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Authors: Alfred Bester

Las Estrellas mi destino (31 page)

Sentía el toque de alas de mariposa sobre su piel. Notaba el sabor de un collar de perlas en la boca. Sus cortocircuitados sentidos caleidoscópicos no le podían decir dónde se hallaba, pero sabía que deseaba permanecer por siempre en este Ningunlugar.

—Hola, Gully.

—¿Quién es?

—Soy Robin.

—¿Robin?

—La que fue Robin Wednesbury.

—¿Que fue?

—Ahora soy Robin Yeovil.

—No comprendo. ¿Estoy muerto?

—No, Gully.

—¿Dónde estoy?

—A mucha, mucha distancia del Viejo Saint Pat.

—Pero, ¿dónde?

—No puedo perder tiempo explicándotelo, Gully. Tan sólo te quedan algunos momentos de estar aquí.

—¿Por qué?

—Porque aún no has aprendido cómo jauntear a través del espacio-tiempo. Tienes que regresar y aprender.

—Pero si ya sé. Tengo que saber. Sheffield dijo que espaciojaunteé hasta el Nomad... un millón de kilómetros.

—Entonces fue por accidente, Gully, como lo estás haciendo ahora. Aún no sabes cómo controlarlo... cómo convertir cualquier Ahora en realidad. Volverás a caer en el Viejo Saint Pat en un momento.

—Robin, acabo de acordarme. Tengo malas noticias para ti.

—Lo sé, Gully.

—Tu madre y hermanas están muertas.

—Lo sé desde hace tiempo, Gully.

—¿Cuánto tiempo?

—Hace treinta años.

—Eso es imposible.

—No, no lo es. Estamos muy, muy lejos del Viejo Saint Pat. He estado esperando para decirte cómo te puedes salvar del fuego, Gully. ¿Me escucharás?

—¿No estoy muerto?

—No.

—Escucharé.

—Tus sentidos están confundidos. Pasará pronto, pero no te dirigiré diciéndote izquierda o derecha o arriba o abajo. Te lo diré de forma que ahora me puedas entender.

—¿Por qué estás ayudándome... después de todo lo que te he hecho?

—Todo está perdonado y olvidado, Gully. Ahora escúchame. Cuando regreses al Viejo Saint Pat date la vuelta hasta que estés frente a las sombras más ruidosas. ¿Entiendes?

—Sí.

—Ve hacia el ruido hasta que notes un cosquilleo muy fuerte en la piel. Entonces párate.

—Entonces me paro.

—Da media vuelta hasta llegar a una compresión y una sensación de caída. Sigue por ahí.

—Sigo por ahí.

—Entonces pasarás a través de una pared sólida de luz y llegarás hasta un sabor a quinina. En realidad se trata de una masa de alambres. Empuja la quinina hasta que veas algo que suena como martillos pilones. Y estarás a salvo.

—¿Cómo sabes todo esto, Robin?

—He sido informada por un experto, Gully —notó una sensación de risas—. Caerás de vuelta al pasado en cualquier momento. Peter y Saúl están aquí. Te dicen
au revoir
y buena suerte. Y también Jiz Dagenham. Buena suerte, querido Gully...

—¿El pasado? ¿Es acaso esto el futuro?

—Sí, Gully.

—¿Estoy yo ahí? ¿Está... Olivia?

Y entonces estuvo cayendo hacia abajo, abajo, abajo, por las líneas del espacio-tiempo, de regreso al horrible pozo del Ahora.

Dieciséis

Sus sentidos fueron de nuevo normales en la Cámara Estelar de marfil y oro del Castillo Presteign. La visión se convirtió en visión, y vio los altos espejos y las ventanas de vidrieras, la biblioteca de oro con su bibliotecario androide sobre la escalera. El sonido se convirtió en sonido y escuchó al secretario androide accionando el grabador manual de perlas sobre el escritorio Luis XV. El gusto se convirtió en gusto cuando sorbió el coñac que el camarero robot le entregó.

