El robot no entendía el vínculo emocional entre madre e hijo. Pese al tono de firmeza de Serena, estaba muy sorprendido por los cambios obrados en esta mujer, antes tan rabiosa e independiente. Después de ser madre, parecía una persona diferente. Nunca le había servido con la mitad de la atención que concedía a este estúpido, ruidoso e inútil niño.
Si bien sus investigaciones sobre las relaciones humanas le habían proporcionado datos interesantes, Erasmo no podía permitir tales alteraciones en la tranquilidad de su hogar. Quería que Serena le prestara toda su atención. Un importante trabajo común les aguardaba. Cuidar del niño provocaba que no se concentrara por completo.
Mientras Erasmo miraba al pequeño Manion, la máscara del robot se transformó en una mirada de odio, que viró al instante a una sonrisa bondadosa cuando Serena volvió los ojos en su dirección.
Esta fase del experimento finalizaría pronto. Pensó en el mejor método de conseguirlo.
La paciencia es un arma que maneja mejor quien conoce su objetivo concreto.
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Opciones para la liberación total
Durante ocho tensos meses, Iblis Ginjo había trabajado en solitario, tomando decisiones y dejando a su imaginación juzgar la amplitud de la intranquilidad que reinaba entre los esclavos. Como humano de confianza, había recibido ciertos privilegios, pero nunca había tomado conciencia de lo horripilantes que eran sus vidas, pues asumía que las ínfimas recompensas y alabanzas hacían sus días tolerables. ¿Cómo habían aguantado durante tantos siglos?
Iblis estaba convencido de que había otros líderes y miembros de la resistencia. El pensador Eklo y su subordinado Aquim le habían prometido ayuda, pero no sabía muy bien con qué medios contaban. Sin embargo, aparte de las constantes sospechas de Ajax y la ejecución de Ohan Freer, daba la impresión de que las máquinas pensantes no sospechaban la increíble rebelión que estaban a punto de afrontar.
Pronto, eso cambiaría.
Durante semanas, Iblis había trabajado con sigilo pero sin desmayo, susurrando en los oídos de sus trabajadores fieles, formando poco a poco un círculo de disidentes. Les había preparado para la posibilidad de una revuelta, y pese al peligro, se habían ido transmitiendo el mensaje. Iblis juró que la rebelión no sería otra causa perdida como las primeras Rebeliones Hrethgir.
Durante los últimos dos meses, un decidido Iblis había doblado casi las filas de su organización secreta, a la que mucha más gente intentaba sumarse. Notaba que la ola estaba creciendo. Para entrar a formar parte de la resistencia, cada converso tenía que pasar por una serie de pruebas recomendadas por el monje Aquim.
Los cientos de miembros de la organización estaban divididos en pequeñas células que no superaban los diez militantes, de forma que cada miembro solo conocía la identidad de unos pocos. Al mismo tiempo, continuaban esparciendo la noticia, como si hubieran estado esperando mil años para esto.
El pensador Eklo había aportado una explicación bastante esotérica sobre cómo el movimiento alcanzaría un ritmo de crecimiento exponencial, siguiendo el modelo básico de la biología: las células se multiplicarían por mitosis. Miembros de cada célula rebelde crecerían, se separarían y formarían otras nuevas, que continuarían de la misma manera. Tarde o temprano, encontrarían otros grupos y se fundirían, sumarían fuerzas. Por fin, los disidentes alcanzarían la masa crítica, y se produciría un estallido de energía, como una carga electroquímica…
Nada es imposible.
Iblis había recibido más comunicaciones secretas en momentos impredecibles. Las misteriosas notas eran muy vagas, no aportaban datos sobre otras células rebeldes ni sobre lo que se esperaba de él. Cuando ocurriera, la revuelta sería amplia pero falta de coordinación, de modo que Iblis temía que la desorganización condenaría el movimiento al fracaso. Por otra parte, el hecho de que los seres humanos fueran tan impredecibles podía suponer una gran ventaja.
Cuando Iblis regresó a casa después de tres días de trabajar sin descanso en el friso de la Victoria de los titanes, vio que un esclavo anciano salía con sigilo de su casa. Corrió al interior y descubrió otro mensaje encima de la cama. Salió en busca del esclavo.
—¡Alto! Quiero hablar contigo.
El esclavo se quedó petrificado, como un conejo a punto de huir, condicionado para no resistirse jamás a las órdenes de un capataz. Iblis corrió hacia él, sudando debido al calor.
—¿Quién te ha enviado? ¡Dímelo!
El esclavo meneó su cabeza arrugada. Una peculiar expresión vidriosa recorrió su cara. Abrió la boca y la señaló con el dedo. Le habían cortado la lengua.
