Las aventuras de Tom Bombadil y algunos poemas del Libro Rojo (3 page)

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Authors: J.R.R. Tolkien

Tags: #fantástico, poesía

La pequeña Princesa Mee

Era adorable

Como se cuenta en la canción élfica:

Tenía perlas en el pelo

Bellamente enhebradas;

De hilo de araña y oro

Estaba hecho su pañuelo,

Y un cordoncillo de estrellas

De plata en su cuello.

De luz de alevilla

Y blanco de luna

Estaba tejida su chaqueta,

Y en su manto

Ceñía un cinturón

Cosido con rocío diamantino.

Caminaba de día

Bajo un manto gris

Y una capucha de azul nuboso;

Pero iba de noche envuelta

En un brillo resplandeciente

Bajo el cielo estrellado,

Y sus frágiles zapatillas

De malla de pescado

Relampagueaban cuando pasaba

Hacia el estanque donde danzaba,

Y en un tranquilo espejo

De aguas quietas jugaba.

Como niebla luminosa

En un vuelo arremolinado

Un destello como cristal surgía

Donde sus pies

De alas de plata

Golpeaban el suelo.

Miró a lo alto

Al cielo sin techo,

Y miró a la orilla sombría;

Entonces se dio la vuelta

E inclinó los ojos

Y vio debajo de ella

Una princesa Shee

Tan bella como Mee:

¡Bailaban pie con pie!

Shee era tan clara

Como Mee, y tan brillante;

Pero Shee estaba, extrañamente,

Colgada boca abajo,

¡Coronada de estrellas

En un pozo sin fondo!

Sus ojos centelleantes

Con gran sorpresa

Miraban a los ojos de Mee:

¡Una cosa maravillosa

El danzar cabeza abajo

Sobre un mar estrellado!

Sólo sus pies

Podrían encontrarse;

Porque donde están los caminos

Para hallar una tierra

Donde ellas no estén de pie

Sino colgadas del cielo

Nadie podría decirlo

O aprenderlo de hechizo alguno

En todo el saber élfico.

De modo que ella sola

Una elfa solitaria

Bailando como antes

Con perlas en el cabello

Y un hermoso manto

Y frágiles zapatillas

Y malla de peces iba Mee:

Con malla de peces

Y frágiles zapatillas

Y un hermoso manto,

¡Y con perlas en el cabello iba Shee!

V
El hombre de la Luna se quedó hasta muy tarde

Hay una posada, una vieja y alegre posada

Al pie de una vieja colina gris,

Y allí preparan una cerveza tan oscura

Que el Hombre de la Luna bajó

A beberla una noche.

El palafrenero tiene un gato borracho

Que toca un violín de cinco cuerdas;

Y mueve el arco arriba y abajo,

Arriba chirriando, abajo ronroneando

Y serruchando en el medio.

El posadero tiene un perrito

Que es muy aficionado a las bromas;

Y cuando hay alegría entre los huéspedes,

Levanta una oreja a todos los chistes

Y se muere de risa.

Ellos tienen también una vaca cornuda

Orgullosa como una reina;

Pero la música la trastorna como la cerveza,

Y mueve la cola empenachada

Y baila en la hierba.

¡Y oh, las pilas de fuentes de plata

Y el cajón de cucharas de plata!

Hay un par especial de domingo,

Y a estas las pulen con mucho cuidado

Las tardes de los sábados.

El Hombre de la Luna bebía largamente

Y el gato se puso a llorar;

La fuente y la cuchara bailaban en la mesa,

La vaca brincaba locamente en el jardín,

Y el perrito se mordía la cola.

El Hombre de la Luna tomó otra copa

Y luego rodó bajo la silla,

Y allí durmió y soñó con cerveza;

Hasta que palidecieron las estrellas,

Y el alba estuvo en el aire.

El Palafrenero le dijo al gato ebrio:

«Los caballos blancos de la luna

Relinchan y tascan los frenos de plata;

Pero el amo ha perdido la cabeza,

¡Y el Sol saldrá pronto!»

Así que el gato tocó en el violín una jiga-jiga

Que hubiera despertado a los muertos,

Chillando, serruchando y apresurando la tonada,

Mientras el posadero sacudía al Hombre de la Luna:

«¡Son las tres pasadas!», dijo.

Llevaron al Hombre rodando colina arriba

Y lo arrojaron de vuelta a la Luna,

Mientras sus caballos galopaban de espaldas

Y la vaca cabriolaba como un ciervo

Y la fuente se iba con la cuchara.

