Las esferas de sueños (7 page)

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Authors: Elaine Cunningham

No obstante, siguió descendiendo más profundamente de lo que, según había calculado, se hallaba la planta principal sin encontrar ninguna puerta. A medida que descendía, la escalera era cada vez más estrecha y la titilante luz de las antorchas sujetas a abrazaderas de hierro en los muros daba paso a la oscuridad. Arilyn ajustó los ojos al nivel de la escasa luz que necesitaban los elfos, capaces de registrar los complejos y sutiles patrones térmicos.

La escalera moría en un oscuro y silencioso corredor situado bajo la mansión Thann. A un lado, se abría una vasta y fría sala atestada de pequeños estantes, en los que se guardaban polvorientas botellas. Los Thann eran vinateros, y Danilo le había hablado con frecuencia de sus bodegas. Arilyn apenas miró por encima ese tesoro escondido, pues toda su atención se concentraba en las huellas que llevaban más allá de la puerta.

Eran huellas de calor, grandes y débiles, que pertenecían a varios seres. Arilyn hincó una rodilla en el suelo para examinarlas mejor y se llevó una sorpresa.

Eran huellas de tren: enormes criaturas reptadoras y subterráneas, que únicamente emergían a la superficie para comerciar. Arilyn las conocía. Los tren eran asesinos, y la semielfa había luchado contra ellos. Por su experiencia, si se habían aventurado hasta allí era con un propósito homicida. Los tren eran capaces de aumentar o disminuir la temperatura corporal para adaptarse a su entorno, por lo que el hecho de que las huellas fuesen débiles no significaba que no fueran recientes.

Y las que había hallado eran muy recientes.

Arilyn se levantó silenciosamente y desenvainó la espada. Gracias a las propiedades mágicas de las botas elfas, seguiría las huellas de las criaturas asesinas sin dejar rastro.

2

Danilo alzó la mirada hacia una de las altas y estrechas ventanas que flanqueaban el gran salón. Desde que lanzara el desafortunado hechizo, la luna había ascendido tal vez el doble de su anchura. Arilyn tardaba mucho más en regresar de lo que había esperado.

Una campechana palmada en un hombro lo arrancó de sus ensoñaciones. Un hombre alto y de pelo castaño rizado lo contemplaba con fingida consternación.

—¡Quién te ha visto y quién te ve! ¡Te han pillado bien! ¿Cuánto tiempo hace que esperas a esa mujer?

—No más tiempo del que tú llevas huyendo de esa otra —repuso Danilo a su amigo Regnet Amcathra con una irónica sonrisa.

Simultáneamente, Danilo señaló con la cabeza a Myrna Cassalanter, la cual susurraba chismes a una mujer ataviada con un vestido color esmeralda y que exhibía una expresión de escandalizado deleite.

Regnet se rió de buena gana.

—¡A mí me parece una eternidad! ¡Y la noche aún es joven! No obstante, yo no hablaba solamente de esta noche. En serio, Danilo, hace años que no salimos juntos para beber y conocer mujeres. El mundo está lleno de ellas, por si lo has olvidado.

—A mí sólo me importa una.

Una vez más, la mirada de Danilo se dirigió a la puerta por la que había desaparecido Arilyn.

—¡Una sola mujer! —Regnet sacudió la cabeza con desaprobación—. ¡Qué lástima verte así!

—Tranquilo, tengo otros vicios —le aseguró Danilo, blandiendo una copa vacía.

—Bueno, eso es un consuelo. —El noble escrutó el salón, y sus ojos se iluminaron al posarse en una bonita camarera que divisó en el otro extremo—. Estamos de suerte:

ahí hay alguien que nos alegrará la vista a los dos.

Ambos se acercaron a la muchacha, e inmediatamente Regnet inició un flirteo.

Danilo aplaudió su elección. La chica era alegre, de pelo cobrizo, ojos grises reidores y, al sonreír, se le formaban hoyuelos en las mejillas. Aunque su voz arrastraba el áspero acento de los barrios bajos, poseía un afilado ingenio.

—No me malinterpretéis si os digo que deberíais alejaros de aquí —aconsejó a Regnet—: se aproxima un fuego fatuo.

Danilo siguió la mirada de la camarera y estalló en carcajadas. Myrna Cassalanter se acercaba con la mirada fija en Regnet. Con su cabellera escarlata y el vestido del mismo color, realmente parecía una llama agitada por el viento. Los fuegos fatuos se consideraban de mal agüero y ciertamente, en sentido práctico, los gases provocados por la combustión en ciénagas dejaban tras de sí un olor nauseabundo. A Dan no se le ocurría una mejor descripción de Myrna —una redomada chismosa por profesión e inclinación— que la propuesta por la camarera.

Después de que Myrna arrastró a su presa hacia la pista de baile, Danilo alzó la copa hacia la camarera en silencioso saludo. La muchacha respondió con una rápida y pícara sonrisa, seguida por un encogimiento de hombros.

—He visto bastante como para saberlo.

—¿Fuegos fatuos? —inquirió Dan, risueño.

