Los Bufones de Dios (23 page)

Read Los Bufones de Dios Online

Authors: Morris West

Tags: #Ficción

"Entonces, en una inspiración del momento, le pregunté si acaso ella consideraría la idea de vender el valle. Preguntó para qué lo queríamos y le contesté que pensábamos que resultaría perfecto como sitio de veraneo para estudiantes como nosotros… Al comienzo, pareció que se trataba de una charla como otra cualquiera, pero luego ella comenzó a tomarnos en serio. Y pensó sobre nuestra propuesta.

"De todos modos, el resultado final fue que ella mencionó una cifra: un cuarto de millón de
Deutschmarks
. Le dije que no teníamos ninguna posibilidad de juntar una suma como aquélla… Entonces ella dijo que si nosotros hablábamos en serio, ella consideraría la posibilidad de arrendarnos el lugar. Le dije entonces que lo pensaríamos y que volveríamos a darle una respuesta.

"Me encantaría que esto pudiera resultar. El sitio es tan tranquilo, está tan lejos del mundo de hoy, y podría perfectamente auto-financiarse… A menudo, en clase, hemos estudiado una posibilidad como ésta que ahora se nos presenta: un sistema económico pequeño y auto-sostenido que proteja y mantenga una cierta calidad de vida. A mi regreso, me gustaría hablar contigo acerca de esto y ver lo que piensas. Por las noches, a la luz de mi lámpara, me he esforzado en elaborar un plan. Me parece un ejercicio infinitamente más satisfactorio que estudiar los problemas monetarios de la Comunidad Europea o las relaciones entre los productores de petróleo y las economías industrializadas y las naciones agrícolas… De alguna manera, como dice Fritz, tendremos que volver a reducir las cosas a su escala humana, porque de otro modo terminaremos enloqueciendo o transformándonos en indiferentes muñecos mecánicos en un sistema que siempre seremos incapaces de controlar… Sé que me he extendido demasiado, pero esta es la primera vez que me he sentido libre para conversar franca y abiertamente con un padre al que realmente quiero. Es una sensación tan nueva como placentera…"

Más tarde, cuando se sentaron a comer, Mendelius leyó esta última carta para Lotte que la escuchó sonriendo y cabeceando con aprobación.

—Bien. Espléndido. Finalmente ha logrado salir de su selva negra. Y es claro que en estos tiempos no es fácil ser joven. Me gusta la idea, Carl, y creo que hay que alentarla, aunque al final no resulte. No tenemos ninguna posibilidad de disponer de tanto dinero; y sin embargo…

—Podríamos —dijo Mendelius pensativamente—. Sí, podríamos. En septiembre debo recibir las entradas de algunos libros y creo que serán grandes, y cuando salga este nuevo libro… Y además Johann no es el único que alimenta un sueño privado.

Lotte le lanzó una rápida mirada de reproche.

—¿Te importaría compartir ese sueño con tu esposa?

—Vamos,
schatz
—dijo Mendelius riendo—, tú sabes que detesto hablar de las cosas hasta que no las tengo muy claras en mi mente. Hace ya algún tiempo que he estado incubando esta idea. ¿Qué sucede con los profesores que se retiran y dejan su cátedra? Sé que puedo continuar escribiendo, pero también me gustaría continuar enseñando, dando clases a pequeños grupos de alumnos graduados. He considerado la idea de fundar una academia privada ofreciendo cursos anuales para alumnos de post-grado… Los músicos suelen hacer eso, los violinistas, compositores, directores de orquesta… Un lugar como el que describe Johann sería ideal para ese propósito.

—Sí, podría ser —Lotte parecía dudosa—. No me comprendas mal. Me gusta tu idea, Carl, pero creo que sería un error mezclar tus proyectos con los de Johann. Muéstrate interesado por los planes de él, pero no te entrometas. Déjalo que siga su propia estrella.

