Piiiiiiii.
Me di cuenta de que estaba frunciendo el ceño. Shiela no lo había dicho claramente, pero parecía muy asustada. No es que me sorprendiera, teniendo en cuenta que probablemente habría visto lo que había pasado en la puerta de la tienda de Bock la noche anterior, pero me incomodó sentir el miedo en su voz. O tal vez sería más correcto decir que no estoy cómodo cuando siento el miedo en la voz de cualquier mujer.
No es culpa mía. Ya sé que es sexista y machista, y que es algo retrógrado, pero odio cuando les pasan cosas malas a las mujeres. No quiero que se me malinterprete, detesto que le pasen cosan malas a cualquier persona, pero cuando una mujer está en peligro, lo odio de una manera irreflexiva, profunda, primaria e injustificable que roza la locura. Las mujeres son unas criaturas hermosas y, joder, disfruto sabiendo que están a salvo y me gusta tratarlas con cortesía y modales anticuados. Creo que es algo bueno. Me ha perjudicado más de una vez pensar así, pero eso no va a hacer que cambie.
Shiela era una chica y tenía miedo. Por lo tanto, si quería quedarme tranquilo tendría que ir a hablar con ella.
Miré el reloj. Las once. Todavía estaría en la tienda.
Marqué un número más y me salió un contestador automático sin ningún mensaje, solo un tono:
—Soy Dresden —le dije a la máquina—. Tenemos que hablar.
Butters y Billy reaparecieron. Colgué el teléfono y les pregunté:
—¿Y bien?
—Números —dijo Billy.
—¿Puedes ser más específico? —pregunté.
Butters sacudió la cabeza.
—Es difícil ser más específico que eso. En el lápiz solo había un archivo y estaba vacío. La única información estaba en el nombre del archivo y no era más que un número. —Me ofreció un trozo de papel en el que había trazado, con su picuda escritura, una serie de números. Los conté. Había dieciséis—. Solo eso.
Cogí el papel y leí los números.
—Esto es aparatosamente inútil.
—Sí —dijo Butters tranquilo.
Me masajeé la nariz.
—Bien, déjame pensar. —Intenté priorizar. Grevane estaba por ahí fuera buscando a Butters. Tal vez Marcone también. Y puede que, para rematar la jugada, también estuvieran tras él los dos asistentes del doctor—. Butters, tienes que volver a resguardarte bajo mis hechizos.
Parpadeó mirándome.
—Pero ¿por qué? Me estaban buscando para poder hacerse con la información. Ahora ya no les sirvo para nada.
—Tú y yo lo sabemos, pero ellos no.
—Ah.
—Billy —le dije—, por favor, ¿podrías llevar a Butters a mi casa?
—Sin problema —me dijo—. ¿Y qué hay de ti? ¿No vas a necesitar ruedas?
—El Escarabajo ya está listo. Cogeré un taxi.
—Te puedo dejar de camino —se ofreció Billy.
—No. Está en dirección contraria a mi apartamento y Butters necesita estar allí lo antes posible. Da un par de vueltas a la manzana antes de dejarlo y asegúrate de que nadie esté vigilando la puerta.
Billy sonrió.
—Ya sé cómo funciona esto.
—No intentes abrir la puerta tú, Butters. Llama y espera a que lo haga Thomas.
—Vale. —Butters se mordió el labio un poco—. ¿Tú qué vas a hacer?
—Cosas de detectives. Tengo sitios a los que ir y personas a las que ver. Y con un poco de suerte, ninguno de ellos intentará matarme.
El apartamento de Billy estaba solo a dos manzanas de Bock Ordered Books y, aunque podría haber ido por los callejones para llegar antes, fui por las calles principales, por donde más gente había. No vi que nadie me estuviese siguiendo, pero si fueran lo suficientemente buenos, o si estuviesen utilizando velos para ocultar su presencia, por supuesto que podría no haberlos percibido. Mantuve el bastón en mi mano derecha y me aseguré de que mi brazalete escudo estuviese preparado, en caso de que alguien intentase alguna variante del típico asesinato por atropello. Ya había sobrevivido a aquella práctica, pero los clásicos nunca pasan de moda.
Llegué a la tienda de Bock de una pieza y no me pareció que nadie se hubiese fijado mucho en mí. Me sentí un poco rechazado, pero me reconfortó la idea de que en aquella ciudad había por lo menos media docena de personas empeñadas en poner mi vida en peligro. Más incluso si contamos a Mavra, que técnicamente no era una persona.
Bock no había abierto la tienda hasta las once, así que fui la primera persona que apareció. Me quedé quieto frente a la entrada. Dos de las ventanas de la tienda y el panel de cristal de la puerta no estaban y habían sido sustituidos por unas láminas de contrachapado. A Bock le había ido mejor que a los del comercio de al lado, que no les había quedado ningún cristal en pie. Sin duda, aquel destrozo era el resultado de los objetos voladores que salieron despedidos durante mi conversación con Cowl y su compinche. Entré.