Iblis, impasible, le entregó una libreta electrónica, después de limpiar la pantalla en la que reflejaba las actividades de su cuadrilla. El hombre se encogió de hombros, como indicando que no sabía leer ni escribir. Iblis comprendió que era una forma eficaz de impedir la contaminación entre las células rebeldes. Le dejó marchar, decepcionado.
—No cejéis en la resistencia —murmuró—. Nada es imposible.
El esclavo no pareció entenderle, y se fue a toda prisa.
Iblis volvió a la casa y leyó el breve mensaje:
Pronto estaremos unidos. Nada nos detendrá. Habéis hecho grandes progresos, pero de momento debéis continuar sin nuestra ayuda.
Las letras ya estaban empezando a desvanecerse.
Acelerad vuestros planes y esperad una señal.
A lo lejos, al otro lado de los enormes monumentos, el sol amarillo se estaba ocultando tras el horizonte.
Esperad una señal.
Iblis entornó los ojos. Si Omnius o uno de los titanes descubría el plan en sus primeras fases, la revuelta fracasaría. El capataz nunca se había considerado un héroe. Estaba trabajando para liberar a los humanos, pero también lo hacía por su propio bien. Debía aprovechar su habilidad para influir en las opiniones y actos de los esclavos.
Era fácil animar a los esclavos a soñar con la libertad, pero cuando se paraban a pensar temían represalias de las máquinas pensantes. En esos momentos de duda, Iblis hablaba con gran convicción a sus seguidores y les persuadía del éxito imparable de su movimiento. Les tenía bajo su control físico y psíquico absoluto. Su talento para el liderazgo nunca le había fallado, y hacía poco había descubierto nuevos aspectos hipnóticos de su personalidad…
Las cuadrillas de Iblis cumplían los rígidos plazos del friso. La gente elegida por él trabajaba con tan solo unos cuantos guardias robot y neocimeks a la vista, lo cual les permitía incorporar subrepticiamente los componentes mortíferos sugeridos por el pensador Eklo. De forma similar, Iblis había instalado armas ocultas en otras cuatro obras de la ciudad. Hasta el robot Erasmo había pedido trabajadores expertos para efectuar modificaciones en su villa…, una circunstancia que Iblis había considerado muy interesante.
Iblis sostenía la hoja metálica del mensaje, ahora en blanco. La tiró a una pila de chatarra que sería entregada al reciclador. Las máquinas eran muy eficientes a la hora de utilizar materiales y minimizar gastos de energía industrial.
Pese a la escasa información de que disponía, Iblis se juró juntar todas las piezas del rompecabezas. Su núcleo de obreros insatisfechos estaba preparado para levantarse y atacar a las máquinas pensantes. La necesidad de descargar su ira aumentaba día a día.
Iblis no podía esperar eternamente. En algún momento, tendría que tomar una decisión trascendental. Confió en que la señal prometida llegaría pronto.
Uno de los mayores problemas de nuestro universo es el control de la procreación, y la energía que contiene. Es posible arrastrar a los humanos gracias a dicha energía, obligarles a hacer cosas inimaginables. Esa energía (llámese amor, concupiscencia o como se quiera) ha de liberarse. Si se la reprime, puede ser muy peligrosa.
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Opciones para la liberación total
Erasmo toleró durante meses al irritante bebé, pero cuando Manion cumplió medio año, el robot se sentía frustrado por la falta de progresos en su investigación. Quería dedicarse a otras, pero este bebe ingobernable se interponía en su camino. Tenía que hacer algo.
Serena se mostraba cada vez más protectora con su hijo. Dedicaba más tiempo y energías a este niño inútil que a Erasmo. Inaceptable. No debía ocurrir otra vez.
Como le intrigaba, había concedido a Serena más libertad de la que un esclavo merecía. El bebé no le daba nada a cambio, pero ella estaba pendiente de cada movimiento y sollozo de la criatura. A Erasmo se le antojaba una pobre inversión en tiempo y recursos.
Erasmo la encontró paseando en el jardín posterior, con Manion en brazos. El niño, siempre curioso, demostraba con ruidos ininteligibles lo mucho que le gustaban las coloridas flores. Serena hablaba con él, utilizaba palabras estúpidas y un tono zalamero. La maternidad había transformado a la inteligente y vehemente Serena en un bufón.
Un día, Erasmo llegaría a comprender estos rasgos de la personalidad humana. Ya había averiguado cosas importantes, pero quería acelerar el trabajo.
Por su parte, Serena pensaba que su amo robot se estaba comportando de una forma más extraña que nunca. La seguía como una sombra deforme, creyendo que ella no se daba cuenta. Su reacción ante Manion, cada vez más hostil, la asustaba y angustiaba.
A los seis meses de edad, el niño podía gatear con rapidez, aunque de forma torpe, y tenía la propensión de los bebés a meterse en líos si no se le vigilaba de cerca. A Serena la preocupaba que rompiera objetos frágiles y ensuciara todo, cuando sus deberes la obligaban a dejarlo al cuidado de otros esclavos.
