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Authors: Elaine Cunningham

Tags: #fantasía

La Venganza Elfa (36 page)

Danilo buscó en el índice, encontró una entrada con ese nombre y fue al pasaje en cuestión. Tras leerlo rápidamente, sonrió de oreja a oreja.

—¿Qué dice? —preguntó Arilyn, impaciente.

—Al parecer, Xenophor tuvo una pequeña diferencia de opinión con un dragón rojo, y la bestia trató de incinerarlo. El cronista cuenta que Xenophor salió indemne y que, por tanto, era inmune al fuego. —Regocijado, el noble propinó un codazo a la semielfa en las costillas, al tiempo que le recordaba—: ¿No te lo dije?

—Sigue leyendo.

—Aquí hay algo que quizás os interese —interrumpió Schoonlar, y entregó a Danilo un antiguo pergamino agrietado—. Es el linaje de la espada de Zoastria.

Danilo cogió el rollo y lo estiró cuidadosamente. Sobrecogida, Arilyn miró la elegante caligrafía. Tenía ante sus ojos los nombres de sus antepasados, elfos que también habían llevado la espada que ahora pendía de su cinto. La semielfa había crecido sin saber nada de su familia, y ahora el pergamino le ofrecía la herencia elfa que le había sido negada. Reverentemente acarició las runas con un dedo, recorriendo suavemente las finas líneas que conectaban a los elfos. Danilo le concedió un momento antes de proseguir.

—Aquí hay algo. Dice que Dar-Hadan, el padre de Zoastria, tenía más de mago que de guerrero, por lo que imbuyó a la espada con el fuego azul para advertir del peligro físico.

—Eso ya lo sabemos. Continúa.

Trabajaron todo el día y hasta bien entrada la noche, ayudados por el servicial Schoonlar. Así, poco a poco fue emergiendo una imagen fascinante; una saga de héroes elfos y cómo la espada mágica había ido adquiriendo nuevos poderes. Fueron siguiendo el ovillo hasta llegar a Thasitalia, una aventurera solitaria. Con ella la espada desarrolló la capacidad de advertir mediante sueños, de modo que la elfa podía dormir sola en el camino sin miedo a ser sorprendida. Basándose en la fecha del fallecimiento de Thasitalia, dedujeron que ella había sido la tía abuela que había pasado la espada a Amnestria. Pero en ningún libro se mencionaba a esta última.

—Pronto va a amanecer —gruñó Arilyn—, y no hemos averiguado nada que nos acerque al asesino de Arpistas. Ha sido una pérdida de tiempo.

—No del todo —repuso Danilo, estirándose lánguidamente—. Sabemos qué poder imbuyó a tu espada cada uno de los dueños que ha tenido, con la excepción de ti y de tu madre.

—Yo nunca podré añadir un nuevo poder mágico a la hoja de luna, porque falta el ópalo. Toda la magia se origina en él, y la espada la va absorbiendo gradualmente. No estoy segura de si mi madre añadió un poder... —La semielfa se interrumpió.

—¿Qué pasa? —inquirió un Danilo súbitamente alerta.

—La puerta elfa —dijo Arilyn en voz baja—. Tiene que ser eso.

—¿Cómo? —El noble parecía perplejo.

La semielfa desenvainó la espada y señaló la runa situada más cerca de la punta.

—En El Dragón Borrachín el mago Coril descifró esta runa: dice «puerta elfa». —El rostro de Arilyn se fue animando mientras daba golpecitos al antiguo pergamino desplegado ante ellos—. Aquí se detalla la historia de la hoja de luna desde que fue forjada hasta que llegó a manos de mi madre. Ha tenido siete dueños y conocemos siete poderes mágicos de la espada: es muy rápida, brilla para avisar que se aproxima peligro, avisa silenciosamente de un peligro ya presente, envía sueños de advertencia, protege del fuego, crea ilusiones en torno al poseedor y la sombra elfa. —Mientras enumeraba las diferentes capacidades, las marcaba con los dedos.