—Tienes razón, naturalmente —Mendelius se inclinó sobre la mesa y besó la mejilla de su esposa—. No te preocupes. No pondré mis grandes manos en la torta de mi hijo. Además, tenemos otro problema…

Le contó de la carta que había recibido de la policía de Bonn. Lotte frunció el ceño y suspiró lastimeramente.

—¿Y cuánto durará esto? ¿Por cuánto tiempo habremos de vivir así, mirando siempre por sobre nuestros hombros para ver quién nos sigue?

—Sólo Dios sabe,
schatz
. Pero no podemos dejarnos ganar por el pánico. Tenemos que tratar, al contrario, de transformar esto en una rutina, como observar las luces del tránsito o cerrar la casa por la noche o manejar dentro de las velocidades permitidas. Después de un tiempo será solo un automatismo más en nuestras vidas. —Cambió bruscamente de tema. —Llamó Georg Rainer para avisar que llegará el miércoles por la tarde. Lars Larsen llega esa misma mañana desde Frankfurt, lo que nos da la posibilidad de poner en claro algunos puntos antes de la llegada de Rainer.

—Espléndido —Lotte manifestó su aprobación entusiasta y vigorosamente—. Antes de dar un paso más con Rainer debes asegurarte de que los términos del contrato sean convenientes.

—Te prometo que lo haré. ¿Necesitas alguna ayuda extra para la casa durante estos días?

—Ya la tengo. Gudrun Schild vendrá todos los días. —Bueno… Me pregunto lo que nuestro presidente nos tiene reservado para la reunión del martes.

—Ese me preocupa —Lotte estaba tensa—. Es un brujo. Siempre me hace pensar que va a sacar de su manga una copa de vino. Y lo que uno realmente obtiene al final es…

—Sé qué es lo que finalmente obtiene,
schatz
—dijo Mendelius con una sonrisa—. El truco consiste en no beber nunca lo que él te da…

Las nociones del presidente sobre lo que él consideraba una reunión informal databan de los tiempos del Imperio. Cada colega era acreedor a un firme apretón de manos, a una solícita pregunta sobre la esposa y su familia, a una taza de café y un trozo de pastel de manzanas confeccionado por la esposa del presidente y servido por una criada en delantal almidonado.

La ceremonia estaba cuidadosamente planeada. Con una taza de café en una mano y el plato con pastel de manzanas en la otra, los profesores tomaban asiento. Las sillas, cada una de las cuales tenía a su lado una pequeña mesita, estaban dispuestas en un semicírculo que enfrentaba el escritorio del presidente. El presidente no se sentaba. Se limitaba a apoyarse en el borde del escritorio en una actitud que intentaba sugerir informalidad, intimidad y franqueza entre colegas. El hecho de que hablara a los profesores desde tres pies por encima de sus cabezas y de que dispusiera libremente de sus dos manos para gesticular y puntuar sus frases, era sólo una gentil forma de recordarles el título que ostentaba. Sus discursos eran generalmente tan untuosos como banales.

—…Necesito del consejo de ustedes en su calidad de expertos en la materia. Las… ah… responsabilidades de mi cargo me impiden mantener el diario contacto que considero tan conveniente con los estudiantes y con los jóvenes profesores de esta Universidad. Recurro entonces a ustedes para que sirvan de intérpretes entre estos jóvenes y yo…

Brand, de Latín, se inclinó hacia Mendelius y susurró.

—Él es el
fons et origo
y nosotros sólo somos los ensangrentados acarreadores de agua.

Mendelius sofocó una sonrisa detrás de su servilleta. El presidente continuó.

—…La semana pasada fui invitado, junto con los presidentes de otras Universidades a una reunión privada con el ministro de Educación y el ministro del Interior, en Bonn. La reunión tenía por objeto conversar sobre las implicaciones académicas de la presente crisis internacional…

Hizo una pausa para que ellos tuvieran tiempo de considerar la solemnidad de la reunión que había tenido lugar en Bonn y también en cuales podrían ser las… ah… implicaciones. Estas eran suficientemente impactantes como para borrar de la audiencia todo vestigio de tedio.

