La Yihad Butleriana (59 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

—Descríbeme tus sensaciones. ¿Qué se siente al dar a luz? Tengo mucha curiosidad.

—¡Bastardo! —jadeó Serena—. ¡Mirón! ¡Déjame en paz!

Las comadronas hablaban entre ellas, como si su paciente no estuviera delante.

—Dilatada por completo…

—Las contracciones son cada vez más frecuentes…

—Casi ha llegado el momento…

Serena oyó las voces femeninas como desde muy lejos, esta vez dirigidas a ella.

—Empuja.

Obedeció, pero paró cuando el dolor se hizo insoportable y pensó que no podría continuar.

—Más fuerte.

Superó el dolor por pura fuerza de voluntad, redobló sus esfuerzos y sintió que el bebé salía. Su cuerpo sabía lo que debía hacer.

—Empuja otra vez. Tú puedes hacerlo.

—Así. Bien, bien. ¡Ya veo la cabeza!

Como si un embalse se hubiera partido, Serena sintió una disminución de la presión en el canal del parto. Casi se desmayó debido al esfuerzo.

Cuando levantó la cabeza unos momentos después, vio que las comadronas limpiaban la placenta.
¡Un hijo!
Volvieron el bebé hacia ella, y la cara era exactamente como la había imaginado.

Erasmo continuaba mirando. La imagen del niño se reflejaba en su rostro.

Serena ya había decidido el nombre de su hijo.

—Hola, Manion. Querido Manion.

El bebé lloraba a pleno pulmón, y no cesaba de engullir bocanadas de aire. Apretó al niño contra su pecho, pero siguió agitándose. Erasmo observaba al bebé sin reaccionar.

Serena se negaba a reconocer la presencia del robot, con la esperanza de que se marchara y la dejara con un recuerdo especial. Incapaz de apartar los ojos del bebé, pensó en Xavier, en su padre, en Salusa Secundus…, y en todas las cosas de las que este niño no gozaría en su vida. Sí, el niño tenía buenos motivos para llorar.

De pronto, Erasmo entró en su campo de visión. Con fuertes manos sintéticas hechas de componentes plasticorgánicos, alzó al recién nacido en el aire y lo estudió desde todos los ángulos.

—¡Déjale en paz! —chilló Serena, bañada en sudor, completamente agotada—. Devuélveme mi bebé.

Erasmo dio vuelta al niño. El rostro dúctil del robot formó una expresión de curiosidad. El niño se puso a llorar y agitarse, pero Erasmo se limitó a sujetarlo con más fuerza, indiferente. Alzó al niño para poder examinar su cara, sus dedos, su pene. El pequeño Manion orinó en el manto del robot.

Una de las alarmadas comadronas intentó secar la cara y el cuello del robot con un paño, pero Erasmo la empujó a un lado. Quería reunir la mayor cantidad de datos posible sobre la experiencia, para luego analizarlos en profundidad.

El recién nacido seguía llorando.

Serena se levantó de la cama, indiferente al dolor y el agotamiento.

—Dámelo.

Sorprendido por la vehemencia de su voz, Erasmo se volvió hacia ella.

—En conjunto, este proceso de reproducción biológica parece de lo más chapucero e ineficaz.

Con algo parecido a la repulsión, devolvió el niño a su madre.

El pequeño Manion dejó de llorar por fin, y una de las comadronas lo envolvió en una manta azul. El niño se acurrucó en los brazos de su madre. Pese al poder que Erasmo detentaba sobre su vida, Serena se esforzó por ignorarle. No demostró el menor temor.

—He decidido dejarte conservar el niño, en lugar de procesarlo en mis recintos de esclavos —dijo el robot en tono inexpresivo—. La interacción de madre e hijo me intriga. De momento.

90

El fanatismo es siempre una señal de duda reprimida.

I
BLIS
G
INJO
,
El paisaje de la humanidad

Cuando Ajax atravesó las obras del Foro en su inmensa forma andadora, el suelo tembló y los esclavos se quedaron petrificados, muertos de miedo, para saber qué deseaba el titán. Desde su plataforma elevada, Iblis Ginjo vio acercarse al cimek, pero intentó ocultar su nerviosismo. Apretó una agenda electrónica en sus manos sudorosas.

Desde la horripilante ejecución del capataz Ohan Freer, Iblis había sido muy cauteloso. Creía que podía confiar en todos sus leales esclavos, que tanto le debían. Era imposible que Ajax estuviera enterado de los planes que Iblis había puesto en marcha, o de las armas secretas que había instalado, a la espera de una señal.

Durante seis días, Iblis había supervisado una cuadrilla numerosa que trabajaba en la
Victoria de los titanes
, un descomunal friso de piedra que plasmaba a los veinte visionarios originales. Con doscientos metros de largo y cincuenta de altura, las losas combinadas mostraban a los cimeks en poses heroicas, avanzando sobre una masa de humanidad, quebrando huesos y convirtiendo cuerpos en carne picada.