Supo que estaba acorralado, enfrentado con la decisión más importante de su vida. Ignoró a sus enemigos y examinó la sonrisa perpetua grabada en el rostro robot del camarero, la clásica sonrisa irlandesa.

—Gracias —le dijo Foyle.

—Es un placer, señor —le replicó el robot, esperando deferencialmente.

—Es un hermoso día —comentó Foyle.

—Siempre hace buen tiempo en alguna parte, señor —sonrió el robot.

—Es un día horrible —dijo Foyle.

—Siempre hace buen tiempo en alguna parte, señor —le respondió el robot.

—Día —dijo Foyle.

—Siempre hace buen tiempo en alguna parte, señor —dijo el robot.

Foyle se volvió hacia los otros.

—Eso soy yo —dijo, señalando al robot—. Eso somos todos. Fantaseamos sobre el libre albedrío, pero no somos otra cosa que unas respuestas condicionadas... reacciones mecánicas en grabaciones preseleccionadas. Así que... aquí estoy, aquí estoy, esperando responder. Opriman los botones y saltaré.

Imitaba la voz enlatada del robot.

—Es un placer servirles, señores. —De pronto, su tono se hizo fustigante—. ¿Qué es lo que quieren?

Se agitaron con incertidumbre. Foyle estaba quemado, apaleado, derrotado... y sin embargo estaba tomando el control sobre todos ellos.

—Estipularemos las amenazas —dijo Foyle—. Voy a ser ahorcado, descuartizado y hecho picadillo, torturado en el infierno si no... ¿qué? ¿Qué es lo que quieren?

—Yo deseo lo que es mío —dijo Presteign, sonriendo fríamente.

—Ocho kilos, más o menos, del Piros. Sí. ¿Qué es lo que ofrece?

—No ofrezco nada, señor. Pido lo que es mío.

Y'ang-Yeovil y Dagenham comenzaron a hablar. Foyle los hizo callar.

—Aprieten el botón uno a uno, caballeros. En este momento, Presteign está tratando de hacerme saltar. —Se volvió hacia Presteign—. Apriete más fuerte, sangre y dinero, o encuéntrese otro botón. ¿Quién es usted para hacer demandas en este momento?

Presteign apretó los labios.

—La ley... —comenzó.

—¿Cómo? ¿Amenazas? —Foyle rio—. ¿Acaso cree que va a lograr algo amenazándome? No sea imbécil. Hábleme en la forma en que lo hizo en la víspera de Año Nuevo, Presteign... sin piedad, sin perdón, sin hipocresía.

Presteign inclinó la cabeza, inspiró profundamente y dejó de sonreír.

—Le ofrezco poder —dijo—. Adopción como mi heredero, participación en las Empresas Presteign, la jefatura del clan y la tribu. Juntos podemos dominar el mundo.

—¿Con el Piros?

—Sí.

—Se anota y declina su proposición. ¿Ofrecería a su hija?

—¿Olivia? —Presteign se atragantó y apretó los puños.

—Sí, Olivia. ¿Dónde está?

—¡Es usted una porquería! —dijo Presteign—. Basura... un vulgar ladrón... se atreve a...

—¿Ofrecería a su hija a cambio del Piros?

—Sí —contestó Presteign, en tono apenas audible.

Foyle se volvió hacia Dagenham.

—Apriete su botón, calavera —le dijo.

—Si la discusión va a ser mantenida en este nivel... —saltó Dagenham.

—Así es. Sin piedad, sin perdón, sin hipocresía. ¿Qué es lo que ofrece?

—La gloria.

—¿Ah?

—No podemos ofrecer dinero ni poder. Podemos ofrecer el honor: Gully Foyle, el hombre que salvó de la aniquilación a los Planetas Interiores. Podemos ofrecerle seguridad. Borraremos su ficha criminal, le daremos un nombre honrado, le garantizaremos un nicho en la galería de los famosos.

—No —cortó secamente Jisbella McQueen—. No aceptes. Si quieres ser un salvador, destruye el secreto. No le des el Piros a nadie.

—¿Qué es el Piros?

—¡Silencio! —advirtió Dagenham.

