Authors: John Scalzi
»Damas y caballeros, volveremos a reunimos para un informe final antes de comenzar su entrenamiento. Hasta entonces, que se diviertan. No exagero cuando digo que, aunque la vida en las Fuerzas de Defensa Coloniales tiene sus recompensas, ésta puede ser la última vez que puedan sentirse completamente libres y descuidados respecto a sus cuerpos. Sugiero que empleen este tiempo con sabiduría y lo pasen lo mejor posible. Es todo; rompan filas.
* * *
Todos nos volvimos locos.
Empezamos, naturalmente, con el sexo. Todo el mundo lo hacía con todo el mundo, en más sitios de la nave de lo que tal vez sea sensato comentar. Durante el primer día, quedó claro que cualquier lugar un poco apartado iba a ser usado para joder con entusiasmo, así que aprendimos a tener el detalle de hacer un montón de ruido al movernos, y alertar de este modo a los que se divertían de que ibas de camino. En algún momento del segundo día se corrió la voz de que yo tenía un camarote para mí solo: me llovieron las súplicas para acceder a él. Me negué a todas. Nunca había dirigido una casa de mala reputación, y no iba a empezar entonces. Las únicas personas que iban a folletear en mi habitación éramos yo y mis invitadas.
Sólo hubo una. Y no fue Jesse sino Maggie, quien resultó que ya se había fijado en mí cuando era una pasa. Después de nuestra reunión con Higgee, más o menos se emboscó en mi puerta, cosa que me hizo preguntarme si ése era quizá el procedimiento estándar de las mujeres postcambiadas. Fuera como fuese, era muy divertida y, al menos en privado, nada tímida. Resultó que era catedrática de la facultad de Oberlin. Enseñaba filosofía de las religiones orientales y había escrito seis libros sobre el tema. Las cosas que descubre uno sobre la gente.
Los otros Vejestorios también se dedicaron a lo suyo. Jesse se emparejó con Harry después de nuestro lío inicial, mientras que Alan, Tom y Susan llegaron a un acuerdo con Thomas como eje. Menos mal que le gustaba comer, porque necesitó de todas sus fuerzas.
La ferocidad con la que los reclutas se dedicaron al sexo parece extraña vista desde fuera, pero tenía todo el sentido desde nuestra posición (ya fuera tumbados o apoyados). Coged a un grupo de personas que en general practican poco sexo debido a la falta de compañía o a la mala salud o el declive de la libido, metedlos dentro de cuerpos jóvenes, atractivos y enormemente funcionales, y luego lanzadlos al espacio, lejos de todo lo que han conocido y de todas las personas que han amado jamás. La combinación de esas tres cosas era una receta ideal para el sexo. Lo hacíamos porque podíamos, y porque nos ayudaba a vencer la soledad.
No es lo único que hicimos, naturalmente. Usar aquellos cuerpos nuevos y maravillosos sólo para el sexo habría sido como cantar una sola nota. Ya sabíamos que disponíamos de un físico nuevo y mejorado, pero entonces lo descubrimos de un modo sencillo y sorprendente. Harry y yo tuvimos que interrumpir una partida de ping-pong cuando quedó claro que ninguno de los dos iba a ganar… No porque ambos fuéramos incompetentes, sino porque nuestros reflejos y coordinación mano-ojo hacían casi imposible que la pelotita burlara al otro. Nos dedicamos a ello durante treinta minutos, y habríamos estado más tiempo si la pelotita que estábamos usando no se hubiera roto a consecuencia de ser golpeada a velocidades tan tremendas. Era ridículo. Era maravilloso.
