La Yihad Butleriana (60 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Agamenón había provocado horrendas matanzas y devastación durante la Era de los Titanes, contra gente que solo intentaba proteger su libertad. Juno y él eran responsables de la muerte de miles de millones de personas y de la esclavitud de los supervivientes. Los humanos no se lo merecían, solo habían intentado defenderse.

No es de extrañar que Serena me odie, si soy el hijo de un asesino tan horrible.

Vor continuó leyendo. Toda la historia estaba a su disposición, un registro desapasionado acumulado por máquinas eficientes, y no podía dudar de ella. Las máquinas nunca maquillarían sus registros. Los datos eran sagrados. La información debía ser exacta. El engaño deliberado era anatema para ellas.

Se necesitaba una mente humana para deformar la información…, o una mente humana en un cuerpo cimek. La voz de Seurat le sobresaltó.

—¿Qué estás investigando? Llevas horas estudiando.

—Estoy aprendiendo más sobre mí —admitió Vor.

—Para eso no hace falta estudiar tanto —dijo Seurat en un intento de ser ingenioso—. ¿Por qué te tomas molestias innecesarias?

—A veces, es necesario afrontar la verdad.

Vor cerró la base de datos y apagó el monitor.

El capitán robot volvió a la consola central y se conectó con los sistemas de la nave, a fin de iniciar las maniobras de aproximación al planeta.

—Ven, hemos llegado a Corrin. Es hora de entregar nuestra siguiente actualización.

92

La ciencia, so pretexto de beneficiar a la humanidad, es una fuerza peligrosa que manipula con frecuencia los procesos naturales sin admitir las consecuencias. En tales circunstancias, la destrucción masiva es inevitable.

P
ENSADOR
R
ETICULUS
,
Observaciones del milenio

Después de finalizar los experimentos con todo tipo de explosivos y proyectiles, Tio Holtzman estaba ansioso por iniciar la producción comercial de su escudo personal. Ya había hablado con los administradores de los centros de fabricación situados en el cinturón minero de Poritrin, al noroeste del planeta, y las plantas de montaje de Starda. Gracias a los esclavos, obtendría pingües beneficios. Tan solo las patentes le colocarían, y también a su protector lord Bludd, entre los hombres más ricos de la Liga de Nobles.

Por desgracia, mientras analizaba las proyecciones de existencias y suministros, pensando como un hombre de negocios antes que como científico, llegó a una conclusión inevitable: Poritrin, un planeta bucólico, jamás estaría a la altura del nivel de demanda que su invención produciría. A lord Bludd no le haría ninguna gracia perder los beneficios que irían a pasar a fabricantes de otros planetas, pero Holtzman no tenía otro remedio que buscar otros centros industriales de la liga.

Antes de enviar las unidades de fabricación a Colonia Vertree, o a las restauradas y hambrientas industrias de Giedi Prime, decidió probar su escudo personal contra un arma que no fuera un proyectil, sino un rayo de energía. Las armas láser casi nunca se utilizaban en combate, pues no eran tan eficaces como los explosivos o los sencillos fusiles de proyectiles. Aun así, quería estar seguro.

Para la prueba definitiva, ordenó a sus guardias que localizaran un fusil láser en alguna armería militar antigua. Tras buscar mucho y llenar numerosos formularios, el arma fue localizada y trasladada a los laboratorios. Como sus escudos habían demostrado ser eficaces en todas las pruebas anteriores, las demostraciones habían dejado de interesar al científico, pues no significaban más que otro paso en el proceso. Pronto, los beneficios empezarían a manar.

Norma Cenva había vuelto a sus análisis continuados de las ecuaciones de Holtzman. El científico había dejado que se absorbiera en sus cálculos, mientras él disfrutaba de su éxito.

Para la prueba con el láser, colocó a un esclavo dentro del escudo, con la intención de disparar el arma en persona. Se llevó a un solo estudiante a la cúpula de demostraciones reforzada para que tomara notas del experimento, como habían hecho tantas veces. Holtzman forcejeó con los anticuados controles del fusil, sin saber muy bien cómo se disparaba.

Norma entró corriendo como una niña torpe. Tenía la cara enrojecida y agitaba sus cortos brazos.

—¡Esperad! ¡Sabio Holtzman, corréis un terrible peligro!

El hombre frunció el ceño, como un padre severo que intentara persuadir a una hija traviesa.

—También te mostraste escéptica durante mi primera prueba del escudo. Ni siquiera estoy en la línea de fuego, tranquila.

La expresión de Norma era muy seria y preocupada.

—La interacción de vuestro campo de fuerza con un rayo láser tendrá extraordinarias consecuencias: destrucción masiva. Alzó los papeles cubiertos de ecuaciones y sus incomprensibles anotaciones manuales.

El sabio, impaciente, bajó el fusil y exhaló un profundo suspiro.

