Las lunas de Júpiter (16 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

—Le interrogaremos, comandante. Y una cosa... —La expresión de Lucky era sombría—. No le acuse de ser un robot; no le pregunte si lo es ni dé a entender que puede serlo. No haga nada que le induzca a creer que sospechamos de él. El comandante pareció sorprendido. —¿Porqué no?

—Los sirianos tienen un medio de proteger a sus robots. Una abierta sospecha puede activar algún mecanismo detonador en el interior del mayor, si él es en realidad un robot. El comandante exhaló explosivamente: —¡Espacio!

El mayor Levinson mostraba los signos de tensión que eran generales entre los pasajeros de la Luna Joviana, pero se mantuvo en actitud marcial. —Sí, señor.

El comandante dijo cautelosamente: —El consejero Starr quiere hacerle unas preguntas.

El mayor Levinson giró para dar la cara a Lucky. Era muy alto, incluso más que Lucky, tenía el cabello rubio, los ojos azules y la cara alargada. Lucky dijo:

—Todos los hombres se presentaron a bordo de la Luna joviana antes de despegar de Io, y usted realizó la verificación. ¿No es así, mayor? —Sí, señor.

—¿Vio a los hombres uno por uno?

—No, señor. Usé el interfono. Todos los hombres contestaron desde sus puestos o su camarote.

—¿Todos los hombres? ¿Oyó usted la voz de cada uno de ellos? ¿Cada una de las voces?

El mayor Levinson pareció sorprendido.

—Supongo que sí. La verdad, no lo recuerdo.

—No obstante, es muy importante y le pido que lo recuerde.

El mayor frunció el ceño e inclinó la cabeza.

—Bueno, espere un momento. Ahora que lo pienso, Norrich contestó en lugar de Summers porque Summers estaba en el cuarto de baño. —Después, con una súbita chispa de excitación—: Oiga, ahora mismo están buscando a Summers. Lucky alzó una mano.

—No se preocupe por eso, mayor. ¿Quiere ir a buscar a Norrich y traerlo? Norrich llegó del brazo del mayor Levinson. Parecía estupefacto. Dijo: —Comandante, nadie es capaz de encontrar a Red Summers. ¿Qué le ha sucedido? Lucky se anticipó a la respuesta del comandante. Dijo:

—Estamos tratando de averiguarlo. ¿Se encargó usted de contestar por Summers cuando el mayor Levinson comprobaba que todos estuvieran a bordo antes de abandonar Io? El ingeniero ciego enrojeció. Repuso escuetamente: Sí.

—El mayor sostiene que usted le dijo que Summers estaba en el cuarto de baño. ¿Era así? —Bueno... No, no era así, consejero. Había salido un momento de la nave para recoger algunas piezas de equipo que dejó atrás. No quería que el comandante le reprendiera (perdone, señor), por negligencia, y me pidió que le encubriera. Dijo que volvería mucho antes del despegue. —¿Lo hizo?

—Yo..., yo creí... tuve la impresión de que sí. Creo que Mutt ladró y yo supuse que Summers había vuelto; pero no tenía nada que hacer en el momento del despegue, así que me fui a hacer la siesta y me olvidé de la cuestión. Casi enseguida se produjo el desastre en la sala de máquinas, y entonces ya no hubo tiempo de pensar en nada. La voz de Panner sonó a través del interfono central con súbita fuerza: —Aviso a todos los hombres. Vamos a despegar. Todo el mundo a sus puestos.

La Luna joviana volvía a estar en el espacio, elevándose contra la gravedad de Júpiter con potentes ondas de impulso. Gastaba energía a una velocidad que habría arruinado a cinco naves ordinarias y sólo la débil trepidación en el sonido de los hiperatómicos recordaba que el mecanismo de la nave dependía, en parte, de dispositivos provisionales.

Panner se lamentó lúgubremente de las escasas reservas energéticas disponibles. Dijo:

—No volveré más que con el setenta por ciento de la energía original, cuando podría haber sido el ochenta y cinco o noventa. Si aterrizamos en Io y hacemos otro despegue, volveremos con sólo el cincuenta. Y no sé si resistiremos otro despegue.

