Los Bufones de Dios (28 page)

Read Los Bufones de Dios Online

Authors: Morris West

Tags: #Ficción

Georg Rainer, conocido corresponsal de un famoso diario, se había transformado, naturalmente, en centro de atención y Mendelius notó con admiración la destreza con que Rainer se ingenió para hacer hablar a los universitarios, manteniéndolos alertas e interesados con retazos de noticias sobre lo que ocurría en el escenario romano. Finalmente, preguntó con cuidadosa despreocupación.

—¿Alguno de ustedes ha oído alguna vez hablar de una organización llamada Les Amis du Silence? —No usó la frase en el original francés sino en su traducción alemana: Die Freunde des Schweigens.

Estaba hablando a los académicos, pero sorpresivamente, la respuesta vino de la mesa de los actores sentados al otro lado. Un joven alto y cadavérico se levantó y ceremoniosamente, se presentó a sí mismo y a su grupo.

—Nosotros —dijo a su audiencia— somos los amigos del silencio. Y para comprendernos es preciso que ustedes aprendan y comprendan al silencio. Y así, mientras todos observamos un profundo silencio, les contaré una historia de amor, miedo y compasión…

Y allí en el viejo cuarto donde el pobre Holderlin se había esforzado por recoger los últimos jirones de sus sueños, la pequeña troupe representó una versión en mímica del hombre que había perdido su sombra y de la mujer que se la había devuelto.

Resultó así uno de esos extraños, espontáneos encuentros que transforman una apacible y vulgar noche en un acontecimiento mágico y que continuó con vino y cantos y cuentos hasta que el reloj de Maese Stoffler desde la torre de la Alcaldía, dio las dos de la mañana. Cuando estaban despidiéndose un anciano colega del Instituto sacudió la manga de Mendelius y ofreció sus sugerencias.

—…Su amigo Rainer no obtuvo finalmente la respuesta a su pregunta. Estos jóvenes tan talentosos nos llevaron muy lejos del tema. Usted recibe la Revista de Estudios Patrísticos, ¿no es así…? En el número de abril hay un artículo sobre la "Disciplina del Secreto"; contiene un par de referencias que podrían ayudar a la investigación que está realizando su amigo…

—Muchas gracias. Veré el artículo mañana.

—Oh, y hay algo más Mendelius…

—¿Sí? —Estaba ansioso por irse. Lotte y los otros ya se habían retirado.

—Presencié lo que usted dijo sobre el problema de la vigilancia a los alumnos. Estoy de acuerdo con usted, pero creo conveniente advertirle que el presidente está bastante molesto y ha declarado que se siente afrentado. Creo que lo que sucede es que está asustado por la posibilidad de una sublevación de la facultad, que sería lo último que él desearía tener cuando le falta tan poco tiempo para retirarse. Bien… buenas noches, querido colega. Ande con cuidado. Es muy fácil quebrarse las rodillas en estas malditas piedras.

Dieron las tres y luego las cuatro de la madrugada sin que Mendelius, revolviéndose entre el sueño y la vigilia, lograra dormirse. A las cinco, finalmente, se levantó, se preparó café y se sentó frente a su escritorio con el número de abril de la Revista de Estudios Patrísticos delante de él. El número había sido publicado antes de la abdicación y se veía claramente que había estado en preparación durante muchos meses previos a su aparición pública.

El artículo sobre la "Disciplina del Secreto" estaba fechado en París y firmado por alguien llamado Jacques Mandel. Se refería a una costumbre practicada por algunas comunidades cristianas primitivas y llamada disciplina arcani. La frase misma no había sido elaborada sino a partir del siglo XVII; pero la disciplina era de uso corriente en las comunidades cristianas de los primeros tiempos y consistía en la obligatoriedad para los fieles de ocultar algunos de los ritos y doctrinas más misteriosos de la Iglesia. Estos misterios no debían jamás ser revelados a ningún incrédulo, ni siquiera a los aspirantes sometidos a instrucción. Cualquier referencia necesaria debía ser hecha en términos crípticos, enigmáticos o que de alguna manera indujeran a error a los no iniciados. El más famoso ejemplo de semejante lenguaje había sido descubierto en Autun en 1839: "Toma el alimento dulce como la miel del Salvador de los Santos; come y bebe sosteniendo en tus manos al pez". La palabra pez era un anagrama que significaba Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador. El alimento dulce como la miel era la Eucaristía.

La primera parte del artículo de Mandel consistía en una evaluación científica de la evidencia disponible con respecto a aquella costumbre y la consiguiente falta de conocimientos precisos sobre materias doctrinarias y sacramentales en los tiempos patrísticos. Sin embargo el artículo no decía nada nuevo, aparte de dos curiosos alcances relacionados con el Sínodo de Antioquía, donde los ortodoxos habían condenado a los arrianos por haber admitido catecúmenos y aun paganos al culto de los misterios. Mendelius descubrió que estaba preguntándose qué habría podido inducir al autor del artículo a escribir una repetición tan conocida de material tan viejo. Y luego, súbitamente, el tono de las reflexiones cambiaba. Quienquiera que fuera Jacques Mandel, estaba usando la disciplina del secreto como un texto base en el cual asentar un argumento extremadamente moderno.