Como una versión moderna de su plasmación en el friso, el cuerpo cimek de Ajax se abrió paso hacia la plataforma de observación, al tiempo que apartaba obreros a un lado y pisoteaba a un anciano hasta matarlo. El corazón le dio un vuelco a Iblis, pero no intentó escapar. Ajax se dirigía hacia él, y el capataz necesitaría de todas sus dotes de persuasión para sobrevivir a la furia del Titán.
¿Qué cree que he hecho?

La plataforma y el cimek se alzaban más o menos a la misma altura. Iblis se irguió ante el juego de sensores y fibras ópticas frontales montadas en la cabeza del Titán, con aspecto obediente y servil, pero no atemorizado. Hizo una profunda reverencia.

—Saludos, lord Ajax. ¿En qué puedo serviros? —Señaló las cuadrillas de esclavos temblorosos—. Los trabajos de este último monumento proceden de acuerdo con los plazos pactados.

—Sí, siempre tienes motivos para mostrarte ufano de tus logros. Tus esclavos te hacen caso en todo, ¿verdad?

—Obedecen mis instrucciones. Trabajamos en equipo por la gloria de Omnius.

—No cabe duda de que creerán a pie juntillas en cada idea ridícula que sugieras —dijo con voz grave Ajax—. ¿Conocías bien al traidor Ohan Freer?

—No me relaciono con ese tipo de hombres. —Confió en que el cimek pensara que el sudor de su frente era debido al esfuerzo desplegado en el trabajo, en lugar de al miedo—. Con el debido respeto, lord Ajax, echad un vistazo a las hojas de rendimiento. Mi cuadrilla ha trabajado para construir este mural siguiendo vuestras instrucciones exactas.

Señaló la réplica de Ajax en el friso.

—Ya he comprobado las hojas de rendimiento, Iblis Ginjo. —El cimek se removió en su inmenso cuerpo robótico. Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Iblis.
¿Qué ha visto?
—. En dos ocasiones, Dante te ha concedido un permiso especial para abandonar la ciudad. ¿Adónde vas?

Hizo un esfuerzo sobrehumano por mantener una expresión inocente. Si Ajax estaba enterado de sus desplazamientos, sabría la respuesta a su pregunta.

—He hablado con el pensador Eklo, en un intento de perfeccionarme.

—Muy pocas veces los hrethgir aspiran a tanto —dijo el titán—. Si me hubieran dejado, hace mucho tiempo que habría exterminado al resto de la humanidad. Nos habríamos ahorrado problemas.

—Hasta los titanes fueron humanos en un tiempo, lord Ajax. —Iblis intentó hablar en tono serio y conspiratorio—. Y Omnius todavía permite que ciertos humanos leales y trabajadores se conviertan en neocimeks. ¿Acaso no puedo soñar?

Las fibras ópticas de la cabeza de Ajax destellaron. Su extremidad delantera artificial se elevó, y dedos de metal líquido formaron una garra con piel de diamante que habría podido triturar con suma facilidad a Iblis. El altavoz del titán emitió una profunda carcajada.
¡He conseguido distraer su atención!
Iblis se apresuró a prolongar su farsa.

—Ajax, ya sabéis que salvé del desastre vuestra estatua de la plaza del Foro. De manera similar, he coordinado los esfuerzos de muchos artistas y constructores para alcanzar la perfección en este mural, hasta el último detalle. No habría confiado la tarea a ningún o supervisor. —
¡Me necesitas!
, tuvo ganas de gritar—. Pocos hay capaces de tal eficacia… Lo sabéis muy bien.

—Lo que sé es que hay traidores e insurgentes entre los esclavos. —Ajax paseó de un lado a otro, lo cual provocó que los obreros se dispersaran—. Tal vez tú eres uno de ellos.

Ahora, Iblis comprendió que el cimek carecía de pruebas, y estaba tendiéndole una trampa. Si el monstruo hubiera sabido algo con certeza, habría ejecutado a Iblis sin la menor vacilación. El capataz intentó disimular su miedo con desdén.

—Los rumores son falsos, lord Ajax. Mis obreros han trabajado con especial dedicación para lograr que vuestra imagen del friso ocupara una posición privilegiada y quedara realzada. Iblis habló con la mayor firmeza posible. Ya tenía una sorpresa preparada para Ajax, que desvelaría en el momento apropiado. El titán volvió su enorme cabeza, como para ver mejor.

—¿Realzada?

—Sois un guerrero, señor, el más grande y feroz de todos los cimeks. Vuestra apariencia está pensada para sembrar el terror en corazón de los enemigos.

—Eso es cierto. —Ajax pareció calmarse un poco—. Hablaremos de tus indiscreciones en otro momento. —Amplificó su voz para que resonara entre los esclavos—. ¡Basta de molicie! ¡Volved trabajar!

Ajax se alejó en su cuerpo artificial. La plataforma de supervisión tembló, de forma que Iblis tuvo que agarrarse a la barandilla para no perder el equilibrio. Una oleada de alivio se abatió sobre él.

