Las corrientes del espacio (17 page)

—¿Preferiría usted un camarote de lujo, milady?

—Seguramente podría procurarnos algo menos sórdido que esto...

—Es sórdido para usted, milady. Para ellos estoy seguro de que es lujo. Tienen agua corriente. Pregúnteles si la tenían en su choza de Florina.

—Bien, diga a estos hombres que se marchen.

El capitán les hizo un gesto. Dieron media vuelta y salieron del recinto. El capitán instaló la silla ligera de aluminio plegable que había traído. Samia la cogió.

Dirigiéndose a Rik y Valona, el capitán les dijo:

—¡Levántense!

—¡No! —interrumpió Samia en el acto—. Que sigan sentados. No intervenga, capitán. ¿Conque es usted una muchacha de Florina? —preguntó dirigiéndose a Valona.

—Somos de Wotex —dijo la muchacha moviendo la cabeza.

—No tiene usted nada que temer. Nadie les hará daño. No tiene importancia que sean de Florina.

—Somos de Wotex.

—Pero ¿no comprendes que prácticamente has reconocido que sois de Florina? ¿Por qué has tapado los ojos de este muchacho?

—No tiene derecho a mirar a una dama.

—¿Incluso los de Wotex?

Valona permaneció silenciosa. Samia le dejó que pensase. Trató de sonreírle amistosamente. Después dijo:

—Sólo los florinianos no tienen derecho a mirar a las damas. Ya ves que has reconocido que sois de Florina.

—¡Él, no! —saltó Valona.

—¿Y tú?

—Yo, sí. Pero él no. No le hagan nada. No es floriniano, de verdad. Sólo le encontraron allí un día. No sé de dónde viene, pero no es floriniano.

Hablaba casi con animación. Samia la miró con cierta sorpresa.

—Bien, hablaré con él. ¿Cómo te llamas, muchacho?

Rik la estaba mirando. ¿Era aquél el aspecto de las mujeres Nobles? Tan pequeña, y de aspecto amistoso, y olía tan bien... Se alegraba mucho de que le hubiese permitido mirarla.

—¿Cómo te llamas? —repitió Samia.

Rik volvió a la realidad, pero le fue imposible articular una sílaba.

—Rik —dijo finalmente. Después pensó: «No, éste no es mi nombre». Pero dijo—: Me parece que es Rik.

—¿No lo sabes?

Valona, ya desaparecido su temor, trató de hablar, pero Samia interpuso una mano conteniéndola.

—No lo sé —dijo Rik moviendo la cabeza.

—¿Eres de Florina?

—No, estaba en una nave —dijo Rik, esta vez categórico—, Vine aquí desde algún otro sitio. —No podía apartar la vista de Samia, pero parecía darse cuenta de que coexistía en la nave con ella. Una nave muy agradable y hospitalaria, además...— Llegué a Florina en una nave, pero antes vivía en un planeta.

—¿Qué planeta?

Era como si la idea se abriese paso a la fuerza y dolorosamente por unos canales del cerebro demasiado angostos. Entonces Rik recordó, y quedó deleitado con el sonido de su voz, tan largo tiempo olvidada.

—¡Tierra! ¡Vine de Tierra!

—¿Tierra?

Rik asintió y Samia se volvió hacia el capitán.

—¿Dónde está ese planeta Tierra?

—No había oído hablar nunca de él —dijo el capitán con una leve sonrisa—. No se tome a este hombre demasiado en serio, milady. Un indígena miente como respira. Es natural en él. Dice lo primero que le pasa por la cabeza.

—No habla como un indígena. ¿Dónde está Tierra, Rik? —dijo volviéndose hacia él.

—Es... —Se detuvo y se llevó una mano temblorosa a la frente. Después dijo—: En el sector de Sirio... —El tono de la afirmación era casi una pregunta. Samia se volvió hacia el capitán:

—Existe un Sector de Sirio, ¿verdad?

