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Authors: Alfred Bester

Las Estrellas mi destino (27 page)

—Es cierto —dijo lentamente—. No soy mejor que tú. Soy peor. Pero juro ante Dios que nunca maté a seiscientos.

—Estás matando a seis millones.

—¿Cómo?

—Tal vez a más. Tienes algo que necesitan para acabar la guerra, y te lo guardas.

—¿Te refieres al Piros?

—Sí.

—¿Qué es ese pacificador, esos ocho kilos de milagro por los que están combatiendo?

—No lo sé; pero sé que lo necesitan, y no me importa. Sí, ahora estoy siendo honesta. No me importa. Que mueran millones. Eso no nos concierne. A nosotros no, Gully, porque estamos aparte. Estamos aparte y edificamos nuestro propio mundo. Somos los fuertes.

—Somos los malditos.

—Somos los bienaventurados. Nos hemos encontrado el uno al otro. —De pronto se rió y extendió los brazos—. Estoy argumentando cuando no hay necesidad de palabras. Ven a mí, amor mío... estés donde estés, ven a mí.

La tocó y la abrazó. Encontró su boca y la devoró. Pero se vio obligado a soltarla.

—¿Qué es lo que pasa, querido Gully?

—Ya no soy ningún niño —dijo, cansado—. He aprendido que nada es simple. Nunca hay una respuesta simple. Puedes amar a alguien y odiarlo al mismo tiempo.

—¿Puedes hacerlo, Gully?

—Y tú me estás haciendo odiarme a mí mismo.

—No, cariño.

—He sido un tigre toda mi vida. Me entrené... me eduqué a mí mismo, me obligué a ser un tigre más fuerte, con zarpas más aguzadas y dientes más cortantes... rápido y mortífero.

—Y lo eres. Lo eres. El más mortífero.

—No. No lo soy. Fui muy lejos. Fui más allá de la simplicidad. Me convertí en una criatura pensante. Miro a través de tus ojos ciegos, mi amor a quien odio, y me veo a mí mismo. El tigre ha desaparecido.

—No hay lugar adonde pueda ir el tigre. Estás atrapado, Gully; por Dagenham, Inteligencia, mi padre, el mundo.

—Lo sé.

—Pero estás a salvo conmigo. Estamos a salvo juntos, los dos. Nunca pensarán en buscarte cerca de mí. Podemos planear juntos, luchar juntos, destruirlos juntos...

—No, juntos no.

—¿Qué pasa? —estalló de nuevo—. ¿Aún me persigues? ¿Es eso lo que va mal? ¿Aún deseas la venganza? Entonces, tómala. Aquí estoy: adelante... destrúyeme.

—No. Se acabó la destrucción para mí.

—Ah, ya sé lo que es. —De nuevo, en un instante, volvió a ponerse tierna—. Es tu rostro, pobre cariño mío. Estás avergonzado de tu rostro de tigre, pero yo lo amo. Ardes tan brillantemente para mí. Ardes a través de la ceguera, créeme...

—¡Dios mío! Qué par de repugnantes monstruos somos.

—¿Qué te ha pasado? —preguntó ella. Se apartó de él, con sus ojos de coral centelleando—. ¿Dónde está el hombre que contempló el ataque conmigo? ¿Dónde está el salvaje desvergonzado que...?

—Ha desaparecido, Olivia. Lo has perdido. Ambos lo hemos perdido.

—¡Gully!

—Se ha perdido.

—Pero ¿por qué? ¿Qué es lo que he hecho?

—No lo comprendes, Olivia.

—¿Dónde estás? —Extendió las manos, y lo tocó, y se abrazó a él—. Escúchame, cariño, estás cansado. Estás exhausto. Eso es todo. Nada se ha perdido. —Las palabras caían de su boca—. Tienes razón. Naturalmente que tienes razón. Hemos sido malos los dos. Repugnantes. Pero todo acabó ya. Nada se ha perdido. Éramos malvados porque estábamos solos y éramos infelices. Pero nos hemos encontrado el uno al otro; podemos salvarnos el uno al otro. Ámame, cariño. Por siempre. Para siempre jamás. Te he buscado tanto tiempo, esperado y aguardado y rogado...