Bock estaba en su sitio detrás del mostrador y parecía cansado. Levantó la vista cuando oyó las campanillas de la puerta. Cuando me vio le cambió la cara y una expresión reservada hizo aparición.
—Bock —le dije—, ¿se quedó aquí toda la noche?
—Inventario de fin de mes —dijo. Hablaba con miramientos pero estaba tranquilo—. Y también estuve reparando las ventanas. ¿Qué necesita?
Miré alrededor. Shiela apareció de detrás de las estanterías del fondo de la tienda. Parecía nerviosa. Al verme resopló y luego sonrió tímidamente.
—He venido a hablar —le dije a Bock y saludé a Shiela con la cabeza.
Él la miró y luego me miró a mí de nuevo, con el ceño fruncido.
—Dresden, hay algo que debo decirle.
Levanté una ceja.
—¿Qué pasa?
—Escuche, no quiero que se enfade.
Apoyé el bastón.
—Venga, Bock, me conoce desde que llegué a la ciudad. Si hay algún problema no me voy a enfadar porque me lo diga.
Cruzó sus robustos brazos encima de la barriga y dijo:
—No quiero que vuelva por mi tienda.
Aflojé mi bastón un poco más.
—Ah.
—Es una persona decente. Nunca se ha lanzado a mi cuello corno esos otros chicos del Consejo. Ha ayudado a la gente de por aquí. —Cogió aire e hizo un discreto gesto hacia los parches de contrachapado de la fachada—. Pero ahora está metido en líos. Y lo persiguen a dondequiera que va.
Tenía toda la razón. No dije nada.
—No todo el mundo le puede tirar un coche encima a alguien que lo está atacando —prosiguió Bock—. Tengo familia. El mayor está en la universidad. No puedo permitir que me destrocen el negocio.
Asentí. Entendía la postura de Bock. Es espantoso sentirse impotente frente a un gran poder, pero más doloroso es que te digan que no te quieren en un sitio.
—Mire, si necesita algo, llámeme. Se lo pediré o lo cogeré de nuestras estanterías para usted. Y Will o Georgia pueden venir a buscarlo. Pero…
—Vale —le dije. Sentí cómo se me secaba la garganta.
El rostro de Bock se puso colorado. No me miraba a la cara, miraba a la puerta destrozada.
—Lo siento.
—No se disculpe —le dije—. Lo entiendo. Perdone por lo de su tienda.
Asintió.
—Me quedaré solo un minuto y luego me iré.
—Vale —dijo.
Crucé los pasillos para llegar hasta Shiela y la saludé al verla.
—Recibí tu mensaje.
Shiela llevaba la misma ropa que la noche anterior, aunque más arrugada. Se echó el pelo hacia atrás y se lo recogió formando un par de ángulos rectos con unos bolígrafos. Con el pelo así, dejaba a la vista las líneas pálidas y limpias de la mandíbula y la garganta, e hizo que volviera a quedarme absorto en las ganas de recorrer su piel con mis manos para comprobar si estaba tan suave como parecía.
Miró a Block, luego me sonrió y me tocó el brazo con la mano.
—Siento que te haya dicho eso. No es justo.
—Sí. Es justo. Tiene derecho a protegerse y a proteger su negocio —le dije—. No lo culpes.
Inclinó la cabeza hacia un lado, estudiando mi cara.
—Pero aun así es doloroso, ¿no?
Me encogí de hombros.
—Un poco. Sobreviviré. —Las campanillas de la puerta sonaron en la parte de delante cuando entró otro cliente. Volví a mirar a Bock y suspiré—. Mira, no quiero permanecer aquí mucho tiempo. ¿Qué necesitas?
Se separó de la cara unos mechones de pelo que se le habían escapado del recogido.
—Bueno… es que… viví una experiencia muy rara la otra noche. Levanté las cejas.
—Continúa.
Cogió un pequeño montón de libros y empezó a colocarlos en la estantería mientras hablaba.
—Después de toda la agitación, me volví a la parte trasera a hacer inventario y el señor Bock se fue a buscar contrachapado para poner en las ventanas. Me pareció haber oído las campanillas, pero cuando miré no había entrado nadie.
—Ajá —asentí.
—Pero… —Frunció el ceño—. ¿Conoces la sensación que tienes cuando llegas a una casa que está vacía y sabes que está vacía? ¿Cuándo sabes a ciencia cierta que está vacía?
—Claro —dije. La miré mientras se ponía de puntillas para colocar un libro en la parte más alta de la estantería. Se le levantó un poco el jersey y vi cómo se le movían los músculos bajo una línea de piel pálida en la parte baja de su espalda.
—No sentía que la tienda estuviese vacía —me dijo y observé que temblaba—. No llegué a ver a nadie, no escuché a nadie, pero estaba segura de que aquí había alguien. —Me miró avergonzada—."Estaba tan nerviosa que no pude pensar con claridad hasta que salió el sol.
—¿Y luego qué? —le pregunté.
—Me fui y me sentí un poco tonta, como si fuera una niña pequeña. O uno de esos perros que se quedan mirando al aire fijamente y gruñendo cuando en realidad no hay nada.