—Sí, existe. Pero me asombra que en eso tenga razón. De todos modos, no hace más real la existencia de Tierra.

—Pero existe. Se lo digo, lo recuerdo —dijo Rik con vehemencia—. Hace tanto tiempo que lo he recordado... no puedo equivocarme ahora. No puedo... —Se volvió, cogió a Valona por los codos, tirando de sus mangas—. ¡Valona, diles que vengo de Tierra! ¡Sí, sí!

—Lo encontramos un día, lady, y había perdido la cabeza —dijo Valona con los ojos abiertos por la inquietud—. No podía vestirse, ni hablar ni andar. No era nadie. Desde entonces va recordando poco a poco. Hasta ahora todo lo que ha ido recordando ha sido así. —Dirigió una rápida mirada al rostro contrariado del capitán—. Puede muy bien haber venido de Tierra, señor. No quiero contradecirle.

La última frase era de un convencionalismo largo tiempo establecido y seguía a cualquier afirmación que pudiese parecer en contradicción con una opinión manifestada por un superior.

—Por las pruebas que tenemos lo mismo puede venir del centro de Sark —gruñó el capitán.

—Sin duda, pero en todo esto hay algo extraño —respondió Samia situándose, como buena mujer, del lado del romanticismo—. Estoy segura... ¿y cómo estaba tan desesperado cuando lo encontraste, muchacha? ¿Estaba herido?

Valona no contestó de momento. Su mirada se posaba incierta de un lado a otro. Primero miró a Rik, que se agarraba el cabello con los dedos, después al capitán, que esbozaba una sonrisa forzada; finalmente a Samia, que estaba esperando.

—Contéstame, muchacha —dijo Samia.

Para Valona representaba una dura decisión, pero en aquellas circunstancias no creía concebible inventar una mentira que pudiese sustituir a la verdad.

—Un doctor lo visitó una vez... Dijo que le habían..., eh..., psicoprobado.

—¡Psicoprobado! —exclamó Samia con una oleada de repulsión que recorrió todo su cuerpo. Alejó su silla, que produjo un chirrido contra el suelo de metal—. ¿Quieres decir que era psicótico?

—No sé qué quiere decir, lady —dijo humildemente Valona.

—No en el sentido que está usted pensando, milady —dijo el capitán casi simultáneamente—. Los indígenas no son psicóticos. Sus necesidades y deseos son demasiado simples. No he oído hablar jamás de un indígena psicótico.

—Pero, entonces...

—Es muy sencillo, milady. Si aceptamos la fantástica teoría que la muchacha nos cuenta, sólo podemos llegar a la conclusión de que este muchacho había sido un criminal, lo cual es una forma de ser psicótico. Si es así, debieron tratarle uno de esos chiflados que practican entre los indígenas, casi lo mataron, y le largaron a una sección desierta para evitar ser descubiertos y perseguidos.

—Pero tenía que haber alguien capaz de hacer la psicoprueba —protestó Samia—. No esperará usted que los indígenas sean capaces de hacerlo...

—Quizá no. Pero en este caso tampoco podemos suponer que un médico autorizado lo hiciese de forma tan inexperta. El hecho de que lleguemos a una contradicción demuestra que la historia es falsa del principio al final. Si quiere usted seguir mi consejo, milady, dejará usted a estos dos seres en nuestras manos. Ya ve usted que es inútil esperar nada de ellos.

—Quizá tenga usted razón —dijo Samia después de vacilar un momento.

Se levantó y miró a Rik con perplejidad. El capitán se puso detrás de ella, levantó la silla portátil y la dobló de un golpe.

—¡Esperen! —dijo Rik levantándose de un salto.

—Por favor, milady —dijo el capitán abriendo la puerta para dar paso a Samia—. Mis hombres lo calmarán.

—¿No le harán daño? —preguntó ella, deteniéndose en el umbral.

—Dudo que nos obligue a recurrir a extremos. Será fácil de manejar.

—¡Lady! ¡Lady! —gritó Rik—. ¡Puedo probar que soy de Tierra!