Más rápido el violín tocaba la jiga-jiga;

El perro comenzó a rugir,

La vaca y los caballos estaban patas arriba;

Los huéspedes saltaron de la cama

Y bailaron en el piso.

¡Con un pum y un pim estallaron las cuerdas del violín!

La vaca saltó por encima de la luna,

Y el perrito rió al ver tanta alegría,

Y la fuente del sábado se escapó corriendo

Con la cuchara del domingo.

La Luna redonda rodó tras la colina,

Mientras el Sol levantaba la cabeza.

No podía creer a sus ojos de fuego;

¡Porque, aunque era de día, para su sorpresa

Todos habían vuelto a la cama!

VI
El hombre de la Luna bajó demasiado pronto

El Hombre de la Luna tenía zapatos plateados,

Y barba de hebras plateadas;

Coronado de ópalos y con perlas

Sujetas a su cinturón,

Envuelto en su manto gris caminó un día

A través de un suelo resplandeciente,

Y secretamente, con una llave de cristal,

Abrió una puerta de marfil.

Por una afiligranada escala de telaraña centelleante

Bajó deprisa,

Y finalmente fue feliz de verse libre,

Lanzado a una loca aventura.

Había perdido el gusto por los blancos diamantes;

Estaba cansado de su minarete

De alta piedra que se elevaba solitario

En el montañoso paisaje lunar.

Hubiera enfrentado cualquier peligro por el rubí y el berilo

Para adornar su pálido atuendo,

Por nuevas diademas de gemas lustrosas,

Esmeraldas y zafiros.

Estaba solo además, sin nada que hacer,

Sino mirar abajo el mundo dorado

O tratar de oír la melodía distante

Que pasaba junto a él como un alegre remolino.

En el plenilunio de su luna de plata,

Su corazón había anhelado el fuego:

No las límpidas luces de los pálidos selenitas;

Porque rojo era su deseo,

Por purpúreos resplandores de rosa y carmesí,

Por una llama de ardiente lengua,

Por cielos escarlata en un rápido amanecer

Cuando un tempestuoso día aún es joven.

Vio mares azulados, y los matices vivientes

De verdes bosques y marjales;

Y añoraba la alegría de la Tierra populosa

Y la sanguínea corriente de los hombres;

Codiciaba el canto, y la risa duradera,

Y las viandas calientes, y el vino,

Pues comía pasteles perlados de ligeros copos de nieve

Y bebía luz de luna.

Le cosquillearon los pies, al pensar en la carne,

En el ponche y en el guiso con pimienta;

Y resbaló sin darse cuenta en su escalera inclinada,

Y como un meteoro,

Una estrella fugaz, en Yule una noche

Cayó titilando

Desde su escalera, para darse un espumoso baño

En la bahía ventosa de Bel.

Empezó a pensar, temiendo derretirse y hundirse,

Qué hacer en la luna,

Cuando el bote de un pescador lo encontró flotando a lo lejos

Para asombro de la tripulación;

Lo atraparon en su red, todo mojado y brillante

Con un resplandor fosforescente

De blancos azulados y luces de ópalo

Y un delicado líquido verde.

Contra su deseo, con el pescado de la mañana

Lo mandaron a tierra:

«Es mejor que alquiles cama en una Hostería», dijeron;

«La ciudad está muy cerca».

Sólo el tañido de una lenta campana

En la alta Torre del Mar

Anunció las nuevas de su lunático crucero

A hora tan inapropiada.

No se encendieron fuegos, no hubo desayunos,

Y la mañana fue fría y húmeda.

Había cenizas en lugar de fuego, y fango en lugar de hierba,

Y una lámpara en lugar del Sol

En una oscura callejuela. No encontró a nadie,

Ninguna voz se alzaba en canción;

En cambio había ronquidos, ya que todos estaban en la cama

Y aún habían de dormir largo tiempo.

Golpeó las puertas cerradas mientras pasaba,

Y gritó y llamó en vano,

Hasta que llegó a una posada con luz en su interior,

Y golpeó el cristal de la ventana.

Un soñoliento cocinero echó una áspera mirada,

Y dijo «¿Qué es lo que quieres?».

«Quiero fuego, y oro, y canciones antiguas,

Y el rojo vino fluyendo libremente».

«No los conseguirás aquí», dijo el cocinero mirando de reojo,

«Pero puedes entrar.

Carezco de plata y de seda con que cubrir mi espalda,

Pero tal vez te pueda alojar»

Un regalo de plata para levantar el cerrojo,

Una perla para cruzar la puerta;

Un asiento junto al cocinero cerca del fuego,

Le costó veinte más.

