Lisístrata (2 page)

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Authors: Aristófanes

Tags: #Clásico, Humor, Teatro

En cuanto a la abstinencia sexual, el tema queda casi por completo fuera de la discusión del
agón
, aunque durante la disputa entre Lisístrata y el
probulo
no faltan alusiones a las prolongadas ausencias de los hombres, empeñados en campañas inacabables, y en la injusta desigualdad de oportunidades de ambos sexos ante el amor. Sin embargo, creo que la causa de que esa parte del plan de nuestra heroína no se aborde es que es un asunto al que no le cuadra una discusión por medio de razones: es, simplemente, un estado de cosas, una situación de hecho cuyo mantenimiento estricto por las mujeres va minando paulatinamente la resistencia de los hombres, para culminar con el rotundo éxito de aquéllas.

No obstante, tras el
agón
, que ha servido para confirmar el derecho de las mujeres a gobernar, alcanzado por ellas mediante su golpe de estado, falta por comprobar si también su otra iniciativa —la de la castidad forzosa— tiene igualmente éxito. Y a ello se dedica prácticamente la totalidad de lo que queda de nuestra comedia. El asunto se reparte en tres escenas.

La primera (vv. 706-80) es muy breve y sencilla. Presenta la dureza de las condiciones impuestas por el juramento de las mujeres desde su propio bando. En ella varias mujeres intentan salir de la Acrópolis en busca de sus maridos, ofreciendo las excusas más peregrinas para justificarse al ser sorprendidas.

Una rápida intervención de los dos coros (vv. 781-830), que se lanzan mutuas amenazas, da paso a la segunda, que muestra la situación con los hombres como víctimas. Estamos hablando de la desesperada busca de Mirrina por su esposo Cinesias (vv. 831-980), uno de los pasajes más cómicos de toda la producción aristofánica. La escena, casi una comedia en sí misma, ofrece paralelos con episodios de seducción de la Literatura Griega que hemos señalado en otro lugar
[10]
. El pobre Cinesias comprueba bien a su pesar lo duro que puede resultar no plegarse a las condiciones de las mujeres, sobre todo después de haber estado a punto (o de haber creído estarlo, más bien) de poder librarse de su cumplimiento sin renunciar a sus derechos como marido.

Ambas escenas sirven también para preparar el terreno a la solución del conflicto. Hay una primera conversación (vv. 981-1013) entre un magistrado ateniense y un heraldo espartano, que, aunque tratan de ocultarlo, muestran muy a las claras, merced a ciertos abultamientos sospechosos de sus túnicas, las razones que les impulsan a negociar. Inmdiatamente (vv. 1014-70) se produce la reconciliación de los dos semicoros, que desde ahora intervendrán como coro único, invitando a todos los presentes —la invitación es falsa, como siempre— a que disfruten de todas las ventajas que ellos han conseguido. Luego, en una escena que recuerda en numerosos detalles a los
agones
, pues aparecen la exhortación del coro a Lisístrata (
katakeleusmós
) y el discurso que ésta dirige alternativamente a unos y otros en una forma que recuerda especialmente la disputa entre Praxágora, Cremes y Blépiro en
La asamblea de las mujeres
, se reúnen nuevamente atenienses y espartanos, tras la vuelta de éstos desde Esparta con los oportunos poderes para negociar una solución, cualquier solución.

El hecho es que Lisístrata convence a unos y otros para que concierten la paz, devolviéndose mutuamente las distintas plazas que se habían ido arrebatando durante la guerra, plazas cuyos nombres le dan ocasión al poeta para introducir una serie de equívocos sexuales muy adecuados a la trama. Las dotes de persuasión de la protagonista, que apela a la lógica irrefutable de la gente sencilla, se ven reforzadas decisivamente por la presencia de Concordia, entidad abstracta representada por una joven muy concreta y bastante ligerita de ropa, cuya contemplación hace imposible que los negociadores continúen voluntariamente ni un momento más en su penosa situación. El triunfo de las tesis de las mujeres, apoyadas en sus medidas de fuerza, produce la paz entre los helenos, que se celebra con el acostumbrado banquete, tras el cual el delegado espartano incluso se permite un arranque lírico, exageradamente celebrado por los concurrentes.

Con semejante argumento parece superfluo insistir en la comicidad de esta pieza. De hecho, la utilización con fines cómicos de temas relacionados con la vida sexual es una forma segura de provocar la hilaridad a poco que se sepa explotar las situaciones, y en eso nuestro poeta es un verdadero maestro. Episodios como el de los frustrados amores de Cinesias
[11]
o el juramento de las mujeres son buena prueba de ello. Pero no es sólo la presencia del sexo lo que hace reír en
Lisístrata,
también está el antagonismo entre hombres y mujeres y la perplejidad de éstos ante la decidida acción de quienes en la vida real mantenían una actitud tan distante de la de las protagonistas de la obra. Porque las mujeres de la Hélade —se ha insistido en ello hasta la saciedad
[12]
— no tenían ni la más remota posibilidad de comportarse como Lisístrata, Mirrina o Lampito. Y en esta disparatada diferencia reside otra de las bases de la comicidad de esta obra, una diferencia tan absoluta que invita a reír y no a pensar. Pero sobre esto volveremos enseguida.