Durante toda su conversación con el veleidoso titán, Iblis había tenido la mano hundida en un bolsillo, que contenía un tosco transmisor electrónico. Con una simple señal de activación, el friso habría revelado su mortífero secreto, una secuencia integrada de lanzacohetes anticuados que sus cómplices de la cuadrilla habían, incorporado en la obra.

A estas alturas, Iblis había completado suficientes proyectos a gran escala para que las máquinas pensantes no analizaran los detalles de los planes ya aprobados. Los cimeks nunca repararían en el sistema de destrucción.

Pero había que elegir el momento con suma precisión. En primer lugar, necesitaba reclutar más soldados para su causa.

Mientras veía al cimek alejarse hacia el centro de la ciudad, Iblis pintó mentalmente un blanco en su contenedor cerebral. Si se producía una revuelta violenta, este anciano y brutal cimek sería de los primeros en caer.

Al llegar al perímetro de la obra, Ajax extendió uno de sus brazos en un gesto petulante que alcanzó a un grupo de esclavos, encargados de limpiar los escombros. Decapitó a uno de ellos, y la cabeza ensangrentada fue a parar contra el mural casi terminado.

Aunque el titán parecía más nervioso que de costumbre, Iblis confiaba en haber cubierto su rastro.

91

La oscuridad del pasado de la humanidad amenaza con eclipsar la luminosidad de su futuro.

V
ORIAN
A
TREIDES
,
Momentos decisivos de la historia

El Viajero onírico recorría de nuevo la ruta de los Planetas Sincronizados, cargado con diversas actualizaciones de Omnius. Todo había vuelto a la normalidad, la rutina habitual. Mientras la nave negra y plateada parecía la de siempre, Vor había cambiado.

—¿Cómo es posible que no te interese practicar nuestros habituales juegos militares, Vorian Atreides? —preguntó Seurat—. Ni siquiera te has molestado en insultarme por mis chistes. ¿Te encuentras mal?

—Gozo de una salud excepcional, puesto que mi padre me sometió a un tratamiento prolongador de la vida.

Vor miró las estrellas por la ventanilla.

—Estás obsesionado con esa esclava —dijo por fin el capitán robot—. Te encuentro mucho menos interesante cuando estás enamorado.

Vor frunció el ceño y se sentó ante una pantalla ovalada de la base de datos.

—Por fin has dicho algo divertido, vieja Mentemetálica. Una máquina hablándome de amor.

—No es difícil comprender el impulso reproductor básico de una especie. Subestimas mis capacidades analíticas.

—El amor es una fuerza indescriptible. Ni siquiera la máquina pensante más sofisticada puede sentirlo. No vale la pena que lo intentes.

—En tal caso, ¿te gustaría distraerte con otro desafío competitivo?

Vor miró la pantalla, donde repasaba con frecuencia las memorias de Agamenón. Pero contenía mucha más información que no se había molestado en examinar.

—Ahora no. Quiero investigar en algunas bases de datos. ¿Me autorizas a entrar en los archivos?

—Por supuesto. Agamenón me pidió que te facilitara tus investigaciones siempre que fuera posible, sobre todo en lo relativo a la planificación militar. Al fin y al cabo, nos salvaste cuando nuestra nave fue atacada en Giedi Prime.

—Exacto. Me interesa ver los registros de Omnius de la caída del Imperio Antiguo, la Era de los Titanes y las Rebeliones Hrethgir, no solo las memorias de mi padre.

—Ah, una exhibición de ambición interesante.

—¿Tienes miedo de que te gane demasiado si aprendo más?

Vor echó un vistazo a la lista de archivos y se alegró de tener tanto tiempo disponible durante el largo viaje.

—No tengo nada que temer de un simple humano.

Vor estuvo sentado durante horas ante la consola, asimilando información. No había estudiado mucho desde los días de la escuela para humanos de confianza. Con su mente sensibilizada por las ideas de Serena, Vor esperaba encontrar algunas discrepancias de escasa importancia en los registros históricos, comparados con los recuerdos de Agamenón. Hasta un cimek tenía derecho a embellecer sus hazañas bélicas. Pero Vor se llevó una gran sorpresa al descubrir que existían diferencias sustanciales entre los registros objetivos de la supermente y lo que Agamenón describía.

Examinó febrilmente los registros de Salusa Secundus, la Era de los Titanes y el Imperio Antiguo, asombrado por lo que averiguaba. Vorian nunca se había tomado la molestia de mirar antes, pero tenía la información delante de sus ojos.

¡Mi padre me mintió! Deformó los acontecimientos, se atribuyó los méritos, ocultó el grado de brutalidad y sufrimiento… Hasta Omnius lo sabía.

Serena, en cambio, le había dicho la verdad.

Por primera vez en su vida sintió rabia contra sus amos mecánicos y su propio padre, y un ápice de compasión por la raza humana. ¡Con qué valentía había luchado!

Desde el punto de vista físico, soy humano. Pero ¿qué significa eso?

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