—No. Mientes, Olivia, y lo sabes.

—¡Por Dios, Gully!

—Haz bajar al Vorga, Olivia.

—¿Aterrizar?

—Sí.

—¿En la Tierra?

—Sí.

—¿Qué es lo que vas a hacer? Estás loco. Te están persiguiendo... te esperan... vigilan. ¿Qué es lo que vas a hacer?

—¿Tú crees que resulta fácil para mí? —le dijo él—. Estoy haciendo lo que tengo que hacer. Aún sigo motivado. Ningún hombre logra escapar a su motivación. Pero cada vez hay una compulsión diferente guiándole a uno, y sus aguijonazos duelen, maldita sea. Duelen un infierno.

Reprimió su ira y se controló. Tomó las manos de ella y le besó las palmas.

—Todo está acabado, Olivia —dijo suavemente—. Pero te amo. Por siempre. Para siempre jamás.

—Lo resumiré —dijo secamente Dagenham—. Fuimos bombardeados la noche que encontramos a Foyle. Lo perdimos en la Luna y lo encontramos una semana más tarde en Marte. Fuimos bombardeados de nuevo y lo perdimos otra vez. Ha estado perdido durante una semana. Pronto habrá otro bombardeo. ¿En cuál de los Planetas Interiores? ¿Venus? ¿La Luna? ¿La Tierra de nuevo? Nadie lo sabe. Pero todos sabemos una cosa: otro ataque sin respuesta y estaremos perdidos.

Dio una mirada alrededor de la mesa. Contra el fondo de marfil y oro de la Cámara Estelar del Castillo Presteign, su rostro, los tres rostros, parecían fatigados. Y'ang-Yeovil convirtió sus ojos en rendijas. Presteign comprimió sus delgados labios.

—Y también sabemos esto —continuó Dagenham—: No podemos responder sin el Piros, y no podemos localizar el Piros sin Foyle.

—Mis instrucciones fueron —se interpuso Presteign— que el Piros no debía ser mencionado en público.

—En primer lugar, esto no es público —saltó Dagenham—. Es una sesión de información privada. En segundo lugar, ya hemos rebasado el estadio de los intereses privados. Estamos discutiendo la supervivencia, y todos tenemos igualdad de derecho a ella. ¿Sí, Jiz?

Jisbella McQueen había jaunteado a la Cámara Estelar, pareciendo obsesionada y furiosa.

—Aún no hay señales de Foyle.

—¿Sigue aún vigilado el Viejo Saint Pat?

—Sí.

—¿Aún no ha llegado ningún informe de la Brigada de Comandos de Marte?

—No.

—Ése es asunto mío y, además, Alto Secreto —objetó débilmente Y'ang-Yeovil.

—Tiene usted tan pocos secretos para mí como yo para usted —sonrió sin humor Dagenham—. Mira a ver si puedes traernos ese informe antes que los de Inteligencia Central, Jiz. Vamos.

Desapareció.

—Hablando de intereses privados —murmuró Y'ang-Yeovil—, ¿me permiten sugerirle a Presteign que Inteligencia Central garantiza un completo pago por su derecho, propiedad, e intereses sobre el Piros?

—No lo malcríe, Yeovil.

—Esta conferencia está siendo grabada —dijo Presteign fríamente—. La oferta del capitán está ahora en el archivo. —Volvió su rostro de basilisco hacia Dagenham—. Está usted siendo empleado por mí, señor Dagenham. Por favor, controle sus alusiones a mi persona.

—¿Y a sus propiedades? —inquirió Dagenham con una sonrisa mortal—. Usted y sus malditas propiedades. Todos ustedes y todas sus malditas propiedades nos han metido en este agujero. El sistema está al borde de la aniquilación a causa de sus propiedades. No exagero. Será una guerra a muerte y definitiva, si es que no podemos detenerla.

—Siempre podemos rendirnos —respondió Presteign.

