Las esferas de sueños (4 page)

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Authors: Elaine Cunningham

—Te he echado mucho de menos —murmuró la mujer, apoyando la cabeza en el pecho masculino.

Era una admisión poco común en alguien nada dado a expresar sus sentimientos.

De hecho, Danilo podía contar con los dedos de las manos las veces en que habían hablado de lo que sentían desde esa noche, cuatro años antes, en la que tenían planeado anunciar su compromiso en el Baile de la Gema. Los acontecimientos lo habían impedido de una manera bastante dramática y habían abierto entre ellos un abismo cada vez más profundo.

El joven se prometió acabar con el distanciamiento esa misma noche.

—Vuelve a mirar en el paquete —dijo a la semielfa, a la que cogió por los hombros y alejó de sí—. Observa atentamente lo que encuentres, pues no volverás a ver otro tan cerca.

Arilyn le dirigió una sonrisa de extrañeza, pero obedeció. Los ojos se le querían salir de las órbitas cuando descubrió entre los envoltorios un casco negro velado.

—Un casco de Señor —murmuró.

Se trataba, efectivamente, de uno de los artefactos mágicos que señalaban y ocultaban a los Señores Secretos: hombres y mujeres de todas condiciones sociales que eran llamados a regir la ciudad.

—¿Es tuyo? —preguntó al comprender súbitamente qué significaba que Dan lo tuviera en su poder.

El aludido asintió con aire atribulado.

—Por desgracia, sí. Khelben me lo endilgó hace cuatro años. Te lo habría dicho mucho antes, pero...

La voz del joven se fue apagando. Con un seco asentimiento de cabeza, Arilyn le indicó que no necesitaba decir más. Era de todos sabido que los Señores Secretos no comunicaban a nadie su identidad, excepto a su esposa o marido, e incluso esa mínima confidencia no estaba bien vista. Únicamente Piergeiron, el hijo del paladín Primer Señor de la ciudad, era conocido por su nombre.

—¿Por qué me lo dices ahora?

Arilyn echó un vistazo al vestido color zafiro, y su gesto se ensombreció con recuerdos del compromiso que habían querido hacer público en el Baile de la Gema cuatro años atrás.

Aunque Danilo esperaba esa reacción, igualmente le dolió cuando se produjo.

—Ahora soy libre de decírtelo porque pienso dimitir —anunció con ligereza—.

Recientemente, se han producido discrepancias entre los arpistas y algunos de los paladines de Aguas Profundas. Como era de esperar, lord Piergeiron ha defendido fervientemente el lado de la justicia y se ha mostrado muy dispuesto, casi feliz diría yo, de relevarme de este deber. Asimismo, he comunicado al temible Khelben Arunsun que no pienso sucederle como futuro protector de la Torre de Báculo Oscuro.

Con la sola mención del mentor y pariente de Danilo, y su antiguo superior en los arpistas, Arilyn frunció el entrecejo.

—Creía que había abandonado esa idea hacía ya tiempo.

Dan se dio cuenta de que la semielfa se iba por las ramas para ganar tiempo mientras digería las implicaciones de lo que acababa de revelarle.

—Eso parecía, pero, como bien sabes, nuestro querido archimago prefiere trabajar entre sombras y brumas. Hace algún tiempo, cuando le declaré mi intención de convertirme en bardo de verdad, se mostró encantado. No obstante, me siguió entregando valiosos libros de hechizos, compartiendo conmigo migajas de su poder y confiándome secretos que me vinculaban tanto a los arpistas como a él. Antes de que me diera cuenta, le ayudaba casi a diario, e incluso tenía bajo mi mando a otros arpistas.

—El noble se estremeció antes de agregar—: Es insidioso nuestro querido Khelben.

Aunque sonrió por el gracioso tono empleado por Danilo, los ojos de la semielfa reflejaban un cierto enfado.

—Ni siquiera su propia sombra podría describir mejor a Khelben Arunsun. Has hecho bien en liberarte. ¿Todavía llevas la insignia?

Era un tema peliagudo, pues ambos tenían buenas razones para apreciar las insignias que los señalaban como arpistas: miembros de una organización casi secreta dedicada a mantener el equilibrio en el mundo y preservar los relatos de grandes hazañas. Arilyn empezó a sentirse cada vez más incómoda con la dirección de los arpistas, y en particular, con las directrices que marcaba Khelben Arunsun. Tras su última misión —el rescate de Isabeau Thione— Arilyn había roto con Khelben y los arpistas.

Danilo, no obstante, no estaba aún dispuesto a renunciar. En el hombro, prendida a la camisa y oculta bajo el tabardo, llevaba una diminuta arpa plateada recostada en una media luna.

—Un buen hombre me la entregó. Yo la llevaré siempre en su honor y trataré de ser digno de la confianza que me demostró.

«Y de su hija.» Aunque esas últimas palabras no las pronunció, el conflicto que se reflejó en los ojos de Arilyn dijo bien a las claras que ella había pensado lo mismo.