Lisístrata en la obra de Aristófanes

Los gramáticos alejandrinos, autores de los resúmenes que preceden al texto de nuestras comedias, hacen a nuestro poeta autor de cuarenta y cuatro obras, entre las cuales hay cuatro,
La poesía
,
El naufragio
,
Las islas
y
Níobo
que pueden considerarse espurias y se le atribuyen también al cómico Arquipo. De ese número conservamos sólo once, en tanto que de las demás sólo quedan fragmentos en citas de tradición indirecta y papiros, aparte de referencias internas del propio Aristófanes en nuestras once comedias
[13]
.

La cronología de las obras es otro problema, una dificultad muy repetida en los autores antiguos. Sólo de las once que la tradición nos ha transmitido tenemos información relativamente amplia. Sin embargo, ni siquiera para ellas estamos siempre en condiciones de determinar con absoluta certeza la fecha o la festividad en que tuvo lugar su representación
[14]
. Como dijimos al principio,
Lisítrata
presenta problemas de esa naturaleza, aunque, como allí señalábamos, suele aceptarse que fue en las
Leneas
del año 411 a. C.
[15]

Nos encontramos, pues, ante una comedia ambientada en plena Guerra del Peloponeso, es decir, una de las pertenecientes al grupo de las que pueden considerarse, a mi juicio, más genuinamente aristofánicas. Ese grupo que se caracteriza por ocuparse de los temas de más rabiosa actualidad de la política o de la vida diaria del momento en Atenas, que en ese sentido amplio puede etiquetarse con el título común de «comedias políticas», y del que apenas quedarían fuera
Las ranas
,
Las tesmoforias
,
Pluto
y, con dudas,
La asamblea de las mujeres
.

Al hablar de esta pieza me detendré brevemente en dos aspectos, a saber: su condición de comedia de mujeres y el problema de si debe considerarse una comedia política o de utopía.

Su carácter de comedia de mujeres lo comparte con otra pieza de la misma fecha,
Las tesmoforias
y, sobre todo, con
La asamblea de las mujeres
. En realidad, las afinidades que podría presentar con ellas como resultado de compartir esa condición son muy escasas respecto a la primera, que en rigor no es tanto una comedia de mujeres como una obra que se desarrolla en un ambiente femenino pero cuya temática y cuyo protagonista nada tienen que ver con las mujeres. Muy distinta es la situación respecto a la segunda, como tantas veces se ha señalado: tan numerosas son las semejanzas entre ambas comedias que quizá no sea descabellado imaginar que
Lisístrata
(de 411) inspiró y sirvió de modelo a
La asamblea
(de 392):

  • una mujer madura —es decir, de unos 30 años, que en la Antigüedad la gente se hacía mayor mucho antes que en nuestros días— es la protagonista en ambas;
  • ambas mujeres están preocupadas por la situación, y ante el continuo fracaso de los varones deciden tomar las riendas del poder;
  • ambas buscarán el apoyo de otras mujeres: sólo de las de Atenas, Praxágora; de toda la Hélade, Lisístrata;
  • en ambas comedias hay ocasiones sobradas para rendir culto al tópico cómico de la mujer lasciva y amiga del vino, aunque en ello, justo es reconocerlo, la palma se la llevan
    Las tesmoforias
    . Y, para terminar;
  • en ambas piezas se desarrolla una escena de amor desgraciado, por exceso en
    La asamblea
    y por defecto en nuestra comedia, y ambos pasajes destacan por su desbordante comicidad.

El segundo punto es un problema siempre planteado y nunca resuelto. No es nada fácil determinar si hay que considerar políticas o de utopía algunas comedias, ya que la utopía es un procedimiento que la comedia política utiliza con profusión
[16]
. El caso de
Lisístrata
es particularmente difícil. En nuestra edición de las obras completas de Aristófanes la hemos incluido en el volumen dedicado a las comedias de utopía, por otra parte, en nuestra introducción a la edición separada de
La asamblea
[17]
decíamos que es posible que el criterio más adecuado para decidir haya que buscarlo en la credibilidad de la solución aplicada al conflicto, mejor dicho, a la de su puesta en práctica. Sin embargo, cualquiera que sea la decisión que finalmente adoptemos será posible oponerle fundados reparos:

  • considerar
    Lisístrata
    una comedia política parece, en principio, lo más natural: ambientada en un momento de crisis, ofrece una solución a la malhadada situación de la ciudad. Pero las dificultades son muy grandes. Sobre todo la imposibilidad absoluta de que las mujeres disfrutaran siquiera de la oportunidad de llevar a cabo semejante plan: la paz que se procura Diceópolis con los espartanos en
    Los acarnienses
    no está fuera, aunque sólo sea remotamente posible, de los datos objetivos de la realidad; en cambio, la posibilidad de que las
    delegadas
    de las ciudades en conflicto viajen a Atenas para reunirse, así como la de mantener su juramento de castidad negándose a las posibles exigencias de sus maridos nos parecen, simplemente, inimaginables. Son sólo una utopía que hace reír. En segundo lugar, un argumento formal pero también importante, en mi opinión. Me refiero a la carencia de
    parábasis
    , rasgo que comparte con dos comedias claramente utópicas,
    La asamblea de las mujeres
    y
    Pluto
    . Es sintomático que esta pieza carezca de ese apartado que, se ajusta perfectamente a las necesidades de la comedia política por su carácter concreto, apegado al presente, a la realidad;
  • considerar, vistas las dificultades,
    Lisístrata
    una comedia de utopía parece lo más razonable. En contra de ello está sólo —nada menos— el hecho innegable de que la propuesta política de su protagonista no es más descabellada que la de Trigeo en
    La paz
    , la del ya citado Diceópolis y la de tantos héroes cómicos de nuestro poeta. Sin embargo, creemos que las dificultades recién expuestas son superiores y, aunque con dudas, nos mantenemos en la opinión ya expresada de que
    Lisístrata
    debe considerarse una comedia de utopía.

Mucho me gustaría creer que la misma duda que nos asalta a nosotros surgiera en el ánimo de quienes tuvieran la suerte de asistir a la primera representación de esta obra
in situ
; pero de lo que no nos cabe ninguna duda es de que entonces se reirían con ganas de esta disparatada y graciosísima comedia, como se han reído siempre todos cuantos han tenido ocasión de asistir alguna vez a su representación.

Yo mismo he tenido el placer de dirigir su puesta en escena dos veces en la Universidad Autónoma de Madrid (1976 y 1986). En la persona de quienes representaron sus principales papeles quiero rendir homenaje a cuantos, alumnos entonces, compañeros ahora y amigos siempre, lo hicieron posible. Ante todo y con especial emoción a la tristemente desaparecida Lourdes Martín Vázquez, la primera y magnífica Lisístrata. También a su estupenda sucesora, Paloma López; a los excelentes corifeos, Mercedes Aguirre y Gregorio Amo, Susana Jiménez y Francisco Cilleruelo; a los
probulos
, José Fco. Pinilla y Felipe Martínez y a los Cinesias y Mirrinas, Antonio Cascón y Damián Sánchez, Laura Izquierdo y Esperanza Tenorio. En ellos quiero concentrar el recuerdo de todos.

Luis M. Macía Aparicio

Universidad Autónoma de Madrid

A
RGUMENTOS
I

Cierta Lisístrata, maquinando la reconciliación de los helenos, convoca en Atenas una asamblea de ciudadanas y mujeres del Peloponeso y de Beocia. Convence a todas de que no tengan relaciones con sus maridos hasta que éstos dejen de guerrear entre sí y despide a las forasteras tras dejar éstas rehenes y ella misma va a encontrarse con las que se han apoderado de la Acrópolis junto con los servidores. Una turba de viejos ciudadanos acude corriendo a las puertas de aquélla con antorchas y fuego; Lisístrata sale y les obliga a retirarse. Al poco tiempo, se acerca un magistrado con unos arqueros para desalojarlas por la fuerza, pero es derrotado por completo, y al preguntar con qué propósito han obrado así le dice ella en primer lugar que al ser dueñas del dinero no consentirán que los hombres lo usen para hacer la guerra y, en segundo lugar, que ellas lo administrarán todo mucho mejor y terminarán enseguida con la guerra que padecen. Él, entonces, sorprendido por su audacia, se marcha a contárselo a sus colegas para que todo eso no se lleve a efecto. Por su parte, los viejos se quedan allí y son insultados por las mujeres. Después, algunas de ellas son capturadas cuando de forma muy graciosa se escapan en busca de sus maridos, incapaces de contenerse; pero Lisístrata les suplica y ellas se reafirman en su decisión. Un tal Cinesias, un ciudadano, aparece por allí, deseoso de su mujer, y ella se burla y se ríe de él; pero le mete prisa con el asunto de la reconciliación. Llegan también heraldos de parte de los lacedemonios que, de paso, revelan lo que pasa con sus mujeres y llegando a un acuerdo entre ellos deciden enviar embajadores plenipotenciarios. Entonces los ancianos vuelven a una situación de normalidad con las mujeres y de dos coros que eran se reúnen en un solo coro. Y Lisístrata empuja a la reconciliación a los embajadores que le llegan de Lacedemonia y a los irritados atenienses, haciéndoles recordar la amistad que en tiempos hubo entre ellos, y los reconcilia públicamente, los acoge en una fiesta para todos y les entrega a cada cual su mujer para que se la lleve.

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