—No —dijo Y'ang-Yeovil—. Eso ya ha sido discutido y abandonado en el Cuartel General. Conocemos los planes para una posible victoria de los Satélites Exteriores. Se basan en una total explotación de los Planetas Interiores. Seríamos robados y exprimidos hasta que no quedase nada. La rendición sería tan desastrosa como la derrota.

—Pero no para Presteign —añadió Dagenham.

—¿Deberíamos decir... excluyendo a los presentes? —replicó concesivamente Y'ang-Yeovil.

—De acuerdo, Presteign —Dagenham se giró en su silla—. Hable ya.

—¿A qué se refiere?

—Cuéntenoslo todo acerca del Piros. Tengo una idea de cómo podemos hacer aparecer a Foyle y localizar a esa cosa, pero antes tengo que conocerla bien. Haga su contribución.

—No —contestó Presteign.

—¿No qué?

—He decidido retirarme de esta sesión de información. No revelaré nada acerca del Piros.

—¡Por Dios, Presteign! ¿Está loco? ¿Qué es lo que le pasa? ¿Está luchando de nuevo contra el partido liberal de Regis Sheffield?

—Es bastante simple, Dagenham —se interpuso Y'ang-Yeovil—. Mi información acerca de la situación de rendición o derrota le ha mostrado a Presteign una forma de mejorar su posición. No me cabe duda de que piensa negociar una venta al enemigo a cambio de... ventajas materiales.

—¿No hay nada que lo conmueva? —le preguntó irónico Dagenham a Presteign—. ¿Nada puede afectarle? ¿Tan sólo piensa en sus propiedades? ¡Vete, Jiz! Se acaba de derrumbar todo el tinglado.

Jisbella acababa de jauntear de nuevo a la Cámara Estelar.

—Acaba de informar la Brigada de Comandos —dijo—. Sabemos lo que le pasó a Foyle.

—¿Qué?

—Lo tiene Presteign.

—¡¿Qué?! —Tanto Dagenham como Y'ang-Yeovil se pusieron en pie de un salto.

—Abandonó Marte en una navecilla privada, fue derribado y se observó cómo lo recogía la nave Vorga de Presteign.

—Maldito sea, Presteign —saltó Dagenham—. Así que es por eso por lo que...

—Espere —ordenó Y'ang-Yeovil—. También es nuevo para él, Dagenham. Mírelo.

El elegante rostro de Presteign se había vuelto del color de la ceniza. Trató de alzarse y cayó de nuevo, rígido, en la silla.

—Olivia... —susurró—. Con ese... esa basura...

—¿Presteign?

—Mi hija, caballeros. Ha... Durante algún tiempo se ha encontrado envuelta en... ciertas actividades. El vicio familiar. Sangre y... Yo... he preferido cerrar mis ojos a todo ello... ¡Pero Foyle! ¡Porquería! ¡Suciedad! ¡Tiene que ser destruido!

La voz de Presteign se alzó en forma alarmante. Su cabeza se echó hacia atrás como la de un ahorcado, y su cuerpo comenzó a estremecerse.

—¿Qué es lo que...?

—Epilepsia —dijo Y'ang-Yeovil. Sacó a Presteign de la silla, echándolo al suelo—. Una cucharilla, señorita McQueen. ¡Rápido!

Forzó la boca de Presteign a abrirse y le colocó una cucharilla entre los dientes para proteger la lengua. Tan repentinamente como había comenzado, terminó el ataque. Se detuvieron las convulsiones. Presteign abrió los ojos.


Petit mal
—murmuró Y'ang-Yeovil, retirando la cucharilla—. Pero estará atontado durante un tiempo.

De pronto, Presteign comenzó a hablar en un bajo tono monótono:

—Piros es una aleación pirofórica. Un pirofórico es un metal que emite chispas cuando es raspado o golpeado. El Piros emite energía. El Piros es una disolución sólida de isótopos transplutonianos que emiten energía termonuclear del orden del ciclo Fénix de las estrellas. Su descubridor tenía la opinión de que había producido el equivalente de la proto-materia primordial que al explotar produjo el universo.

—¡Dios mío! —exclamó Jisbella.

Dagenham la hizo callar con un gesto y se inclinó sobre Presteign.