Samia permaneció indecisa por algunos instantes.

—Veamos lo que tiene que decir.

—Como quiera, milady —dijo el capitán fríamente.

Samia volvió atrás, pero se mantuvo a un paso de la puerta. Rik estaba congestionado. Con el esfuerzo de pensar sus labios esbozaron la caricatura de una sonrisa.

—Recuerdo Tierra. Era radiactiva. Recuerdo las áreas prohibidas y el horizonte azul de la noche. El suelo relucía y no crecía nada en él. Sólo había algunos puntos donde los hombres podían vivir. Por eso era yo analista del espacio. Por eso no quise quedarme en el espacio. Mi mundo era un mundo muerto.

—Vámonos, capitán —dijo Samia encogiéndose de hombros—. Está divagando.

Pero esta vez fue el capitán Racety quien se detuvo, con la boca abierta.

—¿Un mundo radiactivo? —murmuró.

—¿Existe eso? —preguntó ella.

—Sí —dijo, volviéndose perplejo hacia ella—. Pero... ¿dónde puede haberlo imaginado?

—¿Cómo puede un mundo ser radiactivo y habitado?

—Pues hay uno, y está en el sector de Sirio. No recuerdo su nombre. Podría incluso ser Tierra.

—Es Tierra —dijo orgulloso y confiado Rik—. Es el planeta más antiguo de la Galaxia. Es el planeta donde tuvo sus orígenes la raza humana.

—¡Es verdad! —dijo el capitán suavemente.

—¿Quiere decir que la raza humana tuvo sus orígenes en Tierra? —preguntó Samia, dándole vueltas la cabeza.

—¡No, no! —dijo el capitán de una manera abstracta—. Eso es una superstición. Sólo que es así como oí hablar del planeta radiactivo. Pretende ser el planeta original del Hombre.

—No sabía que tuviésemos un planeta original.

—Supongo que en alguna parte empezaríamos, milady, pero dudo que nadie pueda saber en qué planeta fue. ¿Qué más recuerdas? —añadió, dirigiéndose con súbita decisión a Rik, a punto casi de llamarle «muchacho» pero absteniéndose.

—La nave, principalmente. Y el análisis del espacio. Samia se unió al capitán. Permanecían de pie, frente a Rik, y Samia sentía la excitación apoderarse de ella.

—¿Entonces todo esto es verdad? Pero, entonces, ¿cómo fue sometido a la psicoprueba?

—¡Psicoprueba...! —dijo el capitán Racety pensativo—. Preguntémosle a él. A ver, indígena, o ser de otro mundo, o lo que seas. ¿Cómo te sometieron a la psicoprueba?

—Eso lo habéis dicho vosotros —dijo Rik perplejo—. Incluso Lona. Pero yo no sé qué quiere decir.

—¿Cuándo dejaste de recordar entonces?

—No estoy seguro. —De nuevo empezó, desesperado—. Fue en una nave.

—Ya lo sabemos. Sigue.

—No hay necesidad de gritar, capitán —dijo Samia—. Le va usted a quitar el poco juicio que tiene.

Rik estaba totalmente absorbido en la lucha contra la penumbra de su mente. El esfuerzo no dejaba lugar para ninguna emoción. Con gran sorpresa, incluso para él, dijo:

—No le tengo miedo, lady. Estoy tratando de recordar. Había peligro. De eso estoy seguro. Un gran peligro para Florina, pero no puedo recordar los detalles.

—¿Peligro para todo el planeta? —preguntó Samia, dirigiendo una rápida mirada al capitán.

—Sí. Era por las corrientes.

—¿Qué corrientes? —preguntó el capitán.

—Las corrientes del espacio.

—¡Esto es una locura! —exclamó el capitán levantando las manos y volviéndolas a dejar caer.

—¡No, no! ¡Déjele seguir!

—El flujo de la credulidad había invadido nuevamente a Samia. Tenía los labios abiertos, sus ojos relucían y unos pequeños lunares entre las mejillas y la barbilla le daban una expresión sonriente—. ¿Qué son las corrientes del espacio?