—Continúa —la apremió Danilo, contagiándose de su excitación.

—Mira la espada —dijo la semielfa en tono triunfante—. Hay ocho runas. La última, la puerta elfa, tiene que ser el poder que mi madre imbuyó a la espada. ¡Tiene que ser éste! —Arilyn se volvió hacia Schoonlar y le preguntó—: ¿Puedes comprobar si tenéis alguna información sobre algo llamado «puerta elfa»?

El ayudante hizo una inclinación de cabeza y se retiró. Regresó casi al instante profundamente turbado.

—Los archivos están precintados —anunció.

Arilyn y Danilo intercambiaron una mirada de preocupación.

—Bueno, ¿y quién puede desprecintarlos? —preguntó Danilo. Schoonlar vaciló, por lo que el noble añadió con voz persuasiva—: Seguro que no hará ningún mal que nos digas los nombres.

—No, supongo que no —admitió el hombre—. Las únicas personas que pueden abrir los archivos son la reina Amlaruil de Siempre Unidos, lord Erlan Duirsar de Evereska, Laeral la maga y Khelben Arunsun de Aguas Profundas.

El semblante de Arilyn se ensombreció.

—Lo sabía —dijo—. Khelben ya tiene todas las respuestas, ¿verdad?

—No me sorprendería que ya tuviera bastantes —admitió Danilo.

—¿Por qué nos mandó aquí?

—Como todas las personas aliadas con los Arpistas, a Khelben le gusta guardar secretos —explicó el noble—. Y también le gusta coleccionarlos. Si le falta alguna pieza del rompecabezas seguramente pensó que nosotros la encontraríamos.

—¿Cómo por ejemplo?

—Pues quién se esconde tras los asesinatos, supongo.

—Eso ya lo sé —afirmó Arilyn con tristeza.

—¿Ah sí? —Danilo se incorporó de repente.

—Estoy casi del todo segura. Pero no sé qué es la puerta elfa ni qué relación tiene con los asesinatos.

De pronto Danilo se quedó muy quieto.

—Bran Skorlsun —dijo al fin con voz queda—. Por todos los dioses, él tiene que ser la conexión. —El noble se levantó bruscamente—. Vamos. Tenemos que regresar a la torre de Báculo Oscuro. Inmediatamente.

17

Cuando sus pies pisaron de nuevo el suelo en la plaza del Bufón, Arilyn ya se había recuperado de su insólito acceso de docilidad. La semielfa salió de entre los dos robles negros gemelos que flanqueaban la puerta dimensional invisible, se volvió hacia Danilo y le bloqueó el paso.

—Justo antes de abandonar el alcázar de la Candela pronunciaste un nombre. ¿Quién es ese Bran Skorlsun y qué tiene que ver conmigo?

—Mi querida Arilyn —replicó Danilo con su afectada manera de hablar—, todavía no ha amanecido, ¿y tú quieres quedarte aquí y charlar? A mí no me gusta estar en las calles a esta hora. —El noble lanzó una mirada inquieta por encima del hombro de la semielfa hacia la plaza vacía—. Por los dioses, ¿es que el tío Khelben no conoce ninguna puerta dimensional en una calle más elegante?

Arilyn parpadeó, desconcertada por el súbito y radical cambio de comportamiento de su compañero.

—¿Pero qué mosca te ha picado ahora?

—Me parece que no te entiendo —repuso él con ligereza, tratando de pasar al lado de Arilyn. Pero ella no se movió.

—¿Quién rayos eres, Danilo Thann? ¿Qué hombre se esconde bajo esos terciopelos y esas joyas?

—Un hombre desnudo —respondió Danilo en tono de chanza—. Pero, por favor, si quieres comprobarlo por ti misma...

—¡Ya basta! —exclamó enfadada la semielfa—. ¿Por qué finges ser lo que no eres? Tú eres inteligente y un buen luchador, además de un prometedor y estudioso mago. ¡Ya no me trago que seas un estúpido y no permitiré que me trates como si yo lo fuera!