Otros reclutas descubrieron lo mismo que nosotros de otras maneras. Al tercer día, formé parte de una multitud que miraba cómo dos reclutas estaban enzarzados en lo que era posiblemente la más encarnizada batalla de artes marciales de la historia: hacían cosas con sus cuerpos que simplemente no habrían sido posibles con la flexibilidad humana normal y la gravedad estándar. En un momento dado, uno de los hombres lanzó una patada que arrojó al otro al extremo opuesto de la habitación, y éste, en vez de caer convertido en un montón de huesos rotos, como sin duda me habría pasado a mí, dio una voltereta en el aire, se enderezó, y se lanzó de nuevo contra su oponente. Parecía un efecto especial. Pero real.
Después de la batalla, ambos hombres respiraron profundamente y se saludaron. Luego, los dos se abrazaron sosteniéndose, riendo y sollozando histéricamente al mismo tiempo. Era extraño, maravilloso y preocupante ser tan bueno como siempre quisiste ser en algo, y luego ser mejor todavía.
La gente también fue demasiado lejos, claro. Vi a una recluta saltar desde una elevada plataforma, tal vez porque suponía que podía volar o, al menos, aterrizar sin hacerse daño. Tengo entendido que se hizo polvo la pierna y el brazo derechos, la mandíbula, y que se rompió el cráneo. Sin embargo, todavía estaba viva después del salto, una situación que probablemente no se habría dado en la Tierra. Más impresionante, sin embargo, fue que volvió a la acción dos días más tarde, sin duda, debido más a la tecnología médica colonial que a los poderes recuperativos de aquella tonta mujer. Espero que alguien le dijera que no hiciera estupideces similares en el futuro.
Cuando la gente no jugaba con sus cuerpos, jugaba con sus mentes, o con sus CerebroAmigos, que era más o menos lo mismo. Mientras recorría la nave, a menudo veía reclutas sentados, con los ojos cerrados, asintiendo. Estaban escuchando música o viendo una película o algo por el estilo, y lo que veían en sus cerebros era para ellos solos. Yo también lo había hecho: mientras estudiaba los sistemas de la nave, me había encontrado con un recopilatorio de todos los dibujos animados de Looney Tunes existentes, tanto durante sus días clásicos de la Warner como después de que los personajes pasaran a dominio público. Me pasé horas una noche viendo al Coyote siendo aplastado y volando por los aires; finalmente tuve que dejarlo cuando Maggie me dijo que tenía que elegir entre ella y el Correcaminos. La elegí a ella. Podía tener al Correcaminos en cualquier otro momento, de todas formas. Había descargado todos los dibujos animados en Gilipollas.
«Cultivar la amistad» fue algo a lo que me dediqué bastante. Todos los Vejestorios sabíamos que nuestro grupo como mucho era temporal: simplemente éramos siete personas unidas al azar, en una situación que no tenía ninguna esperanza de permanencia. Pero nos hicimos amigos, y amigos íntimos además, en el corto período de tiempo que permanecimos juntos. No es exagerado decir que me hice tan íntimo de Thomas, Susan, Alan, Harry, Jesse y Maggie como de cualquiera de mis mejores amigos en la última mitad de mi vida «normal». Nos convertimos en una pandilla, y en una familia; hasta en las pequeñas rencillas y discusiones. Nos dábamos mutuamente alguien de quien ocuparnos, algo que necesitábamos en un universo que no sabía que existíamos y al que no le importábamos.
Establecimos lazos. Y lo hicimos incluso antes de que los científicos de las colonias nos instaran biológicamente a hacerlo. Y a medida que la
Henry Hudson
se acercaba a nuestro destino final, supe que iba a echarlos de menos.
* * *
—En esta sala ahora mismo hay mil veintidós reclutas —dijo el teniente coronel Higgee—. Dentro de dos años a partir de hoy, cuatrocientos de ustedes estarán muertos.
Higgee estaba de pie allí de nuevo, delante del teatro. Esta vez tenía un telón de fondo: Beta Pyxis III flotaba tras él, una canica enorme veteada de azul, blanco, verde y marrón. Todos lo ignorábamos y nos concentrábamos en el teniente coronel Higgee. Su estadística había logrado llamar la atención de todos, una hazaña, considerando la hora (las 0600) y el hecho de que la mayoría de nosotros estuviera aún tambaleándose por la última noche de libertad que sabíamos que íbamos a tener.