Declaraba que, dentro de la jerarquía de la Iglesia Católica Romana existía un grupo muy poderoso que deseaba sofocar todo debate sobre materias doctrinales e imponer una versión siglo veinte de la "Disciplina del Secreto". Como ejemplo, se refería a la acción represiva ejercida en contra de algunos teólogos católicos en el curso de los años setenta y ochenta y las actitudes más que rigoristas de algunos obispos contemporáneos tanto en Francia como en otros lugares del mundo. Escribía:

"…Hemos sabido que existiría una fraternidad clandestina de estos obispos, los que tendrían poderosos aliados en la Curia y estarían así en condiciones de ejercer tremendas presiones aun en el mismo Sumo Pontífice… Hasta ahora Gregorio XVII, siendo él mismo francés, ha sabido navegar muy bien entre los rigoristas y los innovadores, pero no hace ningún secreto del hecho de que desaprueba lo que llama una franc-masonería de clérigos decanos, amigos del silencio y de la oscuridad. El autor ha visto una carta del Pontífice a un anciano arzobispo en la cual usa los términos de censura mencionados más arriba…"

Para tratarse de una revista tan especializada y sobria, éstas eran palabras más bien torpes, pero Mendelius comprendió su significado. Jacques Mandel estaba lanzando al aire una paloma mensajera para ver quién le disparaba o quién al contrario, aplaudía su perfecto vuelo. Pero era evidente que poseía información suficiente para explicar muchos de los aspectos que subyacían tras el problema de la abdicación.

Mucho antes que su abdicación llegara a plantearse en forma clara, Jean había estado sometido a tremendas presiones. La posibilidad del cisma que él había mencionado era pues, real. Los obispos, ya fuera que pertenecieran a órdenes religiosas o que militaran en la Iglesia secular, siempre habían ejercido mucho poder. En el primer caso eran jefes de poderosas congregaciones, en el segundo constituían una fuerza discreta y potente, que controlaba el voto confesional en temas y problemas controvertidos. Y en fin de cuentas porque los cardenales no habrían hecho lo que hicieron sin el apoyo de una mayoría de obispos, habían demostrado que poseían la fuerza suficiente para destronar a un papa… A la luz de estas nuevas informaciones la historia de Georg Rainer sobre la persecución y vigilancia de que había sido objeto adquiría un tinte siniestro. No todos los clérigos estaban divorciados de la política contingente; no todos eran ajenos a la práctica de la violencia en el juego político. Los viles contubernios realizados por motivos y fines santos llenaban las páginas de la historia. Y Jean Marie, desde aquel sitial tan alto que había sido el suyo, sabía todo el daño que podía esconderse y ser perdonado bajo el amparo de la "Disciplina del Secreto" o dentro de una confraternidad del silencio.

Mendelius marcó los pasajes relevantes del artículo y anotó algunos puntos para Georg Rainer.

"…Esto no constituye evidencia; pero sí agrega algo a la indiscreción de monseñor Logue y representa para nosotros un claro indicador de la naturaleza de los "Amigos del Silencio". Mi instinto me dice que es conveniente incorporar una referencia a esto en nuestra historia, tal como lo ha hecho Mandel, y esperar para ver qué clase de reacción despierta el relato. Haré también un borrador para una pequeña sección que podría presentar otro aspecto del fenómeno: el hecho de que en tiempos de crisis, el público tiende siempre a inclinarse hacia los dictadores y las juntas, así como el hombre enfermo tiende a llamar al médico que lo tranquiliza por muy incompetente que éste sea… Si no estoy aquí cuando usted comience a trabajar, encontrará sobre mi escritorio todo lo que he preparado".

Colocó la nota sobre el borrador de Rainer y luego cogió su propio ejemplar del manuscrito y, bajo el título de "Los tiempos de Gregorio XVII", comenzó a escribir.

"En la historia del hombre, las epidemias psíquicas no representan un fenómeno nuevo. Los gérmenes que la producen subyacen reprimidos pero vivos como los bacilos del ántrax, esperando que maduren las condiciones de su renacer. Estas condiciones están constituidas por el miedo, la incertidumbre, la ruptura de los sistemas demasiado frágiles para resistir las presiones que la vida moderna hace pesar sobre ellos. Los síntomas son tan variados como las ilusiones de la humanidad: las auto-mutilaciones de los que se flagelan y de los castrados sacerdotes, la furia asesina de los sicarii, las perversiones sexuales de los cazadores de brujas, la locura metódica de inquisidores que bregan por encerrar la verdad en una frase y quemar a todos los rebeldes que se atreven a disentir de su definición. Pero los efectos de la enfermedad son siempre los mismos. El paciente se va tornando cada vez más temeroso e irracional, es víctima de terrores nocturnos y de pesadillas; se entrega, como contrapartida, a ilusiones tan placenteras como falsas. De esta manera se transforman en presa fácil de los vendedores de medicinas secretas, de encantamientos mágicos y de toda la locura colectiva de otros afligidos como él. Descubrir el origen y el curso de la enfermedad, es una cosa. Sanarla es ya otra muy distinta. El remedio drástico es sin duda la exterminación, El único problema es que uno nunca puede estar seguro de quién emergerá vivo del matadero: si los lunáticos o los cuerdos. La propaganda es otra poderosa medicina. Consiste en inundar a los pacientes, del alba hasta la noche y aun a lo largo de las horas de sueño, con pensamientos muy claramente determinados y dirigidos. Una y otra vez uno le repite a los pacientes que todo lo que está haciendo es para bien de todos y de cada uno en el más bondadoso de los mundos. Y ellos creerán todo lo que uno les dice, contentos y agradecidos, hasta el día en que sientan en el aire las primeras emanaciones del fuego y vean la sangre en la piedra del altar. Entonces se volverán contra uno y lo despedazarán, miembro por miembro, en una maniática y ciega furia de resentimiento.