Pero Lucky dijo: —Tenemos que coger a Summers, y usted sabe por qué.

Mientras Io aumentaba nuevamente de tamaño en la visiplaca, Lucky dijo —con cierta pesadumbre: —No es seguro que podamos encontrarle, Bigman. Bigman repuso con incredulidad:

—No creerás que los sirianos le hayan recogido, ¿verdad?

—No, pero Io es grande. Si se aleja del lugar en que le dejamos, es posible que no le localicemos nunca. Yo confío en que haya permanecido allí. Si no hubiese tenido que trasladar el aire, la comida y el agua, de modo que lo más lógico es que no se haya movido. Además, no tiene razón para esperar que regresemos. —Tendríamos que haber adivinado que se trataba de él, Lucky —dijo Bigman—. Lo primero que hizo fue tratar de matarte. ¿Por qué iba a hacerlo, si no estaba confabulado con los sirianos?

—Tienes razón, Bigman, pero no te olvides de una cosa: nosotros buscábamos un espía. Summers no podía ser el espía. No tenía acceso a la información filtrada. Una vez me convencí de que el espía era un robot, eliminé a Summers como posible sospechoso. La V-rana había detectado emoción en él, así que no podía ser un robot y por lo tanto no podía ser el espía. Claro que esto no le excluía de ser un traidor y saboteador, y yo no tendría que haberme cegado hasta este punto en la sola búsqueda del espía. Meneó la cabeza y añadió:

—Éste parece ser un caso lleno de decepciones. De haber sido cualquiera menos Norrich el que encubrió a Summers, habríamos tenido a nuestro robot. Lo malo es que Norrich es el único hombre que podía haber tenido suficientes razones para cooperar de buena fe con Summers. Le está agradecido; todos lo sabemos. Además, Norrich pudo no enterarse de que Summers no había regresado antes del despegue. Al fin y al cabo, es ciego. —Aparte de lo cual —dijo Bigman—, demostró tener emociones, así que no puede ser el robot. Lucky asintió:

—Es verdad. —Sin embargo, frunció el ceño y guardó silencio.

Descendieron lentamente sobre la superficie de Io, aterrizando casi en el mismo sitio que en la anterior ocasión. Los puntos y sombras borrosas del valle se transformaron en el equipo que habían dejado allí, cuando estuvieron más cerca. Lucky examinaba atentamente la superficie a través de la visiplaca, —¿Dejamos alguna tienda cerrada herméticamente en Io? —No —repuso el comandante.

—Entonces es posible, que atrapemos a nuestro hombre. Como puede ver, hay una tienda detrás de aquella formación rocosa. ¿Tiene la lista del material extraviado a bordo?

El comandante le tendió una hoja de papel sin comentarios, y Lucky la inspeccionó. Dijo: —Bigman y yo nos encargaremos de él. No creo que necesitemos ayuda.

El pequeño sol estaba muy alto, y Bigman y Lucky avanzaron sobre sus propias sombras. Júpiter se hallaba en cuarto menguante.

Lucky habló por la longitud de onda de Bigman.

—A menos que esté durmiendo, debe haber visto la nave.

—O a menos que se haya ido —repuso Bigman.

—Dudo que se haya ido.

Y casi enseguida Bigman exclamó:

—¡Arenas de Marte, Lucky, mira ahí arriba!

Una figura hizo su aparición sobre las rocas. Se recortaba claramente sobre la fina línea amarilla de Júpiter. —No se muevan —dijo una voz baja y cansada en la longitud de onda de Lucky—. Tengo un lanzarrayos. —Summers— dijo Lucky—, baje y ríndase. Una nota de amargo sarcasmo se introdujo en la tensa voz del otro:

—He acertado la longitud de onda, ¿Verdad, consejero? Aunque no ha sido difícil, dado el tamaño de su amigo... Regresen a la nave o los mato a los dos.

—No amenace inútilmente —dijo Lucky—. A esta distancia no podría dar en el blanco ni con una docena de disparos.

