Las lunas de Júpiter (12 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

El mismo Júpiter había aumentado de tamaño hasta alcanzar el de la Luna vista desde la Tierra. Y como la nave se acercaba al planeta con el Sol de popa, Júpiter permanecía en la fase «llena. Toda su superficie estaba bañada por los rayos del Sol. La sombra de la noche no avanzaba sobre ella.

Aunque del mismo tamaño que la Luna, no era en modo alguno tan brillante. Su superficie cubierta de nubes tenía un poder de reflexión ocho veces mayor que el de la Luna; pero Júpiter sólo recibía la vigésimo séptima parte de luz por kilómetro cuadrado que la Luna. El resultado era que, en aquel momento, su brillo era una tercera parte del de la Luna vista desde la Tierra.

Sin embargo, resultaba más espectacular que la Luna. Sus cinturones se habían hecho más precisos, y sus líneas amarronadas, con bordes borrosos, resaltaban sobre un telón de fondo de color blanco cremoso. Incluso podía verse el óvalo de color pajizo que era la Gran Mancha Roja al aparecer por un extremo, cruzar la faz del planeta y desaparecer por el otro.

—Oye, Lucky —dijo Bigman—, Júpiter no parece totalmente redondo. ¿Es acaso una ilusión óptica? —De ningún modo —repuso Lucky—. Júpiter no es totalmente redondo. Es achatado por los polos. Has oído decir que la Tierra está achatada por los polos, ¿verdad? —Claro que sí. Pero no se ve.

—Naturalmente que no. ¡Imagínate! La Tierra mide cuarenta mil kilómetros en el ecuador y gira en veinticuatro horas, así que un lugar cualquiera del ecuador se mueve a más de mil quinientos kilómetros por hora. La fuerza centrífuga resultante hace que el ecuador sobresalga hacia fuera, de modo que el diámetro de la Tierra en su parte media es de unos cuarenta y tres kilómetros más que el diámetro que va del Polo Norte al Polo Sur. La diferencia entre los dos diámetros sólo es un tercio del uno por ciento, así que desde el espacio la Tierra parece una esfera perfecta.

—Oh.

—Compáralo con Júpiter. Tiene 440.000 kilómetros en el ecuador, once veces la circunferencia de la Tierra, y gira alrededor de su eje en sólo diez horas; cinco minutos menos, para ser exactos. Cualquier punto situado en el ecuador se mueve a una velocidad de casi cuarenta y cuatro mil kilómetros por hora; o veintiocho veces más rápido que cualquier punto de la Tierra. Hay una fuerza centrífuga mucho mayor y una protuberancia también mayor, a lo cual contribuye el hecho de que el material de las capas externas de Júpiter es mucho más ligero que el de la corteza terrestre. El diámetro de Júpiter en el ecuador es de casi nueve mil seiscientos kilómetros más que el diámetro polar. La diferencia entre los diámetros es de un quince por ciento, y ésta es la razón de que se vea. Bigman se quedó mirando el círculo achatado que era Júpiter y murmuró: —¡Arenas de Marte!

El Sol permaneció a su espalda y por lo tanto invisible mientras caían hacia Júpiter. Cruzaron la órbita de Calisto, o Júpiter Cuatro, el más exterior de los principales satélites de Júpiter, pero no lo vieron mejor. Era un mundo a dos millones doscientos mil kilómetros de Júpiter y tan grande como Mercurio; pero se encontraba al otro lado de su órbita: una minúscula partícula cercana a Júpiter que iniciaba un eclipse a su sombra.

Ganímedes, que era Júpiter Tres, estaba bastante cerca para mostrar un disco de un tercio del diámetro aparente de la Luna vista desde la Tierra. Su ligera inclinación hacia un lado dejaba ver su superficie nocturna. Sin embargo, estaba iluminado en tres cuartas partes, era de un blanco pálido y no tenía ninguna característica especial.