—Es un explosivo termonuclear que se detona por el simple pensamiento... por psicoquinesis —dijo Jisbella.

—¿Qué pensamiento?

—El deseo de cualquiera de detonarlo, dirigido a él. Esto lo lleva a masa crítica si no está aislado por el Isótopo Inerte de Plomo.

—Dije que os callaseis —gruñó Dagenham.

—Si es que todos podemos tener una oportunidad con él, yo también quiero la mía.

—Esto es más importante que el idealismo.

—No hay nada más importante que el idealismo.

—El secreto de Foyle lo es —murmuró Y'ang-Yeovil—. Sé lo relativamente poco importante que es ahora el Piros. —Le sonrió a Foyle—. El ayudante de Sheffield escuchó parte de su pequeña discusión en el Viejo Saint Pat. Sabemos lo del espaciojaunteo.

Hubo un silencio repentino.

—Espaciojaunteo —exclamó Dagenham—. Imposible. No puede estar hablando en serio.

—Hablo en serio. Foyle demostró que el espaciojaunteo no es imposible. Jaunteó un millón de kilómetros desde una nave de los S.E. hasta el pecio del Nomad. Como ya dije, esto es mucho más importante que el Piros. Desearía discutir este asunto primero.

—Todo el mundo ha estado diciendo lo que quiere —dijo lentamente Robin Wednesbury—. ¿Qué es lo que quiere Gully Foyle?

—Gracias —respondió Foyle—. Deseo ser castigado.

—¿Cómo?

—Quiero expiar mis culpas —dijo con voz sofocada. Los estigmas comenzaron a aparecer en su rostro vendado—. Quiero pagar por lo que he hecho y quedar en paz. Quiero poder sacarme esta maldita cruz que estoy llevando... este dolor que está partiéndome la espina dorsal. Quiero volver a la Gouffre Martel. Quiero una lobo, si es que me la merezco... y sé que así es. Quiero...

—Quiere escapar —le interrumpió Dagenham—. No hay escapatoria.

—¡Quiero liberarme!

—Eso es imposible —dijo Y'ang-Yeovil—. Hay demasiadas cosas valiosas encerradas en su cerebro para que sean perdidas por una lobotomía.

—Estamos más allá de esas niñerías que son el crimen y el castigo —añadió Dagenham.

—No —objetó Robin—. Siempre tendrá que haber el pecado y el perdón. Nunca superaremos eso.

—Pérdidas y ganancias, pecado y perdón, idealismo y realismo —sonrió Foyle—. Todos ustedes están tan seguros, son tan simples, tan fijos en sus ideas. Soy el único que duda. Veamos cuán seguros están en realidad. ¿Entregaría a Olivia, Presteign? A mí sí, pero ¿la entregaría a la ley? Es una asesina.

Presteign trató de alzarse, y luego se desplomó en su sillón.

—¿Tiene que haber perdón, Robin? ¿Perdonarás a Olivia Presteign? Ella asesinó a tu madre y hermanas.

Robin se tornó gris. Y'ang-Yeovil trató de protestar.

—Los Satélites Exteriores no tienen el Piros, Yeovil. Sheffield reveló esto. ¿Lo usaría de todas formas contra ellos? ¿Convertiría mi apellido en un anatema común... como Lynch o Boycott?

Foyle se volvió hacia Jisbella.

—¿Te llevará tu idealismo de regreso a la Gouffre Martel para acabar de cumplir tu sentencia? Y usted, Dagenham, ¿aceptaría perderla? ¿Dejarla ir?

Escuchó los gemidos y contempló la confusión durante un momento, amargado y triste.

—La vida es tan simple —dijo—. Esta decisión es tan simple, ¿no? ¿Tengo que respetar los derechos de propietario de Presteign? ¿El bienestar de los planetas? ¿Los ideales de Jisbella? ¿El realismo de Dagenham? ¿La conciencia de Robin? Aprieten el botón y verán cómo el robot salta. Pero yo no soy un robot. Soy un fenómeno en el universo... un animal pensante... y estoy tratando de hallar mi camino en medio de un laberinto. ¿Tengo que entregarle el Piros al mundo y dejar que se destruya? ¿Tengo que enseñar al mundo cómo espaciojauntear y dejar que extendamos nuestro espectáculo de monstruos de galaxia en galaxia a través de todo el universo? ¿Cuál es la respuesta?

