Espuela de Plata y, lo creas o no, por tu retrato.

Khelben sonrió agriamente ante el cariñoso insulto de su sobrino.

—Esto me recuerda algo, según tu madre, a mi estimado cuñado no le ha hecho ni pizca de gracia que el «haragán» de su hijo se marchara con una «extravagante mujer de placer». Te recomiendo que hables con él cuando tengas tiempo.

—Otro sermón de mi querido padre. Sólo los dioses saben cómo le he decepcionado —comentó Danilo, arrastrando las palabras con tono displicente.

Khelben lanzó una penetrante mirada a su sobrino al percibir una nueva nota en su actuación.

—¿Estás pensando en dejarlo? —le preguntó.

—¿Dejar qué? ¿De decepcionarlo?

—No, de hacerte el tonto en servicio de los Arpistas.

Danilo se encogió de hombros.

—¿Qué opciones tengo?

—Siempre hay opciones —afirmó Khelben—. Si quieres, después de esta misión podrías darte a conocer. Eres un buen agente. Estoy seguro de que los Arpistas te acogerían con los brazos abiertos.

Danilo se levantó para marcharse, más pensativo de lo que Khelben lo había visto en toda su vida.

—Sabes, tío, es posible que te tome la palabra.

Danilo abandonó rápidamente la Torre de Báculo Oscuro a través de la puerta mágica, montó y se dirigió al galope a la mansión de Loene. En el este el sol empezaba a asomar tras los tejados de la ciudad, proyectando largas sombras en las calles aún silenciosas.

Una de esas sombras de pronto se movió y se puso a seguir a Danilo Thann hacia la avenida de Aguas Profundas.

Loene estaba acurrucada cómodamente entre los cojines de seda del sofá como si fuera un garito, calzada con chinelas. Arilyn nunca la había visto tan satisfecha.

—Una historia muy interesante —dijo.

—¿Era bueno ese jerez? —inquirió Arilyn secamente, echando una mirada a la licorera medio vacía colocada en la mesa que había entre el sofá de Loene y la silla más espartana que ella había elegido. La semielfa aún sostenía entre sus manos el primer vaso de jerez que se había servido y que apenas había tocado. El resto había sido consumido por su anfitriona, que era célebre por su capacidad para resistir el alcohol.

—Más que bueno —contestó la mujer levantando su cuarta copa en un brindis—. Para que tenga un final feliz.

—Bien dicho —convino con ella la semielfa, que se puso seria al pensar en lo que le esperaba.

Graves eligió aquel momento para asomar la cabeza en el estudio.

—¿Desayuno para dos, señora?

—¿Vas a quedarte? —Loene sonrió a Arilyn—. Te advierto que Graves prepara los mejores bollos de la ciudad.

Arilyn no quería demorar su búsqueda ni un momento más, pero también tenía que comer de vez en cuando.

—Sí, gracias, pero tendré que marcharme enseguida.

—Lo entiendo. Que sean tres —dijo al criado—, a no ser que nuestro invitado prefiera desayunar en la cama.

Graves enarcó las cejas y anunció:

—Nuestro invitado ya se ha marchado.

—¿Qué? —Arilyn se puso lentamente en pie—. ¿Danilo se ha marchado? ¿Estás seguro?

—Completamente —contestó Graves, que mostró un trozo de cuerda—. Se ha ido por la ventana, nada más y nada menos —masculló, sacudiendo la cabeza—. He dejado que ese pavo real se escapara delante de mis narices —se recriminó.

—Ese idiota... —estalló Arilyn descargando un puño en la mesita y abandonando indignada el estudio. Loene corrió a salvar la tambaleante licorera de jerez y enseguida siguió a Arilyn al vestíbulo, agarrando con fuerza la preciada botella de licor.

—Deja que se vaya —dijo a la semielfa al tiempo que trataba de contenerla colocándole una mano sobre un brazo.

Pero Arilyn se desasió.

—Está demasiado débil para viajar.

—Ni por asomo —bufó Loene—. Ese joven estaba completamente normal, si es que en su caso puede hablarse de normalidad.

Arilyn se quedó paralizada.

—No entiendo.