Lucky y Bigman se vieron ignorados por el resto de la tripulación. El comandante nunca les hablaba ni miraba, sino que pasaba junto a ellos con la mirada perdida en la lejanía. Norrich, cuando el que le guiaba era Mutt, saludaba afablemente con una inclinación de cabeza como hacía siempre que detectaba la presencia de humanos. Sin embargo, cuando Bigman correspondía al saludo, toda amabilidad desaparecía de su rostro. Una ligera presión en el collar de Mutt ponía al perro en movimiento y se alejaban. Los dos decidieron que lo más cómodo era comer en su camarote.

—¿Quién diablos se creen que son? —gruñó Bigman—. Incluso Panner finge estar muy atareado cuando yo me acerco.

—En primer lugar, Bigman —dijo Lucky—, cuando el comandante demuestra tan claramente que no somos de su agrado, sus subordinados no pueden atraerse su enemistad tratándonos normalmente. Por otra parte, nuestros contactos con algunos de los hombres no pueden calificarse de agradables.

—Hoy me he encontrado con esa alimaña de Red Summers —dijo Bigman pensativamente—. Él salía de la sala de motores y nos quedamos mirándonos... —¿Qué ha ocurrido? No habrás...

—No he hecho nada. Esperaba que él hiciera algo, deseaba que él hiciera algo, pero se ha limitado a sonreír y se ha largado.

Todo el mundo a bordo de la Luna Joviana contempló el eclipse de Júpiter por Ganímedes. No fue un verdadero eclipse. Ganímedes sólo cubrió una minúscula parte de Júpiter. Ganímedes estaba a 900.000 kilómetros de distancia, y su tamaño era menor de la mitad de la Luna tal como se veía desde la Tierra. Júpiter estaba al doble de distancia, pero ahora era un abultado globo, catorce veces más ancho que Ganímedes, amenazador y alarmante.

Ganímedes se encontró con Júpiter un poco más abajo del ecuador de este último, y los dos globos parecieron fundirse lentamente. A medida que Ganímedes avanzaba sobre el gigantesco planeta, formaba un círculo de luz más apagada, pues el satélite tenía mucha menos atmósfera que Júpiter y reflejaba una porción considerablemente menor de la luz que recibía. Aunque no hubiera sido así, se habría visto al ocultar las franjas de Júpiter.

La parte más notable fue el semicírculo de negrura que rodeó la zona posterior de Ganímedes a medida que el satélite se internaba completamente en el disco de Júpiter. Tal como se explicaban mutuamente los hombres en jadeantes susurros, era la sombra que Ganímedes proyectaba sobre Júpiter.

La sombra, de la cual sólo podía verse el borde, se movía con Ganímedes, pero fue acercándose lentamente. La tira de negro avanzó más y más hasta que la sombra desapareció completamente, cubierta por el mundo que la formaba, en la región media del eclipse, cuando Júpiter, Ganímedes y la Luna Joviana estuvieron en línea recta con el Sol.

Después, a medida que Ganímedes seguía avanzando, la sombra empezó a ganar terreno, apareciendo delante, primero como una astilla, más tarde como un semicírculo, hasta que ambas dejaron el disco de Júpiter.

El eclipse completo duró tres horas.

La Luna Joviana alcanzó y dejó atrás la órbita de Ganímedes cuando el satélite estaba al otro extremo de su órbita de siete días alrededor de Júpiter.

Hubo una celebración especial cuando esto tuvo lugar. Otros hombres, a bordo de las naves habituales (no muy a menudo, por cierto), habían llegado a Ganímedes y aterrizado en él, pero nadie, ningún ser humano, se había acercado tanto a Júpiter. Y ahora la Luna Joviana lo había hecho.

La nave pasó a ciento sesenta mil kilómetros de Europa, o Júpiter Dos. Era el menor de los principales satélites de Júpiter, ya que sólo medía dos mil novecientos kilómetros de diámetro. Era ligeramente menor que la Luna, pero su cercanía le hacía parecer el doble de grande que la Luna vista desde la Tierra. Se percibían unas manchas oscuras que podían ser cadenas montañosas. Los telescopios de la nave demostraron que eran exactamente eso. Las montañas se parecían a las de Mercurio, y no había rastro de cráteres semejantes a los lunares. Había, asimismo, unas manchas brillantes que parecían campos de hielo. Y siguieron descendiendo, y dejaron atrás la órbita de Europa.