—Supongo que no puedes proporcionarme ninguna base científica de tu alarma. —El esclavo zenshiíta miraba nervioso a través del escudo—. ¿O es otra de tus misteriosas intuiciones? Ella le entregó los cálculos.

—Sabio, he sido incapaz de extraer una base específica de la anomalía cuando introduzco un factor de energía láser coherente en la interfaz del campo. Pero no cabe la menor duda de que existe un potencial singular extraordinario.

Holtzman echó un vistazo a los cálculos, pero no significaban nada para él. Extrañas anotaciones simbolizaban factores que nunca había visto. Frunció el ceño, sin querer admitir que no entendía nada.

—No son pruebas muy rigurosas, Norma…, ni convincentes.

—¿Podéis refutarlas? ¿Os atrevéis a correr el riesgo? Este desastre podría ser aún peor que el del generador de resonancia, una enorme catástrofe.

La expresión de Holtzman no cambió, aunque la duda empezó a germinar en su mente. No podía negar la inteligencia de la mujer. Siempre había sospechado que Norma comprendía los conceptos de su campo mejor que él.

—Muy bien. Si insistes, tomaré una o dos precauciones más. ¿Alguna sugerencia?

—Realizad la prueba lejos, en una luna, o mejor aún, en un asteroide.

—¡En un asteroide! ¿Sabes los gastos que supondría?

—Sería menos caro que reconstruir toda la ciudad de Starda. El sabio lanzó una risita, y después comprendió que la joven no bromeaba.

—Aplazaré la prueba para meditar sobre esto, pero insisto en que aportes pruebas antes de que me tome tantas molestias. No basta tu intuición. No puedo justificar un dispendio tan desorbitado solo porque te haya entrado miedo.

Norma Cenva era una científica y una fanática de las matemáticas, pero nunca había aprendido política. Como una niña ingenua, fue a ver a lord Niko Bludd a su residencia, en lo alto de los acantilados que dominaban el Isana.

En lo alto de la torre cónica, las tejas esmaltadas del tejado eran diferentes del azul metálico que predominaba en casi todos los edificios de Starda. Los pasillos estaban flanqueados por dragones; como reptiles de piel dorada adornados con cascos, capas escarlata y guantes segmentados.

Bludd parecía de buen humor. Se tiró de su barba rizada.

—Bienvenida, joven dama. ¿Sabíais que, en un reciente encuentro en Salusa, tuve la oportunidad de hablar con vuestra madre? Sus hechiceras acababan de repeler otro ataque cimek, esta vez en Rosak. Ya veo que habéis heredado su talento especial.

Los ojos azules del noble destellaron.

Norma, avergonzada, clavó la vista en el suelo.

—En efecto, lord Bludd. Mi madre ha… depositado grandes esperanzas en mí. Como veis, no obstante —indicó su cuerpo deforme—, nunca estaré a la altura de su belleza física.

—La belleza exterior no significa nada —dijo Bludd, sin mirar en ningún momento a las cinco atractivas mujeres que revoloteaban a su alrededor—. El sabio Holtzman cree que vuestra mente está llena de ideas notables. ¿Os ha enviado él? ¿Va a ofrecernos la demostración de otro proyecto?

Una esclava muy bien vestida apareció con una bandeja de plata sobre la que descansaban dos vasos de un líquido transparente y burbujeante. Ofreció uno a Norma, que lo sostuvo con torpeza en sus pequeñas manos. Lord Bludd bebió de su copa, y Norma le imitó.

—Ha planeado otra demostración, lord Bludd. —Norma vaciló—. Pero debo pediros que intervengáis. El hombre arrugó la frente.

—¿Por qué?

—El sabio Holtzman quiere probar su nuevo escudo con un arma láser, pero hay peligro, señor. Yo… temo que se produzca una violenta interacción. Extremadamente violenta.

Empezó a hablar en términos matemáticos, defendiendo sus convicciones como pudo, pero esto solo consiguió que el noble levantara las manos, confuso.

—¿Qué opina el sabio de vuestras preocupaciones?

—Él… confía en mis capacidades, pero temo que quiera llevar a cabo la prueba a toda prisa y de la forma más barata posible, pues tiene miedo de disgustaros si incurre en grandes gastos. —Tragó saliva, asombrada por su audacia—. No obstante, si estoy en lo cierto, los efectos secundarios podrían destruir todo un distrito de Starda, tal vez más.

—¿Como una explosión atómica, queréis decir? —Bludd estaba estupefacto—. ¿Cómo es posible? Un escudo es un arma defensiva. Los ingenios atómicos son destructivos en…

—Es difícil predecir las interacciones de segundo y tercer orden, lord Bludd. ¿No sería más prudente tomar precauciones, pese al coste adicional? Pensad en los beneficios que Poritrin obtendrá de esta invención. Cada persona importante y cada nave privada necesitará un escudo personal, y vos recibiréis derechos de patente por cada uno.

