Authors: John Scalzi
El siguiente tramo de nuestro viaje iba a ser difícil: unos cien metros de terreno despejado se extendían entre nosotros y donde quería llegar, un pequeño garaje de mantenimiento. Las líneas de infantería raey bordeaban el campo; un aparato raey volaba en esa dirección, buscando humanos a quienes disparar. Accedí a Gilipollas para localizar las posiciones de la gente de Jane y encontré a tres cerca de mí: dos en mi lado del campo, a treinta metros de distancia, y el tercero al otro lado. Les di la orden de cubrirme, volví a coger a Jane y corrí hacia el cobertizo.
El aire estalló a mi alrededor por los disparos. La hierba saltó hacia mí cuando las balas se clavaban en el suelo, donde habían estado o iban a estar mis pies. Me alcanzaron en la cadera izquierda; mi mitad inferior se torció cuando el dolor me recorrió todo el costado. Eso iba a dejar marca. Conseguí conservar el equilibrio y seguí corriendo. Detrás de mí, pude oír los martilleos de los cohetes impactando en las posiciones raey. Había llegado la caballería.
La nave raey se volvió para dispararme, y luego viró para evitar el cohete lanzado por uno de nuestros soldados. Lo consiguió, pero no tuvo tanta suerte para evitar los otros dos cohetes que la buscaban desde la dirección opuesta. El primero la alcanzó en el motor; el segundo, en el parabrisas. El aparato se escoró y empezó a caer, pero permaneció en el aire el tiempo suficiente para ser besado por un último cohete que se coló por el parabrisas roto y estalló en la cabina. Se desplomó con un rugido ensordecedor mientras yo llegaba al cobertizo. Detrás de mí, los raey que me habían estado disparando volvieron su atención hacia la gente de Jane, que les estaban causando mucho más daño que yo. Abrí la puerta del cobertizo y me lancé junto con Jane al hueco de reparaciones que había dentro.
En aquella relativa calma, volví a comprobar sus constantes vitales. La herida de su cabeza estaba completamente cubierta de SangreSabia; era imposible saber cuánto daño había o a qué profundidad habían entrado en su cabeza los fragmentos de roca. Su pulso era intenso pero su respiración era entrecortada y errática. Ahí era donde la capacidad de transportar oxígeno extra de la SangreSabia iba a resultar de ayuda. Ya no estaba tan seguro de que fuera a morirse, pero no sabía qué podía hacer para mantenerla con vida yo solo.
Accedí a Gilipollas en busca de opciones, y se me ofreció una: el centro de mando había acomodado una enfermería. Sus instalaciones eran modestas, pero contenían una cámara de estabilización portátil. Mantendría allí a Jane hasta que pudiera meterla en una de las naves y devolverla a Fénix para que recibiera cuidados médicos. Recordé cómo Jane y la tripulación de la
Gavilán
me metieron en una cámara similar después de mi primer viaje a Coral. Era hora de devolver el favor.
Una serie de balas atravesó una ventana encima de donde me encontraba: alguien había recordado que estaba allí. Hora de moverse de nuevo. Planeé mi siguiente carrera, hasta una trinchera construida por los raey y situada cincuenta metros más adelante, ocupada ahora por las fuerzas especiales. Les hice saber que iba de camino; ellos me cubrieron mientras yo corría en zigzag hacia su posición. Con eso, estuve de nuevo tras las líneas de las fuerzas especiales. El resto del camino hasta el centro de mando lo recorrí con incidentes mínimos.
Llegué justo en el momento que los raey empezaban a lanzar proyectiles contra el centro de mando. Ya no estaban interesados en recuperar su estación de rastreo: ahora se concentraban en destruirla. Miré al cielo. Incluso con el brillo de la mañana, chispeantes destellos de luz asomaban a través del azul. La flota colonial había llegado.