El camarero robot lanzó su coctelera a través de la habitación, con un resonante golpe. En el asombrado silencio que siguió, Dagenham gruñó:

—¡Maldición! Mis radiaciones han vuelto a estropear sus muñecos, Presteign.

—La respuesta es sí —dijo el robot, bastante claramente.

—¿Cómo? —preguntó Foyle, incrédulo.

—La respuesta a su pregunta es sí.

—Gracias —dijo Foyle.

—Es un placer, señor —respondió el robot—. Un hombre es, ante todo, un miembro de la sociedad además de un individuo. Uno tiene que estar de acuerdo con esa sociedad, tanto si escoge la destrucción como si no.

—Está completamente loco —dijo impacientemente Dagenham—. Apáguelo, Presteign.

—Espere —ordenó Foyle. Miró la abierta sonrisa grabada en el rostro de acero del robot—. Pero es que la sociedad puede ser tan estúpida, tan confusa. Ya lo ha visto en esta conferencia.

—Sí, señor, pero uno tiene que enseñar, no dictar. Uno tiene que enseñar a la sociedad.

—¿A espaciojauntear? ¿Por qué? ¿Para qué alcanzar las estrellas y las galaxias? ¿Por qué?

—Porque uno está con vida, señor. También se podría preguntar: ¿por qué estoy vivo? Pero no lo hace. Vive.

—Totalmente loco —murmuró Dagenham.

—Pero fascinante —susurró Y'ang-Yeovil.

—Tiene que haber algo más que el simple vivir —le dijo Foyle al robot.

—Entonces hállelo por usted mismo, señor. No le pida al mundo que se deje de mover porque tiene dudas.

—¿Por qué no podemos movernos todos juntos hacia adelante?

—Porque todos ustedes son distintos. Porque no son lémures. Algunos tienen que ir por delante, y esperar que los demás les sigan.

—¿Quién va por delante?

—Los hombres que deben hacerlo... los hombres con una misión, los hombres que se sienten compelidos a ello.

—Fenómenos.

—Todos ustedes son fenómenos, señor. Pero siempre lo han sido. La misma vida es un fenómeno. Ésa es su gloria y esperanza.

—Muchas gracias.

—Es un placer, señor.

—Algún día se dirá que un robot nos salvó.

—Siempre hace buen tiempo en alguna parte, señor —sonrió el robot. Luego silbó, se retorció, y se derrumbó.

Foyle se volvió hacia los demás.

—Esa cosa tenía razón —dijo—, y todos ustedes están equivocados. ¿Quiénes somos, nosotros, para tomar una decisión por todo el mundo? Dejemos que el mundo tome sus propias decisiones. ¿Quiénes somos para ocultar cosas al mundo? Dejemos que el mundo conozca y decida por sí mismo. Vengan al Viejo Saint Pat.

Jaunteó; ellos le siguieron. La manzana seguía acordonada, y por entonces ya se había reunido una enorme multitud. Había tantos curiosos y atrevidos jaunteando a las humeantes ruinas, que la policía se había visto obligada a colocar un campo protector de inducción para mantenerlos alejados. Aún así, granujas, buscadores de recuerdos e irresponsables trataban de jauntear a las ruinas, siendo quemados por el campo inductivo y partiendo aullando.

A una señal de Y'ang-Yeovil, se apagó el campo. Foyle entró entre los cascotes calientes hasta el muro este de la catedral, que aún se alzaba hasta una altura de cinco metros. Palpó las calientes piedras, apretó e hizo palanca. Se escuchó un chirriante deslizarse y un rectángulo de un metro por metro y medio se abrió, pero quedó trabado. Foyle lo agarró y tiró de él. El rectángulo tembló; luego, las quemadas bisagras cedieron y el panel de piedra se desmoronó.

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