Buscó un lugar donde dejar la pesada copa.

—Por otra parte, imaginad qué desgracia si se descubre ese defecto después de que el producto haya empezado a utilizarse. Pensad en las pérdidas que padeceríais.

El noble se rascó la barba y jugueteó con las cadenas que colgaban sobre su pecho.

—Muy bien, pensaré en la posibilidad de llevar a cabo esta inversión. El sabio Holtzman nos ha hecho ganar dinero suficiente para financiar sus excéntricas ideas cien veces.

Norma hizo una profunda reverencia.

—Gracias, lord Bludd.

Mientras corría a hablar con su mentor, Norma no pensó en el error que había cometido al puentear su autoridad. Esperaba que un hombre como Tio Holtzman decidiera las cosas de manera racional, no emocional, indiferente a preocupaciones mezquinas y conflictos personales.

Después de crecer bajo los frecuentes reproches de su madre, los insultos no afectaban a Norma. ¿Cómo podría enfadarse el eminente científico?

La prueba tuvo lugar en un asteroide desierto que orbitaba lejos de Poritrin. Una cuadrilla de construcción excavó una zona en un cráter liso, erigió algunos aparatos de grabación y colocó un aparato generador de escudo en el polvo del suelo del cráter. Después, partieron del asteroide para subir a bordo de una fragata con destino a Poritrin.

Con el fin de observar el experimento, Norma y Holtzman estaban sentados en una pequeña lanzadera militar, de cuyos controles se encargaba un piloto de la Armada en la reserva. El sabio había esperado montar una serie de armas láser sofisticadas, activadas por control remoto, en el cráter, alrededor de la zona elegida como objetivo. Consciente de sus preocupaciones presupuestarias, Norma había sugerido que sería suficiente con volar sobre el objetivo y disparar sobre él con una antigua arma láser instalada en la nave.

Mientras el piloto les guiaba sobre la zona de prueba, el malhumorado científico apenas respondía a los intentos de Norma por entablar conversación. Holtzman vio que se acercaban al cráter. Parecía irritado, ansioso por demostrar que la joven se equivocaba. Norma contempló por las ventanillas el torturado paisaje, los montículos de peñascos en precario equilibrio, las profundas fisuras causadas por la presión de las mareas. Daba la impresión de que el lugar ya había sido destruido.

—Acabemos de una vez —dijo Holtzman—. Piloto, dispara el arma láser cuando estés preparado.

Norma vio por la ventanilla que la lanzadera volaba a escasa altura, hasta que tuvieron la zona de prueba justo debajo de ellos.

—Preparado para disparar, sabio.

—Ya verás que has imaginado excesivos… —empezó Holtzman.

El piloto disparó un rayo cegador desde el láser de la lanzadera. El destello de luz y energía le dejó sin palabras. Aun en el silencio del espacio, la onda de choque pareció más violenta que un trueno.

La pulsación aumentó de intensidad, y el piloto tiró de los controles de la nave.

—¡Sujetaos fuerte!

Poderosos motores les alejaron del lugar del impacto. La aceleración estuvo a punto de dejar inconsciente a Norma. Entonces, un martillo les golpeó por atrás, y sacudió la nave como si fuera un juguete. La lanzadera giró sin control, y el asteroide se fragmentó en piedras fundidas al rojo vivo que irradiaban del centro del estallido, como radios de una rueda.

Holtzman, aterrado, apartó la vista de la luz cegadora, mientras el piloto intentaba recuperar el control de la nave militar. La respiración del científico era entrecortada.

A su lado, incluso Norma estaba estupefacta. Miró a su mentor y sus labios se movieron sin formar palabras. No eran necesarias. Si Holtzman hubiera conducido el experimento en su laboratorio, habría desintegrado el laboratorio, su residencia, parte de la ciudad, y tal vez desviado el cauce del río Isana.

Miró a Norma, primero furioso, y después asombrado. Nunca más volvería a dudar de su intuición o sus capacidades científicas.

Aun así, sentía como una puñalada en el costado, un golpe a su confianza en sí mismo y a su imagen pública. Su benefactor, Niko Bludd, sabría ahora la verdad. Norma había desafiado públicamente la opinión de Holtzman, y sus dudas se habían demostrado justificadas.

No veía forma de evitar que todo Poritrin (los lores, los dragones, hasta los esclavos) se enterara de que la deforme matemática de Rossak le había superado. La noticia de este experimento se propagaría como un reguero de pólvora.

Tio Holtzman había cometido un error espectacular, y la herida nunca cicatrizaría.

93

Los animales han de cruzar la tierra para sobrevivir, en busca de agua, comida, minerales. La existencia depende de algún tipo de movimiento. O te mueves, o la tierra te mata donde estás.

Exploración ecológica imperial
de Arrakis, documentos antiguos

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