Bigman añadió con ira:

—Yo también estoy armado y yo sí que puedo dar en el blanco a esta distancia. No lo olvide ni un momento y no acerque siquiera un dedo al botón activador. —Tire la pistola y ríndase —dijo Lucky. —¡Nunca! —contestó Summers.

—¿Por qué no? ¿A quién es usted leal? —inquirió Lucky—. ¿A los sirianos? ¿Le prometieron ellos venir a recogerle? En ese caso, le mintieron y traicionaron. No se merecen su lealtad. Dígame dónde se encuentra la base siriana en el sistema de Júpiter.

—¡Usted, que sabe tantas cosas, imagíneselo!

—¿Qué tipo de onda emplea para ponerse en contacto con ellos?

—Averígüelo usted mismo... No se muevan de donde están.

—Ayúdenos a nosotros ahora, Summers —dijo Lucky—, y haré todo lo que pueda para suavizar su condena en la Tierra.

Summers se echó a reír débilmente. —¿Palabra de consejero? —Sí.

—No me sirve de nada. Regresen a la nave.

—¿Por qué se ha vuelto contra su propio mundo, Summers? ¿Qué le han ofrecido los sirianos? ¿Dinero? ¡Dinero! —La voz del otro sonó repentinamente furiosa—. ¿Quiere saber lo que me ofrecieron? Sé lo diré. Una oportunidad de llevar una vida decente. —Oyeron rechinar los dientes de Summers—. ¿Qué tenía yo en la Tierra? Miseria durante toda mi vida. Es un planeta abarrotado de gente donde no hay la oportunidad de hacerse un nombre y labrarse una posición. Dondequiera que iba me encontraba rodeado por millones de personas que se arañaban mutuamente para sobrevivir, y cuando intenté arañar a mi vez, me metieron en la cárcel. Entonces decidí que si alguna vez podía hacer algo que redundara en perjuicio de la Tierra, lo haría. —¿Qué espera conseguir de Sirio en forma de una vida decente?

—Me invitaron a emigrar a los planetas sirianos, si es que tanto le interesa. —Hizo una pausa, y su respiración produjo ligeros silbidos—. A los mundos nuevos. Mundos limpios. Allí hay espacio para muchos hombres; necesitan hombres y talento. Allí tendría una oportunidad. —Nunca llegará a ir. ¿Cuándo vienen a buscarle? Summers guardó silencio.

—Afróntelo, hombre —dijo Lucky—. No vendrán por usted. No tienen una vida decente para usted; ninguna clase de vida para usted. Sólo la muerte. Les esperaba hace días, ¿verdad?

—No.

—No mienta. Eso no contribuirá a mejorar su situación. Hemos comprobado los suministros faltantes en la Luna Joviana. Sabemos exactamente la cantidad de oxigeno que se llevó de la nave. Los cilindros de oxigeno son muy difíciles de transportar, incluso bajo la gravedad de Io, cuando se tiene que ir deprisa para no ser sorprendido. Sus reservas de aire ya deben de estar casi acabadas, ¿verdad? —Tengo aire de sobra —dijo Summers.

—Digo que casi no tiene —replicó Lucky—. ¿No ve que los sirianos no vendrán a buscarle? No pueden venir a buscarle sin Agrav y ellos no tienen Agrav. Gran Galaxia, hombre, ¿es que ansía ir a los mundos sirianos hasta el punto de dejarse matar por ellos en la traición más clara y cruel que he visto nunca? Vamos a ver, ¿qué ha hecho por ellos?

—Hice lo que ellos me pidieron, que no fue mucho —respondió Summers—. Y si algo me pesa —gritó en una súbita baladronada— es no haber destruido la Luna Joviana. ¿Cómo lograron escaparse? Yo lo dispuse. Dispuse la avería... —concluyó sofocándose.