—No lo haré —contestó Danilo con gentileza.

—¿Ah no? ¡Entonces, déjate de tonterías y responde mi pregunta! ¿Quién es Bran Skorlsun?

—Muy bien. —El noble se inclinó hacia ella y habló lo más bajito que pudo—. Es el explorador Arpista del que nos habló Elaith Craulnober. Su misión consiste en encontrar Arpistas falsos o renegados.

—¿De veras? ¿Cómo has obtenido esa información? Tal vez tú también eres un agente Arpista.

—¿Yo, un Arpista? —Danilo retrocedió y se rió a carcajadas—. Mi querida muchacha, esta broma sería muy celebrada en determinados círculos.

—Entonces no te importará que lea esto. —Hábilmente Arilyn sacó del bolsillo de Danilo la nota que le había entregado Khelben Arunsun. Decía así—: «El alcázar de la Candela está protegido de la observación mágica. Sólo tienes que fingir lo justo para convencer a Arilyn.»

La semielfa alzó hacia Danilo unos ojos acusadores en los que relampagueaba la furia.

—Vamos, bardo, cántame una canción, una canción sobre un hombre con dos caras.

Antes de que Danilo pudiera replicar, un gato lanzó un agudo maullido de protesta en el callejón situado a sus espaldas, seguido por un juramento ahogado. Danilo lanzó una inquieta mirada hacia el oscuro callejón y luego miró la hoja de luna. La espada relucía con una suave luz azulada. El noble cogió a Arilyn por los hombros y le dio la vuelta con firmeza, instándola a avanzar.

—Hablaremos de eso más tarde —dijo en voz baja—. Creo que alguien nos acecha.

La semielfa se rió con sorna.

—Noticias frescas, lord Thann.

—Ha llegado tu hora, gris —gruñó una voz desde el callejón.

Olvidando el enfado, Arilyn giró sobre sus talones hacia el callejón, empuñando ya la espada. Harvid Beornigarth emergió de las sombras seguido de cerca por un par de sus matones. La luz de las farolas se reflejaba en la calva de Harvid y en su oxidada armadura. Si no hubiese sido por su descomunal corpulencia y su aire de confianza en sí mismo, su aspecto hubiera resultado más cómico que amenazante. El patán cruzó los brazos sobre su cota de malla oxidada y miró a la semielfa con maligna satisfacción.

—¿Ves? Ya te lo decía yo —murmuró Danilo—. ¿Por qué nadie me escucha nunca?

Arilyn fulminó con la mirada al enorme mercenario.

—¿Es que aún no has tenido suficiente? —le preguntó en tono de desprecio—. Ya deberías haber aprendido que no puedes ganarme.

El rostro del hombretón enrojeció de rabia y se llevó una mano al parche del ojo.

—Esta vez no podrás conmigo —juró Harvid, agitando su maza con púas hacia la semielfa.

—Pobre, parece que le cuesta aprender —comentó Danilo.

El ceño del mercenario se acentuó. Ladró una orden y dos rufianes más salieron del callejón.

Danilo lanzó un largo silbido.

—Cinco contra dos. Quizá debería haberme callado la boca.

Pero Arilyn se limitó a encogerse de hombros y sentenciar:

—Así es como luchan los cobardes.

El insulto de la semielfa acabó con la última pizca de control de Harvid Beornigarth. Con un bramido cargó contra ella como un buey enloquecido, blandiendo salvajemente la maza. Ágilmente Arilyn esquivó el golpe. El combate había empezado.

La furia que sentía Harvid imprimía velocidad y fuerza a la maza. Maldiciendo y rugiendo atacó una y otra vez a la semielfa. Su delgada rival se vio obligada a luchar a la defensiva y a concentrar todos sus esfuerzos en esquivar y parar las continuas arremetidas del mercenario.

Cuando le fue posible, echó una mirada a Danilo. El noble estaba en dificultades; los cuatro compinches de Harvid lo habían rodeado. Seguramente habían recibido instrucciones de su jefe de que le dejaran a Arilyn a él.