—¡Ojalá! —exclamó la muchacha con anhelo—. No, nunca he salido de Aguas Profundas.

Danilo se sirvió otra copa. La voz de la muchacha no reflejaba lástima por sí misma, sino un genuino anhelo, así como una naturaleza inquieta, que él también compartía.

—¿Adónde irías?

—No sé. A cualquier sitio que no oliera a pescado y cerveza.

Dan rió y pilló un albaricoque maduro de la bandeja de un criado que pasó por allí.

—Cuando yo me siento inquieto, esto me ayuda un poco. Pruébalo y ya verás cómo su sabor conjura imágenes de la calidez del sol y de lejanos países.

—¡Oh!, no me atrevo a comer mientras estoy de servicio —protestó la muchacha, pese a que contemplaba la fruta como si se tratara de una piedra preciosa—. Y si la guardo para más tarde, pueden creer que la he robado.

Danilo asintió con la cabeza. El robo por parte de la servidumbre se castigaba duramente. No obstante, parecía muy injusto negarles los manjares que ayudaban a servir.

—En ese caso, dime cómo te llamas y haré que te envíen algunos.

—¿Ah, sí? —repuso ella incrédulamente, aunque sin rencor—. Junto con una caja de vino élfico, supongo...

La camarera no acabó la frase, pues algo había captado su atención. Danilo siguió su mirada e hizo una mueca. No muy lejos, una joven de curvas vertiginosas bailaba muy acaramelada con un apasionado noble. Ambos movían las manos con más entusiasmo que los pies. Normalmente, Danilo no lo habría considerado extraño — después de todo, las atenciones que Myrna dedicaba a Regnet no eran más sutiles—, pero tenía razones para desconfiar de esa mujer en concreto. Al parecer, lady Isabeau no olvidaba fácilmente su pasado como Sofía, la carterista.

—Disculpa —murmuró al mismo tiempo que dejaba la copa sobre la mesa.

En el rostro de la bonita camarera asomó una fugaz mirada de consternación.

—Tened cuidado con ésa, señor. No os dejéis engañar por su aspecto. No es trigo limpio.

—Tienes buen ojo —comentó él, empezando ya a alejarse—. Gracias por el consejo; lo tendré en cuenta.

—Lilly —soltó ella de pronto.

Danilo se volvió y alzó una ceja con gesto inquisidor.

—Mi nombre —se explicó la muchacha—. Sólo quería que lo supierais. Yo sé cómo os llamáis vos. Sois motivo de comentarios —añadió con una sonrisa.

—Sí, me lo imagino —replicó secamente, disfrutando de la ácida e irónica lengua de la muchacha, incluso cuando la dirigía contra él. Se despidió llevándose una mano a la frente—. Lilly, ha sido todo un placer.

Hábilmente separó a Isabeau de su pareja de baile y, danzando, la llevó con discreción a un reservado.

Tan pronto como supo que nadie los miraba, Isabeau se desasió y se puso bien derecha, no tanto en actitud desafiante como para exhibir sus abundantes encantos femeninos, enmarcados entre la gargantilla de rubíes y el escotado vestido.

—¿Habéis venido a cobraros lo que os debo, lord Thann? —preguntó, burlona—.

¿Una cita a cambio de rescatarme y darme una nueva posición? No me sorprende, pero no esperaba que reclamarais vuestro premio en un lugar tan público.

Danilo extendió una mano con la palma hacia arriba.

—He venido a conseguir algo; en eso tienes razón. Vamos, dámelo.

Isabeau hizo un mohín de inocencia ofendida.

—No entiendo.

—Es evidente. ¿Debo recordarte que eres lady Isabeau Thione, una dama noble emparentada con la casa real de Tethyr? Ya sé que todo esto es nuevo para ti, pero debes aprender a comportarte según las costumbres de la nobleza de Aguas Profundas.

—¡Bravo! —Isabeau esbozó una fría sonrisa de burla y fingió que aplaudía—.

¡Acabas de ganar el premio al comentario más rancio de la noche! La única diferencia entre mí y la mayor parte de esta gente tan fina es que ellos roban grandes cantidades, normalmente a los pobres. En el poco tiempo que llevo en la ciudad, me he dado perfecta cuenta de ello.

Danilo no se dejó distraer del tema.

—No hagas que me arrepienta de haberte traído aquí —la advirtió—. A algunos les encantaría llevarte de vuelta a Tethyr.

Isabeau se calmó al instante, y sus ojos negros recorrieron apresuradamente el salón hasta posarse en el elfo de cabello plateado y ojos color ámbar vigilantes como los de un halcón.

—Muy bien —repuso con petulancia, y empezó a vaciarse el bolsillo. En cuestión de segundos, Danilo se encontró con las manos llenas de objetos que la mujer había birlado a sus compañeros de baile: monedas, colgantes, una pequeña esfera de cristal e incluso un anillo de tamaño inusual, con un gran cuarzo rosa engarzado.

El noble se contempló las manos con consternación.

—¿Tienes idea del tiempo que tardaré en inspeccionarlos todos y devolverlos sin que sus dueños sospechen?