Por hambre o sed nada se llevó a la boca

Hasta que hubo dado todo cuanto llevaba;

Y todo lo que obtuvo, en una olla de barro

Rota y sucia de humo,

Fueron gachas frías, de dos días

Que comió con una cuchara de madera.

Para el budín de Yule con ciruelas, pobre infeliz,

Había llegado demasiado pronto:

Un huésped incauto en una búsqueda lunática

Desde las Montañas de la Luna.

VII
El troll de piedra

El Troll estaba sentado en su asiento de piedra,

Mordiendo y masticando un viejo hueso desnudo;

Había estado royéndolo durante muchos años,

Pues la carne era difícil de encontrar.

Vivía solo en una caverna de las colinas,

Y la carne era difícil de encontrar.

Llegó Tom calzado con grandes botas.

Le dijo al Troll: «¿Qué es eso, por favor?

Pues se parece a la tibia de mi tío Tim,

Que debería yacer en el cementerio.

¡Cementerio! ¡Sahumerio!

Hace ya muchos años que Tim se nos ha ido,

Y creí que aún yacía en el cementerio».

«Compañero», dijo el Troll, «es un hueso robado.

Pero, ¿de qué sirve un hueso en un agujero?

Tu tío estaba muerto como un lingote de plomo,

Mucho antes de que yo encontrara esta tibia.

¡Tibia! ¡Alivia!

Puede darle una parte a un pobre viejo Troll;

Pues él no necesita esta tibia».

Dijo Tom: «No entiendo por qué las gentes como tú

Han de servirse libremente

La canilla o la tibia de mi tío;

¡Así que pásame ese viejo hueso!

¡Hueso! ¡Rehueso!

Aunque esté muerto, aún le pertenece;

¡Pásame entonces ese viejo hueso!»

«Un poco más», dijo el Troll sonriendo,

«Y a ti también te comeré y te roeré las tibias.

¡Un bocado de carne fresca me caerá bien!

Te clavaré los dientes ahora mismo.

¡Mismo! ¡Sismo!

Estoy cansado de roer viejos huesos y cueros;

Tengo ganas de comerte ahora mismo».

Pensando ya que se había asegurado la cena,

Descubrió que no tenía nada en las manos,

Pues Tom se había deslizado por detrás

Lanzándole un puntapié como buena lección.

¡Lección! ¡Cocción!

Un puntapié en las asentaderas, pensó Tom,

Será el modo de darle una lección.

Pero más duros que la piedra son la carne y el hueso

De un Troll que está sentado a solas en la loma.

Tanto valdría patear la raíz de la montaña,

Pues las asentaderas de un Troll son insensibles.

¡Insensibles! ¡Inservibles!

El viejo Troll rió oyendo que Tom gruñía,

Y supo que su pie era sensible.

Tom regresó a su casa arrastrando la pierna,

Y su pie quedó estropeado mucho tiempo,

Pero al Troll no le importa y está siempre allí,

Con el hueso que le birló al propietario.

¡Propietario! ¡Recetario!

Las asentaderas del Troll son aún las mismas,

¡Y también el hueso que le birló al propietario!

VIII
Perry el Guiños

El Troll solitario sentado en una piedra,

Cantaba una canción triste:

«¿Por qué, oh, por qué tengo que vivir solo

En las Colinas de Allá Lejos?

Los míos se fueron, no puedo llamarlos

Y ya no piensan en mí;

Solo me han dejado, el último de todos,

De la Cima de los Vientos al Mar.»

«No robo oro, no bebo cerveza,

No como clase alguna de carne;

Pero la gente atemorizada cierra sus puertas,

En cuanto oye mis pasos.

¡Oh, como desearía que fueran más amables,

Y mis manos no tan rudas!

¡Sin embargo, mi corazón es blando, mi sonrisa es dulce,

Y no soy mal cocinero!»

«¡Vamos, vamos!», pensó, «¡Esto no puede ser!

Debo partir y encontrar un amigo;

Caminando sin prisa, recorreré

La Comarca de punta a punta».

Así que partió, y caminó toda la noche

Con los pies envueltos en botas de piel;

Llegó a Delagua con la luz de la mañana,

Cuando las gentes empezaban a ponerse en movimiento.

Miró a su alrededor, y a quién halló

Sino a la anciana señora Bunce

Con cesta y sombrilla, andando por la calle;

Y sonrió y se detuvo para llamarla:

«¡Buenos días, Madame! ¡Que tenga un buen día!

Espero que se encuentre bien».

Pero ella arrojó la sombrilla y la cesta

Y lanzó un espantoso grito.

El viejo Pott, el Alcalde, paseaba por allí cerca;

Cuando oyó aquel terrible sonido,

Del miedo se tornó púrpura y rosado,

Y se puso a cavar bajo tierra.

El Troll solitario se sintió herido y triste:

«¡No se vaya!», dijo alegremente,

Pero la vieja señora Bunce corrió a casa como enloquecida

Y se escondió bajo la cama.

El Troll llegó a la Plaza del Mercado

Y atisbó por sobre los puestos;

Las ovejas tornáronse salvajes al ver su cara

Y los gansos volaron por encima de las tapias.

El viejo granjero Hogg derramó su cerveza,

Bill el Carnicero arrojó su cuchillo,

Y su perro Grip hizo girar su cola

Y corrió para salvar la vida.

El viejo troll se sentó tristemente y lloró

Junto a la puerta de las Celdas,

Y Perry el Guiños se acercó a él

Y le dio una palmadita en la espalda.

«¿Oh, por qué lloras, bulto grandullón?

¡Estás mejor fuera que dentro!»

Dio al troll un golpe amigable,

Y rió al verle sonreír.

«¡Oh, Perry el Guiños, muchacho», gritó,

«Ven, tú eres la persona indicada!

Si estás deseando dar una vuelta

Te llevaré a casa para tomar el té».

Él saltó sobre su espalda y se agarró con fuerza,

Y dijo «¡Adelante!»;

Y Guiños tuvo una fiesta aquella noche,

Y se sentó en la rodilla de viejo troll.

Hubo pastas de té, y tostadas con mantequilla,

Y jamón, y crema, y pastel,

Y Guiños se esforzó para ser el que más comiera,

Aunque todos sus botones se rompieran.

La olla cantó, el fuego ardía,

La marmita era grande y marrón,

Y Guiños trató de beber mucho té,

Aunque se ahogara.

Cuando rellenos y tiesos estuvieron la chaqueta y la piel,

Permanecieron sin hablar,

Hasta que el Viejo Troll dijo: «Ahora empezaré

A enseñarte el arte del panadero,

La hechura de maravilloso pan relleno,

De tortas ligeras y pardas;

Y entonces podrás dormir en un lecho de plumas

Con almohadas de pluma de búho».

«Joven Guiños, ¿dónde has estado?», dijeron ellos.

He estado en un té indecente,

Y me siento hinchado, porque he comido

Pan relleno», dijo él.

«¿Pero en qué lugar de la Comarca, muchacho, ha ocurrido eso?

¿O ha sido fuera, en Bree?», dijeron ellos.

Pero Guiños contestó simplemente:

«No voy a decirlo».

«Yo sé donde», dijo Jack el Curioso,

«He observado como cabalgaba:

Fue sobre la espalda del Viejo Troll

A las colinas de Allá Lejos».

Entonces todo el mundo fue voluntariamente,

En Poney, en carruaje, o en un jamelgo,

Hasta que llegaron a una casa en la colina

Y vieron una humeante chimenea.

Golpearon la puerta del Viejo Troll.

«¡Cocina para nosotros

Un delicioso pastel relleno,

Por favor, o dos o más!»

«¡Cocínalo!», dijeron, «¡cocínalo!»

«¡Idos a casa, idos a casa!», dijo el Viejo Troll,

«Yo no os he invitado».

Solo los jueves cocino mi pan,

Y solo para unos pocos».

«¡Idos a casa, idos a casa! Aquí hay un error.

Mi casa es demasiado pequeña;

No tengo pastas, ni crema, ni pasteles:

¡Guiños se lo ha comido todo!

Tú, Jack, y Hogg y el Viejo Bunce y Pott,

No quiero ver a nadie más.

¡Largáos! ¡Largáos todos!

¡Guiños es mi tipo favorito!»

Perry el Guiños se engordó muchísimo

Por comer pasteles rellenos,

Su faja se rompió, y nunca más un sombrero

Pudo ponerse en la cabeza;

Porque cada jueves iba a tomar el té,

Y se sentaba en el suelo de la cocina,

Y más pequeño el Troll parecía

A medida que él crecía y crecía.

Guiños llegó a ser un gran panadero,

Como aún dice la canción;

Desde el mar a Bree llegó la fama

De su pan corto y largo.

Pero no era tan bueno como el pastel relleno;

No tenía tan rica mantequilla,

Como cada jueves el Viejo Troll ofrecía

Para el té de Perry el Guiños.

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