—También yo llevo la insignia de los arpistas en honor de mi padre. Ésa es la única razón. Ya sabes que soy leal a otra causa.

—Sí, soy perfectamente consciente de ello —replicó Danilo con más amargura de la que pretendía expresar—. No, no —alzó una mano, anticipándose a las explicaciones—. Ya hemos hablado de eso muchas veces. Hiciste lo que hiciste porque me amabas, aunque ojalá que el resultado hubiese sido otro. Sin embargo, sé que tus intenciones eran buenas.

Una vez más, la mirada del joven se posó en la hoja de luna: una espada elfa hereditaria, a la que cada poseedor podía añadir un poder mágico. La madre de Arilyn creó una conexión mágica entre el mundo de su amado —un humano— y la remota isla elfa de Siempre Unidos. Involuntariamente, esa acción llevó la tragedia al pueblo elfo y muchos años después conduciría a una concatenación de acontecimientos que hicieron que los arpistas de Aguas Profundas se fijaran en Arilyn. Danilo fue el encargado de seguirla y vigilarla. En el curso de la misión, humano y semielfa formaron sus propios lazos de unión: confianza, amistad y algo más profundo e infinitamente más complejo que el amor. Arilyn le concedió el derecho a usar la hoja de luna y su poder, con lo cual rompía una tradición secular según la cual solamente el heredero legal de la espada podía utilizarla. Pero al permitirle usar el arma, sin saberlo, Arilyn comprometió a Dan a servir por toda la eternidad a la espada mágica.

Era un precio que Danilo hubiese pagado gustosamente por el vínculo que creaba entre ellos, pero no pudo elegir. Cuando Arilyn fue consciente de lo que había hecho, decidió liberar a su amigo de una carga que él nunca había elegido. Claro que también rompió el vínculo, místico élfico que los unía. Una vez roto ese vínculo la espada concedió a Arilyn otro poder y forjó una alianza distinta.

El nuevo poder consistía en avisarla cada vez que los elfos del bosque la necesitaban. En los bosques de Faerun vivían pequeños grupos de elfos, y muchos de ellos estaban en peligro y amenazados. Desde entonces, el sueño de Arilyn se veía poblado de pesadillas, y muy a menudo la espada relucía con la luz verde que la avisaba. Aunque era consciente de que estaba sola y de que no podía salvar a todos y cada uno de los elfos en apuros, la llamada resultaba tan fuerte que era incapaz de desatenderla. El elfo y su hoja de luna eran un único espíritu. Desde aquel día, Arilyn estaba casi permanentemente ausente de Aguas Profundas sin que pudiera evitarlo.

—Tú cumples con tu deber —dijo Danilo suavemente—. Y hasta ahora yo también tenía deberes en la ciudad. Pero ya nada me retiene aquí y no hay razón por la cual no pueda acompañarte.

Pero sí la había, y ambos lo sabían. Arilyn era un caso único entre los elfos del bosque, que raramente se relacionaban con otros elfos como ellos y mucho menos con elfos de la luna con parte de sangre humana. Arilyn era la excepción porque había pasado a formar parte de la antiquísima leyenda de la espada que portaba, gracias a lo cual había hecho realidad su máxima aspiración: ser verdaderamente aceptada por el pueblo elfo. Con sinceridad, no creía que un humano fuese admitido.

—No, claro; no hay ninguna razón —repuso de manera muy poco convincente.

Buscó los ojos de su compañero y a continuación esbozó una triste sonrisa—. Al parecer te has liberado de todos los compromisos menos de uno. Esta noche tienes obligaciones familiares. ¿Cuándo empieza el baile?

Danilo miró por la ventana entrecerrando los ojos. Ya había anochecido, y las calles estaban iluminadas.

—Más o menos dentro de una hora. Si te das prisa, llegaremos con elegante retraso. Y si nos lo tomamos con calma —agregó con pícara sonrisa—, podemos llegar escandalosamente tarde.

—Una sugerencia muy tentadora, lord Thann —replicó ella en tono gazmoño, aunque los ojos le reían—. Pese a estar de acuerdo con el espíritu de la sugerencia, me parece un mal momento. Ve tú delante; yo iré tan pronto como pueda. Puesto que tu familia es quien da la fiesta, tu ausencia llamaría la atención y sería comentada.

—A lady Cassandra no se le escapa nada —murmuró Danilo, refiriéndose a la formidable mujer que le había dado la vida y que manejaba a la familia con voluntad de hierro y mano muy capaz.

Los ojos azules y dorados de Arilyn adquirieron el brillo duro y apagado común entre los guerreros que oyen mencionar su némesis.

—Muy cierto. Incluso sin el retraso, estoy segura de que daremos pie a algún tipo de escándalo.

—Ése es el espíritu —repuso él con aire aprobador.

No transcurrió más de una hora antes de que un coche alquilado se detuviera frente a las puertas de la villa familiar de los Thann y de él descendiera Arilyn. Era una gran mansión de mármol blanco que ocupaba casi toda una manzana del distrito norte.