Los raey no iban a tardar mucho en demoler el centro de mando, llevándose consigo la tecnología consu. No me quedaba mucho tiempo. Entré en el edificio y corrí hacia la enfermería mientras todos los demás salían.
* * *
Había algo grande y complicado en la enfermería del centro de mando. Era el sistema rastreador consu. Sólo Dios sabe por qué los raey decidieron alojarlo allí. Pero lo hicieron. Como resultado, la enfermería era la única sala en todo el centro de mando que no había sido acribillada; las fuerzas especiales tenían órdenes de apoderarse del sistema rastreador sin destruirlo. Nuestros chicos y chicas habían atacado a los raey que había dentro con granadas de luz y cuchillos. Sus cuerpos estaban todavía allí, apuñalados y todo, desperdigados por el suelo.
El sistema rastreador zumbaba, casi contenidamente, plano y sin ninguna característica llamativa, contra la pared de la enfermería. El único signo de que tuviera capacidad de conexión/desconexión era un pequeño monitor y una ranura de acceso para un módulo de memoria raey que permanecía olvidado en una mesita de noche de hospital. El sistema rastreador no tenía ni idea de que dentro de un par de minutos no iba a ser más que un puñado de cables rotos, gracias al inminente bombardeo raey. Todo nuestro trabajo para asegurarnos la maldita máquina iba a ser desperdiciado.
El centro de mando se sacudió. Dejé de pensar en el sistema rastreador y coloqué a Jane con cuidado en una cama, luego busqué la cámara estabilizadora. La encontré en una habitación adjunta: parecía una silla de ruedas incrustada dentro de medio cilindro de plástico. Vi dos fuentes de energía portátiles en un estante: enchufé una a la máquina y leí el panel de diagnóstico. Duraría dos horas. Cogí otra. Más valía prevenir.
Llevé la cámara estabilizadora junto a Jane mientras otro proyectil impactaba y hacía que todo el centro de mando se estremeciera y las luces se apagaran. Caí de lado, resbalé con un cadáver raey y me lastimé la cabeza contra la pared. Un destello de luz se encendió tras mis ojos y luego sentí un dolor intenso. Maldije mientras me enderezaba, y sentí que un poco de SangreSabia manaba de una rozadura en mi frente.
Las luces se encendieron y se apagaron durante unos segundos, y entre esas fluctuaciones Jane envió un arrebato de información emocional tan intenso que tuve que agarrarme a la pared para no caer. Estaba consciente; consciente y, en aquellos pocos segundos, vi lo que ella creía ver. Alguien más en la habitación con ella, con su mismo aspecto; sus manos le cogían la cara y le sonreía. Un destello, otro destello más, y fue como la última vez que la vi. La luz volvió a fluctuar, se encendió definitivamente, y la alucinación desapareció.
Jane se estremeció. Me acerqué a ella. Tenía los ojos abiertos y me miraba con fijeza. Accedí a su CerebroAmigo; Jane seguía consciente, por muy poco.
—Eh —dije en voz baja, y le cogí la mano—. Te han herido, Jane. Ahora estás bien, pero tengo que meterte en esta cámara estabilizadora hasta que podamos conseguir ayuda. Me salvaste una vez, ¿recuerdas? Así que ahora estamos igualados. Aguanta, ¿de acuerdo?
Jane me agarró la mano, débilmente, como para llamar mi atención.
—La he visto —me dijo, susurrando—. He visto a Kathy. Me ha hablado.
—¿Qué te ha dicho? —pregunté.
—Ha dicho —contestó Jane, y vaciló un poco antes de volver a concentrarse en mí—. Ha dicho que debería ir a esa granja contigo.
—Y tú ¿qué has contestado a eso?
—He dicho que de acuerdo.
—Bien.