"Fue por este motivo que el Sacro Colegio decidió silenciar a Jean Marie Barette y suprimir el relato de su visión. Sabían que el contragolpe de una proclamación relativa al milenio podía llegar a ser enorme. Y sin embargo, fue por exactamente ese mismo motivo que Jean Marie había propuesto en su encíclica una preparación del espíritu como el mejor medio para enfrentar el inevitable período de locura social. Deseaba que hubiera médicos y se establecieran asilos antes que comenzara la epidemia. Y, en principio al menos, pienso que tuvo razón.

"Desde muy antiguo, la palabra asilo ha estado impregnada de sentido místico. Llevaba en sí una connotación de lugar sagrado, de templo, de basílica, de denso bosque donde los criminales o los esclavos fugitivos podían encontrar un santuario en el cual les fuera posible escapar de sus perseguidores y dormir a salvo bajo el amparo del dios residente, pero el refugio en sí mismo no era lo único importante. Lo importante era también su significado exterior: todo el poder, la esperanza, el instinto de conservación que, a lo largo de las últimas millas sostenían al acorralado fugitivo cuando ya el ladrido de los perros resonaba cada vez más cerca de sus talones…"

Al llegar aquí Mendelius fue asaltado por un pensamiento inesperado que lo impulsó a dejar su pluma para detenerse a considerarlo. Todo lo que acababa de escribir sobre las causas y síntomas de la epidemia psíquica era igualmente aplicable a Jean Marie. Había abdicado de toda razón en favor de la más primitiva de las revelaciones. Había abdicado del lugar, del único lugar desde el cual le era posible ejercer poder. No ofrecía esperanzas sino sólo un cataclismo y un juicio final para los sobrevivientes. Sus adversarios, o como quiera que se llamaran los que lo habían depuesto, tenían de su parte al más pragmático de los sentidos comunes. Las organizaciones tradicionales habían resistido la prueba de los años y sobrevivido a las largas presiones de los siglos. Las interpretaciones tradicionales eran merecedoras de respeto, aunque sólo fuera por su antigüedad y su duración. Cuando el techo amenazaba derrumbarse sobre la cabeza de la humanidad, lo que se necesitaba eran tejas para poder cubrirse y no un profeta.

Y aquí precisamente radicaba la debilidad que Lotte, Anneliese y Pía habían detectado en su retrato de Jean Marie. Era un retrato que carecía de toda convicción porque su autor no tenía ninguna. No despertaba pasiones porque venía envuelto en la chata luz de la pura razón… O tal vez ocurriera lo que Anneliese Meissner le había advertido hacía ya tanto tiempo, que él en el fondo continuaba demasiado atado a su formación y creencias de jesuita para soñar siquiera en producir problemas en la Familia de su Fe revelando a la luz del día algunas verdades impopulares. Basta, entonces. Cogió un lápiz rojo y comenzó, salvaje y metódicamente a destrozar su copia del manuscrito. Luego colocó delante de sí un grueso atado de hojas limpias e inició su trabajo con un sencillo y cabal testimonio.

"Escribo sobre un hombre al que quiero. En consecuencia, soy un testigo sospechoso. Por este motivo, si ya no por otro, ofrezco aquí solamente los testimonios que pueden ser aceptados de acuerdo a las más estrictas reglas de la evidencia. Cuando presente una opinión, la llamaré por su nombre. Y expresaré mis dudas tan clara y sencillamente como mis certezas. Pero repito que estoy escribiendo sobre un hombre que amo, de quien soy deudor por algunas de las mejores cosas de mi vida, que me es más próximo de lo que pudiera serlo un hermano, y cuyas angustias presentes no he sido capaz de compartir…"

Other books

Endless Love by Scott Spencer
Marazan by Nevil Shute
The Yellow Eyes of Crocodiles by Katherine Pancol
Worth a Thousand Words by Stacy Adams
According to Mary Magdalene by Marianne Fredriksson
Secrets (Swept Saga) by Nyx, Becca Lee
Gates of Hell by Susan Sizemore