Erasmo parecía indiferente a la seguridad del niño. En dos ocasiones, cuando Serena realizaba tareas que le habían asignado, el robot había permitido que gateara por la villa a sus anchas, como comprobando que Manion era capaz de sobrevivir a los numerosos peligros de la casa.
Unos días antes, Serena había descubierto a su hijo al borde del balcón que daba a la plaza situada ante el edificio principal. Se apoderó de él y gritó a Erasmo.
—No espero que una máquina se preocupe, pero no parece que tengas el menor sentido común.
El comentario le había divertido.
En otra ocasión, ella había interceptado a Manion en la puerta exterior de los laboratorios de vivisección del robot, a los que tenía prohibido el acceso. Erasmo la había advertido de que no espiara. Aunque preocupada por los tormentos que Erasmo debía infligir a esclavos indefensos, no se atrevió a insistir por el bien de su hijo.
Erasmo parecía intrigado por los sentimientos, al tiempo que los despreciaba. Serena le había sorprendido practicando expresiones faciales exageradas cuando miraba a Manion. Su piel sintética desplegaba un desfile de máscaras teatrales que oscilaban entre el asco y la maldad, pasando por la perplejidad.
Serena esperaba convencer a Erasmo de que todavía no comprendía la naturaleza humana, y de que debía mantenerla viva con el fin de descubrir las respuestas que tanto ansiaba…
Paseaba con Manion por un jardín de helechos, fingiendo indiferencia. Observó una puerta al otro extremo del invernadero, y recordó que contaba con una llave que permitía el acceso a la casa principal. Erasmo la observaba obsesivamente, como de costumbre.
Mientras estudiaba las plantas, no miró al robot. Después, como si se lo hubiera pensado mejor, pasó como una flecha por la puerta con el bebé y la cerró con llave. Solo conseguiría un momento de respiro de la intensa vigilancia, y pillaría desprevenido a su amo. Eso esperaba, al menos.
Mientras recorría a toda prisa el pasillo, Manion se removía en sus brazos y lanzaba chillidos de disgusto. Estaba atrapado como ella, condenado injustamente a pasar el resto de su vida como esclavo. Xavier nunca vería a su hijo.
Se arrepintió una vez más de su temeraria decisión de ir a Giedi Prime. Impulsada por su idealismo, solo había pensado en términos de grandes cifras, en el bienestar de miles de millones de personas. No había pensado en sus seres queridos, sus padres, Xavier. ¿Por qué debía cargar con el peso del sufrimiento humano?
Ahora, Xavier y Manion estaban pagando el precio como ella.
Erasmo apareció por otra puerta delante de ella y le cerró el paso. Una expresión malhumorada ocupaba su rostro surrealista.
—¿Por qué intentas escapar, cuando sabes que es imposible? Este juego no me divierte.
—No intentaba escapar —protestó ella, al tiempo que protegía al niño con sus brazos.
—A estas alturas ya deberías comprender que existen consecuencias de tus actos. —Demasiado tarde, la joven reparó en que llevaba algo brillante en la mano. Apuntó el aparato en su dirección—. Ha llegado el momento de cambiar los parámetros.
—Espera…
Serena vio un estallido de luz blanca, y un profundo entumecimiento se apoderó de su cuerpo. No pudo sostenerse en pie. Las piernas le fallaron como si se hubieran convertido en agua. Mientras caía, intentó proteger a Manion, que lanzó un aullido de miedo cuando su madre y él se desplomaron.
Serena, a punto de perder el conocimiento, no pudo impedir que Erasmo se apoderara del bebé indefenso.
En su centro de disecciones y cirugía general, Erasmo estudiaba a Serena. Su piel desnuda se veía suave y blanca, pues se había recuperado del molesto parto con sorprendente celeridad.
Mientras yacía inconsciente en la plataforma blanca, Erasmo llevó a cabo una delicada operación. Para él era una cuestión de rutina, pues había practicado muchas veces con esclavas durante los últimos dos meses, y solo habían muerto tres.
No quería hacer daño a Serena, pues creía que aún podía enseñarle muchas cosas. El procedimiento era por su bien…
Serena despertó por fin, desnuda pero empapada en sudor. Tenía las piernas y los brazos sujetos, y sentía cierta incomodidad en el abdomen.
Alzó la cabeza y descubrió que estaba en una sala amplia y atestada de cosas, al parecer sola. ¿Dónde estaba Manion? Sus ojos se dilataron de miedo y alarma. Cuando intentó sentarse, sintió una punzada de dolor en la región abdominal. Vio una incisión y una cicatriz en la parte inferior del estómago.
Erasmo entró en la sala con estruendo, cargado con una bandeja que contenía objetos metálicos y cristalinos.