Io era el más interno de los satélites principales de Júpiter, de tamaño casi exactamente igual a la Luna de la Tierra. Por otra parte, su distancia de Júpiter sólo era de 456.000 kilómetros, poco más de la distancia existente entre la Luna y la Tierra.

Pero el parecido terminaba aquí. Mientras que el ligero campo gravitacional de la Tierra hacía girar a la Luna en torno suyo en el espacio de cuatro semanas, Io, sometido a la gravedad de Júpiter, giraba rápidamente alrededor de su órbita algo más amplia, en sólo cuarenta y dos horas. Mientras que la Luna se movía alrededor de la Tierra a una velocidad ligeramente superior a mil seiscientos kilómetros por hora, Io giraba alrededor de Júpiter a una velocidad de treinta y dos mil kilómetros por hora, y ésta era la causa de que un aterrizaje en su superficie resultara mucho más difícil.

No obstante, la nave evolucionó perfectamente. Los motores fueron conectados a cierta distancia de Io y el sistema Agrav dejó de funcionar en el momento debido.

Con una sacudida el zumbido de los hiperatómicos se reanudó, llenando la nave con lo que a todos pareció una cascada de sonidos después del silencio de las pasadas semanas.

Finalmente, la Luna Joviana describió una curva con la que se salió de su camino, sujeta de nuevo al efecto acelerador de un campo gravitacional, el de Io. Se estableció en una órbita alrededor del satélite a una distancia menor a quince mil kilómetros, de modo que el globo de lo llenara el cielo. Giraron a su alrededor del lado de día al lado de noche, sin dejar de bajar. Los planos de deriva Agrav fueron retraídos a fin de que no fueran arrancados por la fina atmósfera de Io.

Después, eventualmente, se produjo el penetrante silbido ocasionado por la fricción de la nave con el límite exterior de dicha atmósfera.

La velocidad aminoraba sin cesar, al igual que la altitud. Los reactores laterales de la nave aproaron la nave hacia Io, y los reactores hiperatómicos se pusieron en marcha, suavizando la caída. Finalmente, con una última sacudida y debilísima vibración, la Luna Joviana se posó sobre la superficie de Io.

Hubo una explosión de histeria a bordo de la Luna Joviana. Incluso Lucky y Bigman recibieron palmaditas en la espalda por parte de hombres que les habían evitado constantemente a lo largo del viaje.

Una hora más tarde, en la oscuridad de la noche de Io, con el comandante Donahue a la cabeza, los hombres de la Luna Joviana, cada uno de ellos enfundado en un traje espacial, salieron uno por uno a la superficie de Júpiter Uno.

Dieciséis hombres. ¡Los primeros seres humanos que habían aterrizado en Io! No era exacto, pensó Lucky. Quince hombres. ¡Y un robot!

12 LOS CIELOS Y NIEVES DE IO

Fue Júpiter lo que se detuvieron a mirar. Fue Júpiter lo que les dejó petrificados. No hubo comentarios sobre él, ningún parloteo a través de la radio. Estaba más allá de todo comentario.

Júpiter era un disco gigantesco que, de un extremo al otro, se extendía sobre una octava parte del cielo visible. De haber estado en su plenitud, habría sido dos mil veces más brillante que la Luna llena de la Tierra, pero la sombra nocturna ocultaba un tercio de él.

Las luminosas zonas y oscuras franjas que lo atravesaban ya no eran meramente pardas. Estaban lo bastante cerca como para mostrar sus colores: rosa, verde, azul y púrpura, asombrosamente brillantes. Los bordes de las franjas eran desiguales y cambiaron lentamente de forma mientras las contemplaban, como si la atmósfera sufriese gigantescas y turbulentas tormentas, como probablemente sucedía. La clara y fina atmósfera de Io no oscurecía ni el menor detalle de aquella cambiante superficie coloreada. La Gran Mancha Roja se asomaba pesadamente en el horizonte. Daba la impresión de un embudo de gas que girara perezosamente.