Lucky hizo una seña a Bigman y echó a correr con el paso largo y alto que era característico en los mundos de baja gravedad. Bigman le siguió, cambiando de dirección para no ofrecer un solo blanco. Summers levantó el lanzarrayos y se oyó una debilísima detonación, todo lo que permitía la fina atmósfera de Io. Se alzó un remolino de arena, y se formó un cráter a pocos centímetros de la veloz figura de Lucky. —No me atraparán —gritó Summers con débil violencia—. No volveré a la Tierra. Ellos vendrán a buscarme. Los sirianos vendrán a buscarme. —Arriba, Bigman —dijo Lucky.

Había llegado a la formación rocosa. Dando un salto hacia arriba, se asió a un saliente y se encaramó un poco más. En una gravedad seis veces inferior a la normal, un hombre, incluso con traje espacial, podía superar la habilidad trepadora de una cabra montesa.

Summers lanzó un grito. Se llevó las manos al casco y, dando un salto hacia atrás, desapareció.

Lucky y Bigman llegaron a la cima. La formación rocosa era extremadamente escarpada por el otro lado, con afloramientos en todo el precipicio. Summers era una figura con los brazos y las piernas extendidos, que caía lentamente hacia abajo, chocando con las rocas y rebotando.

Bigman dijo:

—Vamos por él, Lucky. —Y dio un gran salto hacia delante, para alejarse del borde. Lucky le siguió.

En la Tierra habría sido un salto mortal, e incluso en Marte. En Io era poco más que nada.

Llegaron al suelo con las rodillas dobladas y se dejaron rodar para amortiguar el impacto. Lucky fue el primero en levantarse y correr hacia Summers, que yacía boca abajo e inmóvil.

Bigman se le reunió jadeando.

—Oye, no puedo decir que haya sido el salto más fácil que... ¿Qué pasa con ése? Lucky repuso sombríamente:

—Está muerto. Me di cuenta de que tenía poco oxígeno por su forma de hablar. Estaba casi inconsciente. Por eso le apremié.

—Se puede resistir mucho tiempo aun estando inconsciente —dijo Bigman. Lucky meneó la cabeza.

—Él se aseguró de que no fuera así. Realmente no quería que le atrapáramos. Justo antes de saltar, ha abierto su casco para respirar el aire venenoso de Io y se ha lanzado contra las rocas. Se apartó y Bigman pudo dar una ojeada al rostro destrozado. ¡Pobre loco! —dijo Lucky.

—¡Pobre traidor! —se enfureció Bigman—Lo más probable es que lo supiera todo y no haya querido decírnoslo. Ahora ya no podrá hacerlo.

—No es necesario, Bigman —dijo Lucky—. Creo que ahora yo también lo sé.

16 ¡EL ROBOT!

—¿De verdad? —inquirió el pequeño marciano con voz estridente—. ¿De qué se trata? Pero Lucky dijo:

—Ahora no. —Bajó la mirada hacia Summers, cuyos ojos estaban fijos en el extraño cielo. Dijo—: Summers tiene un honor. Es el primer hombre que ha muerto en Io.

Alzó la vista. El Sol se estaba ocultando por detrás de Júpiter. El planeta se convertía gradualmente en un circulo plateado de atmósfera crepuscular. —Pronto oscurecerá. Regresemos a la nave —dijo Lucky.

Bigman medía su camarote con grandes pasos. Sólo daba tres en una dirección y tres en otra, pero lo hacía. Dijo:

—Pero, Lucky, si ya lo sabes, ¿por qué no...?

No puedo actuar normalmente y arriesgarme a que explote —repuso Lucky—. Déjame hacerlo cuando y como yo quiera, Bigman.

La firmeza de su tono, reprimió a Bigman. Éste cambió de tema y preguntó:

—Bueno, entonces, ¿por qué perder más tiempo en Io a causa de ese maldito traidor? Está muerto. No podemos hacer nada más por él.

—Sí, una cosa—dijo Lucky. La señal de entrada se encendió intermitentemente y añadió—: Abre, Bigman. Debe de ser Norrich.

Lo era. El ingeniero ciego entró, precedido de su perro, Mutt. Los ojos azules de Norrich parpadearon rápidamente. Dijo:

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