La mujer cruzó los brazos sobre su abundante pecho y sonrió.

—Eso tiene fácil solución: devuélvemelos y te ahorrarás muchas molestias.

Danilo suspiró y se guardó el tesoro en la bolsa que le colgaba del cinto.

—Será mejor que te marches, Isabeau. Ya hablaremos de esto más tarde.

—Mucho más tarde, espero —replicó la mujer con displicencia.

Con la mirada, Isabeau examinó la multitud, sin duda buscando una de sus víctimas. Grácilmente se alejó del reservado para mezclarse con la confusión de sedas de los bailarines.

Momentáneamente, Danilo sintió deseos de seguirla. Después de todo, él y Arilyn habían llevado a Isabeau a Aguas Profundas para que estuviera segura, siguiendo órdenes de los arpistas. Aunque después ambos habían lamentado haberlo hecho, continuaban teniendo una responsabilidad personal en el asunto: mantener Aguas Profundas a salvo de Isabeau.

Elaith Craulnober se fijó en que Danilo se llevaba a la mujer sureña a un reservado y no le cupo la menor duda de por qué: la moza era una ladrona condenadamente hábil. Ese mismo verano le había robado una daga a él, nada más y nada menos, y por ello, a punto estuvieron de colgarlo.

Tal hecho convertía a Isabeau Thione en una persona singular en Aguas Profundas: era la única que había osado cruzarse en su camino y que aún seguía con vida. Si había hecho una excepción con ella, había sido únicamente por la deuda de gratitud que tenía con Danilo Thann. ¿Qué era la insignificante vida de una mujer en comparación con el valor de la suya propia?

Ellos dos, elfo y bardo humano, habían recorrido un largo camino. En el pasado, Elaith había contratado sicarios para que asesinaran a Danilo, pues consideraba que era demasiado trivial como para tomarse la molestia de matarlo él mismo. No obstante, con el tiempo, sus sentimientos hacia el joven lord Thann habían pasado de un profundo odio a un respeto a regañadientes. De no ser por Danilo, Elaith habría perecido a manos

de una multitud de vengativos gnomos por un asesinato que no había cometido. En agradecimiento, había pagado su deuda al modo elfo, es decir, había nombrado a Danilo «amigo de los elfos».

Con distinción era un regalo excepcional, un compromiso de aceptación y lealtad absolutas, y un honor que raras veces se confería a un humano.

Y sin duda, también era lo más estúpido que había hecho en décadas.

La principal prueba de ello era su presencia en esa maldita fiesta. Con la excepción de unos pocos músicos contratados y de la semielfa Arilyn, Elaith era el único elfo invitado, por lo que decir que era el centro de todas las miradas sería quedarse muy corto. Él prefería pasar desapercibido. Dada la naturaleza de sus actividades, parecía lo más prudente.

Ésa era su segunda fuente de permanente descontento. Elaith era un canalla que se había hecho rico mediante actividades que iban de simplemente sancionables a sospechosas o descaradamente ilegales. Desde muy joven, la vida le había llevado por caminos oscuros y tortuosos. No obstante, en los últimos tiempos había adquirido una cierta virtud que, para decirlo con suavidad, resultaba terriblemente inconveniente.

Hacía tanto tiempo que Elaith había desechado prendas tales como el honor, la lealtad y la tradición que estaban ya apolilladas y no se sentía cómodo con ellas.

Un invitado, definitivamente borracho, echó a andar haciendo eses hacia el elfo.

Elaith lo observó con profundo desagrado. No era un ejemplar de humano especialmente impresionante: estatura media, hombros estrechos y caídos, así como exiguo pecho. Gran parte de su peso se había acumulado en caderas y nalgas. Tenía el pelo rojizo cortado casi al cero y una barba recortada exageradamente en punta. Sin duda, su intención era asemejarse a un sátiro aunque, en realidad, en conjunto daba la penosa imagen de un macho cabrío con dos patas.

Inmediatamente, el mercader le obsequió con todo tipo de historias. Puesto que el único modo de escapar hubiera supuesto clavarle una daga y salir corriendo, se limitó a dejar que el tipo continuara hablando con su lengua de trapo, mientras él se dedicaba a observar a la multitud.

En celebraciones como ésa, uno podía enterarse de muchas cosas, y a la rápida mirada del elfo no se le escaparon varios encuentros muy interesantes, algunas alianzas inusuales y unos pocos tratos cerrados. Hacía tiempo que se había dado cuenta de que la información era una moneda tan valiosa como el oro y consideraba que había ganado lo suficiente como para compensarle del aburrimiento de esa deprimente fiesta.

—... vender la gema elfa justo delante de sus narices, eso haré —alardeó el mercader.

Las últimas palabras del pelmazo atrajeron la atención de Elaith.

—¿Gema elfa? —lo animó a proseguir.

—Una cosa enorme. —El humano sonrió, encantado, ante ese signo de interés—.

Un rubí lleno de magia. Y cada día que pasa crece más y más, ¿eh?, ¿eh? —Se inclinó hacia el elfo y le hundió un codo en las costillas.

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