Estuvieron mirando durante largo rato, y Júpiter no cambió de posición. Las estrellas pasaban junto a él, pero Júpiter permaneció inmóvil donde estaba, en el oeste. No podía moverse, ya que Io sólo presentaba una cara a Júpiter mientras giraba. En casi la mitad de la superficie de Io, Júpiter nunca salía, y en casi la mitad nunca se ponía. En una región intermedia del satélite, una región que sumaba cerca de un quinto de la superficie total, Júpiter permanecía siempre en el horizonte, medio expuesto, medio escondido. . —¡Vaya lugar para un telescopio! —murmuró Bigman en la longitud de onda asignada a Lucky durante los preparativos que antecedieron al aterrizaje.

—Pronto tendrán uno —dijo Lucky—, además de otros muchos instrumentos. Bigman tocó la visiplaca de Lucky para así atraer su atención y señaló rápidamente: —Mira a Norrich. ¡Pobre hombre, no puede ver nada de todo esto! —Ya me había fijado —dijo Lucky—. Tiene a Mutt consigo.

—Sí. ¡Arenas de Marte, y no se han molestado poco por ese Norrich! El traje del perro es muy especial. He estado mirando cómo se lo ponían mientras tú vigilabas el aterrizaje. Han tenido que comprobar que oía las órdenes y las obedecía, y si dejaría que Norrich le llevara cuando éste llevase puesto el traje espacial. Al parecer todo ha ido bien.

Lucky asintió. Obedeciendo a un impulso, corrió en dirección a Norrich. La gravedad de Io era ligeramente superior a la lunar, y tanto él como Bigman se desenvolvían a la perfección. Unas cuantas zancadas, largas y bajas, fueron suficientes. —Norrich —dijo Lucky, cambiando a la longitud de onda del ingeniero.

No se puede saber la dirección de un sonido cuando éste procede de los audífonos, así que los ojos sin vista de Norrich miraron a su alrededor con impotencia. —¿Quién es?

—Lucky Starr. —Estaba frente al ciego y a través de la visiplaca pudo ver claramente la intensa alegría Plasmada en el rostro de Norrich—. ¿Es feliz de estar aquí? —¿Feliz? Puede usted decirlo así. ¿Es Júpiter muy hermoso?— —Mucho. ¿Quiere que se lo describa?

—No. No tiene que hacerlo. Lo vi por un telescopio cuando... cuando tenía ojos, y ahora lo veo en la imaginación. Es sólo que... no sé si podré hacérselo entender. Nosotros somos de las pocas personas que han hollado por vez primera un mundo nuevo. ¿Se da cuenta de lo muy especiales que esto nos hace? Bajó la mano para acariciar la cabeza de Mutt y, naturalmente, sólo encontró el metal del casco del perro. A través de la curvada visiplaca, Lucky vio la lengua colgante del animal y sus ojos intranquilos mirando de un lado a otro, como trastornado por los extraños alrededores o la presencia de la voz de su amo sin el conocido cuerpo que la acompañaba. Norrich dijo sosegadamente:

—¡Pobre Mutt! La baja gravedad le tiene muy desorientado. No le obligaré a estar mucho rato aquí. Después, con un nuevo aumento de pasión:

—Piense en los billones de personas que hay en la Galaxia. Piense en los pocos de ellos que han tenido la suerte de ser los primeros en pisar un mundo. Casi es posible nombrarlos a todos. Janofski y Sterling fueron los primeros hombres en llegar a la Luna; Ching, el primero que puso el pie en Marte; Lubell y Smith, en Venus. Añádales todos los demás. Cuente incluso todos los asteroides y todos los planetas fuera del Sistema Solar. Sume todos los primeros y verá lo pocos que son. Y nosotros estamos entre esos pocos.. Yo estoy entre esos pocos.

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