—¿Cómo se consigue su masa crítica, Presteign? ¿Cómo se emite la energía?

—Al igual que la energía original fue generada en el inicio de los tiempos —siguió Presteign en el mismo tono—. A través de la Voluntad y la Idea.

—Estoy convencido de que es un Cristiano de Sótano —murmuró Dagenham a Y'ang-Yeovil. Luego alzó la voz—. ¿Nos lo quiere explicar, Presteign?

—A través de la Voluntad y la Idea —repitió Presteign—. El Piros sólo puede ser explosionado por psicoquinesis. Su energía tan sólo puede ser liberada por el pensamiento. Tiene que desearse que explote y ese pensamiento ser dirigido hacia él. Es la única forma.

—¿No hay ninguna clave? ¿Ninguna fórmula?

—No. Tan sólo son necesarias la Voluntad y la Idea —los vidriosos ojos se cerraron.

—¡Dios del cielo! —Dagenham se secó la frente—. ¿Atemorizará esto a los Satélites Exteriores, Yeovil?

—Nos atemorizará a todos.

—Es el camino del infierno —dijo Jisbella.

—Entonces vayamos a buscarlo y pongámonos en marcha. Ésta es mi idea, Yeovil. Foyle estaba trasteando con ese caldo del demonio en su laboratorio del Viejo Saint Pat, tratando de analizarlo.

—Te dije esto como una estricta confidencia —dijo furiosa Jisbella.

—Lo siento, amor. Ya hemos dejado atrás todo el honor y la decencia. Ahora mire, Yeovil, debe de haber algunos fragmentos de esa cosa por allí... en polvo, en disolución, en precipitados... Tenemos que detonar esos fragmentos para mandar al infierno el circo de Foyle.

—¿Para qué?

—Para hacerlo llegar a la carrera. Debe de tener la parte principal del Piros escondida en alguna parte de allí. Vendrá a recuperarlo.

—¿Y si también estalla?

—No puede. No dentro de esa caja fuerte de isótopo inerte de plomo.

—Tal vez no esté todo dentro.

—Jiz dice que está... al menos así se lo dijo Foyle.

—Dejadme fuera de esto —dijo Jisbella.

—De todas maneras, tendremos que arriesgarnos.

—¡Arriesgarnos! —exclamó Y'ang-Yeovil—. ¿Con un ciclo Fénix? Arriesgaremos convertir el sistema solar en una nueva nova.

—¿Qué otra cosa podemos hacer? Cualquier otro camino que tomemos lleva también a la destrucción. ¿Tenemos otra posible elección?

—Podemos esperar —dijo Jisbella.

—¿Para qué? ¿Para que Foyle nos haga saltar a todos trasteando con eso?

—Siempre podríamos avisarle.

—No sabemos dónde está.

—Podemos encontrarlo.

—¿Cuándo? ¿No es ése un riesgo también? ¿Y el que haya toda esa cosa por ahí esperando que alguien piense en convertirla en energía? ¿Qué pasaría si un asaltjaunteante reventara la caja fuerte buscando algo valioso? Entonces no tendríamos simplemente algo de polvo esperando un pensamiento accidental sino ocho kilos.

Jisbella se puso pálida. Dagenham se volvió hacia el hombre de Inteligencia.

—Usted tiene la decisión, Yeovil. ¿Lo probamos a mi manera o esperamos?

Y'ang-Yeovil suspiró.

—Me temía esto —dijo—. Malditos sean todos los científicos. Tendré que tomar mi decisión por una razón que usted no conoce, Dagenham. Los Satélites Exteriores también están en esto. Tenemos buenas razones para creer que tienen agentes buscando a Foyle en la peor de las maneras. Si esperamos, quizá lo cojan antes que nosotros. De hecho, tal vez ya lo tengan ahora.

—¿Así que su decisión es...?

—La explosión. Traigamos a Foyle a la carrera, si es que podemos.

—¡No! —gritó Jisbella.

—¿Cómo? —preguntó Dagenham, ignorándola.

—Oh, tengo la persona apropiada para esta tarea. Una telépata en un solo sentido llamada Robin Wednesbury.

—¿Cuándo?

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