—En el tercer año, morirán otros cien —continuó—. Otros ciento cincuenta el cuarto y quinto años. Después de diez años (y, sí, reclutas, lo más probable es que se les exija servir diez años enteros), setecientos cincuenta de ustedes habrán muerto en cumplimiento del deber. Tres cuartas partes del total, muertos. Ésas son las estadísticas de supervivencia, no sólo de los diez o veinte últimos años, sino de los más de doscientos que las Fuerzas de Defensa Coloniales llevan en activo.
Se hizo un silencio letal.
—Sé lo que están pensando ahora mismo, porque yo lo pensé cuando estuve en su lugar —dijo el teniente coronel Higgee—. Están pensando: ¿qué demonios hago aquí? ¡Este tipo me está diciendo que voy a estar muerto dentro de diez años! Pero recuerden que, en casa, lo más probable es que eso también fuera así: pero frágiles y viejos, una muerte inútil. Puede que mueran en las Fuerzas de Defensa Coloniales. Probablemente morirán en las Fuerzas de Defensa Coloniales. Pero su muerte no será inútil. Habrán muerto para mantener viva a la humanidad en el universo.
La pantalla tras Higgee se apagó, para ser sustituida por un campo de estrellas tridimensional.
—Déjenme explicarles nuestra situación —dijo, y, al hacerlo, varias docenas de estrellas se iluminaron de verde brillante, distribuidas al azar por todo el campo—. Éstos son los sistemas que los humanos hemos colonizado… ganando una cabeza de puente en la galaxia. Y aquí —señaló— es donde se sabe que existen razas alienígenas de tecnología comparable a la nuestra y parecidas condiciones de supervivencia.
Esa vez, cientos de estrellas se iluminaron de rojo. Los puntos humanos de luz quedaron completamente rodeados. En el teatro se oyeron jadeos.
—La humanidad tiene dos problemas —prosiguió el teniente coronel Higgee—. El primero es que se halla en una misma carrera con otras especies similares por la colonización. Es así de sencillo. Debemos colonizar o quedar cercados y contenidos por otras razas. Y esta competencia es feroz. La humanidad tiene pocos aliados entre las otras razas. Las alianzas son muy infrecuentes, y eso ya era así mucho antes de que la humanidad llegara a las estrellas.
»Sean cuales sean sus sentimientos sobre las posibilidades de la diplomacia a largo plazo, la realidad es que, sobre el terreno, nos hallamos inmersos en una competencia feroz y furiosa. No podemos frenar nuestra expansión y esperar que así podamos conseguir una solución pacífica que permita la colonización de todas las razas. Hacer eso sería condenar a la humanidad. De modo que luchamos por colonizar.
»Nuestro segundo problema es que, cuando encontramos planetas adecuados para la colonización, a menudo están habitados por vida inteligente. Cuando es posible, vivimos con la población nativa y trabajamos para conseguir armonía. Desgraciadamente, muchas veces no somos bienvenidos. Cuando esto sucede, es lamentable, pero las necesidades de la humanidad son y deben ser nuestra prioridad. Por eso las Fuerzas de Defensa Coloniales se convierten en una fuerza invasora.
El fondo cambió de nuevo a Beta Pyxis III.
—En un universo perfecto, no necesitaríamos las Fuerzas de Defensa Coloniales —siguió explicando Higgee—. Pero éste no es un universo perfecto, de manera que, las Fuerzas de Defensa Coloniales tienen tres imperativos. El primero es proteger las colonias humanas existentes de ataques e invasiones. El segundo, localizar nuevos planetas adecuados para la colonización, y defenderlos contra la depredación, la colonización y la invasión de razas hostiles. El tercero es preparar planetas con poblaciones nativas para la colonización humana.