—Querida, anoche no tenía nada. No necesitaba esa poción. —Loene la miraba compasivamente.

—¿Cómo lo sabes?

—¿Necesitas preguntarlo? A diferencia de ti, a mí no se me caen los anillos por recurrir a los venenos de vez en cuando. Sé lo que circula por ahí y conozco los efectos y los síntomas.

—Pero le diste un antídoto —señaló Arilyn—. ¿Por qué?

—Era licor de albaricoque. Sospeché que tu amigo no había sido realmente envenenado, y su rápida recuperación demostró que estaba en lo cierto.

—¿Y qué me dices de esa marca hecha a fuego?

—Bueno, vale —concedió Loene—. Quizá recibió una pizca de veneno cuando lo marcaron, pero los efectos habían desaparecido por completo cuando llegó aquí. Tú estabas demasiado preocupada para darte cuenta.

Arilyn asintió lentamente. Tenía sentido. Danilo se sentía ansioso por ponerse a salvo. Y después, ¿qué mejor manera para asegurarse de que lo seguiría estando que escabullirse de ella y del asesino? Arilyn no lo culpaba, teniendo en cuenta el ataque a su vida la noche pasada. Pero ¿por qué se sentía traicionada?

—Es un cobarde —afirmó bullendo de indignación—. Me alegro de haberme librado de él.

—Seguro —replicó Loene, a quien la furia de Arilyn no engañaba—. Olvídalo y vamos a disfrutar de los incomparables bollos que hace Graves. Podemos regarlos con lo que queda de esto —añadió, agitando la licorera.

—Me temo que no puedo —replicó Arilyn—. Tengo que irme enseguida. Danilo Thann es una cotorra. Al atardecer toda la ciudad estará al tanto de esta historia. Si quiero encontrar al asesino debo darme prisa.

—¿Volverás para contarme en qué acaba la cosa?

—¿Acaso tengo elección?

—Qué bonito es que tus amigos te conozcan tan bien —comentó Loene, risueña. Tendió la licorera de jerez al siempre presente Graves y se acercó a Arilyn para despedirla al modo tradicional de los aventureros: apretándose los antebrazos—. Hasta que las espadas se crucen.

Arilyn repitió las palabras con aire ausente; su mente ya estaba concentrada en la búsqueda. Tan pronto como Loene la soltó, la semielfa sacó de la bolsa un diminuto tarro y un peine. Entonces se extendió por el rostro un ungüento oscuro que le dio el aspecto de estar tostada por el sol y se peinó el pelo sobre las orejas. Luego se llevó una mano a la empuñadura de la hoja de luna, cerró los ojos y se imaginó un mozuelo humano. Por la risita de Loene supo que la transformación era completa.

Era una simple ilusión. De pronto, la camisa y los pantalones le iban un poco más holgados y parecían estar hechos del burdo material que se solía utilizar para la ropa de trabajo de los muchachos en edad de crecer. Una arrugada gorra mantenía el pelo sobre las orejas y ocultaba sus ojos elfos, mientras que unos guantes de trabajo cubrían sus finas manos. El resto era cuestión de pose, movimiento y voz.

—Qué mozo tan apuesto —bromeó Loene—. Me haces desear tener diez años menos.

—¿Sólo diez? —preguntó Graves con un inusual destello de humor.

Arilyn sonrió sin ganas.

—Por favor, Loene, ve con cuidado. Una visita mía puede ser suficiente para atraer al asesino. Cuídate.

—Lo haré —prometió la mujer.

—Y yo también —se apresuró a añadir el criado en voz baja.

Los ojos de Arilyn y Graves se encontraron, y la semielfa inclinó la cabeza en gesto de agradecimiento, sabiendo que sus palabras no eran en vano. Con su rostro delgado y ascético, su cabello ralo y su elegante traje negro, Elliot Graves daba la imagen de un digno mayordomo. Pero, en realidad, se había criado en los bajos fondos y era un temible luchador, de los que no olvidan ni perdonan a sus enemigos en toda una vida. Su lealtad hacia Loene era inquebrantable y ni una veintena de dragones púrpura de Cormyr podrían protegerla mejor.

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