Un escalofrío de terror recorrió a la aventurera. Era consciente de que, aunque Danilo era hábil en el manejo clásico de la espada, no podría contener por mucho tiempo a cuatro avispados luchadores. Tendría que ayudarlo, y rápido.

Justo cuando pensaba esto, uno de los rufianes superó la guardia de Danilo. Una hoja chocó contra la empuñadura del arma del noble, adornada con piedras preciosas, se desvió y le abrió un profundo tajo en el antebrazo. La espada se le cayó de la mano y repiqueteó contra el suelo, y en la seda amarilla de la camisa surgió una brillante mancha roja. Uno de los matones sonrió ampliamente y dio un puntapié al arma para alejarla.

Una fría cólera se apoderó de Arilyn, la cual se transformó al instante en una vengadora elfa. Interrumpió el duelo con Harvid Beornigarth y se volvió contra los atacantes de Danilo. La hoja de luna acabó con el matón que tenía más cerca con sangrienta eficiencia. A continuación empujó violentamente a Danilo hacia el estrecho hueco entre los robles gemelos. Entonces giró sobre sus talones y se colocó entre el noble herido y desarmado y sus tres atacantes. Éstos avanzaron, y en la reluciente espada de Arilyn se reflejaron los primeros rayos del sol mientras mantenía a raya a los tres rufianes.

Harvid Beornigarth se había quedado solo y apartado después de que su presa lo dejara plantado, negándole la lucha. La maza le pendía a un costado, y la mandíbula le colgaba flácida sobre su doble papada. Durante unos momentos contempló la pelea con estupefacta expresión. Su único ojo se entrecerró y alzó la maza, presta para matar. Pero inmediatamente se dio cuenta de que no podría llegar hasta la semielfa sin golpear a sus propios hombres. No sería él quien se negara a sacrificar a sus hombres si la situación lo requería, pero entonces tendría que enfrentarse solo contra aquella furia elfa.

¡Maldita gris! Harvid se dejó caer sobre una caja allí tirada e hizo una larga e irritada inspiración. Entonces su cerebro decidió funcionar —cosa inaudita en él—, y el hombretón soltó aire pausadamente y se acomodó sobre la caja. Iba a contemplar el espectáculo cómodamente sentado. A decir verdad, Harvid Beornigarth no sentía el más mínimo deseo de reunirse con sus hombres en el reino de los muertos. Dejaría que la elfa gris se cansara y utilizara toda su temible cólera contra sus leales hombres. Todo lo que él quería era verla muerta. Si sus hombres no lo lograban al menos la cansarían. Una vez más, Harvid Beornigarth se llevó una mano al parche, y se dispuso a esperar a que le llegara la oportunidad.

Arilyn no pensaba ni en Harvid ni en sus posibles planes. Toda su voluntad y fuerza estaba volcada en la lucha contra los tres matones. Normalmente no le hubiera importado que fuesen tres contra una, pero apenas había dormido en las tres noches desde su llegada a Aguas Profundas. Se sentía casi exhausta, y los brazos le pesaban como si los moviera dentro del agua.

Uno de los hombres levantó el acero muy por encima de su cabeza y lo descargó sobre la semielfa. Mientras la aventurera paraba aquel golpe, otro de los hombres aprovechó que tenía el cuerpo desprotegido para lanzarle un ataque bajo con un cuchillo largo. Arilyn propinó una tremenda patada al brazo del hombre y el cuchillo salió volando. A continuación la hoja de luna le rebanó limpiamente el gaznate.

Pero la muerte de ese adversario costó cara a la semielfa. Uno de los dos matones que quedaban le descargó un golpe en el brazo derecho. Con gran esfuerzo la aventurera trató de olvidar el punzante dolor que sentía y fingió que se tambaleaba al tiempo que soltaba la hoja de luna al suelo. Los dos hombres se le acercaron, seguros de poder acabar fácilmente con la semielfa desarmada.

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