—Bien —repitió Jane, y perdió de nuevo el conocimiento. Su CerebroAmigo indicaba actividad cerebral errática; la cogí y, con el máximo cuidado posible, la coloqué en la cámara. Le di un beso y la conecté. La cámara se selló y zumbó; los índices neuronales y fisiológicos de Jane se redujeron al mínimo. Estaba preparada para viajar. Miré hacia las ruedas para maniobrar en torno al raey muerto que había pisado un momento antes y advertí el módulo de memoria que sobresalía de la bolsa que llevaba en el abdomen.
El centro de mando volvió a sacudirse cuando fue alcanzado nuevamente. Contra toda lógica, me agaché, cogí el módulo de memoria, me acerqué a la ranura de acceso, y la metí. El monitor cobró vida y mostró un listado de archivos en lengua raey. Abrí un archivo y accedí a un esquema. Lo cerré y abrí otro archivo. Más esquemas. Volví al listado original y miré la interfaz de gráficos para ver si había un acceso de categoría superior. Allí estaba: accedí a él e hice que Gilipollas tradujera lo que veía.
Lo que veía era un manual de usuario del sistema rastreador consu. Esquemas, instrucciones operativas, indicaciones técnicas, resolución de problemas. Todo estaba allí. Era casi tan bueno como tener el mismísimo sistema.
El siguiente proyectil alcanzó de pleno el centro de mando, me hizo caer de culo y envió fragmentos de metralla por toda la enfermería. Un trozo de metal abrió un agujero en el monitor que yo estaba mirando; otro destrozó el sistema trazador, que dejó de zumbar y empezó a emitir sonidos ahogados; cogí el módulo de memoria, lo saqué de la ranura, agarré la cámara estabilizadora y eché a correr. Apenas habíamos cubierto una distancia aceptable cuando un último proyectil impactó en el centro de mando, derribando el edificio por completo.
Delante de nosotros, los raey se retiraban; la estación de rastreo era ahora el menor de sus problemas. En el cielo, docenas de puntos oscuros que descendían indicaban la llegada de lanzaderas de desembarco llenas de soldados de las FDC ansiosos por recuperar el planeta. Me sentí feliz de que se hicieran cargo. Quería marcharme de aquel lugar lo antes posible.
No muy lejos, el mayor Crick hablaba con miembros de su estado mayor. Me indicó que me acercara. Empujé a Jane hacia él. La miró a ella, luego a mí.
—Me cuentan que ha corrido casi un kilómetro con Sagan al hombro, y que luego entró en el centro de mando cuando los raey empezaron a bombardearlo —dijo Crick—. Sin embargo, creo recordar que fue
usted
quien nos llamó locos a
nosotros.
—No estoy loco, señor —respondí—. Es que tengo un sentido muy calibrado del riesgo aceptable.
—¿Cómo está? —preguntó Crick, señalando a Jane.
—Está estable —dije—. Pero tiene una herida grave en la cabeza. Tenemos que llevarla a un centro médico lo antes posible.
Crick señaló una lanzadera.
—Ése es el primer transporte —dijo—. Ustedes dos irán a bordo.
—Gracias, señor.
—Gracias a usted, Perry —dijo Crick—. Sagan es una de mis mejores oficiales, me alegro de que la haya salvado. Si hubiera podido salvar también ese sistema rastreador, habría hecho doblete. Todo este esfuerzo defendiendo la maldita estación, para nada.
—En cuanto a eso, señor —dije, y mostré el módulo de memoria—. Creo que tengo algo que le parecerá interesante.
Crick miró el módulo de memoria, y luego frunció el cejo al mirarme.
—A nadie le gustan los listillos, capitán —dijo.
—No, señor, supongo que no —contesté—, aunque es teniente.
—Ya nos encargaremos de eso —respondió Crick.
Jane se marchó en la primera lanzadera. Yo me retrasé un poco.
Me nombraron capitán. Nunca volví a ver a Jane.