—En septiembre del año en curso el Bundestag autorizará la plena movilización tanto de mujeres como de hombres que deberán cumplir con su servicio militar. Se nos pidió que preparáramos los certificados para aquellas categorías de alumnos que serían eximidos de este servicio y que confeccionáramos listas de los alumnos especializados en física, química, ingeniería, medicina y todas las disciplinas anexas a ésta… Se nos pidió además que consideráramos los tipos de cursos sobre estos temas que podrían ser acelerados de manera de cumplir con las exigencias planteadas por la industria y las fuerzas armadas. También es preciso que encaremos el vacío de estudiantes y de profesores jóvenes que va a producirse como resultado de este llamado a las armas… —La audiencia se estremeció en ondas de sorpresa que el presidente barrió con un gesto. —Por favor, señoras y señores, permítanme terminar. Después tendremos tiempo para discutir. Este es un asunto respecto del cual no tenemos otra alternativa sino la de hacer lo que hace todo el mundo, esto es cumplir con los reglamentos. Pero hay, sin embargo, otro problema anexo y delicado… —Hizo otra pausa. Esta vez era evidente que se sentía embarazado y que se esforzaba por buscar las palabras adecuadas. —…Fue presentado por el Ministro del Interior, presionado a su vez, me imagino, por nuestros aliados de la NATO. Se trata de la seguridad interna, de la protección contra el espionaje, la subversión y… ah… las actividades de los elementos descontentos y marginados del cuerpo estudiantil… —Estas últimas palabras fueron acogidas por un silencio hostil. El presidente hizo una profunda aspiración y prosiguió. —En resumen se nos pide que cooperemos con los servicios de seguridad poniendo a su disposición los datos que poseemos sobre los estudiantes y otras informaciones que posiblemente, en resguardo de la seguridad publica se nos puedan solicitar más adelante.

—¡No! —la violenta negación brotó, unánime, del grupo reunido. Alguien volcó una taza de café que se desparramó sobre el parquet.

—Por favor, por favor —el presidente abandonó su pose sobre el escritorio y levantó las manos en un gesto de imploración—. He transmitido la petición del ministro. La discusión queda abierta.

Dahlmeyer de Física Experimental, grandote, hirsuto, con una barbilla sobresaliente, fue el primero en levantarse. Se enfrentó duramente al presidente.

—Creo, señor, que tenemos derecho a saber qué respuesta ofreció usted a la petición del ministro.

Se oyó un coro de aprobaciones. El presidente, incómodo, trató de evadir la respuesta.

—Le dije al ministro que si bien todos estábamos conscientes de la necesidad de… ah… un sistema de seguridad adecuado a la gravedad de la situación, también… ah… estábamos igualmente preocupados de hacer lo necesario para preservar los… ah… principios de la libertad académica.

—¡Oh, Cristo! —explotó Dahlmeyer.

Se escuchó nítidamente el gruñido de Brandt. Mendelius se puso de pie. Estaba blanco de ira pero habló con pausada formalidad.

—Deseo hacer una declaración personal, señor. He sido contratado para enseñar en esta Universidad. No he sido contratado, ni aceptaré ninguna comisión ni nada que involucre cualquier tipo de investigación sobre la vida privada de mis estudiantes. Si se me exige hacerlo, prefiero renunciar.

—Deseo aclarar, profesor —el presidente habló fríamente —que sólo me he limitado a transmitir a ustedes una petición del ministro, no una orden suya que, en las presentes circunstancias al menos, sería ilegal. Sin embargo, ustedes comprenderán fácilmente que, en un caso de emergencia nacional, la situación sería radicalmente diferente.

—En otras palabras —Hellman, de Química Orgánica se había puesto también de pie— tenemos una amenaza para respaldar una petición.

—Estamos amenazados, profesor Hellman. Pesa sobre nosotros la amenaza de un conflicto armado y en ese caso las libertades civiles deben necesariamente ceder el paso al interés nacional.