Sacudí la cabeza.
—Los perros no se quedan mirando y gruñendo cuando no hay una razón. A veces perciben cosas que las personas no pueden sentir.
Frunció el ceño.
—¿Crees que había algo aquí?
No quería decirle que creía que una vampira de la Corte Negra había estado paseándose de forma invisible por la tienda. Joder, y ya que estamos, ni siquiera yo quería pensar en ello. Si Mavra fuese por allí, no habría nada que Shiela o Bock pudiesen hacer para defenderse.
—Creo que no sería ninguna tontería que te fiases de tus instintos —le dije—. Tienes un pequeño talento. Es posible que estuvieses sintiendo algo demasiado débil y que no pudieses explicarlo de otra manera.
Colocó el último libro y se dio la vuelta para mirarme. Parecía cansada. El miedo le había dado una expresión enferma y contraída.
—Aquí había algo —susurró.
—Tal vez —le dije asintiendo.
—Ay, Dios. —Se agarró el estómago con las dos manos—. Creo que… voy… voy a vomitar.
Apoyé mi bastón contra la estantería y le puse la mano en el hombro tranquilizándola.
—Shiela, coge aire y respira. Ya no está aquí.
Levantó la mirada. Tenía cara de pena y los ojos le brillaban y parecían húmedos.
—Lo siento. Quiero decir, tú no necesitas esto ahora. —Se frotó los ojos y los cerró con fuerza. Derramó más lágrimas—. Lo siento.
Ay, Dios. Lágrimas. Muy bien hecho, Dresden, aterrorizando a la dama que venías a tranquilizar. Atraje a Shiela hacia mí y se apoyó agradecida. Le rodeé los hombros con mi brazo y dejé que se apoyara en mí durante un minuto. Tembló en silencio derramando lágrimas durante un rato más y finalmente se recompuso.
—¿Te pasa mucho esto? —me preguntó en voz baja, gimoteando.
—La gente se asusta —susurré—. No hay nada de malo en ello. Hay cosas ahí fuera que dan mucho miedo.
—Me siento una cobarde.
—No deberías —le dije—. Lo único que significa es que no eres idiota.
Se incorporó y dio un paso hacia atrás. Le habían salido unas manchitas en la cara. Algunas mujeres están preciosas cuando lloran, pero Shiela no era una de ellas. Se quitó las gafas y se secó los ojos.
—¿Qué hago si me vuelve a pasar?
—Díselo a Bock e id a algún sitio público —le dije—. Llamad a la policía o, aún mejor, llamad a Billy y a Georgia. Si la presencia que sentiste fue la de algún depredador, no se quedará por aquí si sabe que ha sido localizado.
—Hablas como si ya te hubieses encontrado con alguno antes —me dijo.
Sonreí.
—Tal vez una o dos veces.
Me sonrió y, con cara de agradecimiento, me dijo:
—Debe de ser muy solitario hacer lo que tú haces.
—A veces —contesté.
—Ser siempre tan fuerte, cuando los otros no pueden. Es… bueno, es algo heroico.
—Es algo «idiótico» —le dije con voz seria—. El heroísmo no está muy bien pagado. Intento tener sangre fría y pensar solo en el dinero, pero siempre acabo cagándola.
Se rió.
—La cagas cuando intentas vivir según tus ideales, ¿eh?
—Nadie es perfecto.
Volvió a inclinar la cabeza y le brillaron los ojos.
—¿Hay alguien?
—Solo tú.
—No me refiero a si hay alguien aquí, quiero decir si estás con alguien.
—Ah —dije—. No. La verdad es que no.
—Si te pregunto si te apetece salir a cenar conmigo, ¿te parecería demasiado directa y agresiva?
Parpadeé.
—¿Te refieres… como una cita?
Su sonrisa se amplió.
—Me refiero… en plan… como… como una mujer, ¿no?
—¿Qué? —pregunté—. Ah, sí, claro, me gustan las mujeres.
—Qué coincidencia, resulta que yo soy una mujer —dijo. Y volvió a tocar mi brazo—. Y como parece que no voy a tener oportunidad de coquetear contigo en el trabajo, me pareció que sería mejor preguntarte directamente. ¿Eso es un sí?
La idea de una cita me parecía lo menos oportuno en estos momentos. Pero a la vez me parecía una buena idea. Quiero decir, hacía tiempo que ninguna chica se interesaba por mí de una manera no profesional.
Bueno, una chica humana, claro. La única que se acercaba un poco estaba en Hawái con otra persona, riéndose y pensando en pantis. Podría ser muy agradable pasar un rato por ahí hablando e interactuando con una chica atractiva. Solo Dios sabe lo bien que estaría pasar un rato con ella en mi abarrotado apartamento.
—Es un sí —le dije—. Ahora mismo estoy un poco ocupado…
—Toma —me dijo. Sacó de su bolsillo un rotulador negro y me cogió la mano derecha. Escribió unos números bien marcados.
—Llámame aquí. Puedes llamarme esta noche y podemos pensar cuándo nos viene bien.
Dejé que hiciese aquello, me pareció divertido.