Lo primero fue lo más dramático de las dos cosas. Llevar a Jane a un sitio seguro atravesando varios cientos de metros en medio de una batalla, y luego meterla en una cámara estabilizadora mientras me bombardeaban, habría valido para conseguirme una mención bastante decente en el informe oficial de la batalla. Conseguir también el esquema técnico del sistema trazador consu, como dio a entender el mayor Crick, parecía pasarse un poco. Pero qué se le va a hacer. Recibí un par de medallas más por la segunda batalla de Coral, y el ascenso como remate. Si alguien advirtió que había pasado de cabo a capitán en menos de un mes, se lo guardaron para sí. Bueno, yo lo hice. En cualquier caso, me invitaron a una copa durante varios meses después. Cuando perteneces a las FDC todas las copas son gratis, pero la intención es lo que cuenta.
El manual técnico consu fue enviado directamente a Investigación Militar. Harry me contó más tarde que descifrarlo fue como leer el cuaderno de apuntes de Dios. Los raey sabían cómo utilizar el sistema rastreador pero no tenían ni idea de cómo funcionaba: incluso con todos los esquemas, era dudoso que hubieran podido montar otro. No tenían capacidad para fabricarlo. Nosotros lo sabíamos porque tampoco la teníamos. La teoría que había tras la maquina, abría por sí sola nuevas ramas a la física, y provocó que las colonias reevaluaran la tecnología de la impulsión de salto.
Nombraron a Harry miembro del equipo dedicado a extraer aplicaciones prácticas de la tecnología. Estaba encantado con el puesto; Jesse se quejaba de que se había vuelto insoportable. La vieja excusa de Harry de no tener nivel matemático para el trabajo fue considerado insustancial, puesto que nadie más lo tenía tampoco. Desde luego, reforzó la idea de que los consu eran una raza con la que era mejor no meterse.
Unos cuantos meses después de la segunda batalla de Coral, se rumoreó que los raey habían regresado al espacio consu para implorarles más tecnología. Los consu respondieron haciendo implosionar la nave raey y lanzándola al agujero negro más cercano. Me sigue pareciendo que se pasaron. Pero es sólo un rumor.
Después de Coral, las FDC me encomendaron una serie de misiones cómodas, empezando por una gira por las colonias como último héroe de las FDC, para demostrar a los colonos cómo ¡¡¡Las Fuerzas de Defensa Coloniales luchan POR TI!!! Tuve que ver pasar un montón de desfiles y juzgar un montón de concursos de cocina. Después de unos cuantos meses de eso, estuve dispuesto a hacer algo más, aunque fue agradable visitar un planeta o dos y no tener que matar a todos los que había allí.
Tras mi trabajo como relaciones públicas, las FDC me colocaron como guía en las nuevas naves de transporte de reclutas. Yo era el tío que tenía que plantarse delante de mil ancianitos con sus nuevos cuerpos y decirles que se divirtieran, y una semana más tarde, contarles que dentro de diez años las tres cuartas partes de ellos estarían muertos. Esta gira de servicio fue casi insoportablemente agridulce. Entraba en el comedor de la nave de transporte y veía grupos de nuevos amigos formándose y reforzándose, como hice yo con Harry y Jesse, Alan y Maggie, Tom y Susan. Me pregunté cuántos de ellos lo conseguirían. Esperé que lo hicieran todos. Sabía que la mayoría no sobrevivirían. Después de unos meses, pedí un destino diferente. Nadie me puso pegas. No era el tipo de misión de la que nadie quisiera encargarse durante mucho tiempo.
Al cabo de una temporada, pedí volver al combate. No es que me guste pelear, aunque soy extrañamente bueno en ello. Es que en esta vida soy soldado. Es lo que accedí a ser y hacer. Pretendo renunciar un día, pero hasta entonces, quiero estar en primera línea. Me dieron una compañía y me asignaron a la
Taos.
Ahí es donde estoy ahora. Es una buena nave. Dirijo buenos soldados. En esta vida, no se puede pedir mucho más que eso.