Toda ella, hasta el último rincón, resplandecía de luz y sonido. Seguramente Danilo se había tomado una pequeña licencia poética al señalar la hora de inicio, pues todo indicaba que el baile hacía tiempo que había empezado.

Arilyn escrutó la escena con ojos entrecerrados, como un guerrero que evaluara un potencial campo de batalla. Aunque el Baile de la Gema era una de las últimas festividades de la temporada estival, en medio de ese esplendor, el frío y la monotonía del invierno parecían muy lejanos. Ni a la oscuridad de la noche se le daba tregua. La luna que coronaba los picudos tejados de la mansión Thann era tan brillante y plena como en verano, y en los jardines de la villa, flotantes globos de luz parpadeaban como gigantescas luciérnagas multicolores. Por las ventanas abiertas, se derramaba el sonido de risas y de música festiva.

La semielfa siguió a una pequeña multitud de rezagados, maldiciendo mentalmente la estrecha falda del vestido, que la obligaba a caminar con pasos menudos y afectados. Dentro, los numerosos invitados atestaban un gran salón que resplandecía con la luz de un millar de velas. Bailarines ataviados con los vividos colores de las piedras preciosas se inclinaban y giraban al ritmo de la música. Otros paladeaban los exóticos vinos que habían hecho la fortuna de la familia Thann, o disfrutaban de los magníficos músicos, que parecían omnipresentes. Algunas parejas desaparecían en reservados ingeniosamente diseñados o se perdían por los jardines para recoger las últimas flores de un romance estival.

Arilyn tuvo que admitir que era todo un espectáculo. Esa fiesta era uno de los eventos culminantes de la temporada, y la nobleza local se comportaba en consonancia, compitiendo en elegancia, belleza o cortesía. Se suponía, incluso se exigía, que esa noche todo fuese perfecto. Cassandra Thann, la matriarca del clan y una de las referencias de la aristocracia, no habría tolerado lo contrario.

La única nota discordante, en el caso de que las alegres carcajadas pudieran considerarse discordantes, provenía del extremo más alejado del amplio salón. Con una certeza fruto de la experiencia, Arilyn se dirigió hacia allí.

Discretamente, se deslizó entre la multitud que rodeaba a Danilo, que empezaba a narrar sus desventuras con un dragón al que le encantaban los acertijos. Se trataba de la versión jocosa de una historia que Arilyn ya conocía. Danilo había introducido tantos cambios que la semielfa dudaba de que quienes hubieran vivido aquel terrible encuentro lo reconocieran. O tal vez sí. Arilyn ya había notado otras veces que la verdad hallaba el modo de colarse entre las palabras de un bardo, por mucho que tanto aquélla como éste se ocultaran bajo variopintos adornos.

Arilyn estudió al hombre que había sido su compañero arpista y a quien había entregado su corazón. Por su aspecto, parecía un dandi divertido y de agradables maneras, favorecido por la naturaleza, la fortuna y la buena compañía. Era alto, delgado y elegante, atractivo de cara y de cuerpo, y se movía como pez en el agua en ese tipo de reuniones sociales. Llevaba una exquisita chaqueta color esmeralda, cuyas mangas acuchilladas revelaban un reluciente forro dorado. Doradas eran asimismo las sortijas que brillaban en sus gesticulantes manos, y dorada era la espesa melena que le llegaba por debajo de los hombros.

La semielfa se dijo que
dorado
era el adjetivo que mejor lo definía. A bote pronto, no se le ocurría ninguna ventaja de la que no hubiera gozado, ni tampoco ninguna tarea que no fuese capaz de cumplir con una facilidad casi indecente. Todo en él señalaba a la persona satisfecha de sí misma. Y no parecía ser el único que tenía una alta opinión de sí mismo, pues su pícara sonrisa y su mirada maliciosa instintivamente arrancaban sonrisas complacientes en muchos de quienes lo contemplaban.

Arilyn no acababa de comprender qué podía ver en ella ese hombre alegre y que brillaba con luz propia; qué buscaba en una elfa cuya vida estaba enteramente dedicada al deber y el peligro. No obstante, cuando la vio, los ojos de Danilo brillaron con un placer genuino, que desmentía la fachada que exhibía en ausencia de Arilyn.

—¡Arilyn, ven a ver esto! —exclamó, levantando la voz para hacerse oír por encima del aplauso con el que había sido acogido su relato.

Danilo sostenía un objeto en la mano, una rosa a medio florecer de una insólita tonalidad azul natural.

Un murmullo de interés recorrió a los observadores. Tales rosas eran legendarias, oriundas de la lejana Siempre Unidos. De algún modo, Danilo había conseguido algunos ejemplares de esos tesoros élficos. En honor de su amada, había decidido convertir el patio trasero de su casa en la ciudad en un jardín élfico que en nada tuviera que envidiar a un jardín de Siempre Unidos. Era una romántica historia que solía estar en labios de muchas damas de Aguas Profundas, siempre acompañada por nostálgicos suspiros.

Muchos ojos se posaron en Arilyn, algunos con envidia y otros simplemente con curiosidad. Los invitados se separaron hasta dejarla sola.

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