—Existe otra amenaza que usted debe igualmente considerar —dijo Anneliese Meissner— y es la de la sublevación estudiantil como expresión de una total pérdida de fe en la integridad de la facultad académica. Me permito recordarles lo que ocurrió en nuestras universidades en los años treinta y cuarenta, cuando los nazis gobernaban a este país… ¿Desean ustedes que eso se repita ahora?

—¿Cree que no veremos precisamente eso cuando vengan los rusos?

—Ah. De manera que usted ya eligió lo que haría, ¿no es así, señor?

—No. No he elegido —ahora el presidente estaba furioso—; le dije al ministro que transmitiría su proposición a mi facultad y que le informaría sobre la reacción que ella provocara.

—Lo que naturalmente nos coloca a todos en las fichas de la computadora de nuestros servicios de seguridad. Bueno. Que así sea. Yo estoy con Mendelius. Si esos señores desean espiar a nuestros alumnos, pues me voy.

—Con el debido respeto para nuestro presidente y para mis estimados colegas —un pequeño y ratonil Kollwitz de Medicina Forense se puso de pie— sugiero que hay un medio muy sencillo de evitar esta situación. El presidente puede informar al ministro que los decanos de su facultad están unánimemente en contra de la medida propuesta. No necesita dar nombres.

—Me parece una idea muy buena —dijo Brandt—. Si el presidente se une firmemente a nosotros, nuestra posición será muy fuerte y tal vez otras Universidades podrían animarse a seguirnos.

—Gracias, señoras y caballeros —el presidente se veía claramente aliviado—. Como siempre me han ayudado mucho. Pensaré en… ah… alguna respuesta apropiada para el ministro.

Después de eso ya no quedó mucho más por decir y el presidente se manifestó ansioso por librarse de ellos. Abandonando las tazas con los restos del café y los últimos vestigios del pastel de manzanas, los profesores se apresuraron hacia la salida y hacia el sol. Anneliese Meissner ajustó su paso al de Mendelius. Resoplaba, enfurecida.

—¡Dios Todopoderoso! Qué viejo embustero… ¡Una respuesta apropiada para el ministro…! ¡Pelotas!

—Pero ahora se encuentra con que sus pelotas están en un cascanueces —dijo Mendelius con una agria sonrisa—; le faltan sólo dos años para retirarse. En consecuencia es difícil reprocharle que trate de buscar un compromiso… De todos modos tiene a una facultad férreamente unida y que lo respaldará si actúa de acuerdo con ella. Eso le dará, espero, algún coraje.

—¿Unida? —Anneliese lanzó, otro bufido—. ¡Mi Dios, Mendelius! ¿Cómo puede usted ser tan ingenuo? Eso fue nada más que práctica de coro, todas nuestras nobles almas cantando al unísono "Nuestro Dios es nuestra Fortaleza". ¿Cuántos cree usted que serán capaces de mantenerse firmes cuando comience la presión real de los muchachos de la seguridad? ¿No es verdad profesor Brandt que usted ha estado jugando con la pequeña Mary Toller…? ¿Y usted Dahlmeyer? ¿Sabe su esposa lo que hace los sábados en el Hotel del Amor en Frankfurt…? Y en cuanto a usted Heinzl, o Willi o Traudl, si se niegan a cooperar nos vemos obligados a advertirles que estamos muy al día en algunas especialidades no muy limpias como la de científicos sanitarios o ayudantes en la casa de torturas… No se equivoque, amigo mío. Si en la cuenta final, de diez quedamos tres, habremos tenido una suerte de los mil demonios.

Other books

A Good School by Richard Yates
The Delta by Tony Park
War in Heaven by Gavin Smith
The Body in the River by T. J. Walter
Carousel Nights by Amie Denman
The Demands of the Dead by Justin Podur
Submission by Ardent, Ella
The Demon King by Heather Killough-Walden