»Como soldados de las Fuerzas de Defensa Coloniales, se les requerirá que cumplan con estos tres objetivos. No es un trabajo fácil, ni sencillo, ni limpio, en muchos aspectos. Pero hay que hacerlo. La supervivencia de la humanidad lo exige… y nosotros se lo exigiremos a ustedes.
»Tres cuartas partes de los presentes morirán en diez años. A pesar de las mejoras en los cuerpos de los soldados, en armas y en tecnología, eso es una constante. Pero tras ustedes el universo quedará convertido en un lugar donde sus hijos, los suyos, y los hijos de toda la humanidad, podrán crecer y desarrollarse. Es un precio elevado, pero merece la pena pagarlo.
»Algunos de ustedes se preguntarán qué obtendrán de su servicio cuando éste termine. La respuesta es otra vida. Podrán colonizar y empezar de nuevo en un mundo nuevo. Las Fuerzas de Defensa Coloniales aceptarán sus solicitudes y les proporcionarán todo lo que necesiten. Lo que no podemos prometerles en su nueva vida es éxito: eso será cosa suya. Pero tendrán un comienzo excelente, y la gratitud de sus compañeros colonos por su tiempo de servicio a ellos y a los suyos. O también pueden hacer lo que yo he hecho y reengancharse. Les sorprendería saber cuántos lo hacen.
Beta Pyxis III parpadeó un momento y luego desapareció, dejando a Higgee como único foco de atención.
—Espero que todos hayan seguido mi consejo de pasárselo bien esta semana pasada —dijo—. Ahora empieza su trabajo. Dentro de una hora abandonarán la
Henry Hudson
para comenzar su entrenamiento. Hay varias bases de entrenamiento; sus asignaciones están siendo transmitidas a sus CerebroAmigos. Pueden regresar a sus camarotes para empaquetar sus pertenencias personales; no se preocupen por la ropa, se la proporcionarán en la base. Sus CerebroAmigos les informarán de dónde reunirse para el transporte.
»Buena suerte, reclutas. Que Dios les proteja y que puedan servir a la humanidad con distinción y con orgullo.
Y entonces el teniente coronel Higgee nos saludó militarmente. No supe qué hacer. Ni tampoco los demás.
—Ya tienen sus órdenes —finalizó el teniente coronel—. Rompan filas.
* * *
Los siete nos quedamos juntos frente a los asientos donde acabábamos de sentarnos.
—Desde luego, no dejan mucho tiempo para despedidas —dijo Jesse.
—Comprobad vuestros ordenadores —sugirió Harry—. Tal vez algunos de nosotros vayamos a las mismas bases.
Lo hicimos. Harry y Susan iban a la Base Alfa; Jesse a la Beta; Maggie y Thomas a la Gamma; Alan y yo a la Delta.
—Están disolviendo a los Vejestorios —suspiró Thomas.
—No te pongas sentimental —lo cortó Susan—. Sabías que iba a pasar.
—Me pondré sentimental si quiero —contestó él—. No conozco a nadie más. Incluso te echaré de menos a ti, vieja tonta.
—Nos estamos olvidando de una cosa —dijo Harry—. Puede que no estemos juntos, pero todavía podemos seguir en contacto. Tenemos nuestros CerebroAmigos. Todo lo que tenemos que hacer es crear una especie de lista de correos para cada uno. El club de los «Vejestorios».
—Eso funciona aquí —objetó Jesse—, pero no sé si funcionará cuando entremos de servicio activo. Podríamos estar en el otro lado de la galaxia unos de otros.
—Las naves siguen comunicándose entre sí a través de Fénix —dijo Alan—. Cada nave tiene naves robot que van a Fénix a recoger órdenes y comunicar el estatus de la nave. También llevan el correo. Puede que tardemos algún tiempo en saber de los demás, pero sigue estando a nuestro alcance.