—Los diferentes elementos —dijo Rik vagamente. Lo había explicado ya. No quería tener que volver a explicarlo.

Siguió hablando rápidamente, casi de una manera incoherente, a medida que las ideas acudían a él, casi arrastrado por ellas.

—Mandé un mensaje al centro oficial de Sark. Lo recuerdo muy claramente. Tenía que andar con cuidado. Había un peligro que iba más allá de Florina. Sí, más allá de Florina. Era ancho como la Vía Láctea. Había que tratarlo con cuidado.

Parecía haber perdido todo contacto con los que le estaban escuchando, vivir en un mundo del pasado delante, del que iba desapareciendo lentamente una cortina hecha jirones. Samia puso una mano sobre su hombro tratando de calmarlo, pero no obtuvo reacción alguna a ello tampoco.

—No sé cómo —prosiguió—, mi mensaje fue interceptado por alguien de Sark. Fue un error. No sé cómo pudo ocurrir —frunció el ceño—. Estoy seguro de haberlo mandado al Centro Oficial con nuestra longitud de onda. ¿Cree que el subéter pudo ser captado?

No se extrañó siquiera de que la palabra «subéter» acudiese tan fácilmente a sus labios. Quizás estaba esperando una respuesta, pero sus ojos seguían sin ver.

—En todo caso, cuando aterricé en Sark me estaban esperando.

De nuevo una pausa, esta vez larga y meditativa. El capitán no hizo nada por romperla; parecía estar meditando también.

—¿Quién le estaba esperando? ¿Quién? —interrumpió Samia.

—No... no lo sé —dijo Rik—. No puedo recordarlo. No era en la oficina. Era alguien de Sark. Recuerdo que hablé con él. Yo conocía el peligro y le hablé de él. Estoy seguro de haber hablado. Estábamos sentados delante de una mesa, juntos. Recuerdo la mesa. Estaba frente a mí. Es tan claro como el espacio. Hablamos un rato. Me parece que no deseaba dar detalles. De esto estoy seguro. Tenía que hablar con la oficina primero y entonces él...

—¿Sí? —instó Samia.

—Hizo algo... No, no recordaré nada más. ¡No recordaré nada más!

Dijo estas palabras gritando y de nuevo reinó el silencio, un silencio que fue extemporáneamente roto por el prosaico zumbido del aparato de comunicación de pulsera del capitán.

—¿Qué hay? —pregunto.

La voz que respondió fue precisa y respetuosa.

—Un mensaje de Sark para el capitán. Se ruega lo reciba personalmente.

—Muy bien, voy a los subéteres inmediatamente. —Se volvió hacia Samia—. ¿Puedo recordarle, milady, que es la hora de la cena? —Vio que la muchacha iba a alegar su falta de apetito y a rogarle que la dejase allí y no se preocupase por ella. Más diplomáticamente, prosiguió—: Es también hora de dar de comer a esta pareja. Deben estar probablemente cansados y hambrientos.

Samia no pudo objetar nada contra eso.

—Tengo que volverlos a ver, capitán...

El capitán se inclinó silenciosamente. Pudo ser aquiescencia, pudo no serlo.

Samia de Fife estaba emocionada. Sus estudios sobre Florina colmaban una cierta aspiración intelectual que llevaba en ella, pero el Misterioso Caso del Terrestre Psicoprobado (pensaba en este caso en letras mayúsculas) despertaba en su mente algo mucho más primitivo y más exigente. Toda su curiosidad animal estaba alerta.

¡Era un misterio! Había tres puntos que la fascinaban. Entre ellos no figuraba la quizá razonable cuestión (dadas las circunstancias) de si toda la historia de aquel hombre no era una mentira deliberada e incluso una ilusión, más que la verdad. Creer que fuese otra cosa distinta de la verdad sería desvanecer el